"No leemos para buscar lo que existe, un espejo que nos dé la imagen de lo que sabemos, sino para ver más allá. No para acercarnos a lo que somos, sino a lo que deberíamos ser: para ser lo que no hemos sido. Y recuperar la memoria del fuego. La literatura es a la vez el jardín de los muertos y el de los vivos, el lugar en que los peces guardan los anillos de los que se aman y en el que hombres diminutos quieren raptar a los niños"
"... Entonces le vino a la mente, con un leve y desagradable sobresalto, que el general con la espada en la boca, que marchaba presto a la violencia, era Jesucristo"
Flanery O´Connor, 1925-1964
LA MUJER QUE AMABA A LOS PAVOS REALES
En su libro El fuego y el relato,Giorgio Agamben nos recuerda una historia del fundador del jasidismo. Cuando este santo tenía que resolver una tarea difícil iba a un lugar escondido del bosque, encendía un fuego, decía sus oraciones y lo que quería se realizaba. Fue pasando el tiempo y sus seguidores se olvidaron de encender el fuego, pero como se acordaban del lugar al que debían dirigirse y recordaban las oraciones todo continuó igual. Las generaciones siguientes también se olvidaron de las oraciones y del lugar donde decirlas, mas como podían contar con todo ello una historia, sus deseos se seguían realizando.
Giorgio Agamben ve en este relato una alegoría de la literatura. “La humanidad, en el curso de su historia, se aleja siempre más de las fuentes del misterio y pierde poco a poco el recuerdo de aquello que la tradición le había enseñado sobre el fuego, sobre el lugar y la fórmula, pero de todo eso los hombres pueden contar aún una historia. Y eso les basta”. Pero no hay que fiarse de las historias, añade, pues es justo en ellas donde el misterio se extingue y ha ocultado su fuego. “Donde hay relato, el fuego se ha apagado; donde hay misterio, no puede haber historia”.
Pocos escritores llevaron más lejos la rebelión contra ese mundo de historias desencantadas que caracteriza a gran parte de la literatura actual como la norteamericana Flannery O'Connor. Ella solía decir que nuestra época se caracterizaba por un aumento de la sensibilidad y una pérdida de la visión. En el relato que da título a su libro Un hombre bueno no es fácil de encontrar una familia tropieza con un criminal que termina matándolos a todos. La última en morir es la abuela, que enfrentada al horror de la muerte ve de pronto a ese criminal como si fuera su propio hijo. El Desequilibrado es una especie de negativo de Cristo. “Cristo desequilibró todo con su conducta”, exclama el personaje en un momento de su locura. Todo en la obra de esta autora es admirable. Su poderoso sentido dramático, su ausencia de sentimentalismo y esa dimensión simbólica que nos abre a temas tan perturbadores como la cualidad redentora del sufrimiento o la presencia inesperada de la gracia. Y también, como no podía ser menos tratándose de ella, su irresistible comicidad. Fogatas en el bosque de la muerte son sus relatos.
“Falsos profetas, extasiados y astutos predicadores, niños perversos, criminales, idiotas, santos en la duda, mentirosos inocentes, todo un mundo que corre hacia la perdición y que por eso mismo tiene la posibilidad de salvar”, escribe Jean Marie Le Sidaner, son los personajes que pueblan sus libros. En su Introducción a la biografía de Mary Ann, un texto que escribe a partir de un encargo de unas monjas de Atlanta, dedicadas a recoger de las calles enfermos incurables de cáncer, Flannery O'Connor nos habla del sentido que tiene para ella escribir. Mary Ann es una niña enferma e inútil cuya capacidad para la alegría no parece haber sufrido merma alguna a causa de la terrible enfermedad que la consume. Las monjas, convencidas de su santidad, quieren que Flannery O'Connor escriba su biografía. Y ella descubre que algo inexplicable la ata a la figura de esa niña, y aunque no llega a escribir la biografía que le piden, colabora con las monjas revisando el texto y dándoles todo tipo de consejos. Y escribe como introducción uno de sus textos más deslumbrantes. Lo hace porque ha descubierto en esas monjas y en esa niña una vocación por lo grotesco semejante a la suya, ya que entre los enfermos que aquellas recogen por las calles y los extravagantes personajes que pueblan sus novelas y cuentos no hay en el fondo diferencia alguna. En realidad, esa niña es una especie de alter ego, pues también Flannery O'Connor padece una enfermedad terrible que la obliga a permanecer aislada en su granja, y su misma condición de escritora tiene algo de grotesco, ya que su mundo, como el de Mary Ann, es un mundo de anormalidad y revelación. “Vivo en lo que escribo. Si entrecierro los ojos puedo ver todo lo que me ha pasado como una bendición”, dijo poco antes de morir.
