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'EL ANGLICISMO DEPREDADOR', por Alex Grijelmo / 'ODA AL ING'

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Más sobre la humillante invasión de préstamos innecesarios (Tema 1, programación  de Lengua y Literatura de 2º de Bachillerato)
"... nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras equivalentes en español: cada una con su matiz adecuado a su contexto. Ocupan, pues, casillas de significado donde ya había residentes. Y así acaban con algunas ideas y con los vocablos que las representaban... La riqueza de nuestro lenguaje depende de lo que decimos pero también de lo que dejamos de decir... y por tanto perdemos. El problema no es que lleguen anglicismos, sino que se rodeen de cadáveres"


EL ANGLICISMO DEPREDADOR

Los anglicismos, galicismos y demás extranjerismos no causan alergias, ni hacen que baje el producto interior bruto, ni aumentan la contaminación ambiental. No matan a nadie.
No constituyen en sí mismos un mal para el idioma. Ahí está “fútbol”, por ejemplo, que viene de football y se instaló con naturalidad mediante su adaptación como voz llana en España y aguda en América. Se aportó en su día la alternativa “balompié”, y quedó acuñada en nombres como Real Betis Balompié, Albacete Balompié, Écija Balompié, Riotinto Balompié… o Balompédica Linense; pero la palabra “fútbol” acabó ocupando ese espacio y dejó “balompié” como recurso estilístico y tal vez como evocación de otras épocas.
“Fútbol”, eso sí, llegó a donde no había nada. Además, abonó su peaje; se supo adaptar a la ortografía y a la morfología de nuestro idioma, y progresó por él: “futbolístico”, “futbolero”, “futbolista”… Y venció ante una alternativa formada, sí, con los recursos propios del idioma pero que llegó más tarde.
Sin embargo, nos invaden ahora anglicismos que tenían palabras equivalentes en español: cada una con su matiz adecuado a su contexto. Ocupan, pues, casillas de significado donde ya había residentes. Y así acaban con algunas ideas y con los vocablos que las representaban. Se adaptarán quizás al español en grafía y fonética, pero habrán dejado antes algunas víctimas.
Llamamos a alguien “friki” (del inglés freak) y olvidamos “chiflado”, “extravagante”, “raro”, “estrafalario” o “excéntrico”. Necesitamos un password y dejamos a un lado “contraseña”, o “clave”. Se nos coló una nueva acepción de “ignorar” (por influencia de to ignore) que desplaza a “desdeñar”, “despreciar”, "desoír", “soslayar”, “marginar”, “desentenderse”, “hacer caso omiso”, “dar la espalda”, “omitir”, “menospreciar” o “ningunear”. Olvidamos los cromosomas de “evento” (algo “eventual”, inseguro; que acaece de improviso) y mediante la ya consagrada clonación de event se nos alejan “acto”, “actuación”, “conferencia”, “inauguración”, “presentación”, “festival”, “seminario”, “coloquio”, “debate”, “simposio”, “convención” y otras palabras más precisas del español que se refieren a un “acontecimiento” programado. Ya todo es un evento, aunque esté organizadísimo.
Elogiamos el know-how de una empresa y no recordamos “conocimiento”, “práctica”, “habilidad”, “destreza”, “saber hacer”. Se estableció “chequear” (de to check) y arrinconamos “verificar”, “comprobar”, “revisar”, “corroborar”, “examinar”, “controlar”, “cotejar”, “probar”… y tantos otros más adecuados en cada situación.
Se extiende ahora la palabra fake para descalificar un trabajo que falta a la verdad; y eso deja en el tintero expresiones como “manipulación”, “engaño”, “falsificación”, “embuste”, “farsa” o “patraña”. En los espacios sobre talentos musicales nos presentan a un coach, voz que se propaga en detrimento de “preparador”, “adiestrador”, “profesor”, “supervisor”, “entrenador”, “tutor”, “instructor”, “asesor”, “formador”...
Y en los últimos tiempos se expande entre los entendidos en la Red el anglicismo españolizado “banear”, que se relaciona con banns(amonestaciones) y to ban (prohibir). Su raíz no anda lejos del sustantivo “bandido” y del verbo “bandir”. El bandido era buscado a través de un “bando” (de ahí la palabra, con la que también se vinculan “contrabando” y “contrabandista”); y “bandir” equivale en su etimología a “proscribir”. Así pues, una persona “baneada” en Internet (porque insulta, calumnia, miente, altera el diálogo o usa palabras soeces) es alguien a quien se proscribe.
No pasa nada si pronuncian “banear” quienes se entienden con ese vocablo. Sí tendrán un problema si a causa de ello olvidan otras palabras más certeras para la ocasión: “vetar”, “expulsar”, “excluir”, “apartar”, “desterrar”, “sancionar”...
La riqueza de nuestro lenguaje depende de lo que decimos pero también de lo que dejamos de decir... y por tanto perdemos. El problema no es que lleguen anglicismos, sino que se rodeen de cadáveres.

 (Fuente: El País, 12-10-2014)


'ODA AL ING' 

En está ocasión he cambiado el formato
porque espero, querido lector,
que pases un buen rato.

Solo mencionando palabras acabadas en "-ing"
la rima me fluye con naturalidad
quedando demostrada esta habilidad
como si practicara el mejor branding.
No quiero ser presuntuoso ni presumir
pero sí quiero, en lo siguiente, insistir.

¿Qué se puede decir ante tal avalancha?
múltiples conceptos nos inundan; coaching, mentoring, networkmarketing...
que manejamos a diario en los meeting
como pago de alguna extraña revancha.

Esto de hacer rimas este blog me complica,
pero me gustaría señalar un tema que si aplica.
Sobre las ideas y teorías que se manejan a diario
cientos de ellas muy molonas
que se refieren, como no, al desarrollo de personas.

Por ello, antes de acudir a un proceso de training
recuerda que hay muchas que acaban en "-ing";
quizá sea provechoso hacer un buen screening
para embarcarte en tu proceso de desarrollo
por lo menos, con un buen feeling.

Unos y otros hablan y usan estos términos con cierta ligereza
y no es que me moleste tal falta de pureza;
quizá se haga por falta de tiempo, pereza o simpleza,
ante todo, reivindico, calidad en la toma de decisión
y un buen grado de certeza.

Pues nada más, desearos que tengais buena semana
con un poquito de learning y networking
para mejorar un poquito nuestro performing
y rematar la tarea de una forma muy sana.

(Javier Eizaguirre, en toptenhrs.blogspot)

ENTRADA RELACIONADA:


("Desde que las insignias se llaman pins; los homosexuales, gays; las comidas frías, lunchs, y los repartos de cine, castings, este país no es el mismo. Ahora es mucho más moderno.Durante muchos años, los españoles estuvimos hablando en prosa sin enteramos. Y, lo que es todavía peor, sin damos cuenta. siquiera de lo atrasados que estábamos. Los niños leían tebeos en vez de comics, los jóvenes hacían fiestas en vez de parties, los estudiantes pegaban posters creyendo que eran carteles, los empresarios hacían negocios en vez de business...")





'ECONOMISTAS IMPOSTORES', por Juan Torres / 'RAP DE HAYEK Y KEYNES'

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"... las entidades financieras vienen encargando desde hace años informes catastrofistas sobre el futuro de las pensiones públicas a economistas que erraban una vez tras otra en sus cálculos... lo que buscaban de ellos... mentiras que confundieran a la gente y les permitieran mas fácilmente quedarse con el ahorro de millones de familias y colocar sus productos financieros...

es constante la presencia de predicadores empeñados en hacerle creer a la gente que para crear empleo hay que bajar salarios y acabar con los derechos laborales y sociales, que el gasto social es el que ha provocado la deuda y todo ese tipo de falacias..."


ECONOMISTAS IMPOSTORES
Uno de los hechos más relevantes que la crisis ha permitido poner de manifiesto es las complicidad de muchos economistas con los grandes poderes financieros. Es verdad que eso era algo que se había dado siempre, pero en estos últimos años se ha hecho tan explícito que cada vez más gente se da cuenta de que tras muchos sesudos análisis de sofisticados economistas no hay más que superchería para que los grandes capitales ganen dinero.
Vicenç Navarro y yo hemos de denunciado en nuestro último libro conjunto (Lo que tiene que saber para que o te roben  la pensión. Espasa Libros. Barcelona 2013) que las entidades financieras vienen encargando desde hace años informes catastrofistas sobre el futuro de las pensiones públicas a economistas que erraban una vez tras otra en sus cálculos. Denunciamos allí con los datos por delante que entidades que se suponen que son muy cuidadosas con el dinero lo han tirado por la ventana pagando a economistas que nunca, absolutamente nunca, han acertado en sus previsiones. Obviamente, porque lo que buscaban de ellos no era un conocimiento riguroso y veraz de la realidad sino mentiras que confundieran a la gente y les permitieran mas fácilmente quedarse con el ahorro de millones de familias y colocar sus productos financieros.
Pero si el comportamiento de los bancos que han recurrido a economistas tan desacertados es vergonzoso, mucho más los es, naturalmente, el de estos últimos, que no han tenido problema para ponerse al servicio de amos tan poco escrupulosos.
En estos últimos años de crisis también se ha descubierto el papel igualmente cómplice y culpable de los economistas que se han dedicado a decir que el incremento continuo de la deuda y la especulación en los mercados financieros no representaba ningún problema. Es lo que han dicho en España economistas como Jaime Caruana cuando era gobernador del Banco de España (a quien ahora le han pagado su vergonzosa complicidad con los bancos privados nada menos que con la dirección general del Banco Internacional de Pagos), y lo mismo que él otros directivos, solo para que los bancos pudieran seguir haciendo un negocio irresponsable que nos ha llevado a donde ahora estamos.
En los medios de comunicación es constante la presencia de predicadores empeñados en hacerle creer a la gente que para crear empleo hay que bajar salarios y acabar con los derechos laborales y sociales, que el gasto social es el que ha provocado la deuda y todo ese tipo de falacias que otros economistas críticos han demostrado claramente que son falsas pero que no pueden difundir en las mismas condiciones de privilegio que los neoliberales tienen en los medios y en todo tipo de tribunas.
En fin, en estos años se ha hecho evidente la gran razón que llevaba el profesor José Luis Sampedro cuando decía que “hay dos tipos de economistas: los que trabajan para hacer más ricos a los ricos y los que trabajamos para hacer menos pobres a los pobres”.
Pero en los últimos días se está comprobando además que los economistas que actúan al servicio de los grandes poderes no lo hacen precisamente por amor al arte. Entre las personas (que omito calificar como quisiera hacerlo) que se han descubierto utilizando a mansalva las tarjetas de Caja Madrid se encuentran algunos economistas (supongo que habrá más con esta titulación pero me refiero a los que me parecen de presencia más significativa) cuya presencia en un listado de esas características es reveladora.
Me refiero principalmente a Rodrigo Rato, Alberto Recarte y Juan José Iranzo.
Al primero de ellos no hay que presentarlo. Es  el responsable directo de los cambios que dieron lugar a la burbuja inmobiliaria en España, bien liberalizando el suelo, bien estableciendo el régimen fiscal favorable al endeudamiento que incentivó que se generase la bola de deuda privada que nos aplasta, protegiendo siempre a los grandes bancos y empresas como las que ahora le dan millonario cobijo en sus consejos de administración. Su defensa a ultranza de la libertad de mercado y de la austeridad no le impide hacer ascos, como acabamos de ver, al uso libérrimo del dinero ajeno.
Los dos siguientes son dos conocidos telepredicadores de la libertad de mercado. El liberalismo del primero y su férrea y permanente condena de despilfarro público no fueron óbice para recurrir a la financiación opaca del PP para sacar adelante sus plataformas mediáticas. Y, como ahora comprobamos, la defensa de la eficiencia y la austeridad o la condena de gasto público tampoco le suponen barreras para disponer del dinero de los demás.
no solo basta con perseguir a estos impostores. La sociedad debe defenderse de las patrañas económicas que se difunden constantemente
Iranzo es otro ejemplo de impostura en grado sumo, un experto en la combinación del fundamentalismo liberal con la compra con el dinero de los contribuyentes de lencería, joyas y otros regalos, por cierto adquiridos casi siempre en horas más bien intempestivas. Además de ser decano del Colegio de Economistas de Madrid o miembro de la Real Academia de Doctores (¡se han lucido ambas instituciones) es consejero de diversas empresas y suele estar siempre presente allí donde se imparte doctrina liberal. Basta ver su curriculum para comprobar que, como los anteriores, es otro destacado miembro del establishment económico, financiero, mediático y político español, de una auténtica oligarquía o casta como ahora se dice cuya existencia niegan quienes, como estos elementos, hace años que vienen formando parte de consejos, altas instituciones y demás centros de poder.
No creo que sea casualidad que entre los alegres usuarios de las tarjetas de marras se encuentren doctrinarios de este pelaje, o gestores como Estanislao Rodríguez-Ponga, ex Secretario de Estado de hacienda con Aznar, otro que siempre ha pregonado la imperiosa necesidad de recortar gastos de bienestar y privatizar para evitar el despilfarro que supone, como dicen todos los liberales de este tipo, el sector público.
Y no sería justo si a estos impostores no añadiera a otros que han ido revestido de izquierdismo y con la doctrina marxista siempre en la boca, como Moral Santín, que fue uno de los grandes  urdidores de la trama verdaderamente criminal en la que se había convertido la gestión de Caja Madrid. Tampoco él ha tenido empacho en embolsarse 456.500 euros mediante las famosas tarjetas, además de los otros tantos, o quizá más quién sabe, que cobraba por su pertenencia a los diversos consejos de los que formaba parte en virtud del pacto que (no sé si él solo o su formación política) mantenía con el PP en Caja Madrid.
La conclusión que me parece igualmente evidente es que no solo basta con perseguir a estos impostores. La sociedad debe defenderse de las patrañas económicas que se difunden constantemente y es imprescindible que la ciudadanía tenga acceso a un debate profundo, abierto, auténticamente plural y permanente sobre las cuestiones económicas que le afectan. Garantizarlo es una cuenta pendiente y un reto principal de cualquier gobierno realmente comprometido con la democracia.
(Fuente: publico.es)

'RAP DE HAYEK Y KEYNES'




OTROS ARTÍCULOS DEL AUTOR EN ESTE SITIO:

ESPAÑA EN MANOS DE SINVERGÜENZAS Y LADRONES / 'EL BUSCÓN' DE QUEVEDO (fragmento)

("... dar por hecho que el temor a esa reacción debe llevar a la sumisión y decir que poner en cuestión el poder oligárquico es una amenaza para la economía española es como haberle dicho a los esclavos que se mantuvieran quietos porque si reclamaban la abolición provocarían una sangrienta reacción de sus amos" "Porque no querrían que donde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros", 'El Buscón') 

("Los partidos mayoritarios han convertido instituciones esenciales para la convivencia democrática, como el Tribunal Constitucional, el de Cuentas, el Consejo Superior del Poder Judicial, el Tribunal Supremo o la Fiscalía, en meros instrumentos de partido... Controlan a su antojo los medios de comunicación públicos.... Se reparten con opacidad cientos de millones de ayudas del Estado, basan su predominio en una ley electoral injusta y conforman un oligopolio político que resuelve con pleno acuerdo las grandes cuestiones... La monarquía... ha desempeñado un papel central en el mantenimiento de todo este lamentable estado de cosas"

("...Para justificar su política de apoyo a la banca mienten a los ciudadanos sobre el origen y naturaleza de la deuda y les dicen una y otra vez que lo urgente es aliviarla y moderar la demanda adicional de financiación (porque hemos vivido, dicen, por encima de nuestras posibilidades) y que ello solo se puede conseguir reduciendo los salarios y recortando el gasto público... "...Ahora bien. Ya no basta con creer que asistimos a un fracaso indisimulable de la política económica por culpa de errores o de una mala coyuntura. Las políticas de austeridad y recorte de derechos económicos sociales fallan porque simplemente se orientan a distribuir ingresos a favor del gran capital y a aumentar el poder de sus propietarios. Y si tomamos en cuenta el daño que conscientemente están haciendo a millones de seres humanos hemos de reconocerlas no como un error, sino como un crimen económico. "

(".... Han demostrado a las claras que el afecto que dicen sentir por la Constitución tiene un límite tajante: los intereses de la banca y los privilegios de los banqueros, los amos verdaderos de unos partidos que mantienen su poder y ventaja electoral gracias a los préstamos y a las ayudas de todo tipo que con infinita generosidad les conceden desde hace años las mismas entidades que son inflexibles ante las familias sin ingresos que no pueden pagar sus hipotecas.")

("Los españoles no tenemos por qué aceptar la traición de nuestros gobernantes y la imposición de políticas injustas y basadas en mentiras, que solo benefician a las minorías privilegiadas, ya salgan de La Moncloa, de Bruselas o del mismo infierno.")
("Se ríen de nosotros porque una vez más nos están robando delante de nuestra mismos ojos... En España es nuestro propio gobierno quien se ríe de nosotros engañándonos sin piedad.")

ENTREVISTA A VICENÇ NAVARRO Y JUAN TORRES
("La única fuerza que puede cambiar el rumbo de las cosas es la fuerza de la gente, movilizándose y desobedeciendo a lo que es injusto" "Esta crisis es la sucesión de muchas estafas: fue una estafa la difusión de hipotecas basura; fue una estafael papel que jugaron las agencias de calificación al decir que esas hipotecas eran buenas; fue una estafa que los bancos centrales y las agencias de supervisión miraran para otro lado; fue una estafa decir que ayudar a los bancos iba a servir para que aumentara el crédito; han sido una estafa todas las reformas financieras que se han hecho; es una estafa aprovechar la crisis para hacer reformas laborales; es una estafa que se haya querido convertir la deuda privada que han creado los bancos en deuda pública. Todo es una estafa continuada." "Debería instaurarse el delito económico contra la humanidad")
 
UNA CRISIS DE VERDAD Y MUCHAS MENTIRAS COMO RESPUESTA (fragmentos seleccionados del capítulo del libro 'Reacciona')

("El colectivo de Técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha) estima que la evasión fiscal de las grandes fortunas, corporaciones empresariales y grandes empresas alcanzó los 42.711 millones de euros en 2010 (Actualidad Gestha: El 72% del fraude fiscal lo hacen grandes empresas). O sea, el 37% de lo que cuestan los más de tres millones de empleados públicos españoles, y casi la mitad de los 92.000 millones de déficit público de ese ejercicio. Es evidente, pues, que la patronal no propone reducir el número de funcionarios (como también recortar el gasto en educación, en salud, en pensiones o en servicios a las personas dependientes) porque aquí se gaste mucho en esos conceptos sino porque quieren que las grandes fortunas y los grandes capitales defrauden aún más y paguen todavía menos a Hacienda")





'WE NO WHO U R', NICK CAVE & THE BAD SEEDS

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"... el emboscado risueño, César Figueras, ha lanzado otro artefacto lumninoso al aire, y su onda expansiva nos ha envuelto, nos ha embriagado, y nos ha soltado, solos, dulcemente desamparados, en ese bosque oscuro, de sensaciones inciertas, de miedos deseados, de amable ceguera, de piernas vaciadas, de senderos imposibles que siempre acaban en el vientre de la voz, de la voz de Nick Cave"


El emboscado, ese ser leyenda urbana, ese altavoz musical que sólo se deja ver las oscuras noches de sábado, si a la impertinente luna llena no le da por hacer acto de insolente presencia, el emboscado risueño, César Figueras, ha lanzado otro artefacto luminoso al aire, y su onda expansiva nos ha envuelto, nos ha embriagado, y nos ha soltado, solos, dulcemente desamparados, en ese bosque oscuro, de sensaciones inciertas, de miedos deseados, de amable ceguera, de piernas vaciadas, de senderos imposibles que siempre acaban en el vientre de la voz, de la voz de Nick Cave.

Y, aunque el propio Nick afirme que ellos "saben quiénes somos, dónde vivimos y que no hay necesidad de perdonar", nosotros, cuando esas palabras derramadas y acogidas en versos imposibles terminan de introducirse en nuestras venas abiertas, en nuestros oídos hambrientos, nosotros ya no sabemos si somos el árbol, el pájaro que canta, o, simplemente, la luz ambigua que emana del rocío, allí en lo hondo del bosque.

Y puede que sea cierto, que no hay ningún lugar adecuado para descansar, pero, de cualquier modo, es gustoso permanecer atrapados, como sombras, en el interior de una melodía que nos abraza mientras nos asusta, como caricias oscuras que ablandan nuestra voluntad... se hace imposible salir corriendo, ¿para qué? Los enormes susurros de Cave ya nos han atado... ya sólo podemos quedarnos y escuchar una y otra vez esta canción, respirar en ella.

El propio emboscado envolvió su regalo con un extraño papel en el que, con alguna dificultad, se podían leer las siguientes palabras "... las punzadas arrítmicas de Nick, que sabe dominar la inquietante melodía . De no ser por esa voz y la tranquila mala hostia que maneja dicha melodía se hubiera ido con Tom Waits ", de cañas, supongo yo, allá en el último tugurio de la ciudad, ese en el que las sombras de todos bailan felices, sin que ninguna palabra arrogante ose importunarlas.
(LEI)

"Tree don’t care what a little bird sings

We go down with the due in the morning light
The tree don’t know what the little bird brings
We go down with the due in the morning
And we breathe, in it..."




LETRA:

Tree don’t care what a little bird sings
We go down with the due in the morning light
The tree don’t know what the little bird brings
We go down with the due in the morning
And we breathe, in it
There is no need to forgive
Breathe, in it, there is no need to forgive
(again)
The trees will stand like ṗleading hands
We go down with the due in the morning light
The trees all stand like ṗleading hands
We go down with the due in the morning light
And we breathe it in
There is no need to forgive
Breathe it in, there is no need to forgive
(again)

The trees will burn with blackened hands
We return with the light of the evening
The trees will burn blackened hands
Nowhere to rest, with nowhere to land

And we know who you are
And we know where you live
And we know there’s no need to forgive

And we know who you are
And we know where you live
And we know there’s no need to forgive

And we know who you are
And we know where you live
And we know there’s no need to forgive

And we know who you are
And we know where you live
And we know there’s no need to forgive again




'EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA' (selección de capítulos, primera serie) / QUIJOTE INTERACTIVO (BNE)

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En el Departamento de Lengua y Literatura del IES Cristóbal Colón vamos a proponer a nuestros alumnos de 1º de Bachillerato la lectura de una selección de capítulos de la obra de Cervantes. Creemos que dicha selección, aliviándoles de la obligaciónde leer la obra íntegra, puede, quizá, servir de acicate para que esa lectura completa se realice con posterioridad. Pensamos que si, incluso cuando nos hartamos de pensar en libros adecuados para ellos, tampoco está garantizado el éxito de ese deber (que al parecer sólo se nos ha encomendado a nosotros) de fomentar la lectura, volver a los clásicos puede ser una idea eficaz, incluso revolucionaria. Os dejamos aquí la primera serie de capítulos escogidos.


Capítulo I “Que trata de la condición y ejercicio del famoso hidalgo don Quijote de la Mancha

Capítulo VI “Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo”

Capítulo XII “De lo que contó un cabrero a los que estaban con don Quijote”

Capítulo XIII “Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos”

Capítulo XXII “De la libertad que dio don Quijote a muchos desdichados que, mal de su grado, los llevaban donde no quisieran ir”

Capítulo XXXIII y siguientes sobre la novela de “El curioso impertinente”

Capítulo XXXVIII “Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras”

Capítulos XXXIX, XL Y XLI “La historia del cautivo”

Sugerimos, a modo de introducción, la lectura del siguiente artículo de Gustavo Martín Garzo: 'EL CABALLERO DE LA PALABRA' y el visionado del primer capítulo de la serie televisiva producida por RTVE, dirigida por Manuel Gutierrez Aragón




CAPÍTULO PRIMERO

Que trata de la condición y ejercicio del famoso y valiente hidalgo
 don Quijote de la Mancha



"... En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio..."

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor. Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían sayo de velarte, calzas de velludo para las fiestas con sus pantuflos de lo mismo, los días de entre semana se honraba con su vellori de lo más fino. Tenía en su casa una ama que pasaba de los cuarenta, y una sobrina que no llegaba a los veinte, y un mozo de campo y plaza, que así ensillaba el rocín como tomaba la podadera. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años, era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro; gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada (que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben), aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llama Quijana; pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad.
Es, pues, de saber, que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año) se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas hanegas de tierra de sembradura, para comprar libros de caballerías en que leer; y así llevó a su casa todos cuantos pudo haber dellos; y de todos ningunos le parecían tan bien como los que compuso el famoso Feliciano de Silva: porque la claridad de su prosa, y aquellas intrincadas razones suyas, le parecían de perlas; y más cuando llegaba a leer aquellos requiebros y cartas de desafío, donde en muchas partes hallaba escrito: la razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura, y también cuando leía: los altos cielos que de vuestra divinidad divinamente con las estrellas se fortifican, y os hacen merecedora del merecimiento que merece la vuestra grandeza. Con estas y semejantes razones perdía el pobre caballero el juicio, y desvelábase por entenderlas, y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara, ni las entendiera el mismo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estaba muy bien con las heridas que don Belianis daba y recibía, porque se imaginaba que por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejaría de tener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales; pero con todo alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquella inacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma, y darle fin al pie de la letra como allí se promete; y sin duda alguna lo hiciera, y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se lo estorbaran.

Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar (que era hombre docto graduado en Sigüenza), sobre cuál había sido mejor caballero, Palmerín de Inglaterra o Amadís de Gaula; mas maese Nicolás, barbero del mismo pueblo, decía que ninguno llegaba al caballero del Febo, y que si alguno se le podía comparar, era don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, porque tenía muy acomodada condición para todo; que no era caballero melindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentía no le iba en zaga.

En resolución, él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo.

Decía él, que el Cid Ruy Díaz había sido muy buen caballero; pero que no tenía que ver con el caballero de la ardiente espada, que de sólo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio, porque en Roncesvalle había muerto a Roldán el encantado, valiéndose de la industria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entre los brazos. Decía mucho bien del gigante Morgante, porque con ser de aquella generación gigantesca, que todos son soberbios y descomedidos, él solo era afable y bien criado; pero sobre todos estaba bien con Reinaldos de Montalbán, y más cuando le veía salir de su castillo y robar cuantos topaba, y cuando en Allende robó aquel ídolo de Mahoma, que era todo de oro, según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor de Galalón, al ama que tenía y aun a su sobrina de añadidura.

En efecto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario, así para el aumento de su honra, como para el servicio de su república, hacerse caballero andante, e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar las aventuras, y a ejercitarse en todo aquello que él había leído, que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todo género de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros, donde acabándolos, cobrase eterno nombre y fama.

Imaginábase el pobre ya coronado por el valor de su brazo por lo menos del imperio de Trapisonda: y así con estos tan agradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentía, se dió priesa a poner en efecto lo que deseaba. Y lo primero que hizo, fue limpiar unas armas, que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón. Limpiólas y aderezólas lo mejor que pudo; pero vió que tenían una gran falta, y era que no tenía celada de encaje, sino morrión simple; mas a esto suplió su industria, porque de cartones hizo un modo de media celada, que encajada con el morrión, hacía una apariencia de celada entera. Es verdad que para probar si era fuerte, y podía estar al riesgo de una cuchillada, sacó su espada, y le dió dos golpes, y con el primero y en un punto deshizo lo que había hecho en una semana: y no dejó de parecerle mal la facilidad con que la había hecho pedazos, y por asegurarse de este peligro, lo tornó a hacer de nuevo, poniéndole unas barras de hierro por de dentro de tal manera, que él quedó satisfecho de su fortaleza; y, sin querer hacer nueva experiencia de ella, la diputó y tuvo por celada finísima de encaje. Fue luego a ver a su rocín, y aunque tenía más cuartos que un real, y más tachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis, et ossa fuit, le pareció que ni el Bucéfalo de Alejandro, ni Babieca el del Cid con él se igualaban. Cuatro días se le pasaron en imaginar qué nombre le podría: porque, según se decía él a sí mismo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, y tan bueno él por sí, estuviese sin nombre conocido; y así procuraba acomodársele, de manera que declarase quien había sido, antes que fuese de caballero andante, y lo que era entones: pues estaba muy puesto en razón, que mudando su señor estado, mudase él también el nombre; y le cobrase famoso y de estruendo, como convenía a la nueva orden y al nuevo ejercicio que ya profesaba: y así después de muchos nombres que formó, borró y quitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al fin le vino a llamar ROCINANTE, nombre a su parecer alto, sonoro y significativo de lo que había sido cuando fue rocín, antes de lo que ahora era, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar DON QUIJOTE, de donde como queda dicho, tomaron ocasión los autores de esta tan verdadera historia, que sin duda se debía llamar Quijada, y no Quesada como otros quisieron decir. Pero acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya, y llamarse DON QUIJOTE DE LA MANCHA, con que a su parecer declaraba muy al vivo su linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della.


Limpias, pues, sus armas, hecho del morrión celada, puesto nombre a su rocín, y confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma. Decíase él: si yo por malos de mis pecados, por por mi buena suerte, me encuentro por ahí con algún gigante, como de ordinario les acontece a los caballeros andantes, y le derribo de un encuentro, o le parto por mitad del cuerpo, o finalmente, le venzo y le rindo, ¿no será bien tener a quién enviarle presentado, y que entre y se hinque de rodillas ante mi dulce señora, y diga con voz humilde y rendida: yo señora, soy el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, a quien venció en singular batalla el jamás como se debe alabado caballero D. Quijote de la Mancha, el cual me mandó que me presentase ante la vuestra merced, para que la vuestra grandeza disponga de mí a su talante? ¡Oh, cómo se holgó nuestro buen caballero, cuando hubo hecho este discurso, y más cuando halló a quién dar nombre de su dama! Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque según se entiende, ella jamás lo supo ni se dió cata de ello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a esta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla DULCINEA DEL TOBOSO, porque era natural del Toboso, nombre a su parecer músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto.


CAPÍTULO VI

Del donoso y grande escrutinio que el cura y el barbero hicieron en la librería de nuestro ingenioso hidalgo

"... Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan..."


El cual aún todavía dormía. Pidió las llaves a la sobrina del aposento donde estaban los libros autores del daño, y ella se las dió de muy buena gana. Entraron dentro todos, y el ama con ellos, y hallaron más de cien cuerpos de libros grandes muy bien encuadernados, y otros pequeños; y así como el ama los vió, volvióse a salir del aposento con gran priesa, y tornó luego con una escudilla de agua bendita y un hisopo, y dijo: tome vuestra merced, señor licenciado; rocíe este aposento, no esté aquí algún encantador de los muchos que tienen estos libros, y nos encanten en pena de la que les queremos dar echándolos del mundo. Causó risa al licenciado la simplicidad del ama, y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego. No, dijo la sobrina, no hay para qué perdonar a ninguno, porque todos han sido los dañadores, mejor será arrojarlos por las ventanas al patio, y hacer un rimero de ellos, y pegarles fuego, y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo. Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dió en las manos, fue los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: parece cosa de misterio esta, porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen de este; y así me parece que como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos sin excusa alguna condenar al fuego. No, señor, dijo el barbero, que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto, y así, como a único en su arte, se debe perdonar. Así es verdad, dijo el cura, y por esa razón se le otorga la vida por ahora. Veamos ese otro que está junto a él. Es, dijo el barbero, Las sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula. Pues es verdad, dijo el cura, que no le ha de valer al hijo la bondad del padre; tomad, señora ama, abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer. Hízolo así el ama con mucho contento, y el bueno de Esplandián fue volando al corral, esperando con toda paciencia el fuego que le amenazaba. Adelante, dijo el cura. Este que viene, dijo el barbero, es Amadís de Grecia, y aun todos los de este lado, a lo que creo, son del mismo linaje de Amadís. Pues vayan todos al corral, dijo el cura, que a trueco de quemar a la reina Pintiquiniestra, y al pastor Darinel, y a sus églogas, y a las endiabladas y revueltas razones de su autor, quemara con ellos al padre que me engendró, si anduviera en figura de caballero andante. De ese parecer soy yo, dijo el barbero. Y aun yo, añadió la sobrina. Pues así es, dijo el ama, vengan, y al corral con ellos. Diéronselos, que eran muchos, y ella ahorró la escalera, y dió con ellos por la ventana abajo. ¿Quién es ese tonel? dijo el cura. Este es, respondió el barbero, Don Olicante de Laura. El autor de ese libro, dijo el cura, fue el mismo que compuso a Jardín de Flores, y en verdad que no sepa determinar cuál de los dos libros es más verdadero, o por decir mejor, menos mentiroso; solo sé decir que este irá al corral por disparatado y arrogante. Este que sigue es Florismarte de Hircania, dijo el barbero. ¿Ahí está el señor Florismarte? replicó el cura. Pues a fe que ha de parar presto en el corral a pesar de su extraño nacimiento y soñadas aventuras, que no da lugar a otra cosa la dureza y sequedad de su estilo; al corral con él, y con ese otro, señora ama. Que me place, señor mío, respondió ella... y con mucha alegría ejecutaba lo que era mandado. Este es El caballero Platir, dijo el barbero. Antiguo libro es ese, dijo el cura, y no hallo en él cosa que merezca venia; acompañe a los demás sin réplica... Y así fue hecho. Abrióse otro libro, y vieron que tenía por título El caballero de la Cruz. Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir tras la cruz está el diablo: vaya al fuego. Tomando el barbero otro libro, dijo: Este es Espejo de Caballerías. Ya conozco a su merced, dijo el cura: ahí anda el señor Reinaldos del Montalban con sus amigos y compañeros, más ladrones que Caco, y los doce Pares con el verdadero historiador Turpin; y en verdad que estoy por condenarlos no más que a destierro perpetuo, siquiera porque tienen parte de la invención del famoso Mato Boyardo, de donde también tejió su tela el cristiano poeta Ludovico Ariosto, al cual, si aquí le hallo, ya que habla en otra lengua que la suya, no le guardaré respeto alguno; pero si habla en su idioma, le pondré sobre mi cabeza. Pues yo le tengo en italiano, dijo el barbero, mas no le entiendo. Ni aun fuera bien que vos le entendiérais, respondió el cura; y aquí le perdonáramos al señor capitán, que no le hubiera traído a España, y hecho castellano; que le quitó mucho de su natural valor, y lo mismo harán todos aquellos que los libros de verso quisieren volver en otra lengua, que por mucho cuidado que pongan y habilidad que muestren, jamás llegarán al punto que ellos tienen en su primer nacimiento. Digo, en efecto, que este libro y todos los que se hallaren, que tratan de estas cosas de Francia, se echen y depositen en un pozo seco, hasta que con más acuerdo se vea lo que se ha de hacer de ellos, exceptuando a un Bernardo del Carpio, que anda por ahí, y a otro llamado Roncesvalles, que estos, en llegando a mis manos, han de estar en las del alma, y de ellas en las del fuego, sin remisión alguna. Todo lo confirmó el barbero, y lo tuvo por bien y por cosa muy acertada, por entender que era el cura tan buen cristiano y tan amigo de la verdad, que no diría otra cosa por todas las del mundo. Y abriendo otro libro, vió que era Palmerín de Oliva, y junto a él estaba otro que se llamaba Palmerín de Inglaterra, lo cual, visto por el licenciado, dijo: esa oliva se haga luego rajas y se queme, que aun no queden de ella las cenizas, y esa palma de Inglaterra se guarde y se conserve como cosa única, y se haga para ella otra caja como la que halló Alejandro en los despojos de Darío, que la diputó para guardar en ellas las obras del poeta Homero. Este libro, señor compadre, tiene autoridad por dos cosas: la una porque él por sí es muy bueno, y la otra, porque es fama que le compuso un discreto rey de Portugal. Todas las aventuras del castillo de Miraguarda son bonísimas y de grande artificio, las razones cortesanas y claras que guardan y miran el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que este y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan. No, señor compadre, replicó el Barbero, que este que aquí tengo es el afamado Don Belianís. Pues ese, replicó el cura, con la segunda y tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la fama, y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto tenedlos vos, compadre, en vuestra casa; mas no lo dejéis leer a ninguno. Que me place, respondió el barbero, y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes, y diese con ellos en el corral. No lo dijo a tonta ni a sorda, sin o a quien tenía más gana de quemarlos que de echar una tela por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana. Por tomar muchos juntos se le cayó uno a los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vió que decía: Historia del famoso caballero Tirante el Blanco. Válame Dios dijo el cura, dando una gran voz; ¡que aquí esté Tirante Blanco! Dádmele acá, compadre, que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Kirieleison de Montalván, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalván y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con Alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora emperatriz enamorada de Hipólito su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es este el mejor libro del mundo; aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas, y hacen testamento antes de su muerte, con otras cosas de que todos los demás libros de este género carecen. Con todo eso, os digo que merecía el que lo compuso, pues no hizo tantas necedades de industria, que le echaran a galeras por todos los días de su vida. Llevadle a casa y leedle, y veréis que es verdad cuanto de él os he dicho. Así será, respondió el barbero; pero ¿qué haremos de estos pequeños libros que quedan? Estos, dijo el cura, no deben de ser de caballerías, sino de poesía; y abriendo uno, vió que era la Diana, de Jorge de Montemayor, y dijo (creyendo que todos los demás eran del mismo género:) estos no merecen ser quemados como los demás, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entretenimiento, sin perjuicio de tercero. ¡Ay, señor!, dijo la sobrina. Bien los puede vuestra merced mandar quemar como a los demás, porque no sería mucho que habiendo sanado mi señor tío de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que sería peor, hacerse poeta, que, según dicen, es enfermedad incurable y pegadiza. Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien, quitarle a nuestro amigo este tropiezo y ocasión de delante. Y pues comenzamos por la Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros. Este que se sigue, dijo el barbero, es la Dianallamada Segunda del Salmantino; y este otro, que tiene el mismo nombre, cuyo autor es Gil Polo. Pues la del Salmantino, respondió el cura, acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mismo Apolo; y pase adelante, señor compadre, y démonos priesa, que se va haciendo tarde. Este libro es, dijo el barbero abriendo otro, los diez libros de Fortuna de Amor, compuesto por Antonio de Lofraso, poeta sardo. Por las órdenes que recibí, dijo el cura, que desde que Apolo fue Apolo, y las musas musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que por su camino es el mejor y el más único de cuantos de este género han salido a la luz del mundo; y el que no le ha leído puede hacer cuenta que no ha leído jamás cosa de gusto. Dádmele acá, compadre, que precio más de haberle hallado, que si me dieran una sotana de raja de Florencia. Púsole aparte con grandísimo gusto, y el Barbero prosiguió diciendo: Estos que siguen son el Pastor de Iberia, Ninfas de Henares y Desengaño de Zelos. Pues no hay más que hacer, dijo el cura, sino entregárselos al brazo seglar del ama, y no se me pregunte el porqué, que sería nunca acabar. Este que viene es el Pastor de Filida. No es ese pastor, dijo el cura, sino muy discreto cortesano; guárdese como joya preciosa. Este grande que aquí viene se intitula, dijo el barbero, Tesoro de varias poesías. Como ellas no fueran tantas, dijo el cura, fueran más estimadas; menester es que este libro se escarde y limpie de algunas bajezas que entre sus grandezas tiene; guárdese, porque su autor es amigo mío, y por respeto de otras más heroicas y levantadas obras que ha escrito. Este es, siguió el barbero, el Cancionero de López Maldonado. También el autor de ese libro, replicó el cura, es grande amigo mío, y sus versos en su boca admiran a quien los oye, y tal es la suavidad de la voz con que los canta, que encanta; algo largo es en las églogas, pero nunca lo bueno fue mucho, guárdese con los escogidos. Pero ¿qué libro es ese que está junto a él? La Galatea de Miguel de Cervantes, dijo el barbero. Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención, propone algo y no concluye nada. Es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se vé, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre. Que me place, respondió el barbero; y aquí vienen tres todos juntos: laAraucana de don Alonso de Ercilla; la Austríada de don Juan Rufo, jurado de Córdoba y el Montserrat de Cristóbal de Virues, poeta valenciano. Todos estos tres libros, dijo el cura, son los mejores que en verso heroico, en lengua castellana están escritos, y pueden competir con los más famosos de Italia: guárdense como las más ricas prendas de poesía que tiene España. Cansóse el cura de ver más libros, y así a carga cerrada, quiso que todos los demás se quemasen; pero ya tenía abierto uno el barbero que se llamaba Las lágrimas de Angélica. Lloráralas yo, dijo el cura en oyendo el nombre, si tal libro hubiera mandado quemar, porque su autor fue uno de los famosos poetas del mundo, no sólo de España, y fue felicísimo en la traducción de algunas fábulas de Ovidio.


CAPÍTULO XII


De lo que contó un cabrero a los que estaban con Don Quijote

"... quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debe de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas..."

Estando en esto llegó otro mozo de los que les traían de la aldea el bastimento, y dijo: ¿sabéis lo que pasa en el lugar, compañeros? ¿cómo lo podemos saber? respondió uno de ellos. Pues sabed, prosiguió el mozo, que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado Grisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de la aldea, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de pastora por esos andurriales. Por Marcela dirás, dijo uno. Por esa digo, respondió el cabrero; y es lo bueno, que mandó en su testamento que le enterrasen en el campo como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde está la fuente del alcornoque, porque según es fama (y él dicen que lo dijo) aquel lugar es adonde él la vio la vez primera. Y también mandó otras cosas tales, que los abades del pueblo dicen que no se han de cumplir ni es bien que se cumplan, porque parecen de gentiles. A todo lo cual responde aquel gran su amigo Ambrosio el estudiante, que también se vistió de pastor con él, que se ha de cumplir todo sin faltar nada como lo dejó mandado Grisóstomo, y sobre esto anda el pueblo alborotado, mas a lo que se dice, en fin se hará lo que Ambrosio y todos los pastores sus amigos quieren, y mañana le vienen a enterrar con gran pompa adonde tengo dicho; y tengo para mí que ha de ser cosa muy de ver, a lo menos yo no dejaré de ir a verla, si supiese no volver mañana al lugar. Todos haremos lo mismo, respondieron los cabreros, y echaremos suertes a quien ha de quedar a guardar las cabras de todos. Bien dices Pedro, dijo uno de ellos, aunque no será menester usar de esa diligencia, que yo me quedaré por todos; y no lo atribuyas a virtud y a poca curiosidad mía, sino a que no me deja andar el garrancho que el otro día me pasó este pie. Con todo esto, te lo agradecemos, respondió Pedro.

Y Don Quijote rogó a Pedro le dijese qué muerto era aquel y qué pastora aquella. A lo cual Pedro respondió, que lo que sabía era que el muerto era un hijodalgo rico, vecino de un lugar que estaba en aquellas sierras, el cual había sido estudiante muchos años en Salamanca, al cabo de los cuales había vuelto a su lugar con opinión de muy sabio y muy leído.

Principalmente decían que sabía la ciencia de las estrellas, y de lo que pasaban allá en el cielo el sol y la luna, porque puntualmente nos decía el cris del sol y de la luna. Eclipse se llama, amigo, que no cris, el escurecerse esos dos luminares mayores, dijo Don Quijote. Mas Pedro, no reparando en niñerías, prosiguió su cuento, diciendo: asimesmo adivinaba cuando había de ser el año abundante o estil. Estéril queréis decir, amigo, dijo Don Quijote. Estéril, o estil, respondió Pedro, todo se sale allá. Y digo que, con esto que decía, se hicieron su padre y sus amigos que le daban crédito muy ricos, porque hacían lo que él les aconsejaba, diciéndoles: sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada; el que viene será de guilla de aceite; los tres siguientes no se cogerá gota. Esa ciencia se llama Astrología, dijo Don Quijote. No sé yo cómo se llama, replicó Pedro, mas sé que todo esto sabía y aún más. Finalmente no pasaron muchos meses después que vino de Salamanca, cuando un día remaneció vestido de pastor con su cayado y pellico, habiéndose quitado los hábitos largos que como escolar traía, y juntamente se vistió con él de pastor otro su grande amigo llamado Ambrosio, que había sido su compañero en los estudios. Olvidábaseme decir cómo Grisóstomo el difunto fue grande hombre de componer coplas, tanto que él hacía los villancicos para la noche del Nacimiento del Señor, y los autos para el día de Dios, que los representaban los mozos de nuestro pueblo, y todos decían que eran por el cabo. Cuando los del lugar vieron tan de improviso vestidos de pastores a los dos escolares, quedaron admirados y no podían adivinar la causa que les había movido a hacer tan extraña mudanza. Ya en este tiempo era muerto el padre de nuestro Grisóstomo, y él quedó heredado en mucha cantidad de hacienda, ansí en muebles como en raíces, y en no pequeña cantidad de ganado mayor y menor, y en gran cantidad de dineros: de todo lo cual quedó el mozo señor desoluto; y en verdad que todo lo merecía, que era muy buen compañero y caritativo y amigo de los buenos, y tenía una cara como una bendición. Después se vino a entender que el haberse mudado de traje no había sido por otra cosa que por andarse por estos despoblados en pos de aquella pastora Marcela que nuestro zagal nombró denantes, de la cual se había enamorado el difunto de Grisóstomo. Y quiéroos decir ahora, porque es bien que lo sepáis, quén es esta rapaza; quizá y aun sin quizá no habréis oído semejante cosa en todos los días de vuestra vida, aunque viváis más años que sarna. Decid Sarra, replicó Don Quijote, no pudiendo sufrir el trocar de los vocablos del cabrero. Harto vive la sarna, respondió Pedro; y si es, señor, que me habéis de andar zaheriendo a cada paso los vocablos, no acabaremos en un año. Perdonad, amigo, dijo Don Quijote, que por haber tanta diferencia de sarna a Sarra os lo dije; pero vos respondísteis muy bien, porque vive más sarna que Sarra, y proseguid vuestra historia, que no os replicaré más en nada.

Digo, pues, señor de mi alma, dijo el cabrero, que en nuestra aldea hubo un labrador aún más rico que el padre de Grisóstomo, el cual se llamaba Guillermo, y al cual dio Dios, amén de las muchas y grandes riquezas, una hija, de cuyo parto murió su madre, que fue la más honrada mujer que hubo en todos estos contornos; no parece sino que ahora la veo con aquella cara, que del un cabo tenía el sol y del otro la luna, y sobre todo hacendosa y amiga de los pobres, por lo que creo que debe de estar su ánima a la hora de hora gozando de Dios en el otro mundo. De pesar de la muerte de tan buena mujer murió su marido Guillermo, dejando a su hija Marcela muchacha y rica en poder de un tío suyo, sacerdote, y beneficiado en nuestro lugar. Creció la niña con tanta belleza, que nos hacía acordar de la de su madre, que la tuvo muy grande, y con todo esto se juzgaba que le había de pasar la de la hija; y así fue, que cuando llegó a edad de catorce a quince años, nadie la miraba que no bendecía a Dios, que tan hermosa la había criado, y los más quedaban enamorados y perdidos por ella. Guardábala su tío con mucho recato y con mucho encerramiento, pero con todo esto, la fama de su mucha hermosura se extendió de manera, que así por ella, como por sus muchas riquezas, no solamente de los de nuestro pueblo, sino de los de muchas leguas a la redonda, y de los mejores de ellos, era rogado, solicitado e importunado su tío se la diese por mujer. Mas él, que a las derechas es buen cristiano, aunque quisiera casarla luego, así como la vía de edad, no quiso hacerlo sin su consentimiento, sin tener ojo a la ganancia y granjería que le ofrecía el tener la hacienda de la moza, dilatando su casamiento. Y a fe que se dijo esto en más de un corrillo en el pueblo en alabanza del buen sacerdote. Que quiero que sepa, señor andante, que en estos lugares cortos de todo se trata y de todo se murmura; y tened para vos, como yo tengo para mí, que debe de ser demasiadamente bueno el clérigo que obliga a sus feligreses a que digan bien dél, especialmente en las aldeas.

Así es la verdad, dijo Don Quijote, y proseguid adelante, que el cuento es muy bueno, y vos, buen Pedro, le contáis con mucha gracia.

La del Señor no me falte, que es la que hace al caso. Y en lo demás, sabréis que aunque el tío proponía a la sobrina, y le decía las calidades de cada uno, en particular de los muchos que por mujer la pedían, rogándole que se casase y escogiese a su gusto, jamás ella respondió otra cosa sino que por entonces no quería casarse, y que por ser tan muchacha no se sentía hábil para poder llevar la carga del matrimonio. Con estas que daba al parecer justas excusas, dejaba el tío de importunarla, y esperaba que entrase algo más en edad y ella supiese escoger compañía a su gusto. Porque decía él, y decía muy bien, que no habían de dar los padres a sus hijos estado contra su voluntad. Pero hételo aquí, cuando no me cato, que remanece un día la melindrosa Marcela hecha pastora; y sin ser parte su tío ni todos los del pueblo que se lo desaconsejaban, dio en irse al campo con las demás zagalas del lugar, y dio en guardar su mesmo ganado. Y así como ella salió en público, y su hermosura se vio al descubierto, no os sabré buenamente decir cuántos ricos mancebos, hidalgos y labradores han tomado el traje de Grisóstomo, y la andan requebrando por estos campos. Uno de los cuales, como ya está dicho, fue nuestro difunto, del cual decían que la dejaba de querer y la adoraba. Y no se piense que porque Marcela se puso en aquella libertad y vida tan suelta, y de tan poco o de ningún recogimiento, que por eso ha dado indicio, ni por semejas, que venga en menoscabo de su honestidad y recato; antes es tanta y tal la vigilancia con que mira por su honra, que de cuantos la sirven y solicitan ninguno se ha alabado, ni con verdad se podrá alabar, que le haya dado alguna pequeña esperanza de alcanzar su deseo. Que puesto que no huye ni es esquiva de la compañía y conversación de los pastores, y los trata cortés y amigablemente, en llegando a descubrirle su intención cualquiera dellos, aunque sea tan justa y santa como la del matrimonio, los arroja de sí como con un trabuco. Y con esta manera de condición hace más daño en esta tierra que por si ella entrara la pestilencia, porque su afabilidad y hermosura atraen los corazones de los que la tratan a servirla y a amarla; pero su desdén y desengaño los conduce a términos de desesperarse, y así no saben qué decirle sino llamarla a voces cruel y desagradecida, con otros títulos a este semejantes, que bien la calidad de su condición manifiestan; y si aquí estuviéredes, señores, algún día, veríades resonar estas sierras y estos valles con los lamentos de los desengañados que la siguen. No está muy lejos de aquí un sitio donde hay casi dos docenas de altas hayas, y no hay ninguna que en su lisa corteza no tenga grabado y escrito el nombre de Marcela, y encima de alguna una corona grabada en el mesmo árbol, como si más claramente dijera su amante que Marcela la lleva y la merece de toda la hermosura humana. Aquí suspira un pastor, allí se queja otro, acullá se oyen amorosas canciones, acá desesperadas endechas. Cual hay que pasa todas las horas de la noche sentado al pie de alguna encina o peñasco, y allí, sin plegar los llorosos ojos, embebecido y trasportado en sus pensamientos, le halla el sol a la mañana; y cual hay que sin dar vado ni tregua a sus suspiros, en mitad del ardor de la más enfadosa siesta del verano tendido sobre la ardiente arena, envía sus quejas al piadoso cielo; y deste y de aquel, y de aquellos y destos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela. Y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez, y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible, y gozar de hermosura tan extremada. Por ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo. Y así os aconsejo, señor, que no dejéis de hallaros mañana a su entierro, que será muy de ver, porque Grisóstomo tiene muchos amigos, y no está deste lugar a aquel donde manda enterrarse media legua.

En cuidado me lo tengo, dijo Don Quijote, y agradézcoos el gusto que me habéis dado con la narración de tan sabroso cuento. ¡Oh! replicó el cabero. Aun no sé yo la mitad de los casos sucedidos a los amantes de Marcela; mas podría ser que mañana topásemos en el camino algún pastor que nos lo dijese; y por ahora bien será que os vais a dormir debajo de techado, porque el sereno os podría dañar la herida, puesto que es tal la medicina que se os ha puesto, que no hay que temer de contrario accidente.

Sancho Panza que ya daba al diablo el tanto hablar del cabrero, solicitó por su parte que su amo se entrase a dormir en la choza de Pedro. Hízolo así y todo lo más de la noche se la pasó en memorias de su señora Dulcinea, a imitación de los amantes de Marcela. Sancho Panza se acomodó entre Rocinante y su jumento, y durmió, no como enamorado desfavorecido, sino como hombre molido a coces.

CAPÍTULO XIII

Donde se da fin al cuento de la pastora Marcela, con otros sucesos

Mas apenas comenzó a descubrirse el día por los balcones del Oriente, cuando los cinco de los seis cabreros se levantaron y fueron a despertar a Don Quijote, y a decille si estaba todavía con propósito de ir a ver el famoso entierro de Grisóstomo, y que ellos le harían compañía. Don Quijote, que otra cosa no deseaba, se levantó y mandó a Sancho que ensillase y enalbardase al momento, lo cual él hizo con mucha diligencia, y con la misma se pusieron luego todos en camino.

Y no hubieron andado un cuarto de legua, cuando al cruzar de una senda vieron venir hacia ellos hasta seis pastores vestidos con pellicos negros, y coronadas las cabezas con guirnaldas de ciprés y de amarga adelfa. Traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano; venían con ellos asimismo dos gentiles hombres de a caballo tan bien aderezados de camino, con otros tres mozos de a pie que los acompañaban.

En llegándose a juntar se saludaron cortésmente, y preguntándose los unos a los otros dónde iban, supieron que todos se encaminaban al lugar del entierro, y así comenzaron a caminar todos juntos. Uno de los de a caballo, hablando con su compañero le dijo: - Paréceme, señor Vivaldo, que habemos de dar por bien empleada la tardanza que hiciéremos en ver este famoso entierro que no podrá dejar de ser famoso, según estos pastores nos han contado extrañezas, así del muerto pastor como de la pastora homicida. Así me lo parece a mí, respondió Vivaldo, y no digo yo hacer tardanza de un día, pero de cuatro la hiciera a trueco de verle. Preguntóles Don Quijote qué era lo que habían oído de Marcela y de Grisóstomo. El caminante dijo que aquella madrugada habían encontrado con aquellos pastores, y que por haberles visto en aquel tan triste traje les habían preguntado la ocasión por que iban de aquella manera; que uno dellos se lo contó, contando las eztrañezas y hermosura de una pastora llamada Marcela, y los amores de muchos que la recuestaban, con la muerte de aquel Grisóstomo a cuyo entierro iban. Finalmente, él contó lo que Pedro a Don Quijote había contado.

Cesó esta plática y comenzóse otra, preguntando el que se llamaba Vivaldo a Don Quijote, qué era la ocasión que le movía a andar armado de aquella manera por tierra tan pacífica. A lo cual respondió Don Quijote: - La profesión de mi ejercicio no consiente ni permite que yo ande de otra manera; el buen paso, el regalo y el reposo allá se inventaron para los blandos cortesanos; mas el trabajo, la inquietud y las armas sólo se inventaron e hicieron para aquellos que el mundo llama caballeros andantes, de los cuales yo, aunque indigno, soy el menor de todos. Apenas oyeron esto, cuando todos le tuvieron por loco, y por averiguarlo más y ver qué género de locura era el suyo, le tornó a preguntar Vivaldo qué quería decir caballeros andantes. - ¿No han vuestras mercedes leído, respondió Don Quijote, los anales e historias de Inglaterra, donde se tratan las famosas fazañas del rey Arturo, que continuamente en nuestro romance castellano llamamos el rey Artús, de quien es tradición antigua y común en todo aquel reino de la Gran Bretaña, que este rey no murió, sino que por arte de encantamiento se convirtió en cuervo, y que andando los tiempos ha de volver a reinar y a cobrar su reino y cetro; a cuya causa no se probará que desde aquel tiempo a este haya ningún inglés muerto cuervo alguno? Pues en tiempo de este buen rey fue instituida aquella famosa orden de caballería de los caballeros de la Tabla Redonda, y pasaron sin faltar un punto los amores que allí se cuentan de Don lanzarote del Lago con la reina Ginebra, siend medianera dellos y sabidora aquella tan honrada duaña Quitañona, de donde nació aquel famoso romance, y tan decantado en nuestra España de:

Nunca fuera caballero
de damas tan bien servido,
como lo fue Lanzarote
cuando de Bretaña vino;
con aquel progreso tan dulce y tan suave de sus amorosos y fuertes fechos. 

Pues desde entonces, de mano en mano fue aquella orden de caballería extendiéndose y dilatándose por muchas y diversas partes del mundo; y en ella fueron famosos y conocidos por sus fechos el valiente Amadís de Gaula con todos sus hijos y nietos hasta la quinta generación, y el valeroso Felixmarte de Hircania, y el nunca como se debe alabado Tirante el Blanco, y casi que en nuestros días vimos y comunicamos y oímos al invencible y valeroso caballero don Belianís de Grecia. Esto, pues, señores, es ser caballero andante, y la que he dicho es la orden de su caballería, en la cual, como otra vez he dicho, yo, aunque pecador, he hecho profesión, y lo mismo que profesaron los caballeros referidos, profeso yo; y así me voy por estas soledades y despoblados buscando las aventuras, con ánimo deliberado de ofrecer mi brazo y mi persona a la más peligrosa que la suerte me depare, en ayuda de los flacos y menesterosos.

Por estas razones que dijo, acabaron de enterarse los caminantes que era Don Quijote falto de juicio, y del género de locura que señoreaba, de lo cual recibieron la misma admiración que recibían todos aquellos que de nuevo venían en conocimiento della. Y Vivaldo, que era persona muy discreta y de alegre condición, por pasar sin pesadumbre el poco camino qeu decían que les faltaba a llegar a la sierra del entierro, quiso darle ocasión a que pasase más adelante con sus disparates. Y así le dijo: paréceme, señor caballero andante, que vuestra merced ha profesado una de las más estrechas profesiones que hay en la tierra, y tengo para mí que aún la de los frailes cartujos no es tan estrecha. Tan estrecha bien podía ser, respondió nuestro Don Quijote; pero tan necesaria en el mundo, no estoy en dos dedos de ponello en duda. Porque si va a decir verdad, no hace menos el soldado que pone en ejecución lo que su capitán le manda, que el mismo capitán que se lo ordena. Quiero decir, que los religiosos con toda paz y sosiego piden al cielo el bien de la tierra; pero los soldados y cablleros ponemos en ejecución lo que ellos piden, defendiéndola con el valor de nuestros brazos y filos de nuestras espadas; no debajo de cubierta, sino al cielo abierto, puesto por blanco de los insufribles rayos del sol en el verano, y de los erizados hielos del invierno. Así que somos ministros de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ello su justicia. Y como las cosas de la guerra, y las a ellas tocantes y concernientes no se pueden poner en ejecución sino sudando, afanando y trabajando excesivamente, síguese que aquellos que la profesan tienen sin duda mayor trabajo que aquellos que en sosegada paz y reposo están rogando a Dios favorezca a los que poco pueden. No quiero yo decir, ni me pasa por pensamiento, que es tan buen estado el de caballero andante como el de encerrado religioso; sólo quiero inferir, por lo que yo padezco, que sin duda es más trabajoso y aporreado, y más hambriento y sediento, miserable, roto y piojoso, porque no hay duda sino que los caballeros andantes pasados pasaron mucha mala ventura en el discurso de su vida. Y si algunos subieron a ser emperadores por el valor de su brazo, a fe que les costó buen porqué de su sangre y de su sudor; y que así a los que tal grado subieron les faltaran encantadores y sabios que los ayudaran, que ellos quedarán bien defraudados de sus deseos y bien engañados de sus esperanzas.

De ese parecer estoy yo, replicó el caminante; pero una cosa entre otras muchas, me parece muy mal de los caballeros andantes, y es que cuando se ven en ocasión de acometer una grande y peligrosa aventura, en que se ve manifiesto peligro de perder la vida, nunca en aquel instante de acometella se acuerdan de encomendarse a Dios, como cada cristiano está obligado a hacer en peligros semejantes; antes se encomiendan a sus damas con tanta gana y devoción, como si ellas fueran su Dio: cosa que me parece que huele algo a gentilidad.

Señor, respondió Don Quijote, eso no puede ser menos en ninguna manera, y caería en mal caso el caballero andante que otra cosa hiciese; que ya está en uso y costumbre en la caballería andantesca que el caballero andante, que al acometer algún gran fecho de armas tuviese su señora delante, vuelva a ella los ojos blanda y amorosamente, como que le pide con ellos le favorezca y ampare en el dudoso trance que acomete; y aun si nadie le oye, está obligado a decir algunas palabras entre dientes, en que de todo corazón se le encomiende, y desto tenemos innumerables ejemplos en las historias. Y no se ha de entender por esto que han de dejar de encomendarse a Dios, que tiempo y lugar les queda para hacello en el discurso de la obra. Con todo eso, replicó el caminante, me queda un escrúpulo, y es que muchas veces he leído que se traban palabras entre dos andantes caballeros, y de una en otra se les viene a encender la cólera, y a volver los caballos, y a tomar una buena pieza del campo, y luego sin más ni más, a todo el correr dellos se vuelven a encontrar, y en mitad de la corrida se encomiendan a sus damas; y lo que suele suceder del encuentro es que el uno cae por las ancas del caballo pasado con la lanza del contrario de parte a parte, y al otro le aviene también que a no tenerse a las crines del suyo no pudiera dejar de venir al suelo; y no sé yo cómo el muerto tuvo lugar para encomendarse a Dios en el discurso de esta tan celebrada obra; mejor fuera que las palabras que en la carrera gastó encomendándose a su dama, las gastara en lo que debía, y estaba obligado como cristiano; cuanto más que yo tengo para mí que no todos los caballeros andantes tienen damas a quien encomendarse, porque no todos son enamorados.

Eso no puede ser, respondió Don Quijote: digo que no puede ser que haya caballero andante sin dama, porque tan propio y tan natural les es a los tales ser enamorados como al cielo tener estrellas, y a buen seguro que no se haya visto historia donde se halle caballero andante sin amores, y por el mismo caso que estuviese sin ellos, no sería tenido por legítimo caballero, sino por bastardo, y que entró en la fortaleza de la caballería dicha, no por la puerta, sino por las bardas, como salteador y ladrón. Como todo eso dijo el caminante, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse, y con todo esto no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero. A lo cual respondió nuestro Don Quijote: Señor, una golondrina sola no hace verano; cuanto más que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera de aquello de querer a todas bien, cuantas bien le parecían, era condición natural a quien no podía ir a la mano. Pero en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien le había hecho señora de su voluntad; a la cual se encomendabaq muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.

Luego si es de esencia que todo caballero andante haya de ser enamorado, dijo el caminante, bien se puede creer que vuestra merced lo es, pues de la profesión, y si es que vuestra merced no se precia de ser tan secreto como Don Galaor, con las veras que puedo, le suplico, en nombre de toda esta compañía y en el mío, nos diga el nombre, patria, calidad y hermosura de su dama, que ella se tendrá por dichosa de que todo el mundo sepa que es querida y servida de un tal caballero como vuestra merced parece. Aquí dio un gran suspiro Don Quijote y dijo: yo no podré afirmar si la dulce mi enemiga gusta o no de que el mundo sepa que yo la sirvo; sólo sé decir, respondiendo a lo que con tanto comedimiento se me pide, que su nombre es Dulcinea, su patria el Toboso, un lugar de la Mancha; su calidad por lo menos ha de ser princesa, pues es reina y señora mía; su hermosura sobrehumana, pues en ella se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza qeu los poetas dan a sus damas; que sus cabellos son oro, su frente campos elíseos, sus cejas arcos del cielo, sus ojos soles, sus mejillas rosas, sus labios corales, perlas sus dientes, alabastro su cuello, mármol su pecho, marfil sus manos, su blacura nieve; y las partes que a la vista humana encubrió la honestidad son tales, según yo pienso y entiendo, que sola la discreta consideración puede encarecerlas y no compararlas. El linaje, prosapia y alcurnia querríamos saber, replicó Vivaldo. A lo cual respondión Don Quijote: no es de los antiguos Curcios, Gayos y Cipiones romanos, ni de los modernos Colonas y Ursinos, ni de los Moncadas y Requesens de Cataluña, ni menos de los Rebellas y Villenovas de Valencia, y Palafoxes Nuzas, Rocabertis, Corellas, Lunas, Alagones, Urreas, Foces y Gurreas de Aragón; Cerdas, Manriques, Mendozas y Guzmanes de Castilla; Alencastros, Pallas y Meneses de Portugal; pero es de los del Toboso de la Mancha, linaje, aunque moderno, tal que puede dar generoso principio a las más ilustres familias de los venideros siglos; y no se me replique en esto, si no fuere con las condiciones que puso Cerbino al pie del trofeo de las armas de Orlando, que decía:

Nadie las mueva
que estar no pueda
con Roldán a prueba.

Aunque el mío es de los Cachopines de Laredo, respondió el caminante, no le osaré yo poner con el del Toboso de la Mancha puesto que, para decir verdad, semejante apellido hasta ahora no ha llegado a mis oídos. Como ese no habrá llegado, replicó Don Quijote.

Con gran atención iban escuchando todos los demás la plática de los dos, y aun hasta los mismos cabreros y pastores conocieron la demasiada falta de juicio de nuestro Don Quijote. Sancho Panza pensaba que cuanto su amo decía era verdad, sabiendo él quién era, habiéndole conocido desde su nacimiento; y en lo que dudaba algo era en creer aquello de la linda Dulcinea del Toboso, porque nunca tal nombre ni tal princesa había llegado jamás a su noticia, aunque vivía tan cerca del Toboso.

En estas pláticas iban cuando vieron que por la quiebra que dos altas montañas hacían, bajaban hasta veinte pastores, todos con pellicos de negra lana vestidos, y coronados con guirnaldas que, a lo que después pareció, eran cual de tejo y cual de ciprés. Entre seis dellos traían unas andas, cubiertas de mucha diversidad de flores y de ramos. Lo cual, visto por uno de los cabreros, dijo: aquellos que allí vienen son los que traen el cuerpo de Grisóstomo, y el pie de aquella montaña es el lugar donde él mandó que le enterrasen. Por eso se dieron priesa a llegar, y fue a tiempo que ya los que venían habían puesto las andas en el suelo, y cuatro dellos con agudos picos, estaban cavando la sepultura a un lado de una dura peña. Recibiéronse los unos y los otros cortésmente, y luego, Don Quijote, y los que con él venían, se pusieron a mirar las andas, y en ellas vieron cubierto de flores un cuerpo muerto, y vestido como pastor, de edad al parecer de treinta años; y aunque muerto, mostraba que vivo había sido de rostro hermoso y de disposición gallarda. Alrededor dél tenía en las mismas andas algunos libros y muchos papeles abiertos y cerrados; y así los que estos miraban como los que abrían la sepultura, y todos los demás que allí había, guardaban un maravilloso silencio, hasta que uno de los que al muerto trujeron dijo a otro: mirad bien, Ambrosio, si es este el lugar que Grisóstomo dijo, ya que queréis que tan puntualmente se cumpla lo que dejó mandado en su testamento. Esto es, repondió Ambrosio, que muchas veces en él me contó mi desdichado amigo la historia de su desventura. Allí me dijo él que vio la vez primera a aquella enemiga mortal del linaje humano, y allí fue también donde la primera vez le declaró su pensamiento tan honesto como enamorado, y allí fue la última vez donde Marcela le acabó de desengañar y desdeñar; de suerte que puso fin a la tragedia de su miserable vida y aquí, en memoria de tantas desdichas, quiso él que le depositasen en las entrañas del eterno olvido. Y volviéndose a Don Quijote y a los caminantes, prosiguió diciendo: ese cuerpo, señores, que con piadosos ojos estáis mirando, fue depositario de un alma en quien el cielo puso infinita parte de sus riquezas. Ese es el cuerpo de Grisóstomo, que fue único en el ingenio, sólo en la cortesía, extremo en la gentileza, fénix en la amistad, magnífico sin tasa, grave sin presunción, alegre sin bajeza, y finalmente, primero en todo lo que es ser bueno, y sin segundo en todo lo que fue sr desdichado. Quiso bien, fue aborrecido; adoró, fue desdeñado; rogó a una fiera, importunó a un mármol, corrió tras el viento, dio voces a la soledad, sirvió a la ingratitud, de quien alcanzó por premio ser despojo de la muerte en la mitad de la carrera de su vida, a la cual dio fin una pastora, a quien él procuraba eternizar para que viviera en la memoria de las gentes, cual lo pudieran mostrar bien estos papeles que estáis mirando, si él no me hubiera mandado que los entregara al fuego en habiendo entregado su cuerpo a la tierra. De mayor rigor y crueldad usaréis vos con ellos, dijo Vivaldo, que su mismo dueño, pues no es justo ni acertado que se cumpla la voluntad de quien lo ordena y afuera de todo razonable discurso; y no le tuviera bueno Augusto César, si consintiera que se pusiera en ejecución lo que el divino Mantuano dejó en su testamento mandado. Así que, señor Ambrosio, ya que deis el cuerpo de vuestro amigo a la tierra, no queráis dar sus escritos al olvido; que si él ordenó como agraviado, no es bien que vos cumpláis como indiscreto, antes haced, dando la vida a estos papeles, que la tenga siempre la crueldad de Marcela, para que sirva de ejemplo en los tiempos que están por venir a los vivientes, para que se aparten y huyan de caer en semejantes despeñaderos; que ya sé yo y los que aquí venimos la historia deste vuestro enamorado y desesperado amigo, y sabemos la amistad vuestra y la ocasión de su muerte, y lo que dejó mandado al acabar de la vida: de la cual lamentable historia se puede sacar cuanta haya sido la crueldad de Marcela, el amor de Grisóstomo, la fe de la amistad vuestra, con el paradero que tienen los que a rienda suelta corren por la senda que el desvariado amor delante de los ojos les pone. Anoche supimos la muerte de Grisóstomo, y que en este lugar había de ser enterrado, y así de curiosidad y de lástima dejamos nuestro derecho viaje, y acordamos de venir a ver con los ojos lo que tanto nos había lastimado en oíllo; y en pago desta lástima y del deseo que en nosotros nació de remedialla si pudiéramos, os rogamos, oh discreto Ambrosio, a lo menos yo os lo suplico de mi parte, que dejando de abrasar estos papeles, me dejéis llevar algunos dellos. Y sin aguardar que el pastor respondiese, alargó la mano y tomó algunos de los que más cerca estaban. Viendo lo cual Ambrosio, dijo: por cortesía consentiré que os quedéis, señor, con los que ya habéis tomado; pero pensar que dejaré de quemar los que quedan es pensamiento vano. Vivaldo, que deseaba ver lo que los papeles decían, abrió luego el uno dellos, y vio que tenía por título: Canción desesperada. Oyólo Ambrosio y dijo: ese es el último papel que escribió el desdichado y porque veáis, señor, en el término que le tenían sus desventuras, leedle de modo que seáis oído, ue bien os dará lugar a ello el que se tardare en abrir la sepultura. Eso haré yo de muy buena gana, dijo Vivaldo. Y como todos los circunstantes tenían el mismo deseo, se pusieron a la redonda, y él, leyendo en voz clara, vio que así decía:

CAPÍTULO XXII

De la libertad que dio Don Quijote a muchos desdichados que mal de su grado los llevaban donde no quisieran ir

"... porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres"

Cuenta Cide Hamete Ben-Engeli autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia, que después que entre el famoso Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza su escudero pasaron aquellas razones que en fin del capítulo veintiuno quedan referidas, que Don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaban venían hasta doce hombres a pie ensartados como cuentas en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían asimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo con escopetas de rueda, y los de a pie con dardos y espadas, y que así como Sancho Panza los vio dijo: Esta es cadena de galeotes, gente forzada del rey, que va a las galeras. ¿Cómo gente forzada? preguntó Don Quijote. ¿Es posible que el rey haga fuerza a ninguna gente? No digo eso, respondió Sancho, sino que es gente que por sus delitos va condenada a servir al rey en las galeras de por fuerza. En resolución, replicó Don Quijote, como quiera que ello sea, esta gente, aunque los llevan, van de por fuerza y no de su voluntad. Así es, dijo Sancho. Pues desa manera, dijo su amo, aquí encaja la ejecución de mi oficio, desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables. Advierta vuestra merced, dijo Sancho, que la justicia, que es el mesmo rey, no hace fuerza ni agravio a semejante gente, sino que los castiga en pena de sus delitos.

Llegó en esto la cadena de los galeotes, y Don Quijote con muy corteses razones pidió a los que iban en su guarda fuesen servidos de informalle y decille la causa o causas por qué llevaban aquella gente de aquella manera. Una de las guardas de a caballo respondió que eran galeotes, gente de su majestad, que iba a galeras, y que no había más que decir, ni él tenía más que saber. Con todo eso, replicó Don Quijote, querría saber de cada uno de ellos en particular la causa de su desgracia. Añadió a éstas otras tales y tan comedidas razones para moverlos a que le dijesen lo que deseaba, que el otro de a caballo le dijo: Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados no es tiempo este de detenerlos a sacarlas ni a leellas. Vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mismos, que ellos lo dirán si quisieren; que sí querrán, porque es gente que recibe gusto de hacer y decir bellaquerías.

Con esta licencia, que Don Quijote se tomara aunque no se la dieran, se llegó a la cadena, y al primero le preguntó que por qué pecados iba de tan mala guisa. El respondió que por enamorado iba de aquella manera. ¿Por eso no más? replicó Don Quijote. Pues si por enamorados echan a galeras, días ha que yo pudiera estar bogando en ellas. No son los amores como vuestra merced piensa, dijo el galeote, que los míos fueron que quise tanto a una canasta de colar atestada de ropa blanca, que la abracé conmigo tan fuertemente, que a no quitármela la justicia por fuerza, aún hasta ahora no la hubiera dejado de mi voluntad. Fue en fragante, no hubo lugar de tormento, concluyóse la causa, acomodáronme las espaldas con ciento, y por añadidura tres años de gurapas, y acabóse la obra. ¿Qué son gurapas? preguntó Don Quijote. Gurapas son galeras, respondió el galeote, el cual era un mozo de hasta edad de venticuatro años, y dijo que era natural de Piedrahita.

Lo mismo preguntó Don Quijote al segundo, el cual no respondió palabra, según iba de triste y melancólico; mas respondió por él el primero, y dijo: Este, señor, va por canario, digo que por músico y cantor. ¿Pues cómo? repitió Don Quijote. ¿Por músicos y cantores van también a galeras? Sí, señor, respondió el galeote, que no hay peor cosa que cantar en el ansia. Antes he oído decir, dijo Don Quijote, que quien canta sus males espanta. Acá es al revés, dijo el galeote, que quien canta una vez, llora toda la vida. No lo entiendo, dijo Don Quijote. Mas uno de los guardas, le dijo: Señor caballero, cantar en el ansia, se dice entre esta gente non sancta confesar en el tormento. A este pecador le dieron tormento y confesó su delito que era ser cuatrero, que es ser ladrón de bestias, y por haber confesado le condenaron por seis años a galeras amén de doscientos azotes que ya llevaba en las espaldas; y va siempre pensativo y triste, porque los demás ladrones que allá quedan y aquí van, le maltratan y aniquilan y escarnecen y tienen en poco, porque confesó y no tuvo ánimo para decir nones: porque dicen ellos, que tantas letras tiene un no como un sí, y que harta ventura tiene un delincuente que está en su lengua su vida o su muerte, y no en la de los testigos y probanzas; y para mí tengo que no van muy fuera de camino.

Y yo lo entiendo así, respondió Don Quijote, el cual, pasando al tercero, preguntó lo que a los otros; el cual de pretesto y con mucho desenfado, respondió y dijo: Yo voy por cinco años a las señoras gurapas, por faltarme diez ducados. Yo daré veinte de muy buena gana, dijo Don Quijote, por libraros de esa pesadumbre. Eso me parece respondió el galeote, como quien tiene dineros en mitad del golfo, y se está muriendo de hambre sin tener adonde comprar lo que ha menester. Dígolo, porque si a su tiempo tuviera yo esos veinte ducados que vuestra merced ahora me ofrece, hubiera untado con ellos la péndola del escribano, y avivado el ingenio del procurador a manera que hoy me viera en mitad de la plaza de Zocodover en Toledo, y no en este camino atraillado como galgo; pero Dios es grande, paciencia, y basta.

Pasó Don Quijote al cuarto, que era un hombre de venerable rostro, con una barba blanca que le pasaba del pecho, el cual, oyéndose preguntar la causa por qué allí venía, comenzó a llorar y no respondió palabra; mas el quinto condenado le sirvió de lengua, y dijo: Este hombre honrado va por cuatro años a galeras, habiendo paseado las acostumbradas vestido en pompa y a caballo.

Esto es, dijo Sancho Panza, a lo que a mí me parece, haber salido a la vergüenza. Así es, replicó el galeote, y la culpa por que le dieron esta pena es por haber sido corredor de oreja, y aun de todo el cuerpo. En efecto, quiero decir que este caballero va por alcahuete, y por tener así mismo sus puntas y collar de hechicero. A no haberle añadido esas puntas y collar, dijo Don Quijote, por solamente el alcahuete limpio no merecía el ir a bogar a galeras, sino a mandallas y a ser general dellas, porque no es así como quiera el oficio de alcahuete, que es oficio de discretos, y necesarísimo en la república bien ordenada, y que no le debía ejercer sino gente muy bien nacida, y aún había de haber veedor y examinador de los tales, como le hay de los demás oficios, con número deputado y conocido, como corredores de lonja; y desta manera se excusarían muchos males que se causan por andar este oficio y ejercicio entre gente idiota y de poco entendimiento, como son mujercillas de poco más o menos, pajecillos y truhanes de pocos años y de muy poca experiencia, que a la más necesaria ocasión, y cuando es menester dar una traza que importe, se les hielan las migas entre la boca y la mano, y no saben cual es su mano derecha. Quisiera pasar adelante y dar las razones por qué convenía hacer elección de los que en la república habían de tener tan necesario oficio; pero no es el lugar acomodado para ello, algún día lo diré a quien lo pueda proveer y remediar: sólo digo ahora, que la pena que me ha causado ver estas blancas canas, y este rostro venerable en tanta fatiga por alcahuete, me la ha quitado el adjunto de ser hechicero, aunque bien sé que no hay hechizos en el mundo que puedan mover y forzar la voluntad, como algunos simples piensan; que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce: lo que suelen hacer algunas mujercillas simples y algunos embusteros bellacos, son algunas misturas y venenos con que vuelven locos a los hombres, dando a entender que tienen fuerza para hacer querer bien, siendo, como digo, cosa imposible forzar la voluntad.

Así es, dijo el buen viejo, y en verdad, señor, que en lo de hechicero que no tuve culpa, en lo de alcahuete no lo pude negar; pero nunca pensé que hacía mal en ello, que toda mi intención era que todo el mundo se holgase, y viviese en paz y quietud sin pendencias ni penas; pero no me aprovechó nada este buen deseo para dejar de ir a donde no espero volver, según me cargan los años y un mal de orina que llevo, que no me deja reposar un rato: y aquí tornó a su llanto como de primero, y túvole Sancho tanta compasión, que sacó un real de a cuatro del seno y se le dió de lismona.

Pasó adelante Don Quijote, y preguntó a otro su delito, el cual respondió con no menos, sino con mucha más gallardía que el pasado: Yo voy aquí porque me burlé demasiadamente con dos primas hermanas mías, y con otras dos hermanas que no lo eran mías. Finalmente, tanto me burlé con todas, que resultó de la burla crecer la parentela tan intrincadamente, que no hay sumista que la declare. Probóseme todo, faltó favor, no tuve dineros, vine a pique de perder los tragaderos, sentenciáronme a galeras por seis años, consentí, castigo es de mi culpa, mozo soy, dure la vida que con ella todo se alcanza, si vuestra merced, señor caballero, lleva alguna cosa con que socorrer a estos pobretes, Dios se lo pagará en el cielo, y nosotros tendremos en la tierra cuidado de rogar a Dios en nuestras oraciones por la vida y salud de vuestra merced, que sea tan larga y tan buena como su buena presencia merece. Este iba en hábito de estudiante, y dijo una de las guardas que era muy grande hablador y muy gentil latino.