Flannery O'Connor vivió siempre rodeada de pavos reales, a los que amó sin desfallecimiento hasta el último de sus días. En un precioso texto, titulado El rey de las aves, habla de ese amor, tan vinculado al mundo de lo deforme, lo marginado, tan presente en su obra. Flannery O'Connor cuenta que la primera vez que siendo niña sacó del cajón a unos pavos que acababan de comprar en su casa, exclamó: “Quiero tener tantos que cada vez que salga por la puerta me tropiece con uno”. Llegó a tener más de 40, y según ella misma confiesa nunca se cansaba de observarlos. En La persona desplazada, uno de sus relatos, un cura visionario que va a visitar a una anciana, al sorprender a uno de los pavos reales abriendo su cola, exclama: “¡Cristo vendrá así!”. Todos los personajes absurdos, delirantes, que pueblan los relatos de Flannery O'Connor buscan sin saberlo ese instante de transfiguración. El pavo los representa. Abre su cola y el mundo entero se transforma en un lugar de locura y belleza.
Los personajes de Flannery O'Connor viven en lugares donde son posibles cosas así. De hecho, en sus cartas, y cuando habla de literatura, ningún libro provoca en ella un entusiasmo mayor que los relatos cómicos de Poe. Y nos recuerda que “uno trataba de un joven que era demasiado presumido para llevar gafas y por ello se casó con su abuela por accidente; otro de un hombre de bello aspecto que en su dormitorio se quitaba los brazos y las piernas de madera, la peluca, los dientes, la laringe, etcétera; y otro, de los internos de un manicomio que se apoderaron de la institución y la dirigían de acuerdo a sus necesidades”. Y añade complacida: “Son increíbles, estoy segura de que tuvo que escribirlos borracho”. Flannery O'Connor se sentía heredera del amor sureño por lo grotesco, que era una literatura que venía de la frontera, llena de tipos anómalos y extravagantes. Estos tipos eran para ella algo más que caricaturas burdas, o esperpentos que expresan la degradación del hombre y sus bajos instintos; los amaba porque le hablaban de nuestro propio corazón, también lleno de deseos incumplidos, de pensamientos absurdos que no sabemos cómo llevar al mundo.
Todo el mundo del arte es un viaje por esas fantasmagorías del corazón. Acudimos a él queriendo ver no nuestra vida real, sino la soñada; no nuestros éxitos o nuestros fracasos, sino las criaturas que pueblan nuestras fantasías. No leemos para buscar lo que existe, un espejo que nos dé la imagen de lo que sabemos, sino para ver más allá. No para acercarnos a lo que somos, sino a lo que deberíamos ser: para ser lo que no hemos sido. Y recuperar la memoria del fuego. La literatura es a la vez el jardín de los muertos y el de los vivos, el lugar en que los peces guardan los anillos de los que se aman y en el que hombres diminutos quieren raptar a los niños. El jardín de los seres perdidos y el jardín en que los pavos reales nos entregan altivos sus ojos. Son esos ojos los que, al abrirse en sus colas, nos dicen que en el corazón de lo real viven siempre los sueños.
(Fuente: El País, 24-12-2016)
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES'
A Tilman le dio el ataque en la capital del estado, adonde había ido por negocios, y estuvo allí internado dos semanas en el hospital. No recordaba la llegada a su casa en ambulancia, pero su esposa sí. Se había pasado dos horas sentada en el asiento plegable, a los pies de su marido, con la vista clavada en su cara. Solo el ojo izquierdo de Tilman, desviado hacia dentro, parecía albergar su antigua personalidad. En él ardía la ira. Por lo demás, toda su cara estaba preparada para la muerte. La justicia era implacable y para ella era un placer cuando la encontraba. Quizá hacía falta esta desgracia para que Walter se diera cuenta.