Tras todos estos venía un hombre de muy buen parecer, de edad de treinta años, sino que al mirar metía el un ojo en el otro; un poco venía diferentemente atado que los demás, porque traía una cadena al pie tan grande que se la liaba por todo el cuerpo, y dos argollas a la garganta, la una en la cadena, y la otra de las que llaman guarda amigo, o pie de amigo, de la cual descendían dos hierros que llegaban a la cintura, en los cuales se asían dos esposas, donde llevaba las manos cerradas con un grueso candado, de manera que ni con las manos podía llegar a la boca, ni podía bajar la cabeza a llegar a las manos.

Preguntó Don Quijote que cómo iba aquel hombre con tantas prisiones más que los otros. Respondióle la guardia, porque tenía aquel solo más delitos que todos los otros juntos, y que era tan atrevido y tan grande bellaco, que aunque le llevaban de aquella manera no iban seguros dél, sino que temían que se les había de huir. ¿Qué delitos puede tener, dijo Don Quijote, si no ha merecido más pena que echarle a las galeras? Va por diez años, replicó la guarda, que es como muerte civil. No se quiera saber más, sino que este buen hombre es el famoso Ginés de Pasamonte, que por otro nombre llaman Ginesillo de Parapilla.

Señor comisario, dijo entonces el galeote, váyase poco a poco, y no andemos ahora a deslindar nombres y sobrenombres, Ginés me llamo, y no Ginesillo, y Pasamonte es mi alcurnia, y no Parapilla, como voacé dice, y cada uno se dé una vuelta a la redonda, y no hará poco. Hable con menos tono, replicó el comisario, señor ladrón de más de la marca, si no quiere que le haga callar mal que le pese. Bien parece, respondió el galeote, que va el hombre como Dios es servido; pero algún día sabrá alguno si me llamo Ginesillo de Parapilla o no.

¿Pues no te llaman así, embustero? dijo la guarda. Sí llaman, respondió Ginés; mas yo haré que no me lo llamen, o me las pelaría donde yo digo entre mis dientes. Señor caballero, si tiene algo que darnos, dénoslo ya, y vaya con Dios, que ya enfada con tanto querer saber vidas ajenas; y si la mía quiere saber, sepa que yo soy Ginés de Pasamonte, cuya vida está escrita por estos lugares. Dice verdad, dijo el comisario, que él mismo ha escrito su historia, que no hay más que desear, y deja empeñado el libro en la cárcel en doscientos reales. Y le pienso desempeñar, dijo Ginés, aunque quedara en doscientos ducados. ¿Tan bueno es? dijo Don Quijote. Es tan bueno, dijo Ginés, que mal año para Lazarillo de Tormes, y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren; lo que le sé decir a voacé es que trata verdades tan lindas y tan donosas, que no puede haber mentiras que les igualen.

¿Y cómo se intitula el libro? preguntó Don Quijote. "La vida de Ginés de Pasamonte", respondió él mismo. ¿Y está acabado? preguntó Don Quijote. ¿Cómo puede estar acabado, respondió él, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras. ¿Luego otra vez habéis estado en ellas? dijo Don Quijote. Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho, respondió Ginés; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho para lo que yo tengo de escribir, porque me lo sé de coro. Hábil pareces, dijo Don Quijote. Y desdichado, respondió Ginés, porque siempre las desdichas persiguen al buen ingenio. Persiguen a los bellacos, dijo el comisario. Ya le he dicho, señor comisario, respondió Pasamonte, que se vaya poco a poco, que aquellos señores no le dieron esa vara para que maltratase a los pobretes que aquí vamos, sino para que nos guiase y llevase adonde su majestad manda; sino, por vida de... basta, que podría ser que saliese algún día en la colada las manchas que se hicieron en la venta, y todo el mundo calle y viva bien, y hable mejor y caminemos, que ya es mucho regodeo este.

Alzó la vara en alto el comisario para dar a Pasamonte en respuesta de sus amenazas; mas Don Quijote se puso en medio, y le rogó que no le maltratase, pues no era mucho que quien llevaba tan atadas las manos tuviese algún tanto suelta la lengua, y volviéndose a todos los de la cadena, dijo: De todo cuanto me habéis dicho, hermanos carísimos, he sacado en limpio que, aunque os han castigado por vuestras culpas, las penas que vais a padecer no os dan mucho gusto, y que vais a ellas muy de mala gana y muy contra vuestra voluntad, y que podría ser que que el poco ánimo que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros déste, el poco favor del otro, y finalmente, el torcido juicio del juez hubiesen sido causa de vuestra perdición, y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades. Todo lo cual se me representa a mí ahora en la memoria de manera que me está diciendo, persuadiendo y aún forzando, que muestre con vosotros el efecto para que el cielo me arrojó al mundo, y me hizo profesar en él la orden de caballería que profeso, y el voto que en ella hice de favorecer a los menesterosos y opresos de los mayores; pero porque sé que una de las partes de la prudencia es que lo que se puede hacer por bien no se haga por mal, quiero rogar a estos señores guardianes y comisarios sean servidos de desataros y dejaros ir en paz, que no faltarán otros que sirvan al rey en mejores ocasiones, porque me parece duro caso hacer esclavos a los que Dios y naturaleza hizo libres: cuanto más, señores guardas, añadió Don Quijote, que estos pobres no han cometido nada contra vosotros; allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo que no se descuida en castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ellos. Pido esto con esta mansedumbre y sosiego, porque tenga, si lo cumplís, algo que agradeceros, y cuando de grado no lo hagáis, esta lanza y esta espada, con el valor de mi brazo, harán que lo hagáis por fuerza.

Donosa majadería, respondió el comisario: bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato: los forzados del rey que le dejemos, como si tuvieramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo. Vayase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres piés al gato. Vos sois el gato y el rato y el bellaco, respondió Don Quijote; y diciendo y haciendo, arremetió con él tan presto, que sin que tuviese lugar de ponerse en defensa, dio con él en el suelo mal herido de una lanzada; y avínole bien, que éste era el de la escopeta. Las demás guardas quedaron atónitas y suspensas del no esperado acontecimiento; pero volviendo sobre sí pusieron mano a sus espadas los de a caballo, y los de a pie a sus dardos, y arremetieron a Don Quijote, que con mucho sosiego los aguardaba; y sin duda lo pasara mal, si los galeotes, viendo la ocasión que se les ofrecía de alcanzar la libertad, no la procuraran procurando romper la cadena donde venían ensartados. Fue la revuelta de manera que las guardas, ya por acudir a los galeotes que se desataban, ya por acometer a Don Quijote que los acometía, no hicieron cosa que fuese de provecho. Ayudó Sancho por su parte a la soltura de Ginés de Pasamonte, que fue el primero que saltó en la campaña libre y desembarazado, y arremetió al comisario caído, le quitó la espada y escopeta, con la cual apuntando al uno y señalando al otro, sin disparalla jamás, no quedó guarda en todo el campo, porque se fueron huyendo, así de la escopeta de Pasamonte, como de las muchas pedradas que los ya sueltos galeotes les tiraban.

Entristecióse mucho Sancho deste suceso, porque se le representó que los que iban huyendo habían de dar noticia del caso a la Santa Hermandad, la cual a campana herida saldría a buscar los delincuentes, y así se lo dijo a su amo y le rogó que luego de allí se partiesen y se emboscasen en la sierra, que estaba cerca. Bien está eso, dijo Don Quijote; pero yo sé lo que ahora conviene que se haga, y llamando a todos los galeotes, que andaban alborotados y habían despojado al comisario hasta dejarle en cueros, se le pusieron todos a la redonda para ver lo que les mandaba, y así les dijo: De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciben, y uno de los pecados que más a Dios ofenden es la ingratitud. Dígolo porque ya habéis visto, señores, con manifiesta experiencia el que de mí habéis recibido; en pago del cual querría, y es mi voluntad, que cargados con esa cadena que quité de vuestros cuellos, luego os pongáis en camino y vayáis a la ciudad del Toboso, y allí os presentéis ante la señora Dulcinea del Toboso y le digáis que su caballero, el de la Triste Figura, se le envía a encomendar, y le contéis punto por punto todos los que ha tenido esta famosa aventura hasta poneros en la deseada libertad, y hecho esto os podréis ir donde quisieredes a la buena ventura.

Respondió por todos Ginés de Pasamonte, y dijo: Lo que vuestra merced nos manda, señor y libertador nuestro, es imposible de toda imposibilidad cumplirlo, porque no podemos ir juntos por los caminos, sino solos y divididos, y cada uno por su parte, procurando meterse en las entrañas de la tierra por no ser hallado de la Santa Hermandad, que sin duda alguna ha de salir en nuestra busca; lo que vuestra merced puede hacer, y es justo que haga, es mudar ese servicio y montazgo de la señora Dulcinea del Toboso en alguna cantidad de Ave-Marías y Credos, que nosotros diremos por la intención de vuestra merced, ésta es cosa que se podrá cumplir de noche y de día, huyendo y reposando, en paz o en guerra; pero pensar que hemos de volver ahora a las ollas de Egipto, digo a tomar nuestra cadena y a panernos en camino del Toboso, es pensar que es ahora de noche, que aún no son las diez del día, y es pedir a nosotros eso como pedir peras al olmo. Pues voto a tal, dijo Don Quijote ya puesto en cólera, don hijo de la puta, don Ginesillo de Parapillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo rabo entre piernas con toda la cadena a cuestas.

Pasamonte, que no era antes bien sufrido (estando ya enterado que Don Quijote no era muy cuerdo, pues tal disparate había cometido como el de querer darles libertad), viéndose tratar mal y de aquella manera, hizo del ojo a los compañeros, y apartándose aparte, comenzaron a llover tantas y tantas piedras sobre Don Quijote, que no se daba manos a cubrirse con la rodela, y el pobre de Rocinante no hacía más caso de la espuela que si fuera hecho de bronce. Sancho se puso tras su asno, y con él se defendía de la nube y pedriscos que sobre entrambos llovía. No se pudo escudar tan bien Don Quijote, que no le acertasen no sé cuantos guijarros en el cuerpo con tanta fuerza, que dieron con él en el suelo; y apenas hubo caído cuando fue sobre él el estudiante, y le quitó la bacía de la cabeza, y dióle con ella tres o cuatro golpes en las espaldas, y otros tantos en la tierra, con que la hizo casi pedazos. Quitáronle una ropilla que traía sobre las armas, y las medias calzas le querían quitar si las grevas no lo estorbaran. A Sancho le quitaron el gabán, dejándole en pelota, repartiendo entre sí los demás despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte con más cuidado de escaparse de la Hermandad que temían, que de cargarse de la cadena e ir a presentarse ante la señora Dulcinea del Toboso. Solos quedaron jumento y Rocinante, Sancho y Don Quijote, el jumento cabizbajo y pensativo, sacudiendo de cuando en cuando las orejas, pensando que aún no había cesado la borrasca de las piedras que le perseguían los oídos; Rocinante tendido junto a su amo, que también vino al suelo de otra pedrada: Sancho en pelota, y temeroso de la Santa Hermandad; Don Quijote mohinísimo de verse tan mal parado por los mismos a quien tanto bien había hecho.


CAPÍTULO XXXIII

Donde se cuenta la novela del curioso impertinente


En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan amigos, que por excelencia y antonomasia de todos los que los conocían, "los dos amigos" eran llamados. Eran solteros, mozos de una misma edad y de unas mismas costumbres; todo lo cual era bastante causa a que los dos con recíproca amistad se correspondiesen.

Bien es verdad que el Anselmo era algo más inclinado a los pasatiempos amorosos que el Lotario, al cual llevaban tras de sí los de la caza; pero cuando se ofrecía, dejaba Anselmo de acudir a sus gustos por seguir los de Lotario, y Lotario dejaba los suyos por acudir a los de Anselmo, y desta manera andaban tan a una sus voluntades, que no había concertado reloj que así lo anduviese. Andaba Anselmo perdido de amores de una doncella principal y hermosa de la misma ciudad, hija de tan buenos padres, y tan buena ella por sí, que se determinó, con el parecer de su amigo Lotario (sin el cual ninguna cosa hacía), de pedilla por esposa a sus padres, y así lo puso en ejecución, y el que llevó la embajada fue Lotario, y el que concluyó el negocio tan a gusto de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en la posesión que deseaba, y Camila, tan contenta de haber alcanzado a Anselmo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo y a Lotario, por cuyo medio tanto bien le había venido.

Los primeros días, como todos los de boda suelen ser alegres, continuó Lotario como solía la casa de su amigo Anselmo, procurando honralle, festajalle y regocijalle con todo aquello que a él le fue posible; pero acabadas las bodas, sosegada ya la frecuencia de las visitas y parabienes, comenzó Lotario a descuidarse con cuidado de las idas a casa de Anselmo, por parecerle a él, como es razón que parezca a todos los que fueren discretos, que no se han de visitar y continuar las casas de los amigos casados de la misma manera que cuando eran solteros, porque aunque la buena y verdadera amistad no puede ni debe de ser sospechosa en nada, con todo esto es tan delicada la honra del casado, que parece que se puede ofender aun de los mismos hermanos, cuanto más de los amigos.

Notó Anselmo la remisión de Lotario y formó dél quejas grandes, diciéndole que si él supiera que el casarse había de ser parte para no comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho, y que si por la buena correspondencia que los dos tenían, mientras él fue soltero, habían alcanzado tan dulce nombre, como el ser llamados "los dos amigos", que no permitiese por querer hacer el circunspecto, sin otra ocasión alguna, que tan famoso y agradable nombre se perdiese; y que así le suplicaba, si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese a ser señor de su casa y a entrar y salir en ella como de antes, asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que la que él quería que tuviese, y que por haber sabido ella con cuántas veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza.

A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario, para persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena intención de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y las fiestas fuese Lotario a comer con él; y aunque esto quedó así concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito le estaba en más que el suyo propio. Decía él, y decía bien, que el casado, a quien el cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener en mirar qué amigos llevaba a casa, como en mirar con qué amigas su mujer conversaba, porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni en las fiestas públicas, ni estaciones (cosas que no todas veces las han de negar los maridos a sus mujeres), se concierta y facilita en casa de la amiga o la parienta de quien más satisfacción se tiene. También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener cada uno algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su proceder hiciese, porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer tiene, o no le advierta o no le dice, por no enojarla, que haga o deje de hacer algunas cosas, que el hacellas o no, le sería de honra o de vituperio; de lo cual, siendo del amigo advertido, fácilmente pondría remedio en todo.

Pero ¿en dónde se hallará amigo tan discreto, y tan leal y verdadero como aquí Lotario le pide? No lo sé yo por cierto; sólo Lotario era éste, que con toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su amigo, y procuraba diezmar, frisar y acortar los días del concierto del ir a su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y maliciosos la entrada de un mozo rico gentil-hombre y bien nacido, y de las buenas partes que él pensaba que tenía, en la casa de una mujer tan hermosa como Camila; que puesto que su bondad y valor podían poner freno a toda maldiciente lengua, todavía no quería poner en duda su crédito ni el de su amigo; y por esto los más de los días del concierto los ocupaba y entretenía en otras cosas, que él daba a entender ser inexcusables: así que en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y partes del día. Sucedió, pues, que uno en que los dos se andaban paseando por un prado fuera de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las siguientes razones: ¿Pensarás, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en hacerme hijo de tales padres como fueron los míos, y al darme no con mano escasa los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna, no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recibido, y sobre todo al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propia, dos prendas que las estimo, sino en el grado que debo, en el que puedo? Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más desabrido hombre de todo el universo mundo; porque no sé de qué días a esta parte me fatiga y aprieta un deseo tan extraño y tan fuera del uso común de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y procuro callarlo y encubrillo de mis propios pensamientos, y así me ha sido posible salir con este secreto, como si de industria procurara decillo a todo el mundo; y pues que en efecto él ha de salir a plaza quiero que sea en la del archivo de tu secreto, confiado que con él y con la diligencia que pondrás como mi amigo verdadero en remediarme, yo me veré presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.

Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había de parar tan larga prevención o preámbulo; y aunque iba revolviendo en su imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio siempre muy lejos del blanco de la verdad; y por salir presto de la agonía que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su mucha amistad en andar buscando rodeos para decille sus más encubiertos pensamientos, pues tenía cierto que se podría prometer dél, o ya consejos para entretenellos, o ya remedio para cumplillos. Así es la verdad, respondió Anselmo, y con esa confianza te hago saber, amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es el pensar si Camila mi esposa es tan buena y perfecta como yo pienso, y no puedo enterarme en esta verdad sino es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates de su bondad, como el fuego muestra los del oro; porque yo tengo para mí, oh amigo, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada, y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas, a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes: porque ¿qué hay que agradecer, que una mujer sea buena, si nadie le dice que sea mala? ¿Qué mucho que esté recogida y temerosa la que no le dan ocasión para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que en cogiéndola en la primera desenvoltura le ha de quitar la vida? Así que la que es buena por temor o por falta de lugar, yo no la quiero tener en aquella estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la corona del vencimiento: de modo que, con estas razones, y por otras muchas que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo, deseo que Camila mi esposa pase por estas dificultades, y se acrisole y quilate en el fuego de verse requerida y solicitada de quien tenga valor para poner en ella sus deseos: y si ella sale, como creo que saldrá, con la palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que ésta colmó el vacío de mis deseos, diré que me cupo en suerte la mujer fuerte, de quien el sabio dice, que ¿quién la hallara? Y cuando esto suceda al revés de lo que acerté en mi opinión, llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa experiencia: y por supuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo ha de ser de algún provecho para dejar de ponerlo por obra, quiero, oh amigo Lotario, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta obra de mi gusto, que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte todo aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta, honrada, recogida y desinteresada; y muéveme entre otras cosas a fiar de ti esta ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo tener por hecho lo que se ha de hacer por buen respeto, y así no quedaré yo ofendido más de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de la muerte; así que si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es, desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la confianza que muestra amistad me asegura.

Estas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales estuvo atento, que si no fueran las que quedan escritas que le dijo, no desplegó sus labios hasta que hubo acabado; y viendo que no decía más, después que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara una cosa que jamás hubiera visto que le causara admiración y encanto, le dijo: No me puedo persuadir, oh amigo Anselmo, a que no sean burlas las cosas que me has dicho, que a pensar que de veras las decías, no consintiera que tan adelante pasaras porque con no escucharte previniera tu larga arenga. Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco; pero no, que bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario. El daño está en que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser; porque las cosas que me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han de pedir a aquel Lotario que tú conoces, porque los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse de ellos, como dijo un poeta, "usque ad aras", que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuese contra Dios. Pues si esto sintió un gentil de la amistad en cosas que fuese contra Dios, ¿cuánto mejor es que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la amistad divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra, que pusiese aparte los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo, ¿cuál destas dos cosas tienes en peligro para que yo me aventure a complacerte, y a hacer una cosa tan detestable como me pides? Ninguna por cierto; antes me pides, según yo entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela a mí juntamente; porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro está que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto, y siendo yo el instrumento, como tú quieres que lo sea de tanto mal tuyo, yo vengo a quedar deshonrado, y por el mismo consiguiente sin vida. Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta que acabe de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo, que tiempo te quedará para que tú me repliques y yo te escuche. Que me place, dijo Anselmo, di lo que quisieres.

Y Lotario prosiguió diciendo: Paréceme, oh Anselmo, que tienes tú ahora el ingenio como el que siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles, inteligibles, demostrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas que no se pueden negar como cuando dicen: "Si de dos partes iguales quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y cuando esto no entiendan de palabra, como en efecto no lo entienden, háseles de mostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, y aun con todo esto no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de nuestra sacra religión. Y este mismo término y modo me convendrá usar contigo, porque el deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello que tenga sombra de razonable que me parece que ha de ser tiempo mal gastado el que ocuparé en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino en pena de tu mal deseo; más no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte. Y porque claro lo veas, dime, Anselmo, ¿tú no me has dicho que tengo de solicitar a una retirada?, ¿persuadir a una honesta?, ¿ofrecer a una desinteresada?, ¿servir a una prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿qué buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que ahora tiene? ¿O qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo que dices, ¿para qué quieres probarla, sino como a mala hacer della lo que más te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees, impertinente cosa será hacer experiencia de la misma verdad, pues después de hecha se ha de quedar con la estimación que primero tenía. Así es que la razón concluyente, que el intentar las cosas, de las cuales antes nos puede suceder daño que provecho, es de juicios sin discurso y temerarios, y más cuando quieren intentar aquellas a que no son forzados ni compelidos, y que de muy lejos traen descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos. Las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos, acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos. Las que se acometen por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de agua, tanta diversidad de climas, tanta extrañeza de gentes por adquirir estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el mundo juntamente, son aquellas de los valerosos soldados, que apenas ven el contrario muro abierto tanto espacio, cuanto es el que pudo hacer una redonda bala de artillería, cuando puesto aparte todo temor, sin hacer discurso ni advertir al manifiesto peligro que los amenaza, llevados en vuelo de alas del deseo de volver por su fe, por su nación y por su rey, se arrojan intrépidamente por la mitad de mil contrapuestas muertes que los esperan.

Estas cosas son las que suelen intentarse, y es honra, gloria y provecho intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y peligros; pero la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, no te ha de alcanzar la gloria de Dios, bienes de fortuna, ni fama con los hombres, porque puesto que salgas con ella como deseas, no has de quedar ni más ufano, ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y si no sales, te has de ver en la mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de aprovechar pasar entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha sucedido, porque bastará para afligirte y deshacerte que la sepas tú mismo. Y para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el famoso poeta Luis Tansilo en el fin de su primera parte de las lágrimas de San Pedro, que dice así:

Crece el dolor y crece la vergüenza 
en Pedro, cuando el día se ha mostrado; 
y aunque allí no ve a nadie, se avergüenza 
de sí mismo, por ver que había pecado: 
que a un magnánimo pecho a haber vergüenza 
no sólo ha de moverle el ser mirado, 
que de si se avergüenza cuando yerra, 
si bien otro no ve que cielo y tierra.

Así que, no excusarás con el secreto tu dolor, antes tendrás que llorar contino, sino lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón, como las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta nos cuenta que hizo la prueba del vaso, que con mejor discurso se excusó de hacerla el prudente Reinaldos que, puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e imitados; cuanto más, que con lo que ahora pienso decirte, acabarás de venir en conocimiento del grande error que quieres cometer.

Dime, Anselmo, si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos cuantos lapidarios le vienes, que todos a una voz y común parecer dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía extender la naturaleza de tal piedra, y tú mismo lo creyeses así sin saber otra cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel diamante, ponerle entre un yunque y un martillo, y allí a pura fuerza de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si lo pusieses por obra, que puesto caso que la piedra hiciese resistencia a tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama. Y si se rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdía todo? Sí por cierto, dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es finísimo diamante, así en tu estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de que se quiebre; pues aunque se quede con su entereza, no puede subir a más valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti mismo por haber sido causa su perdición y la tuya. Mira que no hay joya en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y pues la de tu esposa es tal, que llega al extremo de bondad que sabes, ¿para qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga, sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la imperfección que le falta, que consiste en el ser virtuosa.
Cuentan los naturales que el arminio es un animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle los cazadores, usan deste artificio, que sabiendo las partes por donde suele pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno, y perder y ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. La honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio se tiene, porque no le han de poner delante del cieno de los regalos y servicios de los importunos amantes; porque quizá, y aún sin quizá no tiene tanta virtud y la belleza que encierra en sí la buena fama. Es asímismo la buena mujer como espejo de cristal luciente y claro; pero está sujeto a empañarse y oscurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase de usar con la mujer el estilo que con las reliquias, adorarlas y no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena, como se guarda y estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde lejos y por entre las verjas de hierro gocen de su fragancia y hermosura. Finalmente, quiero decirte unos versos que se me han venido a la memoria, que los oí en una comedia moderna, que me parecen al propósito de lo que vamos tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que la recogiese, guardase y encerrase y entre otras razones le dijo éstas:

Es de vidrio la mujer; 
pero no se ha de probar 
si se puede o no quebrar, 
porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse 
a peligro de romperse 
lo que no puede soldarse.
Y en esta opinión estén 
todos, y en razón lo fundo,
que si hay Dánaes en el mundo, 
hay lluvias de oro también.

Cuanto hasta aquí te he dicho, oh Anselmo, ha sido por lo que a ti te toca, y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me conviene; y si fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has entrado y de donde quieres que yo te saque. Tú me tienes por amigo y quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo pretendes esto, sino que procuras que no te la quite a ti. Que me la quieres quitar a mí, está claro, pues cuando Camila vea que yo la solicito, como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti, no hay duda, porque viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he visto en ella alguna liviandad, que me dió atrevimiento a descubrirle mi mal deseo, y teniéndose por deshonrada, te toca a ti como a cosa suya su misma deshonra. Y de aquí nace lo que comunmente se practica que el marido de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa, ni haya dado ocasión para que su mujer no sea lo que debe, ni haya sido en su mano ni por su descuido y poco recato estorbar su desgracia, con todo le llaman y le nombran con nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran (los que la maldad de su mujer saben) con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de lástima, sino por el gusto de su mala compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa porque con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte ni dado ocasión para que ella lo sea; y no te canses de oirme, que todo ha de redundar en tu provecho.

Cuando Dios crió a nuestro primer padre en el Paraiso terrenal, dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que estando durmiendo le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó a nuestra madre Eva, y así como Adan despertó y la miró, dijo: "Ésta es carne de mi carne y hueso de mis huesos." Y Dios dijo: Por ésta dejará el hombre a su padre y madre, y serán dos en una carne misma; y entonces fue instituido el divino sacramento del matrimonio con tales lazos, que solo la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una misma carne, y aún hace más en los buenos casados, que aunque tienen dos almas, no tienen más de una voluntad. Y de aquí viene que como la carne de la esposa sea una misma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los defectos que se procuran, redundan en la carne del marido, aunque él no haya dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño, porque así como el dolor del pié, o de cualquier miembro del cuerpo humano, le siente todo el cuerpo, por ser todo de una carne misma, y la cabeza siente el daño del tobillo sin que ella se le haya causado, así el marido es participante de la deshonra de la mujer, por ser una misma cosa con ella, y como las de la mujer mala sean deste género, es forzoso que al marido le quepa parte dellas y sea tenido por deshonrado sin que él lo sepa. Mira, pues, oh Anselmo, al peligro que te pones al querer turbar el sosiego en que tu buena esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres revolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo que perderás será tanto, que lo dejaré en su punto, porque me faltan palabras para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no basta a moverte de tu mal propósito, bien puedes buscar otro instrumento de tu deshonra y desventura, que yo no pienso serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor pérdida que imaginar puedo.

Calló en esto el virtuoso y prudente Lotario, y Anselmo quedó tan confuso y pensativo, que por un buen espacio no le pudo responder palabra, pero en fin le dijo: Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la mucha discreción que tienes y el extremo de la verdadera amistad que alcanzas; y asímesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy tras el mío, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Presupuesto esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas peores, aun asquerosas para mirarse cuanto más para comerse. Así que, es menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto se podía hacer con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primero encuentros dé con su honestidad por tierra, y con sólo este principio quedaré contento, y tú habrás cumplido con lo que debes a nuestra amistad, no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra, y estás obligado a hacer esto por una razón sola, y es que estando yo, como estoy, determinado de poner en práctica esta prueba, no has tú de consentir que yo dé cuenta de mi desatino a otra persona, con que pondría en aventura el honor que tú procuras que no pierda. Y cuando el tuyo no esté en el punto que debe en la intención de Camila en tanto que la solicitares, importa poco o nada; pues con brevedad, viendo en ella la entereza que esperamos, le podrás decir la pura verdad de nuestro artificio, con que volverá tu crédito al ser primero, y pues tan poco aventuras, y tanto contento me puedes dar aventurándote, no lo dejes de hacer, aunque más inconvenientes se te pongan delante, pues como ya he dicho, con sólo que comiences, daré por concluída la causa.

Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo qué más ejemplos traerle, ni qué más razones mostrarle para que no la siguiese, y viendo que le amenazaba que daría a otro cuenta de su mal deseo, para evitar mayor mal, determinó de contentarle y hacer lo que le pedía, con propósito e intención de guiar aquel negocio de modo que sin alterar los pensamientos de Camila, quedase Anselmo satisfecho; y así le respondió que no comunicase su pensamiento con otro alguno, que él tomaba a su cargo aquella empresa, la cual comenzaría cuando a él le diese más gusto. Abrazóle Anselmo tierna y amorosamente, y agradecióle su ofrecimiento, como si alguna grande merced le hubiera hecho, y quedaron de acuerdo entre los dos, que desde otro día siguiente se comenzase la obra, que él le daría lugar y tiempo para qué a sus solas pudiese hablar a Camila, y asímismo le daría dineros y joyas que ofrecerla y que darla. Aconsejóle que le diese música, que escribiese versos en su alabanza, y que cuando él no quisiese tomar trabajo de hacerlos, él mismo los haría. A todo se ofreció Lotario, bien con diferente intención que Anselmo pensaba; y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo donde hallaron a Camila con ansia y cuidado esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en venir más de lo acostumbrado. Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya tan contento como Lotario fue pensativo, no sabiendo qué traza dar para salir bien de aquel impertinente negocio; pero aquella noche pensó el modo que tendría para engañar a Anselmo sin ofender a Camila, y otro día vino a comer con su amigo, y fue bien recibido de Camila, la cual le recibía y regalaba con mucha voluntad, por entender la buena que su esposo le tenía. Acabaron de comer, levantaron los manteles, y Anselmo le dijo a Lotario que se quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un negocio forzoso, que dentro de hora y media volvería. Rogóle Camila que no fuese, y Lotario se ofreció a hacerle compañía; mas nada aprovechó con Anselmo, antes importunó a Lotario que se quedase y aguardase, porque tenía de tratar con él una cosa de mucha importancia. Dijo a Camila que no dejase solo a Lotario en tanto que él volviese. En efecto, él supo tan bien fingir la necesidad o necedad de su ausencia, que nadie pudiera entender que era fingida.
Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque la demás gente de casa se había ido a comer. Vióse Lotario puesto en la estacada que su amigo deseaba, y con el enemigo delante, que pudiera vencer con sola su hermosura a un escuadrón de caballeros armados. Mirad si era razón que temiera Lotario; pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla, y la mano abierta en la mejilla, y pidiendo perdón a Camila del mal comedimiento, dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo volvía. Camila le respondió que mejor reposaría en el estrado que en la silla, y así le rogó se entrase a dormir en él. No quiso Lotario, y allí se quedó dormido hasta que volvió Anselmo, el cual, como halló a Camila en su aposento y a Lotario durmiendo, creyó que como se había tardado tanto, ya habrían tenido los dos lugar para hablar y aún para dormir, y no vió la hora en que Lotario despertase, para volverse con él fuera y preguntarle de su ventura. Todo le sucedió como él quiso. Lotario despertó, y luego salieron los dos de casa, y así le preguntó lo que deseaba, y le respondió Lotario que no le había parecido ser bien que la primera vez se descubriese del todo, y así no había hecho otra cosa que alabar a Camila de hermosa, diciéndole que en toda la ciudad no se trataba de otra cosa que de su hermosura y discreción, y que éste le había parecido buen principio para entrar ganando la voluntad y disponiéndola a que otra vez le escuchase con gusto, usando en esto del artificio que el demonio usa cuando quiere engañar a alguno que está puesto en atalaya para mirar por sí, que se transforma en ángel de luz, siéndolo él de tinieblas, y poniéndole delante apariencias buenas, al cabo descubre quién es, y sale con su intención si a los principios no es descubierto su engaño. Todo esto le contentó mucho a Anselmo, y dijo que cada día daría el mismo lugar, aunque no saliese de casa, porque en ella se ocuparía en cosas que Camila no pudiese venir en conocimiento de su artificio.

Sucedió, pues que se pasaron muchos días que sin decir Lotario palabra a Camila, respondía a Anselmo que la hablaba, y jamás podía sacar della una pequeña muestra de venir en ninguna cosa que mala fuese, ni aun dar una señal ni sombra de esperanza; antes decía que le amenazaba, que si de aquel mal pensamiento no se quitaba, que lo había de decir a su esposo. Bien está, dijo Anselmo, hasta aquí ha resistido Camila a las palabras, es menester ver cómo resiste a las obras. Yo os daré mañana dos mil escudos de oro para que se los ofrezcais y aun se los deis, y otros tantos para que compreis joyas con que cebarla, que las mujeres suelen ser aficionadas, y más si son hermosas, por más castas que sean, a esto de traerse bien y andar galanas. Y si ella resiste a esta tentación, yo quedaré satisfecho y no os daré más pesadumbre.

Lotario respondió que ya que había comenzado, que él llevaría hasta el fin aquella empresa, puesto que entendía salir della cansado y vencido. Otro día recibió los cuatro mil escudos, y con ellos cuatro mil confusiones, porque no sabía qué decirse para mentir de nuevo; pero en efecto determinó de decirle que Camila estaba tan entera a las dádivas y promesas como a las palabras, y que no había para qué cansarse más, porque todo el tiempo se gastaba en balde.
Pero la suerte, que las cosas guiaba de otra manera, ordenó que habiendo dejado Anselmo solos a Lotario y a Camila, como otras veces solía, él se encerró en su aposento, y por el agujero de la cerradura estuvo mirando y escuchando lo que los dos trataban, y vió que en más de media hora Lotario no habló palabra a Camila, ni se la hablara si allí estuviera un siglo y cayó en la cuenta de que cuanto su amigo le había dicho de las respuestas de Camila todo era ficción y mentira. Y para ver si esto era ansí, salió del aposento, y llamando a Lotario aparte, le preguntó qué nuevas había, y de qué temple estaba Camila. Lotario respondió que no pensaba más darle puntada en aquel negocio, porque respondía tan áspera y desabridamente, que no tendría ánimo para volver a decirle cosa alguna. ¡Ah!, dijo Anselmo. ¡Lotario, Lotario, y cuán mal correspondes a lo que me debes y a lo mucho que de ti confío! Ahora te he estado mirando por el lugar que concede la entrada desta llave, y he visto que no has dicho palabra a Camila, por donde me doy a entender que aún las primeras le tienes por decir; y si esto es así, como sin duda lo es, ¿para qué me engañas, o por qué quieres quitarme con tu industria los medios que yo podría hallar para conseguir mi deseo? No dijo más Anselmo; pero bastó lo que había dicho para dejar corrido y confuso a Lotario, el cual casi como tomando por punto de honra el haber sido llamado en mentira, juró a Anselmo que desde aquel momento tomaba tan a su cargo el contentalle y no mentille, cual lo vería si con curiosidad lo espiaba, cuanto más que no sería menester usar de ninguna diligencia, porque la que él pensaba poner en satisfacelle le quitaría de toda sospecha.

Creyóle Anselmo, y para dalle más segura y menos sobresaltada, determinó de hacer ausencia de su casa por ocho días, yéndose a la de un amigo suyo que estaba en una aldea no lejos de la ciudad; con el cual amigo concertó que lo enviase a llamar con muchas veras, para tener ocasión con Camila de su partida.

Desdichado y mal advertido de ti, Anselmo, ¿qué es lo que haces? ¿Qué es lo que haces? ¿Qué es lo que trazas? ¿Qué es lo que ordenas? Mira que haces contra ti mismo, trazando tu deshonra y ordenando tu perdición. Buena es tu esposa Camila, quieta y sosegadamente la posees, nadie sobresalta tu gusto, sus pensamientos no salen de las paredes de su casa, tú eres su cielo en la tierra, el blanco de sus deseos, el cumplimiento de sus gustos y la medida por donde mide su voluntad, ajustándola en todo con la tuya y con la del cielo. Pues si la mina de su honor, hermosura, honestidad y recogimiento te da sin ningún trabajo toda la riqueza que tiene, y tú puedes desear, ¿para qué quieres hondar la tierra y buscar nuevas vetas de nuevo y nunca visto tesoro, poniéndote a peligro que todo se venga abajo, pues en fin se sustenta sobre los débiles arrimos de su flaca naturaleza?

Mira que el que busca lo imposible, es justo que lo posible se le niegue, como lo dijo mejor un poeta, diciendo:

Busco en la muerte la vida, 
salud a la enfermedad, 
en la prisión libertad, 
en lo cerrado salida, 
y en el traidor lealtad.
Pero mi suerte, de quien 
jamás espero algún bien, 
con el cielo ha estatuído, 
que pues lo imposible pido, 
lo posible aun no me den.

Fuese otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que el tiempo que él estuviese ausente, vendría Lotario a mirar por su casa y a comer con ella, que tuviese cuidado de tratalle como a su misma persona.

Afligióse Camila, como mujer discreta y honrada, de la orden que su marido le dejaba, y díjole que adviertiese que no estaba bien que nadie, él ausente, ocupase la silla de su mesa; y que si lo hacía por no tener confianza, que ella sabría gobernar su casa, que probase por aquella vez, y vería por experiencia cómo para mayores cuidados era bastante. Anselmo le replicó que aquel era su gusto, y que no tenía más que hacer que bajar la cabeza y obedecelle. Camila dijo que así lo haría, aunque contra su voluntad. Partióse Anselmo, y otro día vino a su casa Lotario, donde fue recibido de Camila con amoroso y honesto acogimiento; la cual jamás se puso en parte donde Lotario la viese a solas, porque siempre andaba rodeada de sus criados y criadas, especialmente de una doncella suya, llamada Leonela, a quien ella mucho quería, por haberse criado desde niñas las dos juntas en casa de los padres de Camila, y cuando se casó con Anselmo la trujo consigo. En los tres días primeros nunca Lotario le dijo nada, aunque pudiera, cuando se levantaban los manteles y la gente se iba a comer con mucha priesa, porque así se lo tenía mandado Camila; y aun tenía orden Leonela que comiese primero que Camila, y que de su lado jamás se quitase; mas ella, que en otras cosas de su gusto tenía puesto el pensamiento, y había menester aquellas horas y aquél para ocuparle en sus contentos, no cumplía todas las veces el mandamiento de su señora; antes los dejaba solos, como si aquello le hubieran mandado. Mas la honesta presencia de Camila, la gravedad de su rostro, la compostura de su persona era tanta, que ponía freno a la lengua de Lotario, redundó más en daño de los dos; porque si la lengua callaba, el pensamiento discurría y tenía lugar de contemplar parte por parte todos los extremos de bondad y de hermosura que Camila tenía, bastantes a enamorar una estatua de mármol, no un corazón de carne.

Mirábala Lotario en el lugar y espacio que había de hablarla, y consideraba cuán digna era de ser amada; y esta consideración comenzó poco a poco a dar asalto a los respetos que a Anselmo tenía, y mil veces quiso ausentarse de la ciudad, e irse donde jamás Anselmo le viese a él ni él viese a Camila; mas ya le hacía impedimento y detenía el gusto que hallaba en mirarla: hacíase fuerza y peleaba consigo mismo por desechar y no sentir el contento que le llevaba a mirar a Camila; culpábase a solas de su desatino; llamábase mal amigo y aun mal cristiano; hacía discursos y comparaciones entre él y Anselmo, y todos paraban en decir que más había sido la locura y confianza de Anselmo, que su poca fidelidad; y que si así tuviera disculpa para con Dios como para con los hombres, de lo que pensaba hacer, que no temiera pena por su culpa.

En efecto la hermosura y la bondad de Camila, juntamente con la ocasión que el ignorante marido le había puesto en las manos, dieron con la lealtad de Lotario en tierra; y sin mirar a otra cosa que aquella a que su gusto le inclinaba, al cabo de tres días de la ausencia de Anselmo, en los cuales estuvo en continua batalla por resistir a sus deseos, comenzó a requebrar a Camila con tanta turbación y con tan amorosas razones, que Camila quedó suspensa, y no hizo otra cosa que levantarse de donde estaba y entrarse en su aposento sin respondelle palabra alguna; mas no por esta sequedad se desmayó en Lotario la esperanza que siempre nace juntamente con el amor; antes tuvo en más a Camila, la cual, habiendo visto en Lotario lo que jamás pensara, no sabía qué hacerse; y pareciéndole no ser cosa segura ni bien hecha darle ocasión ni lugar a que otra vez le hablase, determinó de enviar aquella misma noche, como lo hizo, a un criado suyo con un billete a Anselmo, donde le escribió estas razones:

CAPÍTULO XXXIV


Donde se prosigue la novela del curioso impertinente

 Así como suele decirse que parece mal el ejército sin su general y el castillo sin su castellano, digo yo que parece muy peor la mujer casada y moza sin su marido, cuando justísimas ocasiones no lo impiden. Yo me hallo tan mal sin vos y tan imposibilitada de sufrir esta ausencia, que si presto no venís, me habré de ir a entretener en casa de mis padres, aunque deje sin guarda la vuestra, porque la que me dejasteis, si es que quedó con tal título, creo que mira más por su gusto que por lo que a vos toca; y pues sois discreto, no tengo más que deciros ni aun es bien que más os diga."

Ésta recibió Anselmo, y entendió por ella que Lotario había ya comenzado la empresa, y que Camila debía haber respondido como él deseaba; y alegre sobremanera de tales nuevas, respondió a Camila de palabra que no hiciese mudamiento de su casa en modo ninguno, porque él volvería con mucha brevedad. Admirada quedó Camila de la respuesta de Anselmo, que la puso en más confusión que primero, porque ni se atrevía a estar en su casa, ni menos irse a la de sus padres, porque en la quedada corría peligro su honestidad, y en la ida iba contra el mandamiento de su esposo.

En fin, se resolvió a lo que estuvo peor, que fue en el quedarse con determinación de no huir la presencia de Lotario, por no dar que decir a sus criados, y ya le pesaba de haber escrito lo que escribió a su esposo, temerosa de que no pensase que Lotario había visto en ella alguna desenvolura que le hubiese movido a no guardalle el decoro que debía. Pero fiada en su bondad, se fió en Dios y en su buen pensamiento, con que pensaba resistir callando a todo aquello que Lotario decirle quisiese, sin dar más cuenta a su marido, por no ponerle en alguna pendencia y trabajo, y aun andaba buscando manera cómo disculpar a Lotario con Anselmo, cuando le preguntase la ocasión que le había movido a escribirle aquel papel.
Con estos pensamientos, más honrados que acertados ni provechosos, estuvo otro día escuchando a Lotario, el cual cargó la mano de manera que comenzó a titubear la firmeza de Camila, y su honestidad tuvo harto que hacer en acudir a los ojos, para que no diesen muestras de alguna amorosa compasión, que las lágrimas y las razones de Lotario en su pecho había despertado. Todo esto notaba Lotario, y todo le encendía. Finalmente, a él le pareció que era menester en el espacio y lugar que daba la ausencia de Anselmo apretar el cerco de aquella fortaleza, y así acometió a aquella presunción con alabanzas de su hermosura, porque no hay cosa que más presto rinda y allane las encastilladas torres de la vanidad de las hermosas, que la misma vanidad puesta en las lenguas de la adulación. En efecto, él con toda diligencia minó la roca de su entereza con tales pertrechos, que aunque Camila fuera toda de bronce, viniera al suelo. Lloró, rogó, ofreció, aduló, porfió y fingió Lotario con tantos sentimientos, con muestras de tantas veras, que dió al través con el recato de Camila, y vino a triunfar de lo que menos esperaba y más deseaba. Rindióse Camila, Camila se rindió; ¿pero qué mucho si la amistad de Lotario no quedó en pie? Ejemplo claro, que nos muestra que solo se vence la pasión amorosa con huilla, y que nadie se ha de poner a brazos con tan poderoso enemigo, porque es menester fuerzas divinas para vencer las suyas humanas. Sólo supo Leonela la flaqueza de su señora, porque no se la pudieron encubrir los dos malos amigos y nuevos amantes. No quiso Lotario decir a Camila la pretensión de Anselmo, ni que él le había dado lugar para llegar a aquel punto, porque no tuviese en menos su amor, y pensase que así acaso y sin pensar, y no de propósito, le había solicitado.

Volvió de allí a pocos días Anselmo a su casa, y no echó de ver lo que faltaba en ella, que era lo que en menos tenía y más estimaba. Fuese luego a Lotario y hallóle en su casa. Abrazáronse los dos, y el uno preguntó por las nuevas de su vida o de su muerte. Las nuevas que te podré dar, oh amigo Anselmo, dijo Lotario, son de que tienes una mujer que dignamente puede ser ejemplo y corona de todas las mujeres buenas. Las palabras que le he dicho se las ha llevado el aire, los ofrecimientos se han tenido en poco, las dádivas no se han admitido, de algunas lágrimas fingidas mías se ha hecho burla notable. En resolución, así como Camila es cifra de toda belleza, es archivo donde asiste la honestidad y vive el comedimiento y el recato, y todas las virtudes que pueden hacer loable y bien afortunada a una honrada mujer. Vuelve a tomar tus dineros, amigo, que aquí los tengo sin haber tenido necesidad de tocar a ellos, que la entereza de Camila no se rinde a cosas tan bajas como son dádivas y promesas. Conténtate, Anselmo, y no quieras hacer más pruebas de las hechas; y pues a pie enjuto has pasado el mar de las dificultades y sospechas de que las mujeres suelen y pueden tenerse, no quieras entrar de nuevo en el profundo piélago de nuevos inconvenientes, ni quieras hacer experiencia con otro piloto de la bondad y fortaleza del navío que el cielo te dió en suerte, para que en él pasases la mar de este mundo, sino haz cuenta que estás ya en seguro puerto, y aférrate con las áncoras de la buena consideración, y déjate estar hasta que te vengan a pedir la deuda, que no hay hidalguía humana que de pagarla se excuse.

Contentísimo quedó Anselmo de las razones de Lotario, y así se las creyó como si fueran dichas por algún oráculo; pero con todo eso le rogó que no dejase la empresa, aunque no fuese más de por curiosidad y entretenimiento, aunque no se aprovechase de allí adelante de tan ahincadas diligencias como hasta entonces; y que sólo quería que le escribiese algunos versos en su alabanza debajo el nombre de Clori, porque él le daría a entender a Camila que andaba enamorado de una dama, a quien le había puesto aquel nombre por poder celebrarla con el decoro que a su honestidad se le debía; y que cuando Lotario no quisiese tomar trabajo de escribir los versos, que él los haría. No será menester eso, dijo Lotario, pues no me son tan enemigas las musas, que algunos ratos del año no me visiten. Dile tú a Camila lo que has dicho de fingimiento de mis amores, que los versos yo los haré, sino son tan buenos como el sujeto merece, serán por lo menos los mejores que yo pudiere.
Quedaron deste acuerdo el impertinente y el traidor amigo, y vuelto Anselmo a su casa, preguntó a Camila lo que ella ya se maravillaba que no se lo hubiese preguntado, que fue que la dijese la ocasión por qué le había escrito el papel que el envió. Camila le respondió que le había parecido que Lotario la miraba un poco más desventualmente que cuando él estaba en casa: pero que ya estaba desengañada, y creía que había sido imaginació suya, porque ya Lotario huía de vella y de estar con ella a solas. Díjole Anselmo que bien podía estar segura de aquella sospecha, porque él sabía que Lotario andaba enamorado de una doncella principal de la ciudad, quien él celebraba debajo del nombre de Clori, y que aunque no lo estuviera, no había de temer de la verdad de Lotario y de la mucha amistad de entrambos. Y a no estar avisada Camila de Lotario de que eran fingidos aquellos amores de Clori, y que él se lo había dicho a Anselmo por poder ocuparse algunos ratos en las mismas alabanzas de Camila, ella sin duda cayera en la desesperada red de los celos; mas por estar ya advertida, pasó aquel sobresaltó sin pesadumbre.

Otro día, estando los tres sobre mesa, rogó Anselmo a Lotario dijese alguna cosa de las que había compuesto a su amada Clori, que pues Camila no la conocía, seguramente podía decir lo que quisiese. Aunque la conociera, respondió Lotario, no encubriera yo nada, porque cuando algún amante loa a su dama de hermosa y la nota de cruel, ningún oprobio hace a su buen crédito; pero sea lo que fuere, lo que sé decir, que ayer hice un soneto a la ingrata desta Clori, que dice así:
Soneto
En el silencio de la noche, cuando 
ocupa el dulce sueño a los mortales, 
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y a mi Clori dando.

Y al tiempo, cuando el sol se va mostrando 
por las rosadas puertas orientales, 
con suspiros y acentos desiguales 
voy la antigua querella renovando.

Y cuando el sol de su estrellado asiento 
derechos rayos a la tierra envía, 
el llanto crece, y doblo los gemidos.

Vuelve la noche, y vuelvo al triste cuento, 
y siempre halló en mi mortal porfía 
al cielo sordo, a Clori sin oído.
Bien le pareció el soneto a Camila; pero mejor a Anselmo, pues le alabó y dijo que era demasiadamente cruel la dama que a tan claras verdades no correspondía. A lo que dijo Camila: ¿Luego todo aquello que los poetas enamorados dicen verdad? En cuanto poetas no la dicen, respondió Lotario; mas en cuanto enamorados siempre quedan tan cortos como verdaderos. No hay duda deso, replicó Anselmo, todo por apoyar y acreditar los pensamientos de Lotario con Camila, tan descuidada del artificio de Anselmo como ya enamorada de Lotario.

Y así, con el gusto que de sus cosas tenía, y más teniendo por entendido que sus deseos y escritos a ella se encaminaban, y que ella era la verdadera Clori, le rogó que si otro soneto, u otros versos sabía, los dijese. Sí sé, respondió Lotario; pero no creo que es tan bueno como el primero, o por mejor decir, menos malo, y podréislo bien juzgar, pues es éste
Soneto
Yo sé que muero, y si no soy creído, 
es más cierto el morir, como es más cierto 
verme a tus pies, oh bella ingrata, muerto 
antes que de adorarte arrepentido.

Podré yo verme en la religión del olvido, 
de vida gloria y de favor desierto, 
y allí verse podrá en mi pecho abierto, 
como tu rostro hermoso está esculpido.

Que esta reliquia guardo para el duro 
trance que me amenaza mi porfía, 
que en tu mismo rigor se fortalece.

¡Ay de aquel que navegue, el cielo oscuro 
por mar no usado y peligrosa vía, 
a donde norte o puerto no se ofrece!
También alabó este segundo soneto Anselmo como había hecho al primero, y desta manera iba añadiendo eslabón a eslabón a la cadena con que se enlazaba y trataba su deshonra, pues cuanto más Lotario le deshonraba, entonces le decía que estaba más honrado; y con esto todos los escalones que Camila bajaba hacia el centro de su menosprecio, los subía en la opinión de su marido hacia la cumbre de su virtud y de su buena fama.

Sucedió en esto, que hallándose una vez, entre otras, sola Camila con su doncella, le dijo: Corrida estoy, amiga Leonela, de ver en cuán poco he sabido estimarme, pues siquiera no hice que con el tiempo comprara Lotario la entera posesión que le di tan presto de mi voluntad. Temo que ha de desestimar mi presteza o ligereza, sin que eche de ver la fuerza que él me hizo para no poder resistirle. No te dé pena eso, señora mía, respondió Leonela, que no está la monta, ni es causa para menguar la estimación, darse lo que se da presto, si en efecto lo que se da es bueno, y ello por sí digno de estimarse; y aun suele decirse que el que luego da, da dos veces. También se suele decir, dijo Camila, que lo que cuesta poco se estima en menos.

No corre por ti esa razón, respondió Leonela, porque el amor, según he oído decir, unas veces vuela y otras anda, con éste corre y con aquel va despacio, a unos entibia y a otros abrasa; a unos hiere, a otros mata; en un mismo punto comienza la carrera de sus deseos, y en aquel mismo punto la acaba y concluye; por la mañana suele poner el cerco a una fortaleza, y a la noche la tiene rendida, porque no hay fuerza que le resista. Y siendo así, ¿de qué te espantas o de qué temes, si lo mismo debe de haber acontecido a Lotario, habiendo tomado el amor por instrumento de rendiros la ausencia de mi señor? Y era forzoso que en ella se concluyese lo que el amor tenía determinado, sin dar tiempo al tiempo, para que Anselmo le tuviese de volver, y con su presencia quedase imperfecta la obra, porque el amor no tiene otro mejor ministro para ejecutar lo que desea, que es la ocasión: de la ocasión se sirve en todos sus hechos, principalmente en los principios. Todo esto sé yo muy bien más de experiencia que de oídas, y algún día te lo diré, señora, que yo también soy de carne y de sangre moza; cuanto más, señora Camila, que no te entregaste, ni diste tan luego, que primero no hubiese visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y en las promesas y dádivas de Lotario toda su alma, viendo en ella y en sus virtudes cuán digno era Lotario de ser amado. Pues si esto es ansí, no te asalten la imaginación esos escrúpulos y melindrosos pensamientos, sino asegúrate que Lotario te estima como tú le estimas a él, y vive con contento y satisfacción de que ya que caiste en el lazo amoroso, es el que te aprieta de valor y de estima: y que no sólo tiene las cuatro "SS" que dicen que han de tener los buenos enamorados, sino todo un A B C entero: sino, escúchame, y verás como te lo digo de coro. ÉL es, según yo veo y a mí me parece, "agradecido, bueno, caballero, dadivoso, enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, obsequioso, principal, quantioso, rico", y las "SS" que dicen, y luego "tácito, verdadero": la X no el cuadra, porque es letra áspera; la Y ya está dicha; la Z "celador" de tu honra.

Rióse Camila del A B C de su doncella, y túvola por más práctica en las cosas del amor que ella decía; y así lo confesó ella, descubriendo a Camila como trataba de amores con un mancebo bien nacido de la misma ciudad; de lo cual se turbó Camila, temiendo que era aquel camino por donde su honra podía correr riesgo. Apuróla, si pasaban sus pláticas a más que serlo. Ella con poco vergüenza y mucha desenvoltura le respondió que sí pasaban; porque es cosa ya cierta que los descuidos de las señoras quitan la vergüenza a las criadas, las cuales, cuando ven a las amas echar traspiés, no se les da nada a ellas de cojear, ni de que lo sepan.
No pudo hacer otra cosa Camila sino rogar a Leonela no dijese nada de su hecho al que decía ser su amante, y que tratase sus cosas con secreto, porque no viniesen a noticia de Anselmo ni de Lotario. Leonela respondió que así lo haría; mas cumpliólo de manera que hizo cierto temor de Camila, de que por ella había de perder su crédito; porque la deshonesta y atrevida Leonela, después que vió que el proceder de su ama no era el que solía, atrevióse a entrar y poner dentro de casa a su amante, confiada que aunque su señora le viese no había de osar descubrille, que este daño acarrean entre otros los pecados de las señoras que se hacen esclavas de sus mismas criadas, y se obligan a encubrirles sus deshonestidades y vilezas, como aconteció con Camila, que aunque vió una y muchas veces que su Leonela estaba con su galán en un aposento de su casa, no sólo no la osaba reñir, más dábale lugar a que lo encerrase, y quitábale todos los estorbos para que no fuese visto de su marido; pero no los pudo quitar, que Lotario no le viese una vez salir al romper del alba, el cual, sin conocer quién era, pensó primero que debía de ser alguna fantasma; mas cuando le vió caminar, embozarse y encubrirse con cuidado y recato, cayó de su simple pensamiento, y dió en otro que fuera la perdición de todos, si Camila no lo remediara.

Pensó Lotario que aquel hombre que había visto salir tan a deshora de casa de Anselmo, no había entrado en ella por Leonela, ni aun se acordó si Leonela era en el mundo. Sólo creyó que Camila, de la misma manera que había sido fácil y ligera con él, lo era para otro; que estas añadiduras trae consigo la maldad de la mujer mala, que pierde el crédito de su honra con el mismo a quien se entregó rogada y persuadida, y crea que con mayor facilidad se entregó a otros, y da infalible crédito a cualquiera sospecha que desto le venga.

Y no parece sino que le faltó a Lotario en este punto todo su buen entendimiento, y se le fueron de la memoria todos sus advertidos discursos, pues sin hacer ninguno que bueno fuese, ni aun razonable, sin más ni más, antes que Anselmo se levantase, impaciente y ciego de la celosa rabia que las entrañas le roía, muriendo por vengarse de Camila, que en ninguna cosa le había ofendido, se fue a Anselmo y le dijo: Sábete, Anselmo, que ha muchos días que he andado peleando conmigo mismo, haciéndome fuerza a no decirte lo que ya no es posible ni justo que más te encubra. Sábete que la fortaleza de Camila está ya rendida y sujeta a todo aquello que yo quisiere hacer della; si he tardado en descubrirte esta verdad, ha sido por ver si era algún liviano antojo suyo, o si lo hacía por probarme, y ver si eran con propósito firme tratados los amores que con tu licencia con ella he comenzado. Creí asímismo que ella, si fuera la que debía y la que entrambos pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de mi solicitud; pero habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas las promesas que me ha dado, de que cuando otra vez hagas ausencia de tu casa, me hablará en la recámara donde está el repuesto de tus alhajas (y era la verdad que allí le solía hablar Camila): y no quiero que precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometido el pecado sino con pensamiento, y podría ser que déste hasta el tiempo de ponerle en obra se mudase el de Camila, y naciese en su lugar el arrepentimiento. Y así, ya que en todo o en parte has seguido siempre mis consejos, sigue y guarda uno que ahora te daré, para que sin engaño y con medroso advertimiento te satisfagas de aquella que más vieras que te convenga. Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay, y otras cosas con que te puedes encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos y yo por los míos lo que Camila quiere. Y si fuera la maldad, que se puede temer antes que esperar con silencio, seguridad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio.

Absorto, suspenso y admirado quedó Anselmo con las razones de Lotario, porque le cogieron en tiempo donde menos la esperaba oir, porque ya tenía a Camila por vencedora de los fingidos asaltos de Lotario, y comenzaba a gozar la gloria del vencimiento. Callando estuvo por un buen espacio, mirando al suelo sin mover pestaña, y al cabo dijo: Tú lo has hecho, Lotario, como yo esperaba de tu amistad. En todo he seguido tu consejo, haz lo que quisieres, y guarda aquel secreto que ves que conviene en caso tan no pensado. Prometióselo Lotario, y en apartándose dél, se arrepintió totalmente de cuanto le había dicho, viendo cuán neciamente había andado, pues pudiera él vengarse de Camila, y no por camino tan cruel y tan deshonrado. Maldecía su entendimiento, afeaba su ligera determinación, y no sabía que medio tomarse para deshacer lo hecho, o para dalle una razonable salida.

Al cabo acordó de dar cuenta de todo a Camila, y como no faltaba lugar para poderlo hacer, aquel mismo día la halló sola; y ella, así como vió que le podía hablar le dijo: Sabed, amigo Lotario, que tengo una pena en el corazón, que me aprieta de suerte que parece que quiere reventar en el pecho, y ha de ser maravilla si no lo hace, pues ha llegado la desvergüenza de Leonela a tanto, que cada noche encierra a un galán suyo en esta casa, y se está con él hasta el día, tan a costa de mi crédito, cuanto le quedará campo abierto de juzgarlo al que le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa; y lo que me fatiga es que no la puedo castigar ni reñir, que el ser ella secretario de nuestros tratos, me ha puesto un freno en la boca para callar los suyos, y temo que de aquí ha de nacer algún mal suceso.
Al principio que Camila esto decía, creyó Lotario que era artificio para desmentille que el hombre que había visto salir era de Leonela, y no suyo; pero viéndola llorar y afligirse y pedirle remedio, vino a creer la verdad, y en creyéndola acabó de estar confuso y arrepentido del todo. Pero con esto respondió a Camila que no tuviese pena, que él ordenaría remedio para atajar la insolencia de Leonela. Díjole asímismo lo que instigado de la furiosa rabia de los celos había dicho a Anselmo y cómo estaba concertado de esconderse en la recámara, para ver desde allí a la clara la poca lealtad que ella le guardaba. Pidióle perdón desta locura, y consejo para poder remedialla y salir bien de tan revuelto laberinto como su mal discurso le había puesto. Espantado quedó Camila de oir lo que Lotario le decía, y con mucho enojo y muchas discretas razones le riñó y afeó su mal pensamiento, y la simple mala determinación que había tenido.

Pero como naturalmente tiene la mujer ingenio para el bien y para el mal, más que el varón (puesto que le va faltando cuando de propósito se pone a hacer discursos), luego al instante halló Camila el modo de remediar tan al parecer irremediable negocio; y dijo a Lotario que procurase que otro día se escondiese Anselmo donde decía, porque ella pensaba sacar de su escondimiento comodidad, para que desde allí en adelante los dos se gozasen sin sobresalto alguno; y sin declararle del todo su pensamiento, le advirtió que tuviese cuidado, que en estando Anselmo escondido, él viniese cuando Leonela le llamase y que a cuanto ella le dijese, le respondiese como respondiera aunque no supiera que Anselmo le escuchaba.

Porfío Lotario que le acabase de declarar su intención, porque con más seguridad y aviso guardase todo lo que viese ser necesario. Digo, dijo Camila, que no hay más que guardar sino fuere responderme como yo os preguntare, no queriendo Camila darle antes cuenta de lo que pensaba hacer, temerosa que no quisiese seguir el parecer que a ella tan bueno le parecía, y siguiese o buscase otros que no podía ser tan buenos.

Con esto se fue Lotario, y Anselmo otro día con la excusa de ir a aquella aldea de su amigo, se partió y volvió a esconderse que lo pudo hacer con comodidad. Escondióse, pues, Anselmo con aquel sobresalto que se puede imaginar que tendría el que esperaba ver por sus propios ojos hacer notomía de las entrañas de su honra, y verse a pique de perder el sumo bien que él pensaba que tenía en su querida Camila. Seguras ya y ciertas, Camila y Leonela que Anselmo estaba escondido, entraron en la recámara, y apenas hubo puesto los pies en ella Camila, cuando dando un gran suspiro, dijo: ¡Ay Leonela amiga! ¿No sería mejor que antes que llegase a poner en ejecución lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo, que tomases la daga de Anselmo que te he pedido y pasases con ella este infame pecho mío? Pero no hagas tal, que no será razón que yo lleve la pena de la ajena culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en mí los atrevidos y deshonestos ojos de Lotario, que fuese causa de darle atrevimiento a descubrirme un tal mal deseo, como es el que me ha descubierto en desprecio de su amigo y en deshonra mía. Ponte, Leonela, a esa ventana, y llámale, que sin duda alguna él debe de estar en la calle esperando poner en efecto su mala intención; pero primero se pondrá la cruel cuanto honrada mía.

¡Ay, señora mía!, respondió la sagaz y advertida Leonela. ¿Y que es lo que quieres hacer con esta daga? ¿Quieres por ventura quitarte la vida, o quitársela a Lotario? Que cualquiera de estas cosas que quieras ha de redundar en pérdida de tu crédito y fama. Mejor es que disimules tu agravio, y no des lugar que este mal hombre entre ahora en tu casa y nos halle solas. Mira, señora, que somos flacas mujeres, y él es hombre y determinado, y como viene con aquel mal propósito ciego y apasionado, quizá antes que tú pongas en ejecución el tuyo, hará él lo que te estaría más mal que quitarte la vida. Mal haya mi señor Anselmo, que tanta mano a querido dar a esta desuella caras en su casa; y ya, señora, que le mates, como yo pienso que quieres hacer, ¿qué hemos de hacer dél después de muerto? ¿Qué amiga?, respondió Camila. Dejarémosle para que Anselmo le entierre, pues será justo que tenga descargo el trabajo que tomare en poner debajo de la tierra su misma infamia. Llámale, acaba, que todo el tiempo que tardo en tomar la debida venganza de mi agravio, parece que ofende a la lealtad que a mi esposo debo.

Todo esto escuchaba Anselmo, y a cada palabra que Camila decía, se le mudaban los pensamientos; mas cuando entendió que estaba resuelta en matar a Lotario, quiso salir y descubrirse, porque tal cosa no hiciese; pero detúvole el deseo de ver en qué paraba tanta gallardía y honesta resolución, con propósito de salir a tiempo que la estorbase. Tomóle en esto a Camila un desmayo, arrojándose encima de una cama que allí estaba, comenzó Leonela a llorar muy amargamente y a decir: ¡Ay, desdichada de mí, si fuese tan sin ventura que se me muriese aquí entre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de las buenas mujeres, el ejemplo de la castidad! Con otras cosas a estas semejantes, que ninguno que la escuchara que no la tuviera por la más lastimada y leal doncella del mundo, y a su señora por otra nueva y perseguida Penélope.

Poco tardó en volver de su desmayo Camila, y al volver en sí dijo: ¿Por qué no vas, Leonela, a llamar al más desleal amigo que vió el sol o cubrió la noche? Acaba, corre, aguija, camina, no se desfogue con la tardanza el fuego de la cólera que tengo, y se pase en amenazas y maldiciones la justa venganza que espero. Ya voy a llamarle, señora mía, dijo Leonela; mas hasme de dar primero esa daga, porque no hagas cosa en tanto que falto, que dejes con ella que llorar toda la vida a todos los que bien te quieren. Ve segura, Leonela amiga, que no haré, respondió Camila, porque ya que se sea atrevida y simple a tu parecer al volver por mi honra, no lo ha de ser tanto como aquella Lucrecia, de quien dicen que se mató sin haber cometido error alguno, y sin haber muerto primero a quien tuvo la culpa de su desgracia. Yo moriré, si muero, pero ha de ser vengada y satisfecha del que me ha dado ocasión de venir a esta lugar a llorar sus atrevimientos, nacidos tan sin culpa mía.

Mucho se hizo de rogar Leonela antes que saliese a llamar a Lotario; pero en fin salió, y entre tanto que volvía, quedó Camila diciendo, como que hablaba consigo misma: ¡Válame Dios! ¿No fuera más acertado haber despedido a Lotario, como otras muchas veces lo he hecho, que no ponerle en condición, como ya le he puesto, que me tenga por deshonesta y mala, siquiera este tiempo que he de tardar en desengañarle? Mejor fuera sin duda, pero no quedara yo vengada, ni la honra de mi marido satisfecha, si tan a manos lavadas y tan a paso llano se volviera a salir de donde sus malos pensamientos le entraron. Pague el traidor con la vida lo que intentó con tan lascivo deseo; sepa el mundo (si acaso llegare a saberlo) de que Camila no sólo guardo la lealtad a su esposo, sino que le dió venganza del que se atrevió a ofendelle; mas con todo, creo que fuera mejor dar cuenta desto a Anselmo; pero ya se la apunté a dar en la carta que le escribí a la aldea, y creo que el no acudir él al remedio del daño que allí le señalé, debió de ser que de puro bueno y confiado no quiso, ni pudo creer que en el pecho de su tan firme amigo pudiese caber género de pensamiento que contra su honra fuese; ni aun yo le creí después por muchos días, ni lo creyera jamás si su insolencia no llegara a tanto que las manifiestas dádivas, y las largas promesas, y las continuas lágrimas no me lo manisfetaran. Mas, ¿para qué hago yo ahora estos discursos? ¿Tiene por ventura una resolución gallarda necesidad de consejo alguno? No por cierto. Afuera, pues, traidores. Aquí venganzas. Entre el falso, venga, llegue, muera, acabe, y suceda lo que sucediere. Limpia entré en poder del que el cielo me dió por mío, y limpia he de salir dél, y cuando mucho, saldré bañada en mi casta sangre y en la impura del más falso amigo que vió la amistad en el mundo. Y diciendo esto se paseaba por la sala con la daga desenvainada, dando tan desconcertados y desaforados pasos, y haciendo tales ademanes, que no parecía sino que le faltaba el juicio, y que no era mujer delicada, sino un rufián desesperado.

Todo lo miraba Anselmo cubierto detrás de los tapices donde se había escondido, y de todo se admiraba, y ya le parecía que lo que había visto y oído era bastante satisfacción para mayores sospechas, y ya quisiera que la prueba de venir Lotario, aunque faltara temeroso de algún mal repentino suceso. Y estando ya para manifestarse y salir para abrazar y desengañar a su esposa, se detuvo, porque vió que Leonela volvía con Lotario de la mano. Y así como Camila le vió, haciendo con la daga en el suelo una gran raya delante della, le dijo: Lotario, advierte lo que te digo. Si a dicha te atrevieres a pasar de esta raya que ves, ni aun llegar a ella, en el punto que viere que lo intentas, en ese mismo me pasaré el pecho con esta daga que en las manos tengo. Y antes que a esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me escuches, que después responderás lo que más te agradare. Lo primero quiero, Lotario, que me digas si conoces a Anselmo mi marido, y en qué opinión le tienes; y lo segundo quiero saber también si me conoces a mí. Respóndeme a esto; y no te turbes, ni pienses mucho lo que has de responder, pues no son dificultades las que te pregunto.

No era tan ignorante Lotario, que desde el primer punto que Camila le dijo que hiciese esconder a Anselmo no hubiese dado en la cuenta de lo que ella pensaba hacer; y así correspondió con su intención tan discretamente y tan a tiempo, que hicieran los dos pasar aquella mentira, por más que cierta verdad; y así respondió a Camila desta manera: No pensé yo, hermosa Camila, que me llamabas para preguntarme cosas tan fuera de la intención con que yo aquí vengo. Si lo haces por dilatarme la prometida merced, desde más lejos pudieras entretenerla, porque tanto más fatiga el bien deseado, cuanto la esperanza está más cerca de poseerlo. Pero, porque no digas que no respondo a tus preguntas, digo que conozco a tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años; y no quiero decir que tú tan bien sabes de nuestra amistad, por no hacerme testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa de mayores yerros. A ti te conozco y tengo en la misma opinión que él te tiene, que no ser así por menos prendas que las tuyas no había yo de ir contra lo que debo a ser quien soy, y contra las santas leyes de la verdadera amistad, ahora por tan poderoso enemigo como el amor por rompidas (sic) y violadas.

Si eso confiesas, respondió Camila, enemigo mortal de todo aquello que justamente merece ser amado, ¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuan poca ocasión le agravias? Pero ya caigo, ¡ay!, ¡desdichada de mí!, en la cuenta de quien te ha hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes, que debe de haber sido alguna desenvoltura mía, que no quiero llamarla deshonestidad, pues no habrá procedido de deliberada determinación, sino de algún descuido de los que las mujeres que piensan que no tienen de quien rescatarse, suelen hacer inadvertidamente. Si no dime, ¿cuando, oh traidor, respondí a tus ruegos con alguna palabra o señal, que pudiese despertar en ti alguna sombra de esperanza de cumplir tus infames deseos? ¿Cuando tus amorosas palabras no fueron desechas y reprendidas de las mías con rigor y con aspereza? ¿Cuando tus muchas promesas y mayores dádivas fueron de mí creídas ni admitidas? Pero por parecerme que alguno no puede perseverar en el intento amoroso luengo tiempo, si no es sustentado de alguna esperanza, quiero atribuirme a mí la culpa de tu impertinencia, pues sin duda algún descuido mío ha sustentado tanto tiempo tu cuidado; y así quiero castigarme y darme la pena que tu culpa merece. Y porque vieses que siendo conmigo tan inhumana, no era posible dejar de serlo contigo, quise traerte a ser testigo del sacrificio que pienso hacer a la ofendida honra de mi tan honrado marido, agraviado de ti con el mayor cuidado que te ha sido posible, y de mí también con el poco recato que he tenido del huir la ocasión, si alguna te di para favorecer y canonizar tus malas intenciones. Torno a decir que la sospecha que tengo, que algún descuido mío engendró en ti tan desvariados pensamientos, es la que más me fatiga y la que yo más deseo castigar con mis propias manos, porque castigándome otro verdugo, quizá sería más pública mi culpa. Pero antes que esto haga, quiero matar muriendo, y llevar conmigo quien me acabe de satisfacer el deseo de la venganza que espero y tengo, viendo allá donde quiera que fuere la pena que da la justicia desinteresada, y que no se dobla al que en términos tan desesperados me ha puesto.
Y diciendo estas razones, con una increíble fuerza y diligencia, arremetió a Lotario con la daga desenvainada, con tales muestras de querer enclavársela en el pecho, que casi él estuvo en duda si aquellas demostraciones era falsas o verdaderas, porque le fue forzoso valerse de su industria y de su fuerza para estorbar que Camila no le diese; la cual tan vivamente fingía aquel extraño embuste y falsedad, que por dalle color de verdad la quiso matizar con su misma sangre, porque viendo que no podía herir a Lotario, o fingiendo que no podía, dijo: Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi tan justo deseo, a lo menos no será tan poderosa que en parte me quite que no le satisfaga. Y haciendo fuerza para soltar la mano de la daga que Lotario la tenía asida, la sacó, y guiando su punta por parte que pudiese herir no profundamente, se la entró y escondió por más arriba de la islilla del lado izquierdo junto al hombro, y luego se dejó caer en el suelo como desmayada.

Estaban Leonela y Lotario suspensos y atónitos de tal suceso, y todavía dudaban de la verdad de aquel hecho, viendo a Camila tendida en tierra y bañada en su sangre. Acudió Lotario con mucha presteza despavorido y sin aliento a sacar la daga, y en ver la pequeña herida salió del temor que hasta entonces tenía, y de nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa Camila, y por acudir con lo que a él tocaba, comenzó a hacer una larga y triste lamentación sobre el cuerpo de Camila, como si estuviera difunta, echándose muchas maldiciones no sólo a él sino al que había sido causa de habelle puesto en aquel término; y como sabía que la escuchaba su amigo Anselmo, decía cosas que el que le oyera le tuviera mucha más lástima que a Camila, aunque por muerta la juzgara.

Leonela la tomó en brazos y la puso en el lecho suplicando a Lotario fuese a buscar quién secretamente a Camila curase. Pedíale asímismo consejo y parecer de lo que dirían a Anselmo de aquella herida de su señora, si acaso viniese antes que estuviese sana. Él respondió que dijesen lo que quisiesen, que él no estaba para dar consejo que de provecho fuese; sólo le dijo que procurase tomarle la sangre, porque él se iba a donde gentes no le viesen; y con muestras de mucho dolor y sentimiento se salió de casa; y cuando se vió solo y en parte donde nadie le veía, no cesaba de hacerse cruces, y maravillándose de la industria de Camila y de los ademanes tan propios de Leonela. Consideraba cuán enterado había de quedar Anselmo de que tenía por mujer a una segunda Porcia, y deseaba verse con él para celebrar los dos la mentira y la verdad más disimulada que jamás pudiera imaginarse.

Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre a su señora, que no era más de aquello que bastó para acreditar su embuste; y lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo, diciendo tales razones en tanto que la curaba, que aunque no hubieran precedido otras, bastaran a hacer creer a Anselmo que tenía en Camila un simulacro de la honestidad. Juntáronse a las palabras de Leonela otras de Camila, llamándose cobarde y de poco ánimo, pues le había faltado al tiempo que fuera necesario tenerle para quitarse la vida que tan aborrecida tenía. Pedía consejo a su doncella si diría o no todo aquel suceso a su querido esposo; la cual le dijo que no se lo dijese, porque le pondría en obligación de vengarse de Lotario, lo cual no podría ser sin mucho riesgo suyo, y que la buena mujer estaba obligada a no dar ocasión a su marido a que riñese, sino a quitalle todas aquellas que le fuese posible. Respondió Camila que le parecía muy bien su parecer, y que ella le seguiría; pero que en todo caso convenía buscar qué decir a Anselmo de la causa de aquella herida que él no podía dejar de ver; a lo que Leonela respondía que ella, ni aun burlando, no sabía mentir. Pues yo, hermana, replicó Camila, ¿qué tengo de saber? Que no me atreveré a forjar ni sustentar una mentira, si me fuese en ello la vida. Y si es que no hemos de saber dar salida a esto, mejor será decirle la verdad desnuda, que no que nos alcance en mentirosa cuenta. No tengas pena, señora. De aquí a mañana, respondió Leonela, yo pensaré qué le digamos, y quizá que por ser la herida donde es, se podrá encubrir sin que él la vea, y el cielo será servido de favorecer a nuestros tan justos y tan honrados pensamientos. Sosiégate, señora mía, y procura sosegar tu alteración, porque mi señor no te halle sobresaltada; y lo demás déjalo a mi cargo y al de Dios, que siempre acude a los buenos deseos.

Atentísimo había estado Anselmo a escuchar y a ver representar la tragedia de la muerte de su honra, la cual, con tan extraños y eficaces afectos la representaron los personajes della, que pareció que se habían trasformado en la misma verdad de lo que fingían. Deseaba mucho la noche, y el tener lugar para salir de su casa e ir a verse con su buen amigo Lotario, congratulándose con él de la margarita preciosa que había hallado en el desengaño de la bondad de su esposa. Tuvieron cuidado las dos de dalle lugar y comodidad a que saliese, y él sin perdella salió: y luego fue a buscar a Lotario, el cual hallado, no se puede buenamente contar los abrazos que le dió, las cosas que de su contento le dijo y las alabanzas que dió a Camila. Todo lo cual escuchó Lotario sin poder dar muestras de alguna alegría, porque se le representaba a la memoria cuán engañado estaba su amigo, y cuán injustamente él le agraviaba.
Y aunque Anselmo veía que Lotario no se alegraba, creía ya ser la causa por haber dejado a Camila herida y haber sido él la causa; y así entre otras razones, le dijo que no tuviese pena del sucesCo de Camila, porque sin duda la herida era ligera, pues quedaban de concierto encubrírsela a él, y que según esto no había de qué temer, sino que de allí adelante se gozase y alegrase con él, pues por su industria y medio él se veía levantado a la más alta felicidad que acertara desearse, y quería que no fuesen otros sus entretenimientos que en hacer versos en alabanza de Camila, que la hiciesen eterna en la memoria de los siglos venideros. Lotario alabó su buena determinación, y dijo que él por su parte le ayudaría a levantar tan ilustre edificio. Con esto quedó Anselmo el hombre más sabrosamente engañado que pudo haber en el mundo. Él mismo llevaba el instrumento de su gloria, toda la perdición de su fama. Recibíale Camila con rostro al parecer torcido, aunque con la alma risueña. Duró este engaño algún tiempo, hasta que al cabo de pocos meses volvió fortuna su rueda, y salió a plaza la maldad con tanto artificio hasta allí cubierta, y a Anselmo le costó la vida su impertinente curiosidad.


CAPÍTULO XXXVIII


Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras

"... Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes..."

Prosiguiendo don Quijote, dijo:


–Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con sólo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío,tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche, para restaurarse de todas estas incomodidades, en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio; lléguese un día de batalla, que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo, que quizá le habrá pasado las sienes, o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y, cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesmapobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, habéis de responder que no tienen comparación, ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es al revés en los letrados; porque, de faldas, que no quiero decir de mangas, todos tienen en qué entretenerse. Así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquéllos se premian con darles oficios, que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a éstos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven; y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras, materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega. Y, entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios; y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante, en tanto mayor grado que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que, hallándose cercado en alguna fuerza, y estando de posta, o guarda, en algún revellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas y bajar al profundo sin su voluntad. Y si éste parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventajas el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno; y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala, disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina, y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque, aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido, que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.

Todo este largo preámbulo dijo don Quijote, en tanto que los demás cenaban, olvidándose de llevar bocado a la boca, puesto que algunas veces le había dicho Sancho Panza que cenase, que después habría lugar para decir todo lo que quisiese. En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándole de su negra y pizmienta caballería. El cura le dijo que tenía mucha razón en todo cuanto había dicho en favor de las armas, y que él, aunque letrado y graduado, estaba de su mesmo parecer.

Acabaron de cenar, levantaron los manteles, y, en tanto que la ventera, su hija y Maritornes aderezaban el camaranchón de don Quijote de la Mancha, donde habían determinado que aquella noche las mujeres solas en él se recogiesen, don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida, porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso, según las muestras que había comenzado a dar, viniendo en compañía de Zoraida. A lo cual respondió el cautivo que de muy buena gana haría lo que se le mandaba, y que sólo temía que el cuento no había de ser tal, que les diese el gusto que él deseaba; pero que, con todo eso, por no faltar en obedecelle, le contaría. El cura y todos los demás se lo agradecieron, y de nuevo se lo rogaron; y él, viéndose rogarde tantos, dijo que no eran menester ruegos adonde el mandar tenía tanta fuerza.

–Y así, estén vuestras mercedes atentos, y oirán un discurso verdadero, a quien podría ser que no llegasen los mentirosos que con curioso y pensado artificio suelen componerse.