De pura casualidad los dos hijos estaban en casa cuando ellos llegaron. Mary Maud regresaba en coche de la escuela, sin darse cuenta de que la ambulancia iba detrás de ella. Se bajó del coche, una mujer corpulenta de treinta años, con la cara redonda e infantil y un montón de cabello color zanahoria que le caía desde lo alto de la cabeza como una red invisible, besó a su madre, le echó una ojeada a Tilman y ahogó un grito de asombro; luego, con cara seria y desconcertada, siguió al enfermero que iba detrás, dándole a gritos una serie de instrucciones sobre cómo superar la curva de la escalera del frente llevando la camilla a cuestas. “Nada más ni nada menos que como una maestra de escuela”, pensó su madre. Maestra de escuela de la cabeza a los pies. Cuando el enfermero que iba delante llegó al balcón, Mary Maud gritó bruscamente, con el tono empleado para dominar a los niños:
-¡Levántate, Walter, y abre la puerta!
Walter estaba sentado en el borde de la silla, absorto en la operación, con el dedo metido en el libro que había estado leyendo antes de que llegara la ambulancia. Se levantó, aguantó la puerta mosquitera y, mientras los enfermeros cruzaban el balcón con la camilla, observaba con evidente fascinación la cara de su padre.
-Me alegro de verlo, mi capitán -dijo, levantó la mano y, de cualquier manera, le hizo el saludo militar.
Cargado de ira, el ojo izquierdo de Tilman pareció alcanzar al hijo aunque no dio señales de reconocerlo.
Roosevelt, que en adelante sería enfermero en lugar de peón, esperaba dentro, al lado de la puerta. Se había puesto la chaqueta blanca que reservaba para las grandes ocasiones. Escrutaba lo que iba en la camilla. Los ojos enrojecidos se le tornaron vidriosos. Y, de repente, se le llenaron de lágrimas que bañaron sus negras mejillas como si fueran sudor. Tilman hizo un gesto débil y brusco con el brazo sano, el único gesto de afecto que se había permitido hacerle a alguno de los presentes. El negro siguió a la camilla hasta el dormitorio de atrás, sorbiéndose los mocos como si acabaran de pegarle.
Mary Maud entró para dar instrucciones a los portadores de la camilla.
Walter y su madre se quedaron en el balcón.
-Cierra la puerta -le ordenó-, que entran las moscas.
Ella observaba a Walter desde que había entrado, buscaba en su cara grande y sosa alguna señal de que sentía la urgencia de la situación, alguna señal de que debía tomar las riendas, de que debía hacer algo, lo que fuese; para ella habría sido una alegría verlo cometer un error, incluso empantanar las cosas, si con eso al menos hacía algo, pero comprobó que nada había ocurrido. Walter le clavaba los ojitos, levemente brillantes detrás de las gafas. Había captado cada detalle de la cara de Tilman; había visto las lágrimas de Roosevelt, la confusión de Mary Maud, y ahora la estudiaba a ella para comprobar cómo reaccionaba. Se enderezó el sombrero de un manotazo cuando, por la forma en que la miraba su hijo, se percató de que se le había ido hacia atrás.
-Deberías llevarlo así -dijo él-. Te da un aire desenfadado, de despiste.
Ella endureció el gesto tanto como pudo.
-Ahora la responsabilidad es tuya -le dijo con tono severo, categórico.
Él siguió allí de pie, con aquella media sonrisa, en silencio. Como una masa absorbente que se queda con todo sin dar nada. Ella tuvo la impresión de estar ante un extraño con la misma cara de la familia. Tenía la misma sonrisa evasiva de abogado que su padre y su abuelo maternos, engastada en la misma mandíbula poderosa, bajo la misma nariz romana; su hijo tenía los mismos ojos, ni azules, ni verdes, ni grises; no tardaría en quedarse calvo como ellos. Ella endureció más el gesto.
-Tendrás que tomar las riendas de la casa y el negocio -le dijo, y se cruzó de brazos-, si quieres seguir aquí.
A él se le borró la sonrisa. La miró con fijeza, la expresión ausente, y luego paseó la vista por el prado, más allá de los cuatro robles y de la lejana y negra hilera de árboles, por el cielo despejado de la tarde.
-Creía que esta era mi casa -dijo él-, pero se ve que las suposiciones sirven de bien poco.
A ella se le encogió el corazón. De pronto le vino la imagen de su hijo desamparado. Desamparado allí, desamparado en todas partes.
-Por supuesto que es tu casa -dijo ella-, pero alguien debe tomar las riendas. Alguien tiene que encargarse de que estos negros trabajen.