Con esto que dijo, hizo que todos se acomodasen y le prestasen un grande silencio; y él, viendo que ya callaban y esperaban lo que decir quisiese, con voz agradable y reposada, comenzó a decir desta manera:

CAPÍTULOS XXXIX, XL Y XLI

La historia del cautivo


–«En un lugar de las Montañas de León tuvo principio mi linaje, con quien fue más agradecida y liberal la naturaleza que la fortuna, aunque, en la estrecheza de aquellos pueblos, todavía alcanzaba mi padre fama de rico, y verdaderamente lo fuera si así se diera maña a conservar su hacienda como se la daba en gastalla. Y la condición que tenía de ser liberal y gastador le procedió de haber sido soldado los años de su joventud, que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace franco, y el franco, pródigo; y si algunos soldados se hallan miserables, son como monstruos, que se ven raras veces. Pasaba mi padre los términos de la liberalidad, y rayaba en los de ser pródigo: cosa que no le es de ningún provecho al hombre casado, y que tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser. Los que mi padre tenía eran tres, todos varones y todos de edad de poder elegir estado. Viendo, pues, mi padre que, según él decía, no podía irse a la mano contra su condición, quiso privarse del instrumento y causa que le hacía gastador y dadivoso, que fue privarse de la hacienda, sin la cual el mismo Alejandro pareciera estrecho.


»Y así, llamándonos un día a todos tres a solas en un aposento, nos dijo unas razones semejantes a las que ahora diré: ‘‘Hijos, para deciros que os quiero bien, basta saber y decir que sois mis hijos; y, para entender que os quiero mal, basta saber que no me voy a la mano en lo que toca a conservar vuestra hacienda. Pues, para que entendáis desde aquí adelante que os quiero como padre, y que no os quiero destruir como padrastro, quiero hacer una cosa con vosotros que ha muchos días que la tengo pensada y con madura consideración dispuesta. Vosotros estáis ya en edad de tomar estado, o, a lo menos, de elegir ejercicio, tal que, cuando mayores, os honre y aproveche. Y lo que he pensado es hacer de mi hacienda cuatro partes: las tres os daré a vosotros, a cada uno lo que le tocare, sin exceder en cosa alguna, y con la otra me quedaré yo para vivir y sustentarme los días que el cielo fuere servido de darme de vida. Pero querría que, después que cada uno tuviese en su poder la parte que le toca de su hacienda, siguiese uno de los caminos que le diré. Hay un refrán en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos lo son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: "Iglesia, o mar, o casa real", como si más claramente dijera: "Quien quisiere valer y ser rico, siga o la Iglesia, o navegue, ejercitando el arte de la mercancía, o entre a servir a los reyes en sus casas"; porque dicen: "Más vale migaja de rey que merced de señor". Digo esto porque querría, y es mi voluntad, que uno de vosotros siguiese las letras, el otro la mercancía, y el otro sirviese al rey en la guerra, pues es dificultoso entrar a servirle en su casa; que, ya que la guerra no dé muchasriquezas, suele dar mucho valor y mucha fama. Dentro de ocho días, os daré toda vuestra parte en dineros, sin defraudaros en un ardite, como lo veréis por la obra. Decidme ahora si queréis seguir mi parecer y consejo en lo que os he propuesto’’. Y, mandándome a mí, por ser el mayor, que respondiese, después de haberle dicho que no se deshiciese de la hacienda, sino que gastase todo lo que fuese su voluntad, que nosotros éramos mozos para saber ganarla, vine a concluir en que cumpliría su gusto, y que el mío era seguir el ejercicio de las armas, sirviendo en él a Dios y a mi rey. El segundo hermano hizo los mesmos ofrecimientos, y escogió el irse a las Indias, llevando empleada la hacienda que le cupiese. El menor, y, a lo que yo creo, el más discreto, dijo que quería seguir la Iglesia, o irse a acabar sus comenzados estudios a Salamanca. Así como acabamos de concordarnos y escoger nuestros ejercicios, mi padre nos abrazó a todos, y, con la brevedad que dijo, puso por obra cuanto nos había prometido; y, dando a cada uno su parte, que, a lo que se me acuerda, fueron cada tres mil ducados, en dineros (porque un nuestro tío compró toda la hacienda y la pagó de contado, porque no saliese del tronco de la casa), en un mesmo día nos despedimos todos tres de nuestro buen padre; y, en aquel mesmo, pareciéndome a mí serinhumanidad que mi padre quedase viejo y con tan poca hacienda, hice con él que de mis tres mil tomase los dos mil ducados, porque a mí me bastaba el resto para acomodarme de lo que había menester un soldado. Mis dos hermanos, movidos de mi ejemplo, cada uno le dio mil ducados: de modo que a mi padre le quedaron cuatro mil en dineros, y más tres mil, que, a lo que parece, valía la hacienda que le cupo, que no quiso vender, sino quedarse con ella en raíces. Digo, en fin, que nos despedimos dél y de aquel nuestro tío que he dicho, no sin mucho sentimiento y lágrimas de todos, encargándonos que les hiciésemos saber, todas las veces que hubiese comodidad para ello, de nuestros sucesos, prósperos o adversos. Prometímosselo, y, abrazándonos y echándonossu bendición, el uno tomó el viaje de Salamanca, el otro de Sevilla y yo el de Alicante, adonde tuve nuevas que había una nave ginovesa que cargaba allí lana para Génova.

»Éste hará veinte y dos años que salí de casa de mi padre, y en todos ellos, puesto que he escrito algunas cartas, no he sabido dél ni de mis hermanos nueva alguna. Y lo que en este discurso de tiempo he pasado lo diré brevemente. Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y, estando ya de camino para Alejandría de la Palla, tuve nuevas que el gran duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina; y, a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la Santidad del Papa Pío Quinto, de felice recordación, había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, que es el Turco; el cual, en aquel mesmo tiempo, había ganado con su armada la famosa isla de Chipre, que estaba debajo del dominio de[l] veneciano: y pérdida lamentable y desdichada. Súpose cierto que venía por general desta liga el serenísimo don Juan de Austria, hermano natural de nuestro buen rey don Felipe. Divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía. Todo lo cual meincitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba; y, aunque tenía barruntos, y casi promesas ciertas, de que en la primera ocasión que se ofreciese sería promovido a capitán, lo quise dejar todo y venirme, como me vine, a Italia. Y quiso mi buena suerte que el señor don Juan de Austria acababa de llegar a Génova, que pasaba a Nápoles a juntarse con la armada de Venecia, como después lo hizo en Mecina.

»Digo, en fin, que yo me hallé en aquella felicísima jornada, ya hecho capitán de infantería, a cuyo honroso cargo me subió mi buena suerte, más que mis merecimientos. Y aquel día, que fue para la cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que estaban, creyendo que los turcos eran invencibles por la mar: en aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada, entre tantos venturosos como allí hubo (porque más ventura tuvieron los cristianos que allí murieron que los que vivos y vencedores quedaron), yo solo fui el desdichado, pues, en cambio de que pudiera esperar, si fuera en los romanos siglos, alguna naval corona, me vi aquella noche que siguió a tan famoso día con cadenas a los pies y esposas a las manos.
»Y fue desta suerte: que, habiendo el Uchalí, rey de Argel, atrevido y venturoso cosario, embestido y rendido la capitana de Malta, que solos tres caballeros quedaron vivos en ella, y éstos malheridos, acudió la capitana de Juan Andrea a socorrella, en la cual yo iba con mi compañía; y, haciendo lo que debía en ocasión semejante, salté en la galera contraria, la cual, desviándose de la que la había embestido, estorbó que mis soldados me siguiesen, y así, me hallé solo entre mis enemigos, a quien no pude resistir, por ser tantos; en fin, me rindieron lleno de heridas. Y, como ya habréis, señores, oído decir que el Uchalí se salvó con toda su escuadra, vine yo a quedar cautivo en su poder, y solo fui el triste entre tantos alegres y el cautivo entre tantos libres; porque fueron quince mil cristianos los que aquel día alcanzaron la deseada libertad, que todos venían al remo en la turquesca armada.

»Lleváronme a Costantinopla, donde el Gran Turco Selim hizo general de la mar a mi amo, porque había hecho su deber en la batalla, habiendo llevado por muestra de su valor el estandarte de la religión de Malta. Halléme el segundo año, que fue el de setenta y dos, en Navarino, bogando en la capitana de los tres fanales. Vi y noté la ocasión que allí se perdió de no coger en el puerto toda el armada turquesca, porque todos los leventes y jenízaros que en ella venían tuvieron por cierto que les habían de embestir dentro del mesmo puerto, y tenían a punto su ropa y pasamaques, que son sus zapatos, para huirse luego por tierra, sin esperar ser combatidos: tanto era el miedo que habían cobrado a nuestra armada. Pero el cielo lo ordenó de otra manera, no por culpa ni descuido del general que a los nuestros regía, sino por los pecados de la cristiandad, y porque quiere y permite Dios que tengamos siempre verdugos que nos castiguen.

»En efeto, el Uchalí se recogió a Modón, que es una isla que está junto a Navarino, y, echando la gente en tierra, fortificó la boca del puerto, y estúvose quedo hasta que el señor don Juan se volvió. En este viaje se tomó la galera que se llamaba La Presa, de quien era capitán un hijo de aquel famoso cosario Barbarroja. Tomóla la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz. Y no quiero dejar de decir lo que sucedió en la presa de La Presa. Era tan cruel el hijo de Barbarroja, y trataba tan mal a sus cautivos, que, así como los que venían al remo vieron que la galera Loba les iba entrando y que los alcanzaba, soltaron todos a un tiempo los remos, y asieron de su capitán, que estaba sobre el estanterol gritando que bogasen apriesa, y pasándole de banco en banco, de popa a proa, le dieron bocados, que a poco más que pasó del árbol ya había pasado su ánima al infierno: tal era, como he dicho, la crueldad con que los trataba y el odio que ellos le tenían.

»Volvimos a Constantinopla, y el año siguiente, que fue el de setenta y tres, se supo en ella cómo el señor don Juan había ganado a Túnez, y quitado aquel reino a los turcos y puesto en posesión dél a Muley Hamet, cortando las esperanzas que de volver a reinar en él tenía Muley Hamida, el moro más cruel y más valiente que tuvo el mundo. Sintió mucho esta pérdida el Gran Turco, y, usando de la sagacidad que todos los de su casa tienen, hizo paz con venecianos, que mucho más que él la deseaban; y el año siguiente de setenta y cuatro acometió a la Goleta y al fuerte que junto a Túnez había dejado medio levantado el señor don Juan. En todos estos trances andaba yo al remo, sin esperanza de libertad alguna; a lo menos, no esperaba tenerla por rescate, porquetenía determinado de no escribir las nuevas de mi desgracia a mi padre.

»Perdióse, en fin, la Goleta; perdióse el fuerte, sobre las cuales plazas hubo de soldados turcos, pagados, setenta y cinco mil, y de moros, y alárabes de toda la Africa, más de cuatrocientos mil, acompañado este tan gran número de gente con tantas municiones y pertrechos de guerra, y con tantos gastadores, que con las manos y a puñados de tierra pudieran cubrir la Goleta y el fuerte. Perdióse primero la Goleta, tenida hasta entonces por inexpugnable; y no se perdió por culpa de sus defensores, los cuales hicieron en su defensa todo aquello que debían y podían, sino porque la experiencia mostró la facilidad con que se podían levantar trincheas en aquella desierta arena, porque a dos palmos se hallaba agua, y los turcos no la hallaron a dos varas; y así, con muchos sacos de arena levantaron las trincheas tan altas que sobrepujaban las murallas de la fuerza; y, tirándoles a caballero, ninguno podía parar, ni asistir a la defensa. Fue común opinión que no se habían de encerrar los nuestros en la Goleta, sino esperar en campaña al desembarcadero; y los que esto dicen hablan de lejos y con poca experiencia de casos semejantes, porque si en la Goleta y en el fuerte apenas había siete mil soldados, ¿cómo podía tan poco número, aunque más esforzados fuesen, salir a la campaña y quedar en las fuerzas, contra tanto como era el de losenemigos?; y ¿cómo es posible dejar de perderse fuerza que no es socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos y porfiados, y en su mesma tierra? Pero a muchos les pareció, y así me pareció a mí, que fue particular gracia y merced que el cielo hizo a España en permitir que se asolase aquella oficina y capa de maldades, y aquella gomia o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos Quinto; como si fuera menester para hacerla eterna, como lo es y será, que aquellas piedras la sustentaran.

»Perdióse también el fuerte; pero fuéronle ganando los turcos palmo a palmo, porque los soldados que lo defendían pelearon tan valerosa y fuertemente, que pasaron de veinte y cinco mil enemigos los que mataron en veinte y dos asaltos generales que les dieron. Ninguno cautivaron sano de trecientos que quedaron vivos, señal cierta y clara de su esfuerzo y valor, y de lo bien que se habían defendido y guardado sus plazas. Rindióse a partido un pequeño fuerte o torre que estaba en mitad del estaño, a cargo de don Juan Zanoguera, caballero valenciano y famoso soldado.Cautivaron a don Pedro Puertocarrero, general de la Goleta, el cual hizo cuanto fue posible por defender su fuerza; y sintió tanto el haberla perdido que de pesar murió en el camino de Constantinopla, donde le llevaban cautivo. Cautivaron ansimesmo al general del fuerte, que se llamaba Gabrio Cervellón, caballero milanés, grande ingeniero y valentísimo soldado. Murieron en estas dos fuerzas muchas personas de cuenta, de las cuales fue una Pagán de Oria, caballero del hábito de San Juan, de condición generoso, como lo mostró la summa liberalidad que usó con su hermano, el famoso Juan de Andrea de Oria; y lo que más hizo lastimosa su muerte fue haber muerto a manos de unos alárabes de quien se fió, viendo ya perdido el fuerte, que se ofrecieron de llevarle en hábito de moro a Tabarca, que es un portezuelo o casa que en aquellas riberas tienen los ginoveses que se ejercitan en la pesquería del coral; los cuales alárabes le cortaron la cabeza y se la trujeron al general de la armada turquesca, el cual cumplió con ellos nuestro refrán castellano: "Que aunque la traición aplace, el traidor se aborrece"; y así, se dice que mandó el general ahorcar a los que le trujeron el presente, porque no se le habían traído vivo.
»Entre los cristianos que en el fuerte se perdieron, fue uno llamado don Pedro de Aguilar, natural no sé de qué lugar del Andalucía, el cual había sido alférez en el fuerte, soldado de mucha cuenta y de raro entendimiento: especialmente tenía particular gracia en lo que llaman poesía. Dígolo porque su suerte le trujo a mi galera y a mi banco, y a ser esclavo de mi mesmo patrón; y, antes que nos partiésemos de aquel puerto, hizo este caballero dos sonetos, a manera de epitafios, el uno a la Goleta y el otro al fuerte. Y en verdad que los tengo de decir, porque los sé de memoria y creo que antes causarán gusto que pesadumbre.»

En el punto que el cautivo nombró a don Pedro de Aguilar, don Fernando miró a sus camaradas, y todos tres se sonrieron; y, cuando llegó a decir de los sonetos, dijo el uno:

–Antes que vuestra merced pase adelante, le suplico me diga qué se hizo ese don Pedro de Aguilar que ha dicho.

–Lo que sé es –respondió el cautivo– que, al cabo de dos años que estuvo en Constantinopla, se huyó en traje de arnaúte con un griego espía, y no sé si vino en libertad, puesto que creo que sí, porque de allí a un año vi yo al griego en Constantinopla, y no le pude preguntar el suceso de aquel viaje.

–Pues lo fue –respondió el caballero–, porque ese don Pedro es mi hermano, y está ahora en nuestro lugar, bueno y rico, casado y con tres hijos.

–Gracias sean dadas a Dios –dijo el cautivo– por tantas mercedes como le hizo; porque no hay en la tierra, conforme mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida.

–Y más –replicó el caballero–, que yo sé los sonetos que mi hermano hizo.

–Dígalos, pues, vuestra merced –dijo el cautivo–, que los sabrá decir mejor que yo.


–Que me place –respondió el caballero–; y el de la Goleta decía así:



Soneto

Almas dichosas que del mortal velo
libres y esentas, por el bien que obrastes,
desde la baja tierra os levantastes
a lo más alto y lo mejor del cielo,
y, ardiendo en ira y en honroso celo,
de los cuerpos la fuerza ejercitastes,
que en propia y sangre ajena colorastes
el mar vecino y arenoso suelo;
primero que el valor faltó la vida
en los cansados brazos, que, muriendo,
con ser vencidos, llevan la vitoria.
Y esta vuestra mortal, triste caída
entre el muro y el hierro, os va adquiriendo
fama que el mundo os da, y el cielo gloria.
–Desa mesma manera le sé yo –dijo el cautivo.
–Pues el del fuerte, si mal no me acuerdo –dijo el caballero–, dice así:

Soneto

De entre esta tierra estéril, derribada,
destos terrones por el suelo echados,
las almas santas de tres mil soldados
subieron vivas a mejor morada,
siendo primero, en vano, ejercitada
la fuerza de sus brazos esforzados,
hasta que, al fin, de pocos y cansados,
dieron la vida al filo de la espada.
Y éste es el suelo que continuo ha sido
de mil memorias lamentables lleno
en los pasados siglos y presentes.
Mas no más justas de su duro seno
habrán al claro cielo almas subido,
ni aun él sostuvo cuerpos tan valientes.

No parecieron mal los sonetos, y el cautivo se alegró con las nuevas que de su camarada le dieron; y, prosiguiendo su cuento, dijo:

–«Rendidos, pues, la Goleta y el fuerte, los turcos dieron orden en desmantelar la Goleta, porque el fuerte quedó tal, que no hubo qué poner por tierra, y para hacerlo con más brevedad y menos trabajo, la minaron por tres partes; pero con ninguna se pudo volar lo que parecía menos fuerte, que eran las murallas viejas; y todo aquello que había quedado en pie de la fortificación nueva que había hecho el Fratín, con mucha facilidad vino a tierra. En resolución, la armada volvió a Constantinopla, triunfante y vencedora: y de allí a pocos meses murió mi amo el Uchalí, al cual llamaban Uchalí Fartax, que quiere decir, en lengua turquesca, el renegado tiñoso, porque lo era; y es costumbre entre los turcos ponerse nombres de alguna falta que tengan, o de alguna virtud que en ellos haya. Y esto es porque no hay entre ellos sino cuatro apellidos de linajes, que decienden de la casa Otomana, y los demás, como tengo dicho, toman nombre y apellido ya de las tachas del cuerpo y ya de las virtudes del ánimo. Y este Tiñoso bogó el remo, siendo esclavo del Gran Señor, catorce años, y a más de los treinta y cuatro de sus edad renegó, de despecho de que un turco, esta[n]do al remo, le dio un bofetón, y por poderse vengar dejó su fe; y fue tanto su valor que, sin subir por los torpes medios y caminos que los más privados del Gran Turco suben, vino a ser rey de Argel, y después, a ser general de la mar, que es el tercero cargo que hay en aquel señorío. Era calabrés de nación, y moralmente fue un hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos, que llegó a tener tres mil, los cuales, después de su muerte, se repartieron, como él lo dejó en su testamento, entre el Gran Señor (que también es hijo heredero de cuantos mueren, y entra a la parte con los más hijos que deja el difunto) y entre sus renegados; y yo cupe a un renegado veneciano que, siendo grumete de una nave, le cautivó el Uchalí, y le quiso tanto, que fue uno de los más regalados garzones suyos, y él vino a ser el más cruel renegado que jamás se ha visto. Llamábase Azán Agá, y llegó a ser muy rico, y a ser rey de Argel; con el cual yo vine de Constantinopla, algo contento, por estar tan cerca de España, no porque pensase escribir a nadie el desdichado suceso mío, sino por ver si me era más favorable la suerte en Argel que en Constantinopla, donde ya había probado mil maneras de huirme, y ninguna tuvo sazón ni ventura; y pensaba en Argel buscar otros medios de alcanzar lo que tanto deseaba, porque jamás me desamparó la esperanza de tener libertad; y cuando en lo que fabricaba, pensaba y ponía por obra no correspondía el suceso a la intención, luego, sin abandonarme, fingía y buscaba otra esperanza que me sustentase, aunque fuese débil y flaca.

»Con esto entretenía la vida, encerrado en una prisión o casa que los turcos llaman baño, donde encierran los cautivos cristianos, así los que son del rey como de algunos particulares; y los que llaman del almacén, que es como decir cautivos del concejo, que sirven a la ciudad en las obras públicas que hace y en otros oficios, y estos tales cautivos tienen muy dificultosa su libertad, que, como son del común y no tienen amo particular, no hay con quien tratar su rescate, aunque le tengan. En estos baños, como tengo dicho, suelen llevar a sus cautivos algunos particulares delpueblo, principalmente cuando son de rescate, porque allí los tienen holgados y seguros hasta que venga su rescate. También los cautivos del rey que son de rescate no salen al trabajo con la demás chusma, si no es cuando se tarda su rescate; que entonces, por hacerles que escriban por él con más ahínco, les hacen trabajar y ir por leña con los demás, que es un no pequeño trabajo.

»Yo, pues, era uno de los de rescate; que, como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca posibilidad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me pusiesen en el número de los caballeros y gente de rescate. Pusiéronme una cadena, más por señal de rescate que por guardarme con ella; y así, pasaba la vida en aquel baño, con otros muchos caballeros y gente principal, señalados y tenidos por de rescate. Y, aunque la hambre y desnudez pudiera fatigarnos a veces, y aun casi siempre, ninguna cosa nos fatigaba tanto como oír y ver, a cada paso, las jamás vistasni oídas crueldades que mi amo usaba con los cristianos. Cada día ahorcaba el suyo, empalaba a éste, desorejaba aquél; y esto, por tan poca ocasión, y tan sin ella, que los turcos conocían que lo hacía no más de por hacerlo, y por ser natural condición suya ser homicida de todo el género humano. Sólo libró bien con él un soldado español, llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años, y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo, ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra; y, por la menor cosa de muchas que hizo, temíamos todos que había de ser empalado, y así lo temió él más de una vez; y si no fuera porque el tiempo no da lugar, yo dijera ahora algo de lo que este soldado hizo, que fuera parte para entreteneros y admiraros harto mejor que con el cuento de mi historia.

»Digo, pues, que encima del patio de nuestra prisión caían las ventanas de la casa de un moro rico y principal, las cuales, como de ordinario son las de los moros, más eran agujeros que ventanas, y aun éstas se cubrían con celosías muy espesas y apretadas. Acaeció, pues, que un día, estando en un terrado de nuestra prisión con otros tres compañeros, haciendo pruebas de saltar con las cadenas, por entretener el tiempo, estando solos, porque todos los demás cristianos habían salido a trabajar, alcé acaso los ojos y vi que por aquellas cerradas ventanillas que he dicho parecía una caña, y al remate della puesto un lienzo atado, y la caña se estaba blandeando y moviéndose, casi como si hiciera señas que llegásemos a tomarla. Miramos en ello, y uno de los queconmigo estaban fue a ponerse debajo de la caña, por ver si la soltaban, o lo que hacían; pero, así como llegó, alzaron la caña y la movieron a los dos lados, como si dijeran no con la cabeza. Volvióse el cristiano, y tornáronla a bajar y hacer los mesmos movimientos que primero. Fue otro de mis compañeros, y sucedióle lo mesmo que al primero. Finalmente, fue el tercero y avínole lo que al primero y al segundo. Viendo yo esto, no quise dejar de probar la suerte, y, así como llegué a ponerme debajo de la caña, la dejaron caer, y dio a mis pies dentro del baño. Acudí luego a desatar el lienzo, en el cual vi un nudo, y dentro dél venían diez cianíis, que son unas monedas de oro bajo que usan los moros, que cada una vale diez reales de los nuestros. Si me holgué con el hallazgo, no hay para qué decirlo, pues fue tanto el contento como la admiración de pensar de donde podía venirnos aquel bien, especialmente a mí, pues las muestras de no haber querido soltar la caña sino a mí claro decían que a mí se hacía la merced. Tomé mi buen dinero, quebré la caña, volvíme al terradillo, miré la ventana, y vi que por ella salía una muy blanca mano, que la abrían y cerraban muy apriesa. Con esto entendimos, o imaginamos, que alguna mujer que en aquella casa vivía nos debía de haber hecho aquel beneficio; y, en señal de que lo agradecíamos, hecimos zalemas a uso de moros, inclinando la cabeza, doblando el cuerpo y poniendo los brazos sobre el pecho. De allí a poco sacaron por la mesma ventana una pequeña cruz hecha de cañas, y luego la volvieron a entrar. Esta señal nos confirmó en que alguna cristiana debía de estar cautiva en aquella casa, y era la que el bien nos hacía; pero la blancura de la mano, y las ajorcasque en ella vimos, nos deshizo este pensamiento, puesto que imaginamos que debía de ser cristiana renegada, a quien de ordinario suelen tomar por legítimas mujeres sus mesmos amos, y aun lo tienen a ventura, porque las estiman en más que las de su nación.

»En todos nuestros discursos dimos muy lejos de la verdad del caso; y así, todo nuestro entretenimiento desde allí adelante era mirar y tener por norte a la ventana donde nos había aparecido la estrella de la caña; pero bien se pasaron quince días en que no la vimos, ni la mano tampoco, ni otra señal alguna. Y, aunque en este tiempo procuramos con toda solicitud saber quién en aquella casa vivía, y si había en ella alguna cristiana renegada, jamás hubo quien nos dijese otra cosa, sino que allí vivía un moro principal y rico, llamado Agi Morato, alcaide que había sido de La Pata, que es oficio entre ellos de mucha calidad. Mas, cuando más descuidados estábamos de que por allí habían de llover más cianíis, vimos a deshora parecer la caña, y otro lienzo en ella, con otro nudo más crecido; y esto fue a tiempo que estaba el baño, como la vez pasada, solo y sin gente. Hecimos la acostumbrada prueba, yendo cada uno primero que yo, de los mismos tres que estábamos, pero a ninguno se rindió la caña sino a mí, porque, en llegando yo, la dejaron caer. Desaté el nudo, y hallé cuarenta escudos de oro españoles y un papel escrito en arábigo, y al cabo de lo escrito hecha una grande cruz. Besé la cruz, tomé los escudos, volvíme al terrado, hecimos todos nuestras zalemas, tornó a parecer la mano, hice señas que leería el papel, cerraron la ventana. Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido; y, como ninguno de nosotros no entendía el arábigo, era grande el deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese.

»En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado, natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y puesto prendas entre los dos, que le obligaban a guardar el secreto que le encargase; porque suelen algunos renegados, cuando tienen intención de volverse a tierra de cristianos, traer consigo algunas firmas de cautivos principales, en que dan fe, en la forma que pueden, como el tal renegado es hombre de bien, y que siempre ha hecho bien a cristianos, y que lleva deseo de huirse en la primera ocasión que se le ofrezca. Algunos hay que procuran estas fees con buena intención, otros se sirven dellas acaso y de industria: que, viniendo a robar a tierra de cristianos, si a dicha se pierden o los cautivan, sacan sus firmas y dicen que por aquellospapeles se verá el propósito con que venían, el cual era de quedarse en tierra de cristianos, y que por eso venían en corso con los demás turcos. Con esto se escapan de aquel primer ímpetu, y se reconcilian con la Iglesia, sin que se les haga daño; y, cuando veen la suya, se vuelven a Berbería a ser lo que antes eran. Otros hay que usan destos papeles, y los procuran, con buen intento, y se quedan en tierra de cristianos.

»Pues uno de los renegados que he dicho era este mi amigo, el cual tenía firmas de todas nuestras camaradas, donde le acreditábamos cuanto era posible; y si los moros le hallaran estos papeles, le quemaran vivo. Supe que sabía muy bien arábigo, y no solamente hablarlo, sino escribirlo; pero, antes que del todo me declarase con él, le dije que me leyese aquel papel, que acaso me había hallado en un agujero de mi rancho. Abrióle, y estuvo un buen espacio mirándole y construyéndole, murmurando entre los dientes. Preguntéle si lo entendía; díjome que muy bien, y, que si quería que me lo declarase palabra por palabra, que le diese tinta y pluma, porque mejor lo hiciese. Dímosle luego lo que pedía, y él poco a poco lo fue traduciendo; y, en acabando, dijo: ‘‘Todo lo que va aquí en romance, sin faltar letra, es lo que contiene este papel morisco; y hase de advertir que adonde dice Lela Marién quiere decir Nuestra Señora la Virgen María’’.

»Leímos el papel, y decía así:

Cuando yo era niña, tenía mi padre una esclava, la cual en mi lengua me mostró la zalá cristianesca, y me dijo muchas cosas de Lela Marién. La cristiana murió, y yo sé que no fue al fuego, sino con Alá, porque después la vi dos veces, y me dijo que me fuese a tierra de cristianos a ver a Lela Marién, que me quería mucho. No sé yo cómo vaya: muchos cristianos he visto por esta ventana, y ninguno me ha parecido caballero sino tú. Yo soy muy hermosa y muchacha, y tengo muchos dineros que llevar conmigo: mira tú si puedes hacer cómo nos vamos, y serás allá mi marido, si quisieres, y si no quisieres, no se me dará nada, que Lela Marién me dará con quien me case. Yo escribí esto; mira a quién lo das a leer: no te fíes de ningún moro, porque son todos marfuces. Desto tengo mucha pena: que quisiera que no te descubrieras a nadie, porque si mi padre lo sabe, me echará luego en un pozo, y me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la respuesta; y si no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas, que Lela Marién hará que te entienda. Ella y Alá te guarden, y esa cruz que yo beso muchas veces; que así me lo mandó la cautiva.

»Mirad, señores, si era razón que las razones deste papel nos admirasen y alegrasen. Y así, lo uno y lo otro fue de manera que el renegado entendió que no acaso se había hallado aquel papel, sino que realmente a alguno de nosotros se había escrito; y así, nos rogó que si era verdad lo que sospechaba, que nos fiásemos dél y se lo dijésemos, que él aventuraría su vida por nuestra libertad. Y, diciendo esto, sacó del pecho un crucifijo de metal, y con muchas lágrimas juró por el Dios que aquella imagen representaba, en quien él, aunque pecador y malo, bien y fielmente creía, de guardarnos lealtad y secreto en todo cuanto quisiésemos descubrirle, porque le parecía, y casi adevinaba que, por medio de aquella que aquel papel había escrito, había él y todos nosotros de tener libertad, y verse él en lo que tanto deseaba, que era reducirse al gremio de la Santa Iglesia, su madre, de quien como miembro podrido estaba dividido y apartado por su ignorancia y pecado.

»Con tantas lágrimas y con muestras de tanto arrepentimiento dijo esto el renegado, que todos de un mesmo parecer consentimos, y venimos en declararle la verdad del caso; y así, le dimos cuenta de todo, sin encubrirle nada. Mostrámosle la ventanilla por donde parecía la caña, y él marcó desde allí la casa, y quedó de tener especial y gran cuidado de informarse quién en ellavivía. Acordamos, ansimesmo, que sería bien responder al billete de la mora; y, como teníamos quien lo supiese hacer, luego al momento el renegado escribió las razones que yo le fui notando, que puntualmente fueron las que diré, porque de todos los puntos sustanciales que en este suceso me acontecieron, ninguno se me ha ido de la memoria, ni aun se me irá en tanto que tuviere vida.

»En efeto, lo que a la mora se le respondió fue esto:
El verdadero Alá te guarde, señora mía, y aquella bendita Marién, que es la verdadera madre de Dios y es la que te ha puesto en corazón que te vayas a tierra de cristianos, porque te quiere bien. Ruégale tú que se sirva de darte a entender cómo podrás poner por obra lo que te manda, que ella es tan buena que sí hará. De mi parte y de la de todos estos cristianos que están conmigo, te ofrezco de hacer por ti todo lo que pudiéremos, hasta morir. No dejes de escribirme y avisarme lo que pensares hacer, que yo te responderé siempre; que el grande Alá nos ha dado un cristiano cautivo que sabe hablar y escribir tu lengua tan bien como lo verás por este papel. Así que, sin tener miedo, nos puedes avisar de todo lo que quisieres. A lo que dices que si fueres a tierra de cristianos, que has de ser mi mujer, yo te lo prometo como buen cristiano; y sabe que los cristianos cumplen lo que prometen mejor que los moros. Alá y Marién, su madre, sean en tu guarda, señora mía.

»Escrito y cerrado este papel, aguardé dos días a que estuviese el baño solo, como solía, y luego salí al paso acostumbrado del terradillo, por ver si la caña parecía, que no tardó mucho en asomar. Así como la vi, aunque no podía ver quién la ponía, mostré el papel, como dando a entender que pusiesen el hilo, pero ya venía puesto en la caña, al cual até el papel, y de allí a poco tornó a parecer nuestra estrella, con la blanca bandera de paz del atadillo. Dejáronla caer, y alcé yo, y hallé en el paño, en toda suerte de moneda de plata y de oro, más de cincuenta escudos, los cuales cincuenta veces más doblaron nuestro contento y confirmaron la esperanza de tener libertad.

»Aquella misma noche volvió nuestro renegado, y nos dijo que había sabido que en aquella casa vivía el mesmo moro que a nosotros nos habían dicho que se llamaba Agi Morato, riquísimo por todo estremo, el cual tenía una sola hija, heredera de toda su hacienda, y que era común opinión en toda la ciudad ser la más hermosa mujer de la Berbería; y que muchos de los vir[r]eyes que allí venían la habían pedido por mujer, y que ella nunca se había querido casar; y que también supo que tuvo una cristiana cautiva, que ya se había muerto; todo lo cual concertaba con lo que venía en el papel. Entramos luego en consejo con el renegado, en qué orden se tendría para sacar a la mora y venirnos todos a tierra de cristianos, y, en fin, se acordó por entonces queesperásemos el aviso segundo de Zoraida, que así se llamaba la que ahora quiere llamarse María; porque bien vimos que ella, y no otra alguna era la que había de dar medio a todas aquellas dificultades. Después que quedamos en esto, dijo el renegado que no tuviésemos pena, que él perdería la vida o nos pondría en libertad.

»Cuatro días estuvo el baño con gente, que fue ocasión que cuatro días tardase en parecer la caña; al cabo de los cuales, en la acostumbrada soledad del baño, pareció con el lienzo tan preñado, que un felicísimo parto prometía. Inclinóse a mí la caña y el lienzo, hallé en él otro papel y cien escudos de oro, sin otra moneda alguna. Estaba allí el renegado, dímosle a leer el papel dentro de nuestro rancho, el cual dijo que así decía:

Yo no sé, mi señor, cómo dar orden que nos vamos a España, ni Lela Marién me lo ha dicho, aunque yo se lo he preguntado. Lo que se podrá hacer es que yo os daré por esta ventana muchísimos dineros de oro: rescataos vos con ellos y vuestros amigos, y vaya uno en tierra de cristianos, y compre allá una barca y vuelva por los demás; y a mí me hallarán en el jardín de mi padre, que está a la puerta de Babazón, junto a la marina, donde tengo de estar todo este verano con mi padre y con mis criados. De allí, de noche, me podréis sacar sin miedo y llevarme a la barca; y mira que has de ser mi marido, porque si no, yo pediré a Marién que te castigue. Si no te fías de nadie que vaya por la barca, rescátate tú y ve, que yo sé que volverás mejor que otro,pues eres caballero y cristiano. Procura saber el jardín, y cuando te pasees por ahí sabré que está solo el baño, y te daré mucho dinero. Alá te guarde, señor mío.

»Esto decía y contenía el segundo papel. Lo cual visto por todos, cada uno se ofreció a querer ser el rescatado, y prometió de ir y volver con toda puntualidad, y también yo me ofrecí a lo mismo; a todo lo cual se opuso el renegado, diciendo que en ninguna manera consentiría que ninguno saliese de libertad hasta que fuesen todos juntos, porque la experiencia le había mostrado cuán mal cumplían los libres las palabras que daban en el cautiverio; porque muchas veces habían usado de aquel remedio algunos principales cautivos, rescatando a uno que fuese a Valencia, o Mallorca, con dineros para poder armar una barca y volver por los que le habían rescatado, y nunca habían vuelto; porque la libertad alcanzada y el temor de no volver a perderla les borraba de la memoria todas las obligaciones del mundo. Y, en confirmación de la verdad que nos decía, nos contó brevemente un caso que casi en aquella mesma sazón había acaecido a unos caballeros cristianos, el más estraño que jamás sucedió en aquellas partes, donde a cada paso suceden cosas de grande espanto y de admiración.

»En efecto, él vino a decir que lo que se podía y debía hacer era que el dinero que se había de dar para rescatar al cristiano, que se le diese a él para comprar allí en Argel una barca, con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa; y que, siendo él señor de la barca, fácilmente se daría traza para sacarlos del baño y embarcarlos a todos. Cuanto más, que si la mora, como ella decía, daba dineros para rescatarlos a todos, que, estando libres, era facilísima cosa aun embarcarse en la mitad del día; y que la dificultad que se ofrecía mayor era que los moros no consienten que renegado alguno compre ni tenga barca, si no es bajel grande para ir en corso, porque se temen que el que compra barca, principalmente si es español, no la quiere sino para irse a tierra de cristianos; pero que él facilitaría este inconveniente con hacer que un moro tagarino fuese a la parte con él en la compañía de la barca y en la ganancia de las mercancías, y con esta sombra él vendría a ser señor de la barca, con que daba por acabado todo lo demás.

»Y, puesto que a mí y a mis camaradas nos había parecido mejor lo de enviar por la barca a Mallorca, como la mora decía, no osamos contradecirle, temerosos que, si no hacíamos lo que él decía, nos había de descubrir y poner a peligro de perder las vidas, si descubriese el trato de Zoraida, por cuya vida diéramos todos las nuestras. Y así, determinamos de ponernos en las manos de Dios y en las del renegado, y en aquel mismo punto se le respondió a Zoraida, diciéndole que haríamos todo cuanto nos aconsejaba, porque lo había advertido tan bien como si Lela Marién se lo hubiera dicho, y que en ella sola estaba dilatar aquel negocio, o ponello luego por obra. Ofrecímele de nuevo de ser su esposo, y, con esto, otro día que acaeció a estar solo el baño, en diversas veces, con la caña y el paño, nos dio dos mil escudos de oro, y un papel donde decía que el primer jumá, que es el viernes, se iba al jardín de su padre, y que antes que se fuese nos daría más dinero, y que si aquello no bastase, que se lo avisásemos, que nos daría cuanto le pidiésemos: que su padre tenía tantos, que no lo echaría menos, cuanto más, que ella tenía la llaves de todo.

»Dimos luego quinientos escudos al renegado para comprar la barca; con ochocientos me rescaté yo, dando el dinero a un mercader valenciano que a la sazón se hallaba en Argel, el cual me rescató del rey, tomándome sobre su palabra, dándola de que con el primer bajel que viniese de Valencia pagaría mi rescate; porque si luego diera el dinero, fuera dar sospechas al rey que había muchos días que mi rescate estaba en Argel, y que el mercader, por sus granjerías, lo había callado. Finalmente, mi amo era tan caviloso que en ninguna manera me atreví a que luego se desembolsase el dinero. El jueves antes del viernes que la hermosa Zoraida se había de ir al jardín, nos dio otros mil escudos y nos avisó de su partida, rogándome que, si me rescatase, supiese luego el jardín de su padre, y que en todo caso buscase ocasión de ir allá y verla. Respondíle en breves palabras que así lo haría, y que tuviese cuidado de encomendarnos a Lela Marién, con todas aquellas oraciones que la cautiva le había enseñado.


»Hecho esto, dieron orden en que los tres compañeros nuestros se rescatasen, por facilitar la salida del baño, y porque, viéndome a mí rescatado, y a ellos no, pues había dinero, no se alborotasen y les persuadiese el diablo que hiciesen alguna cosa en perjuicio de Zoraida; que, puesto que el ser ellos quien eran me podía asegurar deste temor, con todo eso, no quise poner el negocio en aventura, y así, los hice rescatar por la misma orden que yo me rescaté, entregando todo el dinero al mercader, para que, con certeza y seguridad, pudiese hacer la fianza; al cual nunca descubrimos nuestro trato y secreto, por el peligro que había.


»No se pasaron quince días, cuando ya nuestro renegado tenía com-prada una muy buena barca, capaz de más de treinta personas: y, para asegurar su hecho y dalle color, quiso hacer, como hizo, un viaje a un lugar que se llamaba Sargel, que está treinta leguas de Argel hacia la parte de Orán, en el cual hay mucha contratación de higos pasos. Dos o tres veces hizo este viaje, en compañía del tagarino que había dicho. Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares; y en el reino de Fez llaman a los mudéjares el-ches, los cuales son la gente de quien aquel rey más se sirve en la guerra.
»Digo, pues, que cada vez que pasaba con su barca daba fondo en una caleta que estaba no dos tiros de ballesta del jardín donde Zoraida esperaba; y allí, muy de propósito, se ponía el renegado con los morillos que bogaban el remo, o ya a hacer la zalá, o a como por ensayarse de burlas a lo que pensaba hacer de veras; y así, se iba al jardín de Zoraida y le pedía fruta, y su padre se la daba sin conocelle; y, aunque él quisiera hablar a Zoraida, como él después me dijo, y decille que él era el que por orden mía le había de llevar a tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, nunca le fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco, si no es que su marido o su padre se lo manden. De cristianos cautivos se dejan tratar y comunicar, aun más de aquello que sería razonable; y a mí me hubiera pesado que él la hubiera hablado, que quizá la alborotara, viendo que su negocio andaba en boca de renegados. Pero Dios, que loordenaba de otra manera, no dio lugar al buen deseo que nuestro renegado tenía; el cual, viendo cuán seguramente iba y venía a Sargel, y que daba fondo cuando y como y adonde quería, y que el tagarino, su compañero, no tenía más voluntad de lo que la suya ordenaba, y que yo estaba ya rescatado, y que sólo faltaba buscar algunos cristianos que bogasen el remo, me dijo que mirase yo cuáles quería traer conmigo, fuera de los rescatados, y que los tuviese hablados para el primer viernes, donde tenía determinado que fuese nuestra partida. Viendo esto, hablé a doce españoles, todos valientes hombres del remo, y de aquellos que más libremente podían salir de la ciudad; y no fue poco hallar tantos en aquella coyuntura, porque estaban veinte bajeles en corso, y se habían llevado toda la gente de remo, y éstos no se hallaran, si no fuera que su amo se quedó aquel verano sin ir en corso, a acabar una galeota que tenía en astillero. A los cuales no les dije otra cosa, sino que el primer viernes en la tarde se saliesen uno a uno, disimuladamente, y se fuesen la vuelta del jardín de Agi Morato, y que allí me aguardasen hasta que yo fuese. A cada uno di este aviso de por sí, con orden que, aunque allí viesen a otros cristianos, no les dijesen sino que yo les había mandado esperar en aquel lugar.

»Hecha esta diligencia, me faltaba hacer otra, que era la que más me convenía: y era la de avisar a Zoraida en el punto que estaban los negocios, para que estuviese apercebida y sobre aviso, que no se sobresaltase si de improviso la asaltásemos antes del tiempo que ella podía imaginar que la barca de cristianos podía volver. Y así, determiné de ir al jardín y ver si podría hablarla; y, con ocasión de coger algunas yerbas, un día, antes de mi partida, fui allá, y la primera persona con quién encontré fue con su padre, el cual me dijo, en lengua que en toda la Berbería, y aun enCostantinopla, se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca, ni castellana, ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas con la cual todos nos entendemos; digo, pues, que en esta manera de lenguaje me preguntó que qué buscaba en aquel su jardín, y de quién era. Respondíle que era esclavo de Arnaúte Mamí (y esto, porque sabía yo por muy cierto que era un grandísimo amigo suyo), y que buscaba de todas yerbas, para hacer ensalada. Preguntóme, por el consiguiente, si era hombre de rescate o no, y que cuánto pedía mi amo por mí. Estando en todas estas preguntas y respuestas, salió de la casa del jardín la bella Zoraida, la cual ya había mucho que me había visto; y, como las moras en ninguna manera hacen melindre de mostrarse alos cristianos, ni tampoco se esquivan, como ya he dicho, no se le dio nada de venir adonde su padre conmigo estaba; antes, luego cuando su padre vio que venía, y de espacio, la llamó y mandó que llegase.

»Demasiada cosa sería decir yo agora la mucha hermosura, la gentileza, el gallardo y rico adorno con que mi querida Zoraida se mostró a mis ojos: sólo diré que más perlas pendían de su hermosísimo cuello, orejas y cabellos, que cabellos tenía en la cabeza. En las gargantas de los sus pies, que descubiertas, a su usanza, traía, traía dos carcajes (que así se llamaban las manillas o ajorcas de los pies en morisco) de purísimo oro, con tantos diamantes engastados, que ella me dijo después que su padre los estimaba en diez mil doblas, y las que traía en las muñecas de las manos valían otro tanto. Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarría de las moras es adornarse de ricas perlas y aljófar, y así, hay más perlas y aljófar entre moros que entre todas las demás naciones; y el padre de Zoraida tenía fama de tener muchas y de las mejores que en Argel había, y de tener asimismo más de docientos mil escudos españoles, de todo lo cual era señora esta que ahora lo es mía. Si con todo este adorno podía venir entonces hermosa, o no, por las reliquias que le han quedado en tantos trabajos se podrá conjeturar cuál debía de ser en las prosperidades. Porque ya se sabe que la hermosura de algunas mujeres tiene días y sazones, y requiere accidentes para diminuirse o acrecentarse; y es natural cosa que laspasiones del ánimo la levanten o abajen, puesto que las más veces la destruyen.

»Digo, en fin, que entonces llegó en todo estremo aderezada y en todo estremo hermosa, o, a lo menos, a mí me pareció serlo la más que hasta entonces había visto; y con esto, viendo las obligaciones en que me había puesto, me parecía que tenía delante de mí una deidad del cielo, venida a la tierra para mi gusto y para mi remedio. Así como ella llegó, le dijo su padre en su lengua como yo era cautivo de su amigo Arnaúte Mamí, y que venía a buscar ensalada. Ella tomó la mano, y en aquella mezcla de lenguas que tengo dicho me preguntó si era caballero y qué era la causa que no me rescataba. Yo le respondí que ya estaba rescatado, y que en el precio podía echar de ver en lo que mi amo me estimaba, pues había dado por mí mil y quinientos zoltanís. A lo cual ella respondió: ‘‘En verdad que si tú fueras de mi padre, que yo hiciera que no te diera él por otros dos tantos, porque vosotros, cristianos, siempre mentís en cuanto decís, y os hacéis pobres por engañar a los moros’’. ‘‘Bien podría ser eso, señora –le respondí–, mas en verdad que yo la he tratado con mi amo, y la trato y la trataré con cuantas personas hay en el mundo’’. ‘‘Y ¿cuándo te vas?’’, dijo Zoraida. ‘‘Mañana, creo yo –dije–, porque está aquí un bajel de Francia que se hace mañana a la vela, y pienso irme en él’’. ‘‘¿No es mejor –replicó Zoraida–, esperar a que vengan bajeles de España, y irte con ellos, que no con los de Francia, que no son vuestros amigos?’’ ‘‘No –respondí yo–, aunque si como hay nuevas que viene ya un bajel de España, es verdad, todavía yo le aguardaré, puesto que es más cierto el partirme mañana; porque el deseo que tengo de verme en mi tierra, y con las personas que bien quiero, es tanto que no me dejará esperar otra comodidad, si se tarda, por mejor que sea’’. ‘‘Debes de ser, sin duda, casado en tu tierra –dijo Zoraida–, y por eso deseas ir a verte con tu mujer’’. ‘‘No soy –respondí yo– casado, mas tengo dada la palabra de casarme en llegando allá’’. ‘‘Y ¿es hermosa la dama a quien se la diste?’’, dijo Zoraida. ‘‘Tan hermosa es –respondí yo– que para encarecella y decirte la verdad, te parece a ti mucho’’. Desto se riyó muy de veras su padre, y dijo: ‘‘Gualá, cristiano, que debe de ser muy hermosa si se parece a mi hija, que es la más hermosa de todo este reino. Si no, mírala bien, y verás cómo te digo verdad’’. Servíanos de intérprete a las más de estas palabras y razones el padre de Zoraida, como más ladino; que, aunque ella hablaba la bastarda lengua que, como he dicho, allí se usa, más declaraba su intención por señas que por palabras.

»Estando en estas y otras muchas razones, llegó un moro corriendo, y dijo, a grandes voces, que por las bardas o paredes del jardín habían saltado cuatro turcos, y andaban cogiendo la fruta, aunque no estaba madura. Sobresaltóse el viejo, y lo mesmo hizo Zoraida, porque es común y casi natural el miedo que los moros a los turcos tienen, especialmente a los soldados, los cuales son tan insolentes y tienen tanto imperio sobre los moros que a ellos están sujetos, que los tratan peor que si fuesen esclavos suyos. Digo, pues, que dijo su padre a Zoraida: ‘‘Hija, retírate a la casa yenciérrate, en tanto que yo voy a hablar a estos canes; y tú, cristiano, busca tus yerbas, y vete en buen hora, y llévete Alá con bien a tu tierra’’. Yo me incliné, y él se fue a buscar los turcos, dejándome solo con Zoraida, que comenzó a dar muestras de irse donde su padre la había mandado. Pero, apenas él se encubrió con los árboles del jardín, cuando ella, volviéndose a mí, llenos los ojos de lágrimas, me dijo: ‘‘Ámexi, cristiano, ámexi’’; que quiere decir: "¿Vaste, cristiano, vaste?" Yo la respondí: ‘‘Señora, sí, pero no en ninguna manera sin ti: el primero jumá meaguarda, y no te sobresaltes cuando nos veas; que sin duda alguna iremos a tierra de cristianos’’.

»Yo le dije esto de manera que ella me entendió muy bien a todas las razones que entrambos pasamos; y, echándome un brazo al cuello, con desmayados pasos comenzó a caminar hacia la casa; y quiso la suerte, que pudiera ser muy mala si el cielo no lo ordenara de otra manera, que, yendo los dos de la manera y postura que os he contado, con un brazo al cuello, su padre, que ya volvía de hacer ir a los turcos, nos vio de la suerte y manera que íbamos, y nosotros vimos que él nos había visto; pero Zoraida, advertida y discreta, no quiso quitar el brazo de mi cuello, antes se llegó más a mí y puso su cabeza sobre mi pecho, doblando un poco las rodillas, dando claras señales y muestras que se desmayaba, y yo, ansimismo, di a entender que la sostenía contra mi voluntad.Su padre llegó corriendo adonde estábamos, y, viendo a su hija de aquella manera, le preguntó que qué tenía; pero, como ella no le respondiese, dijo su padre: ‘‘Sin duda alguna que con el sobresalto de la entrada de estos canes se ha desmayado’’. Y, quitándola del mío, la arrimó a su pecho; y ella, dando un suspiro y aún no enjutos los ojos de lágrimas, volvió a decir: ‘‘Ámexi, cristiano, ámexi’’: "Vete, cristiano, vete". A lo que su padre respondió: ‘‘No importa, hija, que el cristiano se vaya, que ningún mal te ha hecho, y los turcos ya son idos. No te sobresalte cosa alguna, pues ninguna hay que pueda darte pesadumbre, pues, como ya te he dicho, los turcos, a mi ruego, se volvieron por donde entraron’’. ‘‘Ellos, señor, la sobresaltaron, como has dicho –dije yo a su padre–; mas, pues ella dice que yo me vaya, no la quiero dar pesadumbre: quédate en paz, y, con tu licencia, volver[é], si fuere menester, por yerbas a este jardín; que, según dice miamo, en ninguno las hay mejores para ensalada que en él’’. ‘‘Todas las que quisieres podrás volver –respondió Agi Morato–, que mi hija no dice esto porque tú ni ninguno de los cristianos la enojaban, sino que, por decir que los turcos se fuesen, dijo que tú te fueses, o porque ya era hora que buscases tus yerbas’’.

»Con esto, me despedí al punto de entrambos; y ella, arrancándosele el alma, al parecer, se fue con su padre; y yo, con achaque de buscar las yerbas, rodeé muy bien y a mi placer todo el jardín: miré bien las entradas y salidas, y la fortaleza de la casa, y la comodidad que se podía ofrecer para facilitar todo nuestro negocio. Hecho esto, me vine y di cuenta de cuanto había pasado al renegado y a mis compañeros; y ya no veía la hora de verme gozar sin sobresalto del bien que en la hermosa y bella Zoraida la suerte me ofrecía.

»En fin, el tiempo se pasó, y se llegó el día y plazo de nosotros tan deseado; y, siguiendo todos el orden y parecer que, con discreta consideración y largo discurso, muchas veces habíamos dado, tuvimos el buen suceso que deseábamos; porque el viernes que se siguió al día que yo con Zoraida hablé en el jardín, nuestro renegado, al anochecer, dio fondo con la barca casi frontero de donde la hermosísima Zoraida estaba. Ya los cristianos que habían de bogar el remo estaban prevenidos y escondidos por diversas partes de todos aquellos alrededores. Todos estaban suspensosy alborozados, aguardándome, deseosos ya de embestir con el bajel que a los ojos tenían; porque ellos no sabían el concierto del renegado, sino que pensaban que a fuerza de brazos habían de haber y ganar la libertad, quitando la vida a los moros que dentro de la barca estaban.

»Sucedió, pues, que, así como yo me mostré y mis compañeros, todos los demás escondidos que nos vieron se vinieron llegando a nosotros. Esto era ya a tiempo que la ciudad estaba ya cerrada, y por toda aquella campaña ninguna persona parecía. Como estuvimos juntos, dudamos si sería mejor ir primero por Zoraida, o rendir primero a los moros bagarinos que bogaban el remo en la barca. Y, estando en esta duda, llegó a nosotros nuestro renegado diciéndonos que en qué nos deteníamos, que ya era hora, y que todos sus moros estaban descuidados, y los más dellos durmiendo. Dijímosle en lo que reparábamos, y él dijo que lo que más importaba era rendir primero el bajel, que se podía hacer con grandísima facilidad y sin peligro alguno, y que luego podíamos ir por Zoraida. Pareciónos bien a todos lo que decía, y así, sin detenernos más, haciendo él la guía, llegamos al bajel, y, saltando él dentro primero, metió mano a un alfanje, y dijo en morisco: ‘‘Ninguno de vosotros se mueva de aquí, si no quiere que le cueste la vida’’. Ya, a este tiempo, habían entrado dentro casi todos los cristianos. Los moros, que eran de poco ánimo, viendo hablar de aquella manera a su arráez, quedáronse espantados, y sin ninguno de todos ellos echar mano a las armas, que pocas o casi ningunas tenían, se dejaron, sin hablar alguna palabra, maniatar de los cristianos, los cuales con mucha presteza lo hicieron, amenazando a los moros que si alzaban por alguna vía o manera la voz, que luego al punto los pasarían todos acuchillo.

»Hecho ya esto, quedándose en guardia dellos la mitad de los nuestros, los que quedábamos, haciéndonos asimismo el renegado la guía, fuimos al jardín de Agi Morato, y quiso la buena suerte que, llegando a abrir la puerta, se abrió con tanta facilidad como si cerrada no estuviera; y así, con gran quietud y silencio, llegamos a la casa sin ser sentidos de nadie. Estaba la bellísima Zoraida aguardándonos a una ventana, y, así como sintió gente, preguntó con voz baja si éramos nizarani, como si dijera o preguntara si éramos cristianos. Yo le respondí que sí, y que bajase. Cuando ella me conoció, no se detuvo un punto, porque, sin responderme palabra, bajó en un instante, abrió la puerta y mostróse a todos tan hermosa y ricamente vestida que no lo acier[t]o aencarecer. Luego que yo la vi, le tomé una mano y la comencé a besar, y el renegado hizo lo mismo, y mis dos camaradas; y los demás, que el caso no sabían, hicieron lo que vieron que nosotros hacíamos, que no parecía sino que le dábamos las gracias y la reconocíamos por señora de nuestra libertad. El renegado le dijo en lengua morisca si estaba su padre en el jardín. Ella respondió que sí y que dormía. ‘‘Pues será menester despertalle –replicó el renegado–, y llevárnosle con nosotros, y todo aquello que tiene de valor este hermoso jardín.’’ ‘‘No –dijo ella–, a mi padre no se ha de tocar en ningún modo, y en esta casa no hay otra cosa que lo que yo llevo, que es tanto, que bien habrá para que todos quedéis ricos y contentos; y esperaros un poco y lo veréis’’. Y, diciendo esto, se volvió a entrar, diciendo que muy presto volvería; que nos estuviésemos quedos, sin hacer ningún ruido. Preguntéle al renegado lo que con ella había pasado, el cual me lo contó, a quien yo dije que en ninguna cosa se había de hacer más de lo que Zoraida quisiese; la cual ya que volvía cargada con un cofrecillo lleno de escudos de oro, tantos, que apenas lo podía sustentar, quiso la mala suerte que su padre despertase en el ínterin y sintiese el ruido que andaba en el jardín; y, asomándose a la ventana, luego conoció que todos los que en él estaban eran cristianos; y, dando muchas, grandes y desaforadas voces, comenzó a decir en arábigo: ‘‘¡Cristianos, cristianos! ¡Ladrones, ladrones!’’; por los cuales gritos nos vimos todos puestos engrandísima y temerosa confusión. Pero el renegado, viendo el peligro en que estábamos, y lo mucho que le importaba salir con aquella empresa antes de ser sentido, con grandísima presteza, subió donde Agi Morato estaba, y juntamente con él fueron algunos de nosotros; que yo no osé desamparar a la Zoraida, que como desmayada se había dejado caer en mis brazos. En resolución, los que subieron se dieron tan buena maña que en un momento bajaron con Agi Morato, trayéndole atadas las manos y puesto un pañizuelo en la boca, que no le dejaba hablar palabra,amenazándole que el hablarla le había de costar la vida. Cuando su hija le vio, se cubrió los ojos por no verle, y su padre quedó espantado, ignorando cuán de su voluntad se había puesto en nuestras manos. Mas, entonces siendo más necesarios los pies, con diligencia y presteza nos pusimos en la barca; que ya los que en ella habían quedado nos esperaban, temerosos de algún mal suceso nuestro.

»Apenas serían dos horas pasadas de la noche, cuando ya estábamos todos en la barca, en la cual se le quitó al padre de Zoraida la atadura de las manos y el paño de la boca; pero tornóle a decir el renegado que no hablase palabra, que le quitarían la vida. Él, como vio allí a su hija, comenzó a suspirar ternísimamente, y más cuando vio que yo estrechamente la tenía abrazada, y que ella sin defender, quejarse ni esquivarse, se estaba queda; pero, con todo esto, callaba, porque no pusiesen en efeto las muchas amenazas que el renegado le hacía. Viéndose, pues, Zoraida ya en la barca, y que queríamos dar los remos al agua, y viendo allí a su padre y a los demás moros que atados estaban, le dijo al renegado que me dijese le hiciese merced de soltar a aquellos moros y de dar libertad a su padre, porque antes se arrojaría en la mar que ver delante de sus ojos y por causa suya llevar cautivo a un padre que tanto la había querido. El renegado me lo dijo; y yo respondí que era muy contento; pero él respondió que no convenía, a causa que, si allí los dejaban apellidarían luego la tierra y alborotarían la ciudad, y serían causa que saliesen abuscallos con algunas fragatas ligeras, y les tomasen la tierra y la mar, de manera que no pudiésemos escaparnos; que lo que se podría hacer era darles libertad en llegando a la primera tierra de cristianos. En este parecer venimos todos, y Zoraida, a quien se le dio cuenta, con las causas que nos movían a no hacer luego lo que quería, también se satisfizo; y luego, con regocijado silencio y alegre diligencia, cada uno de nuestros valientes remeros tomó su remo, y comenzamos, encomendándonos a Dios de todo corazón, a navegar la vuelta de las islas de Mallorca, que es la tierra de cristianos más cerca.

»Pero, a causa de soplar un poco el viento tramontana y estar la mar algo picada, no fue posible seguir la derrota de Mallorca, y fuenos forzoso dejarnos ir tierra a tierra la vuelta de Orán, no sin mucha pesadumbre nuestra, por no ser descubiertos del lugar de Sargel, que en aquella costa cae sesenta millas de Argel. Y, asimismo, temíamos encontrar por aquel paraje alguna galeota de las que de ordinario vienen con mercancía de Tetuán, aunque cada uno por sí, y todos juntos, presumíamos de que, si se encontraba galeota de mercancía, como no fuese de las que andan en corso, que no sólo no nos perderíamos, mas que tomaríamos bajel donde con más seguridad pudiésemos acabar nuestro viaje. Iba Zoraida, en tanto que se navegaba, puesta la cabeza entre mis manos, por no ver a su padre, y sentía yo que iba llamando a Lela Marién que nos ayudase.

»Bien habríamos navegado treinta millas, cuando nos amaneció, como tres tiros de arcabuz desviados de tierra, toda la cual vimos desierta y sin nadie que nos descubriese; pero, con todo eso, nos fuimos a fuerza de brazos entrando un poco en la mar, que ya estaba algo más sosegada; y, habiendo entrado casi dos leguas, diose orden que se bogase a cuarteles en tanto que comíamos algo, que iba bien proveída la barca, puesto que los que bogaban dijeron que no era aquél tiempo de tomar reposo alguno, que les diesen de comer los que no bogaban, que ellos no querían soltar los remos de las manos en manera alguna. Hízose ansí, y en esto comenzó a soplar un viento largo, que nos obligó a hacer luego vela y a dejar el remo, y enderezar a Orán, por no ser posible poder hacer otro viaje. Todo se hizo con muchísima presteza; y así, a la vela, navegamos por más de ocho millas por hora, sin llevar otro temor alguno sino el de encontrar con bajel que de corso fuese.

»Dimos de comer a los moros bagarinos, y el renegado les consoló diciéndoles como no iban cautivos, que en la primera ocasión les darían libertad. Lo mismo se le dijo al padre de Zoraida, el cual respondió: ‘‘Cualquiera otra cosa pudiera yo esperar y creer de vuestra liberalidad y buen término, ¡oh cristianos!, mas el darme libertad, no me tengáis por tan simple que lo imagine; que nunca os pusistes vosotros al peligro de quitármela para volverla tan liberalmente, especialmente sabiendo quién soy yo, y el interese que se os puede seguir de dármela; el cual interese, si le queréis poner nombre, desde aquí os ofrezco todo aquello que quisiéredes por mí y por esa desdichada hija mía, o si no, por ella sola, que es la mayor y la mejor parte de mi alma’’. En diciendo esto, comenzó a llorar tan amargamente que a todos nos movió a compasión, y forzó a Zoraida que le mirase; la cual, viéndole llorar, así se enterneció que se levantó de mis pies y fue a abrazar a su padre, y, juntando su rostro con el suyo, comenzaron los dos tan tierno llanto que muchos de los que allí íbamos le acompañamos en él. Pero, cuando su padre la vio adornada de fiesta y con tantas joyas sobre sí, le dijo en su lengua: ‘‘¿Qué es esto, hija, que ayer al anochecer, antes que nos sucediese esta terrible desgracia en que nos vemos, te vi con tus ordinarios y caseros vestidos, y agora, sin que hayas tenido tiempo de vestirte y sin haberte dado alguna nueva alegre de solenizalle con adornarte y pulirte, te veo compuesta con los mejores vestidos que yo supe y pude darte cuando nos fue la ventura más favorable? Respóndeme a esto, que me tiene más suspenso y admirado que la misma desgracia en que me hallo’’.

»Todo lo que el moro decía a su hija nos lo declaraba el renegado, y ella no le respondía palabra. Pero, cuando él vio a un lado de la barca el cofrecillo donde ella solía tener sus joyas, el cual sabía él bien que le había dejado en Argel, y no traídole al jardín, quedó más confuso, y preguntóle que cómo aquel cofre había venido a nuestras manos, y qué era lo que venía dentro. A lo cual el renegado, sin aguardar que Zoraida le respondiese, le respondió: ‘‘No te canses, señor, en preguntar a Zoraida, tu hija, tantas cosas, porque con una que yo te responda te satisfaré a todas; y así, quiero que sepas que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio; ella va aquí de su voluntad, tan contenta, a lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida y de la pena a la gloria’’. ‘‘¿Es verdad lo que éste dice, hija?’’, dijo el moro. ‘‘Así es’’, respondió Zoraida.‘‘¿Que, en efeto –replicó el viejo–, tú eres cristiana, y la que ha puesto a su padre en poder de sus enemigos?’’ A lo cual respondió Zoraida: ‘‘La que es cristiana yo soy, pero no la que te ha puesto en este punto, porque nunca mi deseo se estendió a dejarte ni a hacerte mal, sino a hacerme a mí bien’’. ‘‘Y ¿qué bien es el que te has hecho, hija?’’ ‘‘Eso –respondió ella– pregúntaselo tú a Lela Marién, que ella te lo sabrá decir mejor que no yo’’.

»Apenas hubo oído esto el moro, cuando, con una increíble presteza, se arrojó de cabeza en la mar, donde sin ninguna duda se ahogara, si el vestido largo y embarazoso que traía no le entretuviera un poco sobre el agua. Dio voces Zoraida que le sacasen, y así, acudimos luego todos, y, asiéndole de la almalafa, le sacamos medio ahogado y sin sentido, de que recibió tanta pena Zoraida que, como si fuera ya muerto, hacía sobre él un tierno y doloroso llanto. Volvímosle boca abajo, volvió mucha agua, tornó en sí al cabo de dos horas, en las cuales, habiéndose trocado el viento, nos convino volver hacia tierra, y hacer fuerza de remos, por no embestir en ella; mas quiso nuestra buena suerte que llegamos a una cala que se hace al lado de un pequeñopromontorio o cabo que de los moros es llamado el de La Cava Rumía, que en nuestra lengua quiere decir La mala mujer cristiana; y es tradición entre los moros que en aquel lugar está enterrada la Cava, por quien se perdió España, porque cava en su lengua quiere decir mujer mala, y rumía, cristiana; y aun tienen por mal agüero llegar allí a dar fondo cuando la necesidad les fuerza a ello, porque nunca le dan sin ella; puesto que para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de nuestro remedio, según andaba alterada la mar.

»Pusimos nuestras centinelas en tierra, y no dejamos jamás los remos de la mano; comimos de lo que el renegado había proveído, y rogamos a Dios y a Nuestra Señora, de todo nuestro corazón, que nos ayudase y favoreciese para que felicemente diésemos fin a tan dichoso principio. Diose orden, a suplicación de Zoraida, como echásemos en tierra a su padre y a todos los demás moros que allí atados venían, porque no le bastaba el ánimo, ni lo podían sufrir sus blandas entrañas, ver delante de sus ojos atado a su padre y aquellos de su tierra presos. Prometímosle de hacerlo así al tiempo de la partida, pues no corría peligro el dejallos en aquel lugar, que era despoblado. No fueron tan vanas nuestras oraciones que no fuesen oídas del cielo; que, en nuestro favor, luego volvió el viento, tranquilo el mar, convidándonos a que tornásemos alegres a proseguir nuestro comenzado viaje.

»Viendo esto, desatamos a los moros, y uno a uno los pusimos en tierra, de lo que ellos se quedaron admirados; pero, llegando a desembarcar al padre de Zoraida, que ya estaba en todo su acuerdo, dijo: ‘‘¿Por qué pensáis, cristianos, que esta mala hembra huelga de que me deis libertad? ¿Pensáis que es por piedad que de mí tiene? No, por cierto, sino que lo hace por el estorbo que le dará mi presencia cuando quiera poner en ejecución sus malos deseos; ni penséis que la ha movido a mudar religión entender ella que la vuestra a la nuestra se aventaja, sino el saber que en vuestra tierra se usa la deshonestidad más libremente que en la nuestra’’. Y, volviéndose a Zoraida, teniéndole yo y otro cristiano de entrambos brazos asido, porque algún desatino no hiciese, le dijo: ‘‘¡Oh infame moza y mal aconsejada muchacha! ¿Adónde vas, ciega y desatinada, en poder destos perros, naturales enemigos nuestros? ¡Maldita sea la hora en que yo te engendré, ymalditos sean los regalos y deleites en que te he criado!’’ Pero, viendo yo que llevaba término de no acabar tan presto, di priesa a ponelle en tierra, y desde allí, a voces, prosiguió en sus maldiciones y lamentos, rogando a Mahoma rogase a Alá que nos destruyese, confundiese y acabase; y cuando, por habernos hecho a la vela, no podimos oír sus palabras, vimos sus obras, que eran arrancarse las barbas, mesarse los cabellos y arrastrarse por el suelo; mas una vez esforzó la voz de tal manera que podimos entender que decía: ‘‘¡Vuelve, amada hija, vuelve a tierra, que todo te lo perdono; entrega a esos hombres ese dinero, que ya es suyo, y vuelve a consolar a este triste padre tuyo, que en esta desierta arena dejará la vida, si tú le dejas!’’ Todo lo cualescuchaba Zoraida, y todo lo sentía y lloraba, y no supo decirle ni respondelle palabra, sino: ‘‘Plega a Alá, padre mío, que Lela Marién, que ha sido la causa de que yo sea cristiana, ella te consuele en tu tristeza. Alá sabe bien que no pude hacer otra cosa de la que he hecho, y que estos cristianos no deben nada a mi voluntad, pues, aunque quisiera no venir con ellos y quedarme en mi casa, me fuera imposible, según la priesa que me daba mi alma a poner por obra ésta que a mí me parece tan buena como tú, padre amado, la juzgas por mala’’. Esto dijo, a tiempo que ni su padre la oía, ni nosotros ya le veíamos; y así, consolando yo a Zoraida, atendimos todos a nuestro viaje, el cual nos le facilitaba el proprio viento, de tal manera que bien tuvimos por cierto de vernos otro día al amanecer en las riberas de España.

»Mas, como pocas veces, o nunca, viene el bien puro y sencillo, sin ser acompañado o seguido de algún mal que le turbe o sobresalte, quiso nuestra ventura, o quizá las maldiciones que el moro a su hija había echado, que siempre se han de temer de cualquier padre que sean; quiso, digo, que estando ya engolfados y siendo ya casi pasadas tres horas de la noche, yendo con la vela tendida de alto baja, frenillados los remos, porque el próspero viento nos quitaba del trabajo de haberlos menester, con la luz de la luna, que claramente resplandecía, vimos cerca de nosotros un bajelredondo, que, con todas las velas tendidas, llevando un poco a orza el timón, delante de nosotros atravesaba; y esto tan cerca, que nos fue forzoso amainar por no embestirle, y ellos, asimesmo, hicieron fuerza de timón para darnos lugar que pasásemos.

»Habíanse puesto a bordo del bajel a preguntarnos quién éramos, y adónde navegábamos, y de dónde veníamos; pero, por preguntarnos esto en lengua francesa, dijo nuestro renegado: ‘‘Ninguno responda; porque éstos, sin duda, son cosarios franceses, que hacen a toda ropa’’. Por este advertimiento, ninguno respondió palabra; y, habiendo pasado un poco delante, que ya el bajel quedaba sotavento, de improviso soltaron dos piezas de artillería, y, a lo que parecía, ambas venían con cadenas, porque con una cortaron nuestro árbol por medio, y dieron con él y con lavela en la mar; y al momento, disparando otra pieza, vino a dar la bala en mitad de nuestra barca, de modo que la abrió toda, sin hacer otro mal alguno; pero, como nosotros nos vimos ir a fondo, comenzamos todos a grandes voces a pedir socorro y a rogar a los del bajel que nos acogiesen, porque nos anegábamos. Amainaron entonces, y, echando el esquife o barca a la mar, entraron en él hasta doce franceses bien armados, con sus arcabuces y cuerdas encendidas, y así llegaron junto al nuestro; y, viendo cuán pocos éramos y cómo el bajel se hundía, nos recogieron, diciendo que, por haber usado de la descortesía de no respondelles, nos había sucedido aquello. Nuestro renegado tomó el cofre de las riquezas de Zoraida, y dio con él en la mar, sin que ninguno echase de ver en lo que hacía. En resolución, todos pasamos con los franceses, los cuales, después de haberse informado de todo aquello que de nosotros saber quisieron, como sifueran nuestros capitales enemigos, nos despojaron de todo cuanto teníamos, y a Zoraida le quitaron hasta los carcajes que traía en los pies. Pero no me daba a mí tanta pesadumbre la que a Zoraida daban, como me la daba el temor que tenía de que habían de pasar del quitar de las riquísimas y preciosísimas joyas al quitar de la joya que más valía y ella más estimaba. Pero los deseos de aquella gente no se estienden a más que al dinero, y desto jamás se vee harta su codicia; lo cual entonces llegó a tanto, que aun hasta los vestidos de cautivos nos quitaran si de algún provecho les fueran. Y hubo parecer entre ellos de que a todos nos arrojasen a la mar envueltos en una vela, porque tenían intención de tratar en algunos puertos de España con nombre de que eran bretones, y si nos llevaban vivos, serían castigados, siendo descubierto su hurto. Mas el capitán, que era el que había despojado a mi querida Zoraida, dijo que él se contentaba con la presa que tenía, y que no quería tocar en ningún puerto de España, sino pasar el estrecho de Gibraltar de noche, o como pudiese, y irse a la Rochela, de donde había salido; y así, tomaron por acuerdo de darnos el esquife de su navío, y todo lo necesario para la corta navegación que nos quedaba, como lo hicieron otra día, ya a vista de tierra de España, con la cual vista, todas nuestraspesadumbres y pobrezas se nos olvidaron de todo punto, como si no hubieran pasado por nosotros: tanto es el gusto de alcanzar la libertad perdida.

»Cerca de mediodía podría ser cuando nos echaron en la barca, dándonos dos barriles de agua y algún bizcocho; y el capitán, movido no sé de qué misericordia, al embarcarse la hermosísima Zoraida, le dio hasta cuarenta escudos de oro, y no consintió que le quitasen sus soldados estos mesmos vestidos que ahora tiene puestos. Entramos en el bajel; dímosles las gracias por el bien que nos hacían, mostrándonos más agradecidos que quejosos; ellos se hicieron a lo largo, siguiendo la derrota del estrecho; nosotros, sin mirar a otro norte que a la tierra que se nos mostraba delante, nos dimos tanta priesa a bogar que al poner del sol estábamos tan cerca que bien pudiéramos, a nuestro parecer, llegar antes que fuera muy noche; pero, por no parecer en aquella noche la luna y el cielo mostrarse escuro, y por ignorar el paraje en que estábamos, no nos pareció cosa segura embestir en tierra, como a muchos de nosotros les parecía, diciendo que diésemos en ella, aunque fuese en unas peñas y lejos de poblado, porque así aseguraríamos el temor que de razón se debía tener que por allí anduviesen bajeles de cosarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería y amanecen en las costas de España, y hacen de ordinario presa, y se vuelven a dormir a sus casas. Pero, de los contrarios pareceres, el que se tomó fue que nos llegásemos poco a poco, y que si el sosiego del mar lo concediese, desembarcásemos donde pudiésemos.

»Hízose así, y poco antes de la media noche sería cuando llegamos al pie de una disformísima y alta montaña, no tan junto al mar que no concediese un poco de espacio para poder desembarcar cómodamente. Embestimos en la arena, salimos a tierra, besamos el suelo, y, con lágrimas de muy alegrísimo contento, dimos todos gracias a Dios, Señor Nuestro, por el bien tan incomparable que nos había hecho. Sacamos de la barca los bastimentos que tenía, tirámosla en tierra, y subímonos un grandísimo trecho en la montaña, porque aún allí estábamos, y aún no podíamos asegurar el pecho, ni acabábamos de creer que era tierra de cristianos la que ya nos sostenía. Amaneció más tarde, a mi parecer, de lo [que] quisiéramos. Acabamos de subir toda la montaña, por ver si desde allí algún poblado se descubría, o algunas cabañas de pastores; pero, aunque más tendimos la vista, ni poblado, ni persona, ni senda, ni camino descubrimos. Con todo esto, determinamos de entrarnos la tierra adentro, pues no podría ser menos sino que presto descubriésemos quien nos diese noticia della. Pero lo que a mí más me fatigaba era el ver ir a pie a Zoraida por aquellas asperezas, que, puesto que alguna vez la puse sobre mis hombros, más le cansaba a ella mi cansancio que la reposaba su reposo; y así, nunca más quiso que yo aquel trabajo tomase; y, con mucha paciencia y muestras de alegría, llevándola yo siempre de la mano, poco menos de un cuarto de legua debíamos de haber andado, cuando llegó a nuestros oídos el son de una pequeña esquila, señal clara que por allí cerca había ganado; y, mirando todos con atención si alguno se parecía, vimos al pie de un alcornoque un pastor mozo, que con grande reposo y descuido estaba labrando un palo con un cuchillo. Dimos voces, y él, alzando la cabeza, se puso ligeramente en pie, y, a lo que después supimos, los primeros que a la vista se leofrecieron fueron el renegado y Zoraida, y, como él los vio en hábito de moros, pensó que todos los de la Berbería estaban sobre él; y, metiéndose con estraña ligereza por el bosque adelante, comenzó a dar los mayores gritos del mundo diciendo: ‘‘¡Moros, moros hay en la tierra! 

¡Moros, moros! ¡Arma, arma!’’

»Con estas voces quedamos todos confusos, y no sabíamos qué hacernos; pero, considerando que las voces del pastor habían de alborotar la tierra, y que la caballería de la costa había de venir luego a ver lo que era, acordamos que el renegado se desnudase las ropas del turco y se vistiese un gilecuelco o casaca de cautivo que uno de nosotros le dio luego, aunque se quedó en camisa; y así, encomendándonos a Dios, fuimos por el mismo camino que vimos que el pastor llevaba, esperando siempre cuándo había de dar sobre nosotros la caballería de la costa. Y no nos engañó nuestro pensamiento, porque, aún no habrían pasado dos horas cuando, habiendo ya salido de aquellas malezas a un llano, descubrimos hasta cincuenta caballeros, que con gran ligereza, corriendo a media rienda, a nosotros se venían, y así como los vimos, nos estuvimos quedos aguardándolos; pero, como ellos llegaron y vieron, en lugar de los moros que buscaban, tanto pobre cristiano, quedaron confusos, y uno dellos nos preguntó si éramos nosotros acaso la ocasión por que un pastor había apellidado al arma. ‘‘Sí’’, dije yo; y, queriendo comenzar a decirle mi suceso, y de dónde veníamos y quién éramos, uno de los cristianos que con nosotros venían conoció al jinete que nos había hecho la pregunta, y dijo, sin dejarme a mí decir más palabra:‘‘¡Gracias sean dadas a Dios, señores, que a tan buena parte nos ha conducido!, porque, si yo no me engaño, la tierra que pisamos es la de Vélez Málaga, si ya los años de mi cautiverio no me han quitado de la memoria el acordarme que vos, señor, que nos preguntáis quién somos, sois Pedro de Bustamante, tío mío’’. Apenas hubo dicho esto el cristiano cautivo, cuando el jinete se arrojó del caballo y vino a abrazar al mozo, diciéndole: ‘‘Sobrino de mi alma y de mi vida, ya te conozco, y ya te he llorado por muerto yo, y mi hermana, tu madre, y todos los tuyos, que aún viven; y Dios ha sido servido de darles vida para que gocen el placer de verte: ya sabíamos que estabas en Argel, y por las señales y muestras de tus vestidos, y la de todos los desta compañía,comprehendo que habéis tenido milagrosa libertad’’. ‘‘Así es –respondió el mozo–, y tiempo nos quedará para contároslo todo’’.

»Luego que los jinetes entendieron que éramos cristianos cautivos, se apearon de sus caballos, y cada uno nos convidaba con el suyo para llevarnos a la ciudad de Vélez Málaga, que legua y media de allí estaba. Algunos dellos volvieron a llevar la barca a la ciudad, diciéndoles dónde la habíamos dejado; otros nos subieron a las ancas, y Zoraida fue en las del caballo del tío del cristiano. Saliónos a recebir todo el pueblo, que ya de alguno que se había adelantado sabían la nueva de nuestra venida. No se admiraban de ver cautivos libres, ni moros cautivos, porque toda la gente de aquella costa está hecha a ver a los unos y a los otros; pero admirábanse de la hermosura de Zoraida, la cual en aquel instante y sazón estaba en su punto, ansí con el cansancio del camino como con la alegría de verse ya en tierra de cristianos, sin sobresalto de perderse; y esto le había sacado al rostro tales colores que, si no es que la afición entonces me engañaba, osaré decir que más hermosa criatura no había en el mundo; a lo menos, que yo la hubiese visto.