-Yo no sé hacer trabajar a los negros -rezongó él-. Es lo último de lo que sería capaz.
-Yo te diré todo lo que tienes que hacer.
-¡Ja! -exclamó él-. Eso, seguro.
La miró y recuperó la media sonrisa.
-Señora mía -le dijo-, saldrás adelante. Naciste para tomar las riendas. Si al viejo le hubiera dado el ataque hace diez años, estaríamos todos mucho mejor. Habrías sido capaz de guiar una caravana de carretas a través de las comarcas deshabitadas. Eres capaz de detener a una turba. Eres la última del siglo diecinueve, eres…
-Walter -lo interrumpió ella-, tú eres hombre. Yo soy solo una mujer.
-Una mujer de tu generación -dijo Walter- vale más que un hombre de la mía.
Ella apretó los labios en un gesto de indignación y la cabeza la tembló imperceptiblemente.
-¡A mí me daría vergüenza decir eso! -susurró.
Walter se dejó caer en la silla en la que estaba sentado antes y abrió el libro. La cara se le tiñó de un rubor letárgico.
-La única virtud de los de mi generación es que no nos da vergüenza decir la verdad sobre nosotros mismos -dijo Walter, y se puso a leer otra vez. La entrevista con su madre había concluido.
Ella se quedó allí de pie, rígida, los ojos llenos de pasmado disgusto clavados en él. Su hijo. Su único hijo. Los ojos de Walter, su cabeza y su sonrisa eran los de la familia, pero por debajo se percibía un tipo de hombre distinto de cuantos ella había conocido. En él no había inocencia, ni rectitud, ni fe en el pecado o en la predestinación. El hombre que ella veía cultivaba con imparcialidad tanto el bien como el mal y a todas las cosas le veía tantos matices que era incapaz de actuar, incapaz de trabajar, incapaz incluso de hacer que los negros trabajaran. Ese vacío era terreno abonado para todo tipo de males. “¡Sabe Dios -pensó, y se quedó sin aliento-, sabe Dios lo que sería capaz de hacer!”
No había hecho nada. Tenía veintiocho años y, por lo que ella alcanzaba a ver, no se ocupaba más que de trivialidades. Tenía el aire de quien espera el gran acontecimiento y no es capaz de iniciar trabajo alguno por miedo a ser interrumpido. Como siempre estaba ocioso, a ella se le había ocurrido que tal vez su hijo quería ser artista, filósofo o algo así, pero no era el caso. No quería escribir nada que llevara su nombre. Se entretenía mandando cartas a gente que no conocía de nada y a los periódicos. Con distintos nombres y distintas personalidades, escribía a gente extraña. Era un pequeño vicio, peculiar y deleznable. Su padre y su abuelo habían sido hombres honestos que habrían despreciado los vicios pequeños más que los grandes. Sabían quiénes eran y cuál era su sitio. Era imposible decir qué era lo que sabía Walter ni cuáles eran sus puntos de vista sobre nada. Leía libros que no tenían nada que ver con nada de lo que importaba. Con frecuencia, le iba detrás y se encontraba con algún extraño pasaje subrayado en un libro que él había dejado en alguna parte, y, entonces, ella se pasaba días dándole vueltas. Un pasaje que encontró en un libro que Walter había dejado en el suelo del cuarto de baño de arriba la persiguió de un modo inquietante.
“El amor debe estar lleno de ira -comenzaba, y pensó: ‘Sí es así, el mío lo está’. Siempre estaba furiosa. Y seguía-: Y como has rechazado mi petición, quizá prestes oídos a mi advertencia. ¿Qué empresa te trae a la casa de tu padre, oh, soldado afeminado? ¿Dónde están tus murallas y tus trincheras, dónde el invierno pasado en las líneas del frente? ¡Escucha! Desde el cielo resuenan los clarines de guerra; ve a nuestro general marchar completamente armado, se acerca entre las nubes a conquistar el mundo entero. De la boca de nuestro rey sale una espada aguda de dos filos que corta cuanto halla a su paso. ¡Despierta al fin de tu sueño, ven al campo de batalla! Abandona la sombra y busca el sol.”