»Fuimos derechos a la iglesia, a dar gracias a Dios por la merced recebida; y, así como en ella entró Zoraida, dijo que allí había rostros que se parecían a los de Lela Marién. Dijímosle que eran imágines suyas, y como mejor se pudo le dio el renegado a entender lo que significaban, para que ella las adorase como si verdaderamente fueran cada una dellas la misma Lela Marién que la había hablado. Ella, que tiene buen entendimiento y un natural fácil y claro, entendió luego cuanto acerca de las imágenes se le dijo. Desde allí nos llevaron y repartieron a todos en diferentescasas del pueblo; pero al renegado, Zoraida y a mí nos llevó el cristiano que vino con nosotros, y en casa de sus padres, que medianamente eran acomodados de los bienes de fortuna, y nos regalaron con tanto amor como a su mismo hijo.

»Seis días estuvimos en Vélez, al cabo de los cuales el renegado, hecha su información de cuanto le convenía, se fue a la ciudad de Granada, a reducirse por medio de la Santa Inquisición al gremio santísimo de la Iglesia; los demás cristianos libertados se fueron cada uno donde mejor le pareció; solos quedamos Zoraida y yo, con solos los escudos que la cortesía del francés le dio a Zoraida, de los cuales compré este animal en que ella viene; y, sirviéndola yo hasta agora de padre y escudero, y no de esposo, vamos con intención de ver si mi padre es vivo, o si alguno de mishermanos ha tenido más próspera ventura que la mía, puesto que, por haberme hecho el cielo compañero de Zoraida, me parece que ninguna otra suerte me pudiera venir, por buena que fuera, que más la estimara. La paciencia con que Zoraida lleva las incomodidades que la pobreza trae consigo, y el deseo que muestra tener de verse ya cristiana es tanto y tal, que me admira y me mueve a servirla todo el tiempo de mi vida, puesto que el gusto que tengo de verme suyo y de que ella sea mía me lo turba y deshace no saber si hallaré en mi tierra algún rincón donde recogella, y si habrán hecho el tiempo y la muerte tal mudanza en la hacienda y vida de mi padre y hermanos que apenas halle quien me conozca, si ellos faltan.» No tengo más, señores, que deciros de mi historia; la cual, si es agradable y peregrina, júzguenlo vuestros buenos entendimientos; que de mí sé decir que quisiera habérosla contado más brevemente, puesto que el temor de enfadaros más de cuatro circustancias me ha quitado de la lengua.



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'BARRA LIBRE EN EL MORBO RUBBISH CLUB', por Rosa María Artal

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Artículo sugerido por Juan Carlos Rodríguez. Un artículo necesario, Artal nos habla de cómo hemos llegado a recibir con naturalidad, cuando no con deseo y placer, toda la basura que constantemente nos lanzan a la cara algunos medios de comunicación (no son pocos, sen demasiados) , incluso cuando supuestamente nos informan de hechos tan trágicos como el de esa pobre trabajadora contagiada de ébola... por atender de forma voluntaria, humanitaria, a un enfermo.

"Una legión de descerebrados, proclives a ser abducidos por esta mugre política y mediática, se permiten opinar y condenar lo que Teresa hizo, según ellos, mal... el problema es en dónde caen esas semillas de inmundicia, en qué suelo, en qué sustrato. Quién se las traga sin rechistar para luego crecer y multiplicarse. Y aquí nos encontramos con una sociedad, la española, aleccionada en no pensar y eludir cualquier atisbo de pensamiento crítico para ser más manipulable"

BARRA LIBRE EN EL MORBO RUBBISH CLUB

Robaron sus fotos y las colocaron en portada. Hasta tumbada en su sofá con ropa de casa. Divulgaron su nombre, edad y vida. Invadieron su hogar y el de su madre en Galicia. La culparon de haberse contagiado, señalando sus presuntos errores incluso en una pizarra (Telemadrid) como quien cuenta el mapa del tiempo o la pseudo economía mediática. Un puro excremento de la televisión de Cospedal, se ha reído de ella. Son los mismos que elevaron a los altares a los sacerdotes importados con su ébola por un gobierno y una administración local cuya negligencia nos ha salido muy cara. Los que, según toca, la atacan, se compadecen de ella, o dicen alegrarse de sus mejorías. Le han matado al perro. Han seguido cada uno de sus pasos. La han expuesto una y otra vez. Hasta llegar a publicar su foto –robada- en su habitación de cuidados intensivos, semidesnuda y con una mascarilla. Qué gran periodismo ¿eh?

Teresa Romero, la auxiliar de enfermería infectada de ébola, se ha convertido en la nueva cobaya de la comunicación basura. Alentada por los políticos irresponsables que, tras una nefasta gestión, la insultaron como el propio aún consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Es como si se hubiera abierto la barra libre para el saqueo de esta persona. Una legión de descerebrados, proclives a ser abducidos por esta mugre política y mediática, se permiten opinar y condenar lo que Teresa hizo, según ellos, mal. Lo que les han contado manipulando con toda intención. Es que Teresa no afirmó que se tocó la cara como titularon con rotundidad, admitió la posibilidad. Corroborada por el médico, que –tan oportunamente para los intereses que se perseguían- salió a declarar ante los medios lo que un profesional serio no comunica de un enfermo. Algo que da qué pensar. Porque también se obvian las presiones que sufrió Teresa. Cuatro veces –informaron en TVE- le habrían hecho “reconstruir” los hechos los mandos de su hospital. Como si fuera un delito contagiarse. A una enferma grave, peligrando su vida. Cuesta elegir qué mayores ejemplos de deshumanización y de injusticia se pueden perpetrar contra una persona que, por añadidura, se ha volcado en el servicio a los demás.

Tenía que llegar. La televisión basura –por ahí empezó- nació en 1990 al mismo tiempo que las cadenas privadas. Dos grandes sucesos marcarían el camino a seguir: el asesinato y violación de las niñas de Alcácer y la Mataza de Puerto Hurraco. Con la fuerte competencia, había irrumpido la lucha por la audiencia y cuanto implica. Preocupaba adónde llevarían esos inicios, al punto de constituirse en noticia como expresé incluso en mi propio reportaje.  La televisión entraba a raudales por los satélites. Era un fenómeno imparable. Como lo es ahora, con Internet, el periodismo digital. Nada que objetar, al contrario. Pero se puede competir de muchas formas. Con el rigor, con la calidad, con la verdad… o con el morbo, mucho más fácil. En otros países también lo hacen, por supuesto. Igual no en la misma medida.

Porque el problema es en dónde caen esas semillas de inmundicia, en qué suelo, en qué sustrato. Quién se las traga sin rechistar para luego crecer y multiplicarse. Y aquí nos encontramos con una sociedad, la española, largamente aleccionada por la derecha en no pensar y eludir cualquier atisbo de pensamiento crítico para ser más manipulable. Ha sido una labor secular. Como secular es el mandato de un particular conservadurismo español, de casta y de caspa. Lo peor es que ha llegado a nuestros días impregnando a personas de otras ideologías. Las tarjetas black de Caja Madrid son el ejemplo más gráfico que se pueda encontrar. Como lo fuera la cultura del pelotazo de los ochenta y noventa, de los Mario Conde y de aquella parte de la política que se sintió en esas mieles tan turbias como pez en el agua.

Las portadas de los periódicos del domingo, de muchos de ellos, avasallando la intimidad de Teresa Romero, hubieran llevado a una ciudadanía responsable a reaccionar como la situación merece: rechazando a los periódicos que la publicaron de forma explícita. Y no deteniéndose en las cadenas y debates que tocaran el tema en su vertiente morbosa para vender. Muchas cosas están a la venta, no solo productos.

El día en el que un político llama a Sálvame y dice que ese programa es “un referente social”, comprobamos que la enfermedad -largamente cultivada- se ha extendido ya y ha penetrado en el cuerpo de la ciudadanía. Afecta a un contexto mucho más amplio y es lo que explica casi todo, desde la tolerancia a la corrupción a opciones y elecciones incompresibles. Y todo se entreteje en maraña. Aunque no responda a la realidad de toda una población ni mucho menos, es la elevación social de la ignorancia a categoría. Enaltecer el morbo. Aceptar la relajación de los valores, hasta de los estéticos. Y, en la misma línea, pero aún más pornográfica resulta la cacería a la que medios aparentemente serios han sometido a la auxiliar de enfermería infectada de ébola.

Cuanto está sucediendo demuestra que se han desdibujado muchas barreras, entre la información y la propaganda sin duda, entre la ética y la laxitud moral, y, desde luego, entre el periodismo y esa otra cosa que hacen.

Quienes amamos el periodismo, el de verdad, conscientes de su influencia para bien y para mal, estamos asustados. Porque nada es inocuo, por eso precisamente se propicia y se produce lo que estamos viendo. Esta deriva conduce a que esta sociedad acepte lo que difícilmente aguantaría otra con criterio y sentido cívico.

(Fuente: diario.es) 

ENTRADAS RELACIONADAS:


("... el riesgo de una posible expansión del virus no comienza con la forma chapucera de acometer las autoridades sanitarias los severos protocolos que exige el tratamiento de la enfermedad. Todo empieza con la traída a casa, importado de África del virus incubado en el cuerpo de dos enfermos... lo pertinente hubiese sido el envío a su lugar de residencia de personal especializado... Así lo han hecho otros países y, particularmente Cuba, que envió a Sierra Leona nada menos que 62 médicos y 103 enfermeros especializados")
LA AUXILIAR, LA MINISTRA... Y EL FANTASMA
("... desde el plasma indecente, una mujer de plástico nos dice nada. Una mujer artificial, de juguete caducado, trasnochado, una mujer mimada y consentida.... Una mujer que no puede perder el tiempo con nosotros, con asuntos vulgares, una mujer que necesita ir urgentemente a su garaje para ver si el Tío Gilito le ha dejado algún jaguar nuevo que ella no conocía. Una mujer que ni quiere hablar, ni sabe hablar. Su nombre, Ana Mato. Es la ministra de Sanidad del Reino de España, la última responsable de todo, la que no se entiende cómo coño sigue ahí, tan tranquila, tan muda, tan inhumana"



Crítica de 'ALABARDAS' (libro póstumo de José Saramago): 'CONVERSACIÓN INFINITA', por Antonio Sáez Delgado

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"Un libro que revela... un conflicto moral sobre la banalidad del mal, que nos conduce a la necesidad de establecer los vínculos más profundos y sagrados del hombre entre historia, memoria y relato. Una narración... que tiene mucho de ibérica, en la que brilla la ironía del autor y su lenguaje más esencial, y que cierra su extraordinaria obra literaria de la mejor manera posible: abriéndola al diálogo con los lectores"


CONVERSACIÓN INFINITA

Alabardas, alabardas,espingardas, espingardas (título original) es un libro y son varios libros. Es, por supuesto, la novela incompleta que dejó Saramago a su muerte, en junio de 2010, que le hizo vivir el último tramo de su vida agarrado a la tabla de salvación de la escritura, de la vida en las palabras y en las personas que las pueblan; es, en paralelo, una emocionante aproximación al reverso de esas mismas palabras, que cobran una nueva dimensión en las notas de trabajo del escritor reunidas en el volumen, algo así como el taller correspondiente al ciclo de escritura del libro, entre agosto de 2009 y febrero de 2010, en que encontramos al hombre sereno que duda de la posibilidad de acabarlo y que reúne fuerzas de flaqueza para reflexionar sobre algunas de sus claves y hallazgos, como si de una brevísima suerte de diario íntimo se tratara; y es también, por último, un diálogo abierto con dos voces privilegiadas (la de Gómez Aguilera y la de Saviano), que cumplen el papel que cabe ahora al lector de este libro, encontrar el significado final de las últimas páginas escritas por el Nobel y establecer con ellas una conversación infinita.


Saramago escribió y corrigió tres capítulos de Alabardas, que sirven para cerrar su obra literaria con un sentido de coherencia fuera de toda duda. Esa es, probablemente, la principal aportación de estas páginas, que nos muestran a un autor en estado de gracia, sabedor de las dificultades que atravesaba y, probablemente por ello, convencido de la extrema necesidad de esta obra. Las páginas que la constituyen representan algo así como un testamento literario y vital, un discurso de ficción en el que destellan sus preocupaciones éticas, morales y sociales ante un mundo en ruinas, con el tema de la guerra y la violencia en el punto de mira. Artur Paz Semedo, cumplidor funcionario de la empresa de fabricación de armas Belona, comienza una búsqueda por las "profundidades del ignoto pasado", adentrándose en el archivo histórico de su empresa para conocer los negocios realizados por esta en los años treinta del siglo XX. El motivo es una de las perplejidades reales de Saramago: el descubrimiento, durante la guerra civil española, de una bomba arrojada contra el frente popular que nunca llegó a explotar, y que contenía en su interior un papel con la frase, escrita en portugués: "Esta bomba nunca reventará". Este hecho, unido a la certeza de que no se conocen huelgas en las fábricas de armas, fueron suficientes para que Saramago decidiera entregarse a esta última misión, escribiendo unas páginas en las que respira su mejor pulso literario, en la senda de Ensayo sobre la ceguera y con algo de la atmósfera de Todos los nombres. Un libro que revela, por fuerza de la acción del personaje femenino (Felícia, la exmujer de Artur, pacifista convencida), un conflicto moral sobre la banalidad del mal, que nos conduce a la necesidad de establecer los vínculos más profundos y sagrados del hombre entre historia, memoria y relato. Una narración, por fin, entre la lengua portuguesa y la guerra española, que tiene mucho de ibérica, en la que brilla la ironía del autor y su lenguaje más esencial, y que cierra su extraordinaria obra literaria de la mejor manera posible: abriéndola al diálogo con los lectores

Alabardas. José Saramago. Traducción de Pilar del Río. Con textos de Fernando Gómez Aguilera y Roberto Saviano. Ilustraciones de Günter Grass. Alfaguara. Madrid, 2014. 153 páginas. 17 euros

(Fuente: El País, Babelia)


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http://ep00.epimg.net/descargables/2014/10/08/c6140e9f02f94d943454482cf5824837.pdf

MÁS DE JOSÉ SARAMAGO EN ESTE SITIO:

ESTE MUNDO DE LA INJUSTICIA GLOBALIZADA

("...nuestros Gobiernos, esos que para bien o para mal elegimos y de los que somos, por lo tanto, los primeros responsables, se van convirtiendo cada vez más en meros comisarios políticos del poder económico... urge, antes de que se nos haga demasiado tarde, promover un debate mundial sobre la democracia y las causas de su decadencia, sobre la intervención de los ciudadanos en la vida política y social, sobre las relaciones entre los Estados y el poder económico y financiero mundial..."

NUESTRO LIBRO DE CADA DÍA

("...Hay un momento que es verdaderamente extraordinario en la lectura: cuando uno la interrumpe. Cuando uno está leyendo tiene el libro con las hojas abiertas, pero de pronto levanta la vista del libro y mira adelante. Se suspende la lectura, algo ha ocurrido, algo mágico: es como si la lectura quisiera transportar al lector a otro universo...")

TRES LECTURAS PARA ESTOS TIEMPOS QUE HIEREN



Columna periodística: 'MUTACIONES', por Julio Llamazares. PROPUESTA DE EXAMEN (según PAU)

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"En la mutación continua que como especie estamos experimentando los humanos desde la aparición del teléfono móvil, ese aparato que acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca y que últimamente sirve incluso para hablar, el último escalón ya no es el selfie..."


MUTACIONES

Vengo de Italia sobrecogido. En la mutación continua que como especie estamos experimentando los humanos desde la aparición del teléfono móvil, ese aparato que acerca a los que están lejos y aleja a los que están cerca y que últimamente sirve incluso para hablar, el último escalón ya no es el selfie (autofoto en español) sino el teleselfie o autofoto a distancia, algo que se consigue con ayuda de un nuevo aparato, una especie de bastón articulado al estilo de los de los montañeros en cuya punta lleva un resorte en el que se encaja el móvil y que permite una visión panorámica del fotografiado. O sea, de uno mismo.
Lo que se consigue así es no solo aparecer en todas las fotos (que luego se trasmiten por la Red a los conocidos, les interesen o no, incluso a los desconocidos, pues la Red las rebota ad infinitum por el espacio etéreo), sino que el mundo quede detrás de uno a la manera de los decorados de las fotografías antiguas o de los trampantojos paisajísticos de los retratos de cámara de reyes o de aristócratas. Ello no tendría interés (si ya no reparamos en la borrachera de egolatría y de narcisismo que suponen como género los blogs, los tuiters o los whatsapp, ¿cómo vamos a hacerlo en la que implica estar fotografiándose uno a sí mismo continuamente?) si el teleselfie no supusiera también una nueva mutación antropológica, pues obliga a estar de espaldas al monumento u objeto de nuestro interés, ya sea este el Coliseo, el balcón del Vaticano o la Fontana de Trevi. Con lo que ahora los sitios turísticos no solo están atestados de japoneses que lo fotografían todo, sino que la mayoría lo hacen de espaldas, dándole la vuelta a un mundo en el que de repente uno queda descolocado de nuevo.
Y yo preocupado por el más allá.
(Fuente: El País, 16-10-2014)
PREGUNTAS:
1ª ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS
2ª TEMA. RESUMEN

3ª COMENTARIO CRÍTICO
Preguntas guía para el comentario crítico

1ª ¿Cómo está organizado el texto? (Estructura)
2ª ¿Qué tesis defiende el autor? (Ver Orientaciones para determinar el tema...)
3ª ¿Podrías resumir brevemente el texto con tus propias palabras?
(Las tres primeras preguntas corresponden, evidentemente, a las preguntas de Selectividad, ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS, TEMA Y RESUMEN. A partir de la cuarta pregunta comenzaría -es sólo una propuesta- el COMENTARIO CRÍTICO)
4ª ¿Qué tipo de texto es? Si es un texto literario, ¿a qué momento histórico pertenece, está "encuadrado" en algún movimiento literario?
5ª ¿Es un tema actual? ¿Crees que hay alguna idea "secundaria" importante?
6ª ¿Es un tema polémico?
7ª ¿Es un tema local/universal
8ª ¿Qé argumentos utiliza el autor para defender su tesis?
9ª ¿Es objetivo en sus planteamientos, o es subjetivo?
10ª ¿Cuáles son las “marcas lingüísticas” de su supuesta subjetividad? ¿Cuáles son las expresiones más impactantes, más significativas? Coméntalas.
11ª ¿Es un tema original?
12ª Si no lo es, ¿lo es, al menos su tratamiento, su enfoque?
13ª ¿Cuál es tu opinión?
14ª ¿Qué argumentos añadirías?
15ª ¿Qué argumentos opondrías a los del autor?
16ª ¿Puedes relacionar el texto, su tema principal, con otros textos, noticias… que conozcas?
VER 'ME GUSTA / NO ME GUSTA', POR CONCHA CABALLERO
("El selfie es una gran metáfora de la vida actual. Ya no interesa lo que ocurre alrededor sino lo que nos ocurre a nosotros: a mí y a mis amigos, a mí y a mi grupo. Las segundas y terceras personas han desaparecido por ajenas, problemáticas, difíciles. Más allá del yo y del nosotros está el abismo")
VER 'EL DELATOR', POR MANUEL VICENT
VER 'LA CASA (DIGITAL) DE LOS POBRES', POR JOSÉ LUIS PARDO
VER 'LA ERA FUNES', POR JORDI SOLER
17ª Teniendo en cuenta la intención del autor, ¿crees que ha sido eficaz? ¿Qué funciones del lenguaje predominan?
18ª ¿Cómo concluyes tu análisis, tu comentario?
4ª EXPLICAR LAS RELACIONES SINTÁCTICAS QUE SE DAN EN LAS SIGIENTES PROPOSICIONES:
los sitios turísticos no solo están atestados de japoneses que lo fotografían todo, sino que la mayoría lo hacen de espaldas, dándole la vuelta a un mundo en el que de repente uno queda descolocado de nuevo
5ª EL LENGUAJE PERIODÍSTICO / LOS GÉNEROS DE OPINIÓN / LOS GÉNEROS INFORMATIVOS / CLASIFICACIÓN DE LOS GÉNEROS PERIODÍSTICOS

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'VERGÜENZA', por Luis Enrique Ibáñez

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Siento vergüenza de vivir a este lado de la valla... Vergüenza de ser asquerosamente europeo, vergüenza de no ser nada, de no hacer nada, de poder ver esas imágenes y después, tranquilamente, seguir con mi vida...

Los ciudadanos españoles que no consideran tan graves estos hechos no se dan cuenta de algún día, esos mismos actos serán cometido con ellos. Y cuando ellos sean los vejados, ya no tendrán nada que decir... La peor valla es la que se ha instalado en nuestro interior"




VERGÜENZA

Siento vergüenza de vivir a este lado de la valla, sí, vergüenza de ser español, ¿eso qué significa?. Vergüenza de ser asquerosamente europeo, vergüenza de no ser nada, de no hacer nada, de poder ver esas imágenes y después, tranquilamente, seguir con mi vida.

Cuando Carlos García Gual, en un congreso sobre "Leer a los clásicos", nos contó, como si fuera nuestro abuelo bonachón, las aventuras de Ulises, hacía hincapié, constantemente, en que una de las características más significativas que impregnaba amable todo el relato era la hospitalidad. La hospitalidad que siempre recibía risueña a Ulises cada vez que llegaba a un territorio extraño. De vez en cuando, el catedrático de Filología Clásica en la Complutense, interrumpía su alucinante historia y nos contaba alguna anécdota real, de ahora. Una de ellas se la regaló un amigo suyo, inmigrante en este amnésico y terrible país. Su amigo le dijo: "Europa ya no es Europa. No se da cuenta de que yo soy Ulises".

Cuando uno visiona varias veces (sí, varias veces, para que nuestro cerebro despierte, y nuestro estómago grite) esas imágenes en las que varios agentes de la Guardia Civil golpean a un ser humano que está encaramado en la valla, hasta hacerlo caer, y luego, como si fuera una res herida, lo transportan de modo tan natural al otro lado, al vacío, cuando uno las ve, las palabras huyen de nuestro lado, tienen miedo de nosotros, de nuestra quietud. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Qué asco. Lleva razón Juan José Millás, nos faltan las palabras. Soportamos cabizbajos un déficit léxico que nos hace imposible buscar los sonidos que nombren tanta barbarie.

Porque ni la palabra "asco", ni la palabra "barbarie" nos sirven ya para referirnos, con alguna decencia, a todo lo que está ocurriendo.

Cuando le preguntaban a José Hierro que cómo se planteaba su quehacer poético, el hecho de la escritura, él siempre contestaba que lo único que hacía era luchar con las palabras, buscarlas porque no las encontraba, no hallaba las palabras que necesitaba para expresar lo que sentía... "lo que intento expresar no es tristeza, es otra palabra, pero no existe... o yo no la encuentro". Añadía que ese combate, esa búsqueda eterna, constituía una verdadera tortura para él.

Y ahora, ¿qué palabras tenemos? Ya no nos quedan. Cuando lo siniestro se instala cómodo en nuestra amarga cotidianidad, el lenguaje enmudece,  y la indiferencia se corona como indiscutible reina de todos nosotros. Y es entonces cuando nos levantamos y cruzamos los días pensando en ella, viviendo por y para ella, muertos.

Nosotros sin palabras, sin nada, pero, ¿y esos agentes de la Guardia Civil, de qué hablaban mientras golpeaban a su hermano? A lo peor le decían, mientras lo herían más, y no sólo en su cuerpo, "perdónanos, nosotros sólo obedecemos, no tenemos más remedio que tratarte como un animal, peor que si fueras un perro, son órdenes, lo sentimos". O peor aún, puede que mientras lo machacaban, a él y a nuestra conciencia, se fueran animando, y los golpes fueran acompañados de insultos y burlas, ¿adónde crees que vas, negrata de mierda? O, tal vez, no se dirigían a él, para qué, si no es humano, tal vez hablaban de lo que iban a hacer esa tarde, si quedaban a la misma hora para la partida... ¿Con qué tapa se tomaron la caña después de cumplir con su deber? ¿Fueron felicitados por sus superiores por su eficaz labor, por su encomiable entrega al trabajo? ¿Hablaron con sus hijos esa tarde sobre las tareas del colegio? ¿Les dijeron que tenían que ser buenos, que debían respetar a todo el mundo, o les hablaron de monstruos y demonios que venían del otro lado y querían comérselos?

¿Sigue el ministro de Interior, Fernández Díaz, rezándole a Santa Teresa? ¿Qué opina Santa Teresa de las órdenes que este insoportable sujeto manda ejecutar? Los ciudadanos españoles que no consideran tan graves estos hechos no se dan cuenta de algún día, esos mismos actos serán cometido con ellos. Y cuando ellos sean los vejados, ya no tendrán nada que decir.

Señor devoto Fernández Díaz, ¿ha comentado ya con Santa Teresa la nueva Ley Seguridad Ciudadana, parida por usted, y que va a servir para molernos a palos, para multarnos, para encarcelarnos, cuando decidamos protestar por tanta injusticia? ¿Suele usted confesarse?

De todas formas, hablaremos de esto dos o tres días. Luego, como si nada, pasaremos a otra cosa. ¿Qué pasó en Lampedusa? ¿Cómo fue eso de las balas de goma en la playa de Ceuta? ¿Cuántos disparos se hicieron? ¿Cuántas personas murieron ¿Qué ha pasado con los responsables?

Déjame ya, que va empezar Sálvame. Y, además, ya está aquí el clásico, el Real Madrid-Barcelona, qué importa lo demás.

La peor valla es la que se ha instalado en nuestro interior, esa que nos separa de nosotros mismos, haciéndonos perder nuestra condición de seres humanos. Una valla que ni siquiera necesita policías que la vigilen, ya se encarga de ello nuestra indolente pasividad, nuestro miserable egoísmo, nuestro eterno vaciamiento. Y es que, antes de la llegada del ébola, ya habitaba aquí, entre nosotros, otro virus mucho más mortal, el virus de nuestra callada complicidad con el Mal. Querer creer que, al menos nosotros, estamos a salvo en mitad de la tormenta. No darnos cuenta de que nosotros somos la tormenta, y morimos en ella. Cuando observen las imágenes, no se pierdan el siniestro contraste que supone ver a un grupo de personas, de este lado del mundo, practicar ejercicio físico, como si nada estuviera pasando, allí, en el centro de la pesadilla (min. 4:06). Van a por otros, no van a por mí, pensarán. No saben lo equivocados que están.

Hoy, en clase de tutoría, iba a realizar con mis alumnos algunas actividades sobre la ética en la vida cotidiana, sobre la convivencia... qué estupidez. No voy a hacer esas actividades. Voy a guardar silencio, y poner, una y otra vez, el siguiente vídeo, hasta que suene el timbre.

Que hablen las imágenes, que callen las palabras... ya no sirven para nada.





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("... culpable de haber nacido, de haber nacido al otro lado, en la cara mala del mundo, en la otra orilla. Eres culpable de no soportar tu hambre amarilla, eres culpable de asomarte sin permiso al otro lado, a este lugar prohibido y mentiroso. Eres culpable de creer en los sueños azules, de pensar que una valla es sólo una valla...")


("La indiferencia a cuanto ocurre en las avanzadillas de la Casa Común Europea por parte de unas sociedades adormecidas... no es fruto del desconocimiento...ahora todo se ve en directo y nadie puede alegar ignorancia. El silencio es complicidad... La indignación me sobrecoge: es la de la impotencia ante estas imágenes reiteradas que abruman la conciencia... ¿Puede una persona ser ilegal, me pregunto, por nacer donde ha nacido?")

CUCHILLAS EN LA FRONTERA

("Ahí están las cuchillas, alertando de lo que les aguarda a quienes pretenden saltar la valla de Melilla. ¿Cómo estará Africa para que quieran venir a la Europa de Merkel, a la España de Wert... ... Lo peor es que no nos damos cuenta de que esas mismas cuchillas apuntan también hacia todos nosotros")

LA ISLA DE LOS ESPÍRITUS DOLIENTES

("Pero nuestra curiosa vergüenza es pasajera y apenas de tanto en tanto oímos los gritos de dolor. Cuando se apacigüe esta tragedia se apaciguará también nuestra conciencia, a la espera de otra nueva que nos impulse, otra vez, a indagar en la neblinosa cadena de las responsabilidades... ... nos decimos, tranquilizadoramente, que nada podemos hacer. Mientras se oye el grito de los que vindican justicia, la cadena de responsabilidades no tiene fin.")




(En estos países, el hombre que se atreve a vivir sin un techo ha de ser detenido y condenado, para que no desencadene el fin del mundo. Y no son los únicos. Hay un montón de países donde no tener una casa donde vivir y carecer de recursos económicos es un delito. Casualmente son los mismos donde un ladrón de guante blanco no es un delincuente”)

EL MENSAJE, por Juan José Millás / 'VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS'

("A lo mejor resulta que nos conmueve más un grito de socorro escrito en un papel que salido de la propia garganta del desventurado... ... ¿Qué diríamos de alguien que frente a una catástrofe natural se pusiera a legislar la catástrofe en vez de acudir en ayuda de los damnificados? Pues eso es lo que están haciendo los políticos")







'EL ÉBOLA SE PUEDE CURAR', HABLA JOSEP PÀMIES

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Como mínimo, escuchar otros relatos, no vaya a ser que otra vez... ay aquella gripe A.

"Están intentando engañarnos, estafarnos, como lo hicieron con la gripe A... El miedo es el peor virus de todos... El que quiera escuchar que escuche..."



"El ébola tiene cura... Están intentando engañarnos, estafarnos, como lo hicieron con la gripe A... El ejército de Estados Unidos tiene la patente del virus del ébola... La Organización Mundial de la Salud está dominada por las mafias de la industria farmacéutica... financiada por multinacionales como Nestlé, Coca Cola y otras... No quieren aceptar las curas naturales que ya existen, porque entonces no podrían patentar ellos sus antibióticos innecesarios... La OMS sólo está financiada con dinero público en un 23%... Esas mafias también dominan a los gobiernos y poseen para su uso los altavoces de los grandes medios de comunicación... El miedo es el peor virus de todos... El que quiera escuchar que escuche..."






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("... el riesgo de una posible expansión del virus no comienza con la forma chapucera de acometer las autoridades sanitarias los severos protocolos que exige el tratamiento de la enfermedad. Todo empieza con la traída a casa, importado de África del virus incubado en el cuerpo de dos enfermos... lo pertinente hubiese sido el envío a su lugar de residencia de personal especializado...)

("Anoche vino a verme el fantasma de aquel inmigrante sin papeles que murió a las puertas de un hospital de Mallorca después de que se le hubiera negado la atención sanitaria... Alguien, desde el otro lado, le había relatado la historia de las espurias relaciones del Primer Mundo con África... El fantasma me dijo que justo en el momento en que exhalaba sin fuerza su último suspiro, nos maldijo a todos, y se fue en paz")



'NOSTALGIA DE PARÍS', por Mario Vargas Llosa / 'A PARIS', Yves Montand /' PARÍS, POSTAL DEL CIELO', J. GIL DE BIEDMA / 'SOUS LE CIEL DE PARIS', Edith Piaf

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Para Juan Carlos Rodríguez

"En aquel París, un joven letraherido insolvente podía vivir con muy poco dinero, y disfrutar de una solidaridad amistosa y hospitalaria de la gente nativa, algo inconcebible en la Europa crispada, desconfiada y xenófoba de nuestros días. Había una picaresca de la supervivencia que... permitía a millares de jóvenes extranjeros comer por lo menos una vez al día y dormir bajo techo"

'Barrio Latino', de Tito Lucaveche (1)

NOSTALGIA DE PARÍS

Cada vez que vengo a París siento una curiosa sensación, hecha de reminiscencias y nostalgia. Los recuerdos, que fluyen como una torrentera, van sustituyendo continuamente la ciudad real y actual por la que fue y solo existe ya en mi memoria, como mi juventud. He vivido en muchos lugares y con ningún otro me ocurre nada parecido. Tal vez porque con ninguna ciudad soñé tanto de niño, atizado por las lecturas de Julio Verne, de Alejandro Dumas y de Victor Hugo, y a ninguna otra quise tanto llegar y echar allí raíces, convencido como estaba, de adolescente, que solo viviendo en París llegaría a ser algún día un escritor.

Era una gran ingenuidad, por supuesto, y sin embargo, de algún modo, resultó cierto. En una buhardilla del Wetter Hotel, en el Barrio Latino, terminé mi primera novela y en los casi siete años que viví en París publiqué mis primeros tres libros y empecé a sentirme y funcionar en la vida ni más ni menos que como un escribidor. En el París de fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta vivían todavía Sartre, Mauriac, Malraux, Camus, y un día descubrí a André Breton, de saco y corbata, comprando pescado en el mercadito de la rue de Buci. Una tarde, en la Biblioteca Nacional de entonces, junto a la Bolsa, tuve de vecina a una Simone de Beauvoir que no apartaba un instante la vista de la montaña de libros en la que estaba medio enterrada. Eran los años del teatro del absurdo, de Beckett, Ionesco y Adamov, y a éste y sus ojos enloquecidos se lo veía todas las tardes escribiendo furiosamente en la terraza del Mabillon.

La ducha en el hotel costaba 100 francos de entonces —uno de ahora—, exactamente lo mismo que un almuerzo en el restaurante universitario y que una entrada a la Comédie-Française en las matinés de los jueves, dedicadas a los escolares. Los debates y mesas redondas de la Mutualité eran gratis y yo no me perdía ninguno. Allí vi una noche la más inteligente, elegante y hechicera confrontación política que he presenciado en mi vida, entre el primer ministro de De Gaulle, Michel Debré, y el líder de la oposición, Pierre Mendès-France. Me parecía imposible que quienes se movían con esa desenvoltura en el mundo de las ideas y de la cultura fueran solo políticos. Ahora las películas de la Nouvelle Vague no parecen tan importantes, pero en esos años teníamos la idea de que François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais y Louis Malle y su órgano teórico, Cahiers du Cinéma, estaban revolucionando el séptimo arte.
Pero, tal vez, si tengo que elegir el más vivo y fulgurante de mis recuerdos de esos años, sería el de los de los discursos de André Malraux. Siempre he creído que fue un grandísimo escritor y que La condición humana es una de las obras maestras del siglo veinte (el menosprecio literario de que ha sido víctima se debe exclusivamente a los prejuicios de una izquierda sectaria que nunca le perdonó su gaullismo). Era también un orador fuera de serie, capaz de inventar un país fabuloso en pocas frases, como lo vi hacer respondiendo, en una ceremonia callejera, al Presidente Prado, del Perú, en visita oficial a Francia: habló de un “país donde las princesas incas morían en las nieves de los Andes con sus papagayos bajo el brazo”. Nunca olvidaré la noche en que, en un Barrio Latino a oscuras, iluminado solo por las antorchas de los sobrevivientes de los campos nazis de exterminio, evocó al mítico Jean Moulin, cuyas cenizas se depositaban en el Panthéon. Entre los propios periodistas que me rodeaban había algunos que no podían contener las lágrimas. O su homenaje a Le Corbusier, con motivo de su fallecimiento, en el patio del Louvre, enumerando sus obras principales, de la India a Brasil, como si fueran un poema. Y el discurso con el que abrió la campaña electoral, luego de la renuncia de De Gaulle a la presidencia, con esa frase profética: “Qué extraña época, dirán de la nuestra, los historiadores del futuro, en que la derecha no era la derecha, la izquierda no era la izquierda, y el centro no estaba en el medio”.


'Interior de Les Halles', de Max Berthelin
En aquel París, un joven letraherido insolvente podía vivir con muy poco dinero, y disfrutar de una solidaridad amistosa y hospitalaria de la gente nativa, algo inconcebible en la Europa crispada, desconfiada y xenófoba de nuestros días. Había una picaresca de la supervivencia que, con la ayuda de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia, permitía a millares de jóvenes extranjeros comer por lo menos una vez al día y dormir bajo techo, recogiendo periódicos, descargando costales de verduras en Les Halles, cuidando inválidos, lavando y leyendo a ciegos o —los trabajitos mejor pagados— haciendo de extra en las películas que se rodaban en los estudios de Gennevilliers. En uno de los momentos más difíciles de mi primera época en París yo tuve la suerte de que el locutor que narraba en español Les Actualités Françaises perdiera la voz y me tocara reemplazarlo.
París fue siempre una ciudad de librerías y, aunque las estadísticas digan lo contrario y aseguren que se cierran a la misma velocidad que se cierran los viejos bistrots, la verdad es que sigue siéndolo, por lo menos por los alrededores de la Place Saint Sulpice y el Luxemburgo, el barrio donde vivo y donde ayer, en un paseo de menos de una hora, conté, entre nuevas y viejas, más de una veintena. Claro que ninguna de ellas tiene, para mí, el atractivo sentimental de La Joie de Lire, de François Maspero, de la rue Saint Severin, donde, el mismo día que llegué a París, en el verano del año 58, compré el ejemplar de Madame Bovary que cambiaría mi vida. Esa librería, situada en el corazón del Barrio Latino, era la mejor provista de novedades culturales y políticas, la más actual y también la más militante en cuestiones revolucionarias y tercermundistas, razón por la cual los fascistas de la OAS le pusieron una bomba. Todavía recuerdo aquella vez, años más tarde de los que estoy evocando, en que llegué a París, corrí a la La Joie de Lire y descubrí que la había reemplazado una agencia de viajes. Probablemente fue allí cuando sentí por primera vez que el esplendoroso tiempo de mi juventud había comenzado a desaparecer. La muerte de esta maravillosa librería fue, me dicen, obra de los robos. Maspero había hecho saber que no denunciaría a los ladrones a la policía, a ver si con este argumento moral aquellos disminuían. Parece que más bien se multiplicaron, hasta quebrarla. Indicio claro de que París empezaba a modernizarse.


Algo no ha cambiado, sin embargo; sigue allí, intacta, idéntica a mis recuerdos de hace cincuenta y tantos años: Notre Dame. Yo vivía en París cuando, luego de tempestuosas discusiones, la idea de Malraux, ministro de Cultura, de “limpiar” los viejos monumentos prevaleció. Liberada de la mugre con que los siglos la habían ido recubriendo, apareció entonces, radiante, perfecta, milagrosa, eterna y nuevecita, con sus mil y una maravillas, refulgiendo en el sol, misteriosa entre la niebla, profunda en las noches, fresca y como recién bañada en las aguas del Sena en los amaneceres. Desde que era joven me hacía bien ir a dar un paseo alrededor de Notre Dame cuando tenía un amago de desmoralización, una parálisis en el trabajo, necesidad de una inyección de entusiasmo. Nunca me falló y la receta me sigue funcionando todavía. Contemplar Notre Dame, por dentro y por afuera, por delante, por detrás o por los costados, sigue siendo una experiencia exaltante, que me disipa los malos humores y me devuelve el amor a las gentes y a los libros, las ganas de ponerme a trabajar, y me recuerda que, pese a todo, París es todavía París.
(Fuente: El País, 19-10-2014)

“Quien ha tenido la suerte de vivir en ella cuando es joven, luego París le lleva vaya donde vaya el resto de su vida”

(Enrique Vila-Matas, 'París no se acaba nunca')




LETRA:
Des milliers des milliers et des milliers d'années

Ne sauraient suffire pour dire

La petite seconde d'éternité
Où tu m'as embrassé
Où je t'ai embrassée
Un matin dans le lumière de l'hiver
Au parc Montsouris
À Paris
À Paris sur la Terre
La Terre qui est un astre

À Paris

Quand un amour fleurit
Ça fait pendant des semaines
Deux coeurs qui se sourient
Tout ça parce qu'ils s'aiment
À Paris

Au printemps

Sur les toits les girouettes
Tournent et font les coquettes
Avec le premier vent
Qui passe indifférent
Nonchalant

Car le vent

Quand il vient à Paris
N'a plus qu'un seul soucis
C'est d'aller musarder
Dans tous les beaux quartiers
De Paris

Le soleil

Qui est son vieux copain
Est aussi de la fête
Et comme deux collégiens
Ils s'en vont en goguette
Dans Paris

Et la main dans la main

Ils vont sans se frapper
Regardant en chemin
Si Paris a changé

Y'a toujours

Des taxis en maraude
Qui vous chargent en fraude
Avant le stationnement
Où y'a encore l'agent
Des taxis

Au café

On voit n'importe qui
Qui boit n'importe quoi
Qui parle avec ses mains
Qu'est là depuis le matin
Au café

Y'a la Seine

A n'importe quelle heure
Elle a ses visiteurs
Qui la regardent dans les yeux
Ce sont ses amoureux
À la Seine

Et y'a ceux

Ceux qui ont fait leur nids
Près du lit de la Seine
Et qui se lavent à midi
Tous les jours de la semaine
Dans la Seine

Et les autres

Ceux qui en ont assez
Parce qu'ils en ont vu de trop
Et qui veulent oublier
Alors y se jettent à l'eau
Mais la Seine

Elle préfère

Voir les jolis bateaux
Se promener sur elle
Et au fil de son eau
Jouer aux caravelles
Sur la Seine

Les ennuis

Y'en a pas qu'à Paris
Y'en a dans le monde entier
Oui mais dans le monde entier
Y'a pas partout Paris
Voilà l'ennui

À Paris

Au quatorze juillet
À la lueur des lampions
On danse sans arrêt
Au son de l'accordéon
Dans les rues

Depuis qu'à Paris

On a pris la Bastille
Dans chaque faubourg
Et à chaque carrefour
Il y a des gars
Et il y a des filles
Qui sur les pavés
Sans arrêt nuit et jour
Font des tours et des tours
À Paris

'PARÍS, POSTAL DEL CIELO', JAIME GIL DE BIEDMA


Ahora, voy a contaros 
como también yo estuve en París, y fui dichoso 
Era en los buenos años de mi juventud, 
los años de abundancia 
del corazón, cuando dejar atrás padres y patria 
es sentirse más libre para siempre, y fue 
en verano, aquel verano 
de la huelga y las primeras canciones de Brassens, 
y de la hermosa historia 
de casi amor. 
Aún vive en mi memoria aquella noche, 
recién llegado. Todavía contemplo, 
bajo el Pont de Saint Michel, de la mano, en silencio, 
la gran luna de agosto suspensa entre las torres 
de Notre Dame, y azul 
de un imposible el río tantas veces soñado 
-It's too romantic, como tú dijiste 
al retirar los labios. 
¿En qué sitio perdido 
de tu país, en qué rincón de Norteamérica 
y en el cuarto de quién, a las horas más feas, 
cuando sueñes morir no te importa en que brazos, 
te llegará, lo mismo 
que ahora a mí me llega, ese calor de gentes 
la luz de aquel cielo rumoroso 
tranquilo, sobre el Sena? 
Como sueño vivido hace ya mucho tiempo, 
como aquella canción 
de entonces, así vuelve al corazón, 
en un instante, en una intensidad, la historia 
de nuestro amor, 
confundiendo los días y sus noches, 
los momentos felices, 
los reproches 
y aquel viaje- camino de la cama- 
en un vagón de Metro Étoile Nation.