Le dio la vuelta al libro para comprobar qué leía. Era una carta de san Jerónimo a un tal Heliodoro, en la que lo reprendía por haber abandonado el desierto. Una nota al pie decía que Heliodoro era miembro del famoso grupo reunido en torno a Jerónimo en Aquilea, en el año 370. Había acompañado a Jerónimo a Oriente Próximo con la intención de llevar una vida de ermitaño. Se separaron cuando Heliodoro prosiguió viaje a Jerusalén. Finalmente, regresó a Italia, y en los años posteriores se convirtió en un distinguido eclesiástico como obispo de Altino.
Este era el tipo de cosas que leía… cosas que en el presente no tenían sentido. Entonces le vino a la mente, con un leve y desagradable sobresalto, que el general con la espada en la boca, que marchaba presto a la violencia, era Jesucristo.
(Fuente: Biblioteca Ciudad Seva)
ACERCA DE FLANERY O´CONNOR:
Escritora estadounidense que ocupa un lugar único entre los escritores de su país con sus novelas y sus relatos basados en el tema de la deformidad espiritual del ser humano y la huida de la redención. Nació en Savannah (Georgia) el 25 de marzo de 1925, y estudió en el State College femenino de Georgia y en la Universidad de Iowa. Pasó la mayor parte de su vida en Milledgeville (también en Georgia), donde se dedicó a la cría de pavos y a la literatura. La obra de O'Connor consta esencialmente de dos novelas y dos volúmenes de relatos breves, y se ha calificado como una peculiar combinación de gótico sureño, profecía y evangelismo católico. Las dos novelas son Sangre sabia (1952) y Los profetas (1960); sus colecciones de relatos llevan el título de Un hombre bueno no es fácil de encontrar (1955) y Las dulzuras del hogar(1965). A menudo se compara a O'Connor con el novelista estadounidense William Faulkner, por su descripción del carácter y la vida en el sur de Estados Unidos, y con el escritor checo Franz Kafka, por su preocupación por lo grotesco. Uno de los principales temas de su obra es el vano intento del ser humano por escapar a la gracia de Dios. Murió el 3 de agosto de 1964 a consecuencia del lupus, enfermedad que soportó durante los últimos diez años de su vida.
(Fuente: epdlp.com)
TAMBIÉN DE GUSTAVO MARTÍN GARZO EN ESTE SITIO:
("Se dice que pocos han pintado infiernos más temibles que los míos. Dragones, culebras, peces y escuerzos, se mezclan en ellos con guerreros y soldados torturadores... ¿no hay en esas obscenidades y locuras algo que nos obliga a prestarles atención? No me hice famoso por defender ante los hombres la doctrina cristiana, sino porque me transformé en su bufón... ¿Habéis visto cómo en las catástrofes los niños siempre encuentran la manera de entregarse a sus juegos y así unos dan en bañarse en las calles que el agua inunda... Yo era como ellos, mi reino eran las ruinas del corazón humano. El árbol del ahorcado donde juegan los niños, eso es toda mi obra")
("Contar, en suma, no tanto para explicar las cosas que pasan, pues ¿acaso eso es posible?, sino para que vuelvan a suceder otra vez; para regresar, en palabras del propio Marsé, al lugar de los primeros deslumbramientos... La realidad solo existe si la soñamos, ha dicho. “Date prisa, he sido yo, mátame mañana”, ¿quien escucha frases así y no se pregunta por los deseos de la muchacha que las pronuncia en sus sueños?" "La verdadera patria del escritor no es la lengua, es el lenguaje")
("No sólo el lenguaje se utiliza para ocultar la realidad, sino que nadie se hace responsable de lo que dice... es en la política donde estos vicios han adquirido un grado de descaro mayor... hoy nadie cree en las palabras... somos hombres en la medida en que aprendemos a controlar la naturaleza y a servirnos de sus frutos, pero también, y sobre todo, por escuchar a los otros... Cada libro es como una de esas ciudades del misterio, el deseo y la angustia descritas por Marco Polo, y su lector, el viajero que la visita")
EL FRACASO DEL AMOR
("La culpa se extiende por la historia como un virus que todo lo contamina. Pero Julieta no es culpable de nada. Almodóvar lo ha dicho en una reciente entrevista: su película habla del fracaso de alguien que no ha hecho nada para merecerlo... por qué las personas que se quieren se abandonan unas a otras... Y por qué hasta la memoria de la culpa puede morir")
("Y una musa es alguien que hace hablar, pero también y, sobre todo, que habla, que descubre en sí misma un poder que no sabía que tenía: el poder de encantar a los demás con las palabras... Una ninfa que rompe a hablar, eso es una musa: un puente entre la naturaleza y la historia, entre el mundo de los vivos y el de los muertos, entre la realidad y el sueño... no se conforman con hablar sino que quieren que hablar y cantar sean la misma cosa, que es lo que pasa en el amor" "... Un libro, un sueño les revela que son formas de un sueño que fue soñado..." (Borges)
("Flaubert estaba obsesionado como escritor con la idea de la insuficiencia del lenguaje para expresar nuestros anhelos. “La palabra humana”, escribe en una de sus cartas, “es como una caldera rota en la que tocamos melodías para que bailen los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas”. El loro con su repetición paródica del lenguaje humano sería el signo de ese fracaso")
("Por eso le llevaba con ese cuidado, como si su gesto contuviera la promesa de una resurrección. Era el portador compasivo, para quien el peso de los niños se confunde con la dulce gravidez del sentido: un peso que se transforma en gracia... ¿y si el verdadero héroe fuera el que dispone apacible cada mañana para los que ama el pan reciente y el café oloroso del desayuno?")
COLECCIONAR SILENCIOS
("El silencio era indisociable de las salas de cine, de los espacios de lectura, de los juegos solitarios, de la noche. Era el tiempo de la ensoñación, de la espera de lo inesperado, el tiempo de atender las otras voces del mundo...El silencio es el espacio de la reflexión, pero también del pudor. Por eso todos los que guardan algo valioso hablan en susurros, atentos a esas otras voces que cuentan la verdadera historia de lo que somos")("... ¿no son todos los libros, incluso los más grandes, en cierta forma un fracaso? “La palabra humana —escribe Flaubert— es como caldera rota en la que tocamos música para que bailen los osos, cuando querríamos conmover a las estrellas” Un buen libro siempre nos deja perplejos, sin saber qué decir... los escritores, especialmente cuando no son jóvenes ni famosos... solo les queda confiar en la bondad de esos desconocidos que son los lectores ")
("... el origen de esta crisis no está en un Estado fuera de control como se nos repite una y otra vez, sino en un Sistema Financiero tan insaciable como incontrolable del que muchos de nuestros políticos son interesados lacayos. Esto es lo que se callan... "Vosotros con vuestras escuelas, vuestra televisión, lo pacato de vuestros periódicos, vosotros sois los grandes conservadores de este orden horrendo basado en la idea de poseer y en la idea de destruir". Pasolini pensaba que el hombre actual se estaba volviendo insensible al sufrimiento de sus semejantes")
LA PREGUNTA POR LA REALIDAD
("El mundo de los cuentos está lleno de huecos así, fisuras en el tejido de lo existente que abren al niño a zonas de lo real donde viven sus verdaderos deseos... todo eso que somos y tratamos de olvidar nos llama desde ese otro lado de lo real. Los niños son expertos en esas llamadas. Eso es jugar, crear un espacio para que tales voces puedan escucharse. Los cuentos guardan la memoria de todas ellas, por eso le resultan incómodos a los adultos y no suelen gustarles, porque no hablan de lo que son sino de lo que han olvidado... “Cuánto durará un niño”, se pregunta Julio Cortázar. Y enseguida responde: “Un niño durará todo lo que duren sus juegos”)
("Todo en esta película resulta perturbador y casi inverosímil, sin embargo no podemos dejar de tener la sensación mientras la vemos de que habla de lo que sucede entre nosotros... de los dueños de la realidad, de su apego al poder y al dinero, de su oculta e insaciable perversidad. ¿No es extraño que el padre elija para recibir el dinero del chantaje un libro de la Constitución Española?... en el territorio de lo Otro. De lo Otro absoluto: la muerte; pero también de lo extraño, lo diferente: el territorio de la santidad, pero también de lo atroz, de lo oscuro, de todo aquello que desafía nuestra cordura")
LA MUCHACHA INDECIBLE
("... al tratar de seguir su rastro no está haciendo sino levantar el acta de su propia memoria y de su propia vida. “Por entonces era ya igual de sensible que ahora en lo tocante a las personas y las cosas a punto de desaparecer”, escribe. Eso es la muchacha indecible, alguien, en quien presencia y ausencia, pensamiento y visión se confunden. ¿Símbolo tal vez de ese sentido, de esa verdad que se esconde cuando tratamos de alcanzarla?")
("Los muertos están en nuestras palabras, en nuestros recuerdos, cuando entramos en un cuarto, cuando recorremos una calle o visitamos un jardín, cuando leemos un libro. Nos siguen a todos los sitios, velan nuestros sueños, se sientan en la mesa con nosotros... Están ahí, pero no debemos volver la cabeza para mirarlos. Sólo el psicótico lo hace... Narrar es escapar a la tiranía de la verdad... El mundo del relato está poblado de personajes que como Hilas nunca regresan... Contar es llevar una lámpara, conformarse con el pequeño espacio de visión que su luz abre en la oscuridad")
("... es el misterio de Santa Teresa, y lo que hace que cinco siglos después de su nacimiento podamos seguir leyéndola con gozo: transforma la religión en poesía. Porque religión y poesía no siempre son lo mismo (y esta es la desgracia de las religiones). La religión nos ofrece respuestas; la poesía nos enseña a amar las preguntas aun sabiendo que no pueden ser contestadas")
("El tema central de El Decamerón será lo humano. No lo humano idealizado, reflejo de un orden superior, sino el ser humano real, con sus virtudes y defectos.Y, por encima de todo, el hombre animado por el deseo... Chesterton escribió que las dos cárceles que amenazan la libertad de los hombres son la cárcel del puritanismo y la cárcel del pesimismo, y El Decamerón logra escapar de las dos y, como el cuarto de los niños, “guarda goces que el puritano no puede prohibir ni el pesimista negar”. El mundo del relato sustituye al paraíso y nos lo recuerda")
("... lo que necesita un niño a los cinco años no es saber leer, sino escuchar música y cuentos, conocer su cuerpo y jugar con él, encontrar palabras y figuras que le ayuden entender lo que siente... La educación ha dado la espalda al complejo mundo de sus afectos y apuesta cada vez más por un individuo adaptado, pragmático, obediente a los códigos de su entorno social... Hay un momento único en que el niño descubre su sombra. Descubre otro yo, alguien que le acompaña en secreto. Ese alguien habita sus pensamientos y sus deseos más íntimos...")
("En el teatro, cuando la función termina, los actores abandonan la escena y regresan exhaustos a sus vidas ordinarias; mientras que aquí los actores siguen apegados a sus personajes y se van por las calles saludando a unos y a otros como si se negaran a aceptar que el telón se bajó. Y lo curioso es que lejos de tomarlos por locos, no son pocos los que les siguen la corriente... La vieja idea de una familia sagrada no debería tener cabida... En España hay tres millones de niños que viven en el umbral de la pobreza...")
("... las locuras de Don Quijote tienen el poder de suspender por un momento el principio de realidad. Su función es abrir una grieta, y, más allá de la lógica, llevarnos a la comprensión profunda e inmediata de una verdad nueva... Nada que ver con la locura. La locura es no tener en cuenta a los otros y pocos héroes los han tenido tan en cuenta como el nuestro. La gran lección de sus aventuras es que un mundo sin justicia no merece la pena... La ironía, para Cervantes, es la capacidad de aceptar las contradicciones de la vida; de aceptar, en suma, que nada es de una sola manera")
("No vemos la realidad, sino sus múltiples simulacros... Vivimos bajo el signo de las copias y los ecos. Bajo del signo de la pobre ninfa Eco... Dos cosas nos diferencian de la delicada ninfa: la conciencia de su desdicha y su vocación de amor... Mirar tiene que ver con la atención, con la renuncia a poseer, es un acto de amor... Llegar a un lugar sin daño, eso es mirar. Solo el verdadero cine nos lleva a lugares donde ver y soñar se confunden")
("En los planes de estudio desaparecen las asignaturas, como la filosofía y la literatura, que hablan del jorobadito y su pandilla y se sustituyen por otras que solo buscan adoctrinar a los niños... la verdadera cultura no tiene que ver con el deseo de éxito o de notoriedad, sino con el deseo de ser y de saber. El verdadero lector no busca en los libros lo que le halaga o confirma, sino lo que le niega y disloca: busca lo que no tiene... Leer es tirar los dados de nuevo..." “Las músicas oídas son dulces, pero / más dulces son las no oídas”)
("Nuestra vida está llena de preguntas que no podemos evitar hacernos sin descanso. Para mantenerlas vivas y mitigar a la vez la angustia que nos produce no conocer sus respuestas existe el mundo de las fábulas y los cuentos, el mundo inagotable de la ficción. Estamos perdidos y buscamos un camino que transforme nuestra vida en una historia que merezca la pena contar, una historia que nos consuele con su belleza... las religiones nos dicen que ésta no es nuestra verdadera vida y que sólo la muerte puede conducirnos a ella; los cuentos, que el paraíso está en el mundo y que hay que vivir como si fuera posible alcanzarlo. El árbol que canta, el pájaro que habla y el agua de oro... leo para seguir el rastro de luz que dejan en la noche esas moritas cautivas de mi infancia")
("... no filma a los niños para decirnos cómo son sino para mostrarnos cuánto necesitamos su verdad. “Al contrario de lo que leo con frecuencia”, declara François Truffaut, “las películas no pueden hacerse con niños para comprenderlos mejor. Los niños deben ser filmados solo porque los amamos". El cine, en suma, como refugio de significado, esperanza de lo que no ha desaparecido" "En cada escena de la película ('El sol del membrillo') late la nostalgia de esa añorada comunidad humana. Una comunidad amenazada...")
("... también nosotros hemos renunciado a preguntarnos por las causas que hacen que las cosas sean así... ¿Por qué no se obliga a los bancos nacionalizados a dar crédito a las empresas que lo necesitan y no hay un banco público que se enfrente a un problema como el los desahucios? ¿Por qué se permiten los delirantes salarios de la banca? ¿Por qué si tenemos la misma moneda tenemos que pagar distintos intereses por la deuda? ... La última pregunta de Perceval, la más dolorosa de todas, solo puede ser entonces si puede llamarse democracia a esto que tenemos")
SUAVE PATRIA ("La única patria decente (...) es la infancia. Todos tenemos una patria así. En ella están los lugares en los que vivimos, la lengua con que aprendimos a nombrar el mundo y a disipar el miedo a la ausencia de los seres amados... Están los juegos misteriosos, las olorosas fiestas... las primeras lecturas... Y esa patria oculta, secreta, nada tiene que ver con las banderas, los himnos... los tertulianos y los equipos de fútbol que pueblan esos parques temáticos de la identidad a que tan proclives son todos los patriotismos...")
LO QUE AÚN ES NUESTRO (“Me sigo preguntando, añade, si existe algo así como una forma de esperanza en toda escritura poética. (...) Una esperanza que vive en el hecho de decir, y en el lenguaje mismo” (Elisa Martín Ortega, en El lugar de la palabra) No importa la deslealtad de cuantos habiendo sido elegidos para defender el bien común solo piensan en gobernar para sí mismos y los que son como ellos, no importa lo arrasado que descubramos este triste país ni lo injusta y vulgar que nos parezca la sociedad que compartimos, siempre que algo nos hace preguntarnos con asombro “¿qué es?”) LOS PAÍSES IMAGINADOS ("... La realidad está enferma y necesitamos el elixir de esa flor misteriosa que sólo en los países imaginados florece") POR UNA ESCUELA PÚBLICA, LAICA Y LITERARIA ("...Las palabras de la escuela deben ser ese ¡ábrete Sésamo! capaz de abrir las piedras y llevar al niño a la cueva donde se guardan los tesoros del corazón humano. Pero también, como las llamas de la cerillera, deben ayudarle a ver el mundo...")
LOS PLACERES SENCILLOS ("El fútbol es como el armario lleno de zapatos de Legrá: una colección de inolvidables momentos y luminosas imágenes que nos dicen que, más allá de nuestras congojas y conflictos cotidianos, en la vida existe la leve e incomprensible felicidad")
CONTRA LA CULTURA DEL DINERO ("Deberían ponerse en los colegios e institutos las películas de John Ford, deberían verlas sobre todo nuestros políticos de derechas y nuestros banqueros")
LA DECADENCIA DE LAS PALABRAS ("Es cierto, sin embargo, que muy pocas veces las palabras han valido menos que hoy... cuanto más hablamos y escuchamos hablar menos parece valer lo que decimos...")
SOBRE MARTÍN GARZO:
("Gustavo Martín Garzo, el portador compasivo de todas las palabras exiliadas, de la memoria, de la que estaba incluso antes de que en la cuna escucháramos la voz de la madre, la voz del lenguaje, el calor de su sonora mirada... la única locura consiste en no estar pendiente de los demás, de todos los otros que constituyen la materia prima que nos sostiene...")