LETRA:

Sous le ciel de Paris s'envol' une chanson
Ell' est née aujourd'hui dans le cœur d'un garçon
Sous le ciel de Paris marchent des amoureux
Leur bonheur se construit sur un air fait pour eux

Sous le pont de Bercy un philosoph' assis
Deux musiciens, quelques badauds, puis les gens par milliers

Sous le ciel de Paris jusqu'au soir vont chanter
L'hymne d'un peuple épris de sa vieille Cité
Près de Notre-Dame parfois couv' un drame
Oui, mais à Paname tout peut s'arranger

Quelques rayons du ciel d'été, l'accordéon d'un marinier
L'espoir fleurit au ciel de Paris

Sous le ciel de Paris coul' un fleuve joyeux
Il endort dans la nuit les clochards et les gueux
Sous le ciel de Paris les oiseaux du Bon Dieu
Viennent du mond' entier pour bavarder entr' eux

Et le ciel de Paris a son secret pour lui
Depuis vingt siècles il est épris de notre île Saint-Louis

Quand elle lui sourit il met son habit bleu
Quand il pleut sur Paris, c'est qu'il est malheureux
Quand il est trop jaloux de ses millions d'amants
Il fait gronder sur eux son tonnerr'éclatant

Mais le ciel de Paris n'est pas longtemps cruel
Pour se fair' pardonner il offr' un arc-en-ciel





'LA LLAMADA', ISMAEL SERRANO

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Este tema es una sugerencia de Gerardo Coba. Tampoco Ismael Serrano se olvida de lo que pasa en la calle, gracias por ello.

"... ahora sueñas en la cola del paro 

Con un verano con playas de oro que no verás...


únete al grito de los cansados...

Sal a la calle, salta las olas, 
Que el miedo cambie de bando, 
Que el precariado se haga visible, 
Que la tristeza si es compartida 
Se vuelve rabia que cambia vidas" 


... Llanto de hombre en barbecho, 

Noche de invierno sin radiador 
Con la pensión que tiene el abuelo. 
Numantino sin Numancia, 
Si los desahucia el banco este lunes...




LETRA:

Comiendo pipas de girasol 
Sentado en un banco del parque, 
La tarde alumbra tu aburrimiento. 
No era esto lo prometido: 
Niño perdido, desde el andamio, 
Todo tu barrio te veneraba. 
Y ahora sueñas en la cola del paro 
Con un verano con playas de oro que no verás. 

Princesa, acuda a caja tres 
De pie y sin pausa más de ocho horas, 
Diosa precaria a tiempo parcial. 
Y no habrá sombra de Grey que ayude 
A que el querube que espera en casa 
Tenga su nana de la cebolla. 
Bella mariposa, aún se consuela 
Con no ser ella la que rebusca en el basural. 

Escucha la llamada, 
únete al grito de los cansados, 
La vida fue un ensayo hasta ahora, 
Sal a la calle, salta las olas, 
Brilla en la tarde tu luz de aurora. 
Que el miedo cambie de bando, 
Que el precariado se haga visible, 
Que no se olviden de tu alegría. 
Que la tristeza si es compartida 
Se vuelve rabia que cambia vidas. 


Limpiando la mugre de otros, 
Respira el polvo de ropa ajena, 
Bebe la pena en el fregadero. 
Equilibrista de fin de mes, 
A descoser para los muchachos 
Todos los bajos del pantalón. 
Y estas navidades no habrá regalos, 
Turrón barato y algo de sidra si se da bien. 

Llanto de hombre en barbecho, 
Noche de invierno sin radiador 
Con la pensión que tiene el abuelo. 
Numantino sin Numancia, 
Si los desahucia el banco este lunes 
Quién hará lumbre con tus cimientos. 
Y al banco de alimentos vas con corbata, 
Sobre tu espalda el planeta entero se sostendrá 

Escucha la llamada, 
únete al grito de los cansados, 
La vida fue un ensayo hasta ahora, 
Sal a la calle, salta las olas, 
Brilla en la tarde tu luz de aurora. 
Que el miedo cambie de bando, 
Que el precariado se haga visible, 
Que no se olviden de tu alegría. 
Que la tristeza si es compartida 
Se vuelve rabia que cambia vidas.




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("... Es evidente que el motivo central del disco, no el único, gira en torno a esta estafa que estamos padeciendo. Una estafa que ha provocado una crisis (sí, primero la estafa, luego las distintas crisis) que no es sólo económica, sino que ha sido capaz de envenenar diversos ámbitos de la realidad, de las relaciones personales, hasta penetrar, como si de una película de ciencia ficción se tratase, en el más íntimo estado psíquico de los individuos...")


("Vienen de frente gigantes de azul con las bocas llenas de su democracia, pero el miedo ha dejado de ser la actitud. Suena en cada cabeza un hermoso runrún: "Nos quieren en soledad, nos tendrán en común"... ¿No hace hoy un día precioso para explosionar?")


(Te informan de que han desarticulado a la cúpula de la CEOE... Y una niña susurra a tu oído que han desahuciado a la familia Botín... Es la bomba que va a estallar Una multitud haciendo crac.")



Artículo de opinión: 'POR QUÉ NO ESTÁN EN EL MANICOMIO', por Javier Marías. PROPUESTA DE EXAMEN (según PAU)

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Un artículo muy oportuno para trabajar con nuestros alumnos de Bachillerato cuando tratemos el tema de la prensa, los medios de comunicación, su lenguaje,etc. Hacerles ver que necesitan estar informados y, simultáneamente, que deben estar alerta ante tanta desinformación, tanta manipulación.

"A estas alturas, nadie debería ser tan ingenuo para creer sin más lo que se nos cuenta en un diario, la radio o la televisión, no digamos en Internet... muchos individuos desean enterarse sólo de lo que previamente les gusta o aprueban, pretenden ser reafirmados en sus ideas o en su visión de la realidad nada más...

Nuestra capacidad para tragarnos mentiras o verdades sesgadas es casi infinita, si nos complacen o dan la razón. El autoengaño carece de límites"


POR QUÉ NO ESTÁN EN EL MANICOMIO

Hace ya años que vengo observando una extraña costumbre de la prensa española que no me explico y que da que pensar. Que los periodistas mienten y manipulan es sabido desde hace siglos; que a veces inventan noticias inexistentes, y que ocultan o callan otras, según su conveniencia o sus órdenes y consignas. A estas alturas, nadie debería ser tan ingenuo para creer sin más lo que se nos cuenta en un diario, la radio o la televisión, no digamos en Internet. Obviamente, hay medios más tendentes a tergiversar que otros, o a falsear, y algunos resultan transparentes hasta la puerilidad. Uno diría que los lectores, oyentes o espectadores de éstos se han tenido que dar cuenta y los habrán abandonado, o por lo menos habrán aprendido a poner entre paréntesis o en cuarentena cuanto procede de ellos. Sin embargo no es frecuente que sea así. También sabemos que muchos individuos desean enterarse sólo de lo que previamente les gusta o aprueban, pretenden ser reafirmados en sus ideas o en su visión de la realidad nada más, y se irritan si su periódico o su canal favoritos se las ponen en cuestión. Sólo aspiran a ser halagados, a cerciorarse de lo que creen saber, a que nadie les siembre dudas ni los obligue a pensar lo que ya tienen pensado (es un decir). Nuestra capacidad para tragarnos mentiras o verdades sesgadas es casi infinita, si nos complacen o dan la razón. El autoengaño carece de límites.
Pero cuanto más maduro se hace el mundo cronológicamente, más parecen crecer el infantilismo y la credulidad. Alguien suelta un bulo en Internet y de inmediato se le da carta de naturaleza y corre como la pólvora, pocos se cuestionan su veracidad. No son raras las ocasiones en que dichos bulos alcanzan hasta a la prensa “seria y responsable”, la cual se molesta a veces en rectificar y a veces no. En todo caso el rumor ya queda ahí, “flotando”, y es difícil que no prospere, demasiadas personas se quedan sólo con la primera versión, que pasa a formar parte de lo “acontecido”. Los únicos que acaban por ser desmentidos son los relativos a la muerte de alguien que continúa vivo. Al ver imágenes posteriores del personaje, en movimiento y hablando, la gente acepta que su fallecimiento no tuvo lugar. Es una de las ventajas de las imágenes, que desmienten una falacia o demuestran una verdad.
De ahí que lo que vengo observando en nuestra prensa me resulte tan inexplicable como alarmante, una tentativa de ahogar la fuerza de esas pruebas, de negarlas, de presentarlas con unas palabras previas que “anulen” lo que el espectador va a ver a continuación, o con un titular que no se corresponde con la información. Pondré ejemplos inocuos, no de política (ámbito en el que la cosa clama al cielo), sino de fútbol. Uno está viendo un partido más bien malo y aun soporífero, pero los comentaristas –seguramente porque es su cadena la que lo está ofreciendo– no paran de insistir en el “impresionante duelo” al que estamos asistiendo; repiten que la actuación de tal o cual jugador es “de escándalo” mientras uno no le ve más que vulgaridades, o que ha metido “un golazo para quitarse el sombrero” cuando se ha limitado a empujar el balón tras un rebote. Uno se pregunta si no entienden nada de ese juego en el que presumen de “expertos” o si se han vuelto locos. Pero, si incurren en semejantes despropósitos, debe de ser porque han comprobado que su palabra demente logra convencer a no pocos de que ven efectivamente lo que ellos les aseguran que ven. Aún más llamativo este ejemplo reciente: el locutor del telediario de TVE (cadena hoy falaz donde las haya) anuncia que Mou¬rinho ha “arremetido contra Cristiano” y además ha manifestado su deseo de regresar al Real Madrid. Acto seguido aparece el vídeo de Mourinho, y uno descubre que nada de lo anunciado es cierto. Lo que ese técnico dice es que ahora no tiene relación con Cristiano, puesto que éste es jugador del Madrid y él entrenador del Chelsea. Lo cual es normal (cada uno vive en un país), y la “arremetida” no se ve ni oye por ningún lado. Tampoco expresa ganas de volver al Madrid, sino que dice que no se arrepiente de su experiencia en este club y que, de retroceder en el tiempo, volvería a aceptar el puesto, como hizo en su día. Su deseo de “regresar” no se manifiesta en absoluto. Al día siguiente, no obstante, numerosos medios repiten no lo que han tenido oportunidad de ver y oír, sino lo que el torticero locutor de TVE (ya sé que esto es redundancia) anunció que había pasado. ¿Cómo es que se miente con tamaño descaro, y además justo antes o después de mostrar lo que desenmascara el embuste? No me cabe duda de que la operación está estudiada. Al mundo se lo toma por tan tonto (quizá haya llegado a serlo) que los responsables de los medios saben que una imagen, lejos de valer más que mil palabras, es fácilmente descalificada y anulada por unas cuantas frases, deslizadas antes o después de la contemplación de aquélla. Y si esto se da en el deporte y el entretenimiento, ¿qué no sucederá en la política y en la economía, esferas más opacas y las que de verdad importan? Es grave que hayamos alcanzado un grado de idiotez en el que pueda prevalecer lo que nos aseguran que ocurre sobre lo que vemos que ocurre. Es indudable que hay multitud de personas expuestas a esto, o si no los desfachatados tergiversadores no se arriesgarían tanto a hacer el ridículo, quedar en evidencia, perder todo crédito y ser conducidos al manicomio.
(Fuente: El País Semanal, 19-10-2014)
ARTÍCULOS RELACIONADOS PARA TENER REFERENCIAS EN EL COMENTARIO CRÍTICO:
(Este cibermundo sin jerarquías vivirá mucho tiempo. Por eso convendría responder a su desafío reforzando las estructuras previas del pensamiento de los escolares, de modo que procesen con inteligencia la información desestructurada, tan inadvertida como fenómeno que ni siquiera la calificamos con ese adjetivo. Casi nadie usa una palabra de connotación negativa para algo que ahora se ve tan prestigioso")
("Una legión de descerebrados, proclives a ser abducidos por esta mugre política y mediática, se permiten opinar y condenar lo que Teresa hizo, según ellos, mal... el problema es en dónde caen esas semillas de inmundicia, en qué suelo, en qué sustrato. Quién se las traga sin rechistar para luego crecer y multiplicarse. Y aquí nos encontramos con una sociedad, la española, aleccionada en no pensar y eludir cualquier atisbo de pensamiento crítico para ser más manipulable")
LOS LIBROS INVISIBLES, por Luis Landero
("Esa historia, que al principio fue sólo una noticia exacta y neutra, acabó convirtiéndose poco menos que en una novela, y como tal la leímos sin darnos cuenta en su momento, y así ha quedado fijada en la memoria. Es decir: como una ficción inspirada en un hecho real... ... la noticia se fue alejando de su referente y se enriqueció hasta acabar pareciéndose mucho a una crónica novelada, donde la narración reclamó sus derechos de autonomía y donde los límites de la realidad objetiva se difuminaron y se confundieron con la imaginaria")
MASCOTAS, por Manuel Vicent
("Aquí el derecho a la información parece destinado a todo lo contrario. Se trata de roer y babear el hueso, de juguetear con el peluche hasta destrozarlo... hasta que el escándalo de corrupción o un grave problema político, disuelto en saliva, diluya toda su carga explosiva bajo una apabullante y confusa catarata de artículos, opiniones y tertulias")
("...la lectura como elemento esencial en la formación del espíritu humano o la preservación en cada uno de nosotros del acervo cultural de un pasado lo más amplio y diverso posible frente al conocimiento instantáneo y efímero que nos brinda la continua innovación tecnológica...")
(“Esa hiperinformación te mete en una especie de útero, en el claustro maestro de la cibertnética. Tienes que salir al exterior”... "Una abundancia a la que se atribuye, además, una pérdida de sentido crítico, hueco que se aprovecha interesadamente -la censura por hiperinformación de la que habló Umberto Eco-.... La educación es la clave para aprender a consumir información y evitar sus efectos colaterales")

PREGUNTAS:
1ª ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS
2ª TEMA. RESUMEN

3ª COMENTARIO CRÍTICO
Preguntas guía para el comentario crítico

1ª ¿Cómo está organizado el texto? (Estructura)
2ª ¿Qué tesis defiende el autor? (Ver Orientaciones para determinar el tema...)
3ª ¿Podrías resumir brevemente el texto con tus propias palabras?
(Las tres primeras preguntas corresponden, evidentemente, a las preguntas de Selectividad, ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS, TEMA Y RESUMEN. A partir de la cuarta pregunta comenzaría -es sólo una propuesta- el COMENTARIO CRÍTICO)
4ª ¿Qué tipo de texto es? Si es un texto literario, ¿a qué momento histórico pertenece, está "encuadrado" en algún movimiento literario?
5ª ¿Es un tema actual? ¿Crees que hay alguna idea "secundaria" importante?
6ª ¿Es un tema polémico?
7ª ¿Es un tema local/universal
8ª ¿Qé argumentos utiliza el autor para defender su tesis?
9ª ¿Es objetivo en sus planteamientos, o es subjetivo?
10ª ¿Cuáles son las “marcas lingüísticas” de su supuesta subjetividad? ¿Cuáles son las expresiones más impactantes, más significativas? Coméntalas.
11ª ¿Es un tema original?
12ª Si no lo es, ¿lo es, al menos su tratamiento, su enfoque?
13ª ¿Cuál es tu opinión?
14ª ¿Qué argumentos añadirías?
15ª ¿Qué argumentos opondrías a los del autor?
16ª ¿Puedes relacionar el texto, su tema principal, con otros textos, noticias… que conozcas?
17ª Teniendo en cuenta la intención del autor, ¿crees que ha sido eficaz? ¿Qué funciones del lenguaje predominan?
18ª ¿Cómo concluyes tu análisis, tu comentario?

4ª ANÁLISIS DE LOS PRINCIPALES MARCADORES TEXTUALES EN ARTÍCULO DE J.MARÍAS
5ª EL LENGUAJE PERIODÍSTICO / LOS GÉNEROS DE OPINIÓN / LOS GÉNEROS INFORMATIVOS / CLASIFICACIÓN DE LOS GÉNEROS PERIODÍSTICOS




'COBIJO CONTRA LA TORMENTA, XI', de Benjamín Prado

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Otra sugerencia, una más, de Juan Carlos Rodríguez

... Recuerda que no hay nada que no pueda

ocurrir cualquier día.


No olvides que esta obra ha terminado.


No olvides que le hablas a un teatro vacío"




Mi amor, este poema
es para que lo leas cuando no esté a tu lado,
cuando no pueda ya cuidar de ti.

No te conformes nunca con alguien que no piense
que tu eres una llama más antigua que el fuego,
que tú eres su razón para vivir.

Aprende a no querer a los que no te quieran
y elige bien a qué le tendrás miedo:
no habrá sombra que oculte lo que tú temas ver.

Escapa del que piense
que el aire es la pared de lo invisible
y huye de aquel que crea
que es más feliz quien menos necesita,
porque ése no podría necesitarte a ti.

No te rindas, no olvides jamás que la tristeza
sólo es la burocracia del dolor.
Y si sientes que el mundo se derrumba,
no intentes abrazarte
a otro que esté cayendo a la vez que caes tú,
como yo hice contigo.

Algún día
tendrás que despertarte para salvar tus sueños.
Algún día sabrás que en las promesas
hay siempre un cristal roto
en el que aúlla el viento frío de la mentira.

Recuerda todo eso.
No escondas lo que sientes por miedo a ser frágil,
como aquellos
que por guardar tan bien lo que más les importa,
lo pierden para siempre.

Recuerda que no hay nada que no pueda
ocurrir cualquier día.
No olvides que esta obra ha terminado.
No olvides que le hablas a un teatro vacío.

BENJAMÍN PRADO (Madrid, 1961) Del libro Marea humana (Editorial Visor, 2010)

MÁS DE BENJAMÍN PRADO EN ESTE SITIO:


(Un artículo extraordinario, para leer (el artículo y otros textos que nos regala), para pensar y, sobre todo, para actuar y, ahora más que nunca, para desobedecer... ¡ya está bien! "¿Qué respeto a las normas nos pueden exigir quienes a la vez que nos piden sacrificios cobran cientos de miles de euros y mientras predican la austeridad se reparten sobres invisibles llenos de billetes de color violeta? ¿Cómo se atreven a hablar de honradez?" "¿Qué sucede cuando se vacía de significado a la democracia?"  “Hay que situar la desobediencia civil no solo en el lenguaje político, sino en nuestro sistema político”)

("... Y ya hay otras iniciativas en marcha, como la de que miles de clientes saquen todo el dinero que tengan en cualquier banco que desahucie a una familia sin recursos. ...  el dinero se ha acabado, pero la paciencia, también... la mejor manera de resistencia es defenderse con las mismas armas con que te atacan. Aunque sean de doble filo. El ahorro ideológico es hacer que cada euro que no se gasta sea un mensaje: hasta aquí habéis llegado.")

(4. Para el capitalismo, cada persona vale lo que pueda pagar. 5. En la cama de los pobres los sueños nunca tienen razón. 6. La diferencia entre los países y las patrias es la misma que hay entre la lluvia y los charcos. 7. Mucha gente tiene más deseos de hablar que cosas que decir. 8. Si quieres oír, escucha. 9. Si no juegas con fuego te morirás de frío. 10. No hay salida de emergencia en la boca del lobo. 11. Muchos creen que esto es sólo la primera parte, pero nadie sabe de qué. 12. Olvídate del más allá e intenta que haya vida antes de la muerte.)



'LA EDUCACIÓN EN AFORISMOS', por Jorge Wagensberg

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"El gozo intelectual por comprensión ocurre en el momento exacto en el que uno descubre que dos cosas diferentes tienen algo en común... Enseñar a alguien es llevarlo, de la mano de la conversación, hasta el borde mismo de la comprensión...
Diez personas pasean y conversan (método peripatético); 40 escuchan y quizá pregunten, pero ya no conversan; 100 son espectáculo, y 500, ceremonia... Ni siquiera comer es una excusa para aplazar el conocer, por lo menos mientras la hipoglucemia no nos nuble la vista"



LA EDUCACIÓN EN AFORISMOS

El ser humano conserva algunos de sus rasgos juveniles más allá de su madurez sexual. Técnicamente el fenómeno se llama neotenia y, en general, está asociado a saltos significativos de la evolución. Nuestros primos primates son naturalmente proclives a jugar y a aprender durante su fase juvenil, pero pronto pierden el interés por ello. Nosotros en cambio jugamos hasta el último minuto de nuestra vida, por lo que un humano bien podría nombrarse como un mono inmaduro,un curioso individuo cuya educación en las aulas puede superar un cuarto del tiempo total que le toca vivir. Siguen unos aforismos en su honor…
1. Educar no es llenar, sino encender.
2. Educar es favorecer la adicción al gozo intelectual.
3. Aprender tiene tres fases: el estímulo, la conversación y lacomprensión, y con cada una de ellas existe la oportunidad para un gozo intelectual.
4. El buen estímulo a favor del conocimiento está en las paradojas que surgen entre lo que vemos y lo que creemos, por tal cosa la realidad no se puede reemplazar por nada mejor a la hora de buscar estímulos. (¿Por qué no dedicar un día de la semana a salir del aula para visitar la realidad que es, por cierto, lo que tenemos más a mano?).
5. Conversar es escuchar antes de hablar: qué fácil, qué difícil.
6. Conversar no es esperar turno para continuar con lo que se estaba diciendo.
7. El gozo intelectual por conversación se produce cuando un punto de llegada no coincide del todo con el anterior punto de salida.(¿Qué tal una asignatura de conversación?).
8. Comprender es caer en la mínima expresión de lo máximo compartido.
9. El gozo intelectual por comprensión ocurre en el momento exacto en el que uno descubre que dos cosas diferentes tienen algo en común.
10. Enseñar a alguien es llevarlo, de la mano de la conversación, hasta el borde mismo de la comprensión.
11. Enseñar no consiste en inyectar comprensiones, sino en señalar caminos para tropezarse con ellas.
12. Los estímulos que se revuelcan en sí mismos y que no conducen a una conversación o a una comprensión no son el principio de educación alguna, sino el fin último de alguna clase de pornografía (el best seller de diseño, la llamadaautoayuda…).
13. La clase magistral en la que más de cien alumnos asisten a una exposición —que siempre pueden leer antes o después— es un timo educativo.
14. Se puede estimular y conversar, pero comprender, lo que se dice comprender, se comprende siempre en la más estricta soledad.
15. Diez personas pasean y conversan (método peripatético); 40 escuchan y quizá pregunten, pero ya no conversan; 100 son espectáculo, y 500, ceremonia.
16. Conocimiento sin crítica es más preocupante que crítica sin conocimiento.
17. El examen tradicional se parece a una confesión forzada en la que el alumno accede a simular que ha comprendido.
18. En los primeros 10 años de escuela quizá solo merezcan la pena dos cosas: ejercitar el lenguaje (leer y escribir en varios idiomas, matemática, música, dibujo…) y entrenar el hábito de la conversación y la crítica.
19. En la escuela, ni una sola idea blindada contra la duda, ni una sola.
20. Las creencias no se enseñan, se trasfunden.
21. Combinando solo cuatro conceptos (lo propio y lo ajeno, la alegría y la tristeza) se obtienen las pasiones humanas elementales:compasión: tristeza propia por la tristeza ajena; morbo: alegría propia por la tristeza ajena; alegría empática: alegría propia por la alegría ajena; autoestima: alegría propia por la alegría propia;autocompasión: tristeza propia por la tristeza propia…
22. La educación es un recurso cultural para matizar una pasión natural (prestigiar la compasión, desprestigiar la envidia…
23. Ni siquiera comer es una excusa para aplazar el conocer, por lo menos mientras la hipoglucemia no nos nuble la vista.
24. Existe una inversión en la que siempre se gana y cuyo beneficio siempre cabe en el equipaje de mano, no se puede perder, ni nadie puede robar: la educación.
(Fuente: babelia.com)
Jorge Wagensberg Lubinski es un profesor, nvestigador y escritor español nacido en Barcelona en 1948. Licenciado y doctorado en Física con premio extraordinario por la Universidad de Barcelona la, donde es profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles en la Facultad de Física desde. Actualmente, también es profesor de arquitectura natural en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura La Salle.
ENTRADAS RELACIONADAS:
("Y la voz es esa marca, esa experiencia, esos avatares que hacen que los que hablan y los que escuchan, los que dan y los que reciben, sean unos sujetos concretos, singulares y finitos, de carne y hueso, y no sólo máquinas comunicativas... Al sujeto, al que habla, al que está presente en lo que dice, le tiembla la voz. Y ese temblor tiene que ver con la relación que cada uno tiene con el texto: con la admiración, con el entusiasmo, con el afecto... Y lo que no podemos hacer, me parece, es entregar nuestra lengua. Y lo más grave... que si nosotros entregamos la lengua, estamos entregando también, al mismo tiempo, la lengua de los alumnos...")
("Aquellos que saben hablar bien y con claridad, suelen también tener las ideas más asentadas que quienes sólo balbucean o se explican de modo embrollado... ha descendido el valor de la palabra y a los poderes públicos, generalmente balbucientes, no les interesa que los estudiantes sean más inteligentes que ellos. Peligraría su poltrona... bastaría con una prolongada lectura, seguida de su discusión pública entre amigos o iguales, para que las gentes fueran mucho más interesantes y valiosas. Mejores ciudadanos, vaya")




LUIS ALBERTO DE CUENCA VA A VENIR A VERNOS

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"Dile cosas bonitas a tu novia:

«Tienes un cuerpo de reloj de arena...

Díselo muy bajito, con tus labios
pegados a su oreja...Y cuando se lo crea 
y comience a licuarse entre tus brazos,
no dudes ni un segundo:
bébetela"

"... Vive la vida en esos barrios pobres

hechos para la droga o el desahucio..."


Durante este año escolar, en el IES Cristóbal Colón vamos a recibir la visita del poeta (y también filólogo, traductor, crítico, ensayista...) Luis Alberto de Cuenca. Con en ese motivo, vamos a ir acercándonos con los alumnos de Bachillerato, poco a poco, a su obra. Leeremos, y comentaremos, periódicamente, algunos de sus poemas. Para ello, iremos creando una especie de antología de sus poemas que se irán alojando en este lugar. El criterio para su selección será únicamente la elección de aquellos textos que nosotros creamos (es un decir) que pueden llegar más directamente a la sensibilidad de nuestros alumnos, esa cosa que nunca llegamos a conocer del todo, tal vez, sólo un poquito. 

Os dejamos aquí los primeros señalados para trabajar en el aula (1), esto es, en la conversación con los jóvenes... y alguna otra cosa.


Bébetela

Dile cosas bonitas a tu novia:
«Tienes un cuerpo de reloj de arena
y un alma de película de Hawks.»
Díselo muy bajito, con tus labios
pegados a su oreja, sin que nadie
pueda escuchar lo que le estás diciendo
(a saber, que sus piernas son cohetes
dirigidos al centro de la tierra,
o que sus senos son la madriguera
de un cangrejo de mar, o que su espalda
  es plata viva) . Y cuando se lo crea 
y comience a licuarse entre tus brazos,
no dudes ni un segundo:
bébetela.
“El bosque y otros poemas” 1997



Collige, Virgo, Rosas


Niña, arranca las rosas, no esperes a mañana.
Córtalas a destajo, desaforadamente,
sin pararte a pensar si son malas o buenas.
Que no quede ni una. Púlele los rosales
que encuentres a tu paso y deja las espinas
para tus compañeras de colegio. Disfruta
de la luz y del oro mientras puedas y rinde
tu belleza a ese dios rechoncho y melancólico
que va por los jardines instilando veneno.
Goza labios y lengua, machácate de gusto
con quien se deje y no permitas que el otoño
te pille con la piel reseca y sin un hombre
(por lo menos) comiéndote las hechuras del alma.
Y que la negra muerte te quite lo bailado.

"Por fuertes y fronteras" 1996


Vive la vida

Vive la vida. Vívela en la calle
y en el silencio de tu biblioteca.
Vívela en los demás, que son las únicas
pistas que tienes para conocerte.
Vive la vida en esos barrios pobres
hechos para la droga o el desahucio
y en los grises palacios de los ricos.
Vive la vida con sus alegrías
incomprensibles, con sus decepciones
(casi siempre excesivas), con su vértigo.
Vívela en madrugadas infelices
o en mañanas gloriosas, a caballo
por ciudades en ruinas o por selvas
contaminadas o por paraísos,
sin mirar hacia atrás.
Vive la vida.
('Por fuertes y fronteras', 1996)


EN SALAMANCA, EL ÚLTIMO NOVIEMBRE,
TE ENCONTRÉ POR LA CALLE, TAN DELGADA
COMO ENTONCES, PERO CON MÁS ARRUGAS.
DABAS CLASES DE NO SÉ QUÉ MUY RARO
(TEXTOLOGÍA, POR EJEMPLO) Y ERAS
MUY FELIZ EXPLICANDO A TUS ALUMNOS
LO DIVINO Y LO HUMANO.
ME DIJISTE QUE TUS HIJOS
SE QUEDARON EN MADRID,
CON SU PADRE,
Y QUE SÓLO LOS VEÍAS
-YA ERAN MAYORES-
TRES O CUATRO VECES AL AÑO;
QUE TE HABÍAS DOCTORADO
(¡POR FIN!) Y QUE AHORA SÓLO TE FALTABA
SER FUNCIONARIA PARA VER EL MUNDO
DESDE EL LUGAR QUE MERECÍAS.
YO
TE DIJE QUE BUENO, QUE PASABA
POR ALLÍ CASUALMENTE, QUE TENÍA
UN AMIGO ESCRITOR EN SALAMANCA
Y HABÍA IDO A VISITARLO.
¿TÚ ME DIJISTE: “¿TIENES MUCHA PRISA
O PODEMOS TOMARNOS ALGO JUNTOS?”
DESPUÉS DE MUCHAS COPAS, CON EL ALBA
SIGUIENDO NUESTRA PISTA, TE LO DIJE:
“DESDE ENTONCES NO HA HABIDO OTRA MUJER.”
DESDE ENTONCES NO HA HABIDO OTRA MUJER.”
Y EN MI INTERIOR BULLÍA LA MENTIRA
AL ALIMÓN CON EL DESEO, Y TODO
-AQUEL HORRIBLE BAR, TÚ Y YO, LA NOCHE-
ERA TAN ESPERPÉNTICO Y ABSURDO
ERA TAN ESPERPÉNTICO Y ABSURDO
QUE SE PARECÍA A LA VIDA…
EN SALAMANCA, EL ÚLTIMO NOVIEMBRE.
Letra de LUIS ALBERTO DE CUENCA
Música y adaptación de GABRIEL SOPEÑA (loquillo.com)



(1) Los poemas han sido recordados gracias a la antología personal, 'Poemas escogidos', de Juan Carlos Rodríguez Rendón


SOBRE LUIS ALBERTO DE CUENCA. Poeta, traductor y ensayista español nacido en Madrid. Interrumpió los estudios de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid para licenciarse en Filología Clásica. Es un miembro destacado de los poetas de su generación, caracterizado por cultivar tanto las formas clásicas como modernas, evolucionando hacia fórmulas personales que le han valido el reconocimiento de la crítica literaria. Fue director de la Biblioteca Nacional y Secretario de Cultura del gobierno español, obtuvo el Premio de la Crítica con La caja de plata en 1985 y el Premio Nacional de Traducción con el Cantar de Valtario en 1987. De su obra poética también merecen destacarse, Los retratos (1971), Elsinore (1972), Scholia (1978),Necrofilia (1983), El otro sueño (1987) y El hacha y la rosa (1993). Sin miedo ni esperanza recoge, en seis partes, sesenta poemas escritos entre 1996 y 2002 y su poesía completa hasta 1996, está contenida en Los mundos y los días.

(Fuente: epdlp.com)







Columna periodísitica: 'SÍNODO', por Leila Guerriero / 'SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR', Luis Cernuda / 'THE BOY WITH THE THORN IN HIS SIDE', THE SMITHS. PROPUESTA DE EXAMEN

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"Si yo fuera homosexual no querría compasión ni caridad. Querría no abrir el diario y leer que un grupo de gente dice haber descubierto que tengo dones para ofrecer. Hay niños de cinco años, vecinos míos, que ya lo sabían"


SÍNODO

Más de una semana atrás, 200 obispos se reunieron, produjeron un documento —un borrador llamado Relatio post Disceptationem—que decía: “Las personas homosexuales tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad cristiana. ¿Estamos en grado de recibir a estas personas (...), aceptando y evaluando su orientación sexual, sin comprometer la doctrina católica sobre la familia y el matrimonio?”. El asunto recorrió los periódicos, muchos de los cuales lo calificaron como un giro histórico. Días después, el documento definitivo consensuado por ese sínodo resumió todo a una frase tibia — “los hombres y las mujeres con tendencias homosexuales deben ser acogidos con respeto y delicadeza”— y se habló de “marcha atrás en las señales de apertura”. Pero lo que yo quería decir era esto: ¿un grupo de gente descubre que las personas homosexuales tienen dones y cualidades, y lo saludamos como un giro histórico? ¿Qué hubiéramos dicho si los líderes de uno de esos regímenes político-religiosos que impiden a las mujeres votar y estudiar, por ejemplo, hubieran producido un documento que dijera, a modo de descubrimiento, “Las mujeres tienen dones y cualidades para ofrecer a la comunidad”? ¿Estamos en grado de recibir a estas personas?”. ¿Lo saludaríamos como un giro histórico, o estaríamos escandalizados, preguntándonos cómo puede ser que descubran lo obvio? Se elogió el nivel de compasión y caridad de aquel documento en borrador. Si yo fuera homosexual no querría compasión ni caridad. Querría no abrir el diario y leer que un grupo de gente dice haber descubierto que tengo dones para ofrecer. Hay niños de cinco años, vecinos míos, que ya lo sabían.

(Fuente: El País, 22-10-2014)



SI EL HOMBRE PUDIERA DECIR

Si el hombre pudiera decir lo que ama, 
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo 
como una nube en la luz; 
si como muros que se derrumban, 
para saludar la verdad erguida en medio, 
pudiera derrumbar su cuerpo, 
dejando sólo la verdad de su amor, 
la verdad de sí mismo, 
que no se llama gloria, fortuna o ambición, 
sino amor o deseo, 
yo sería aquel que imaginaba; 
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos 
proclama ante los hombres la verdad ignorada, 
la verdad de su amor verdadero. 

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien 
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío; 
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina 
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera, 
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu 
como leños perdidos que el mar anega o levanta 
libremente, con la libertad del amor, 
la única libertad que me exalta, 
la única libertad por que muero. 

Tú justificas mi existencia: 
si no te conozco, no he vivido; 
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.



EN LA VOZ DEL POETA




"... and still they don't believe us 

and after all this time 
they don't want to believe us 
and if they don't believe us now 
will they ever believe us? 




LETRA:

The boy with the thorn in his side 
behind the hatred there lies 
a murderous desire for love 

How can they look into my eyes 
and still they don't believe me 
how can they hear me say those words 
and still they don't believe me 
and if they don't believe me now 
will they ever believe me? 
and if they don't believe me now 
will they ever believe me? 

The boy with the thorn in his side 
behind the hatred there lies 
a plundering desire for love 

How can they see the love in our eyes 
and still they don't believe us 
and after all this time 
they don't want to believe us 
and if they don't believe us now 
will they ever believe us? 
and when you want to live 
how do you start? 
where do you go? 
who do you know?




PROPUESTA DE EXAMEN SOBRE LA COLUMNA DE OPINIÓN 'SÍNODO' (según PAU)


PREGUNTAS:
1ª ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS
2ª TEMA. RESUMEN

3ª COMENTARIO CRÍTICO
Preguntas guía para el comentario crítico

1ª ¿Cómo está organizado el texto? (Estructura)
2ª ¿Qué tesis defiende el autor? (Ver Orientaciones para determinar el tema...)
3ª ¿Podrías resumir brevemente el texto con tus propias palabras?
(Las tres primeras preguntas corresponden, evidentemente, a las preguntas de Selectividad, ORGANIZACIÓN DE LAS IDEAS, TEMA Y RESUMEN. A partir de la cuarta pregunta comenzaría -es sólo una propuesta- el COMENTARIO CRÍTICO)
4ª ¿Qué tipo de texto es? Si es un texto literario, ¿a qué momento histórico pertenece, está "encuadrado" en algún movimiento literario?
5ª ¿Es un tema actual? ¿Crees que hay alguna idea "secundaria" importante?
6ª ¿Es un tema polémico?
7ª ¿Es un tema local/universal
8ª ¿Qé argumentos utiliza el autor para defender su tesis?
9ª ¿Es objetivo en sus planteamientos, o es subjetivo?
10ª ¿Cuáles son las “marcas lingüísticas” de su supuesta subjetividad? ¿Cuáles son las expresiones más impactantes, más significativas? Coméntalas.
11ª ¿Es un tema original?
12ª Si no lo es, ¿lo es, al menos su tratamiento, su enfoque?
13ª ¿Cuál es tu opinión?
14ª ¿Qué argumentos añadirías?
15ª ¿Qué argumentos opondrías a los del autor?
16ª ¿Puedes relacionar el texto, su tema principal, con otros textos, noticias… que conozcas?

("Si la Iglesia tuviese voluntad de ayudar a la comunidad, en vez de un catecismo protagonizado por el sexo y dirigido a adolescentes, debería publicar un catecismo para banqueros y miembros del partido del Gobierno. El no robarás y el no mentirás tendrían así más protagonismo que la masturbación o la falta de respeto a la homosexualidad... España no tiene un problema con los adolescentes pajilleros, sino con los setentones avaros. Son ellos los que gobiernan el dolor en el reino de los miedos")
17ª Teniendo en cuenta la intención del autor, ¿crees que ha sido eficaz? ¿Qué funciones del lenguaje predominan?
18ª ¿Cómo concluyes tu análisis, tu comentario?
4ª ANÁLISIS SINTÁCTICO:
Querría no abrir el diario y leer que un grupo de gente dice haber descubierto que tengo dones para ofrece
5ª EL LENGUAJE PERIODÍSTICO / LOS GÉNEROS DE OPINIÓN / LOS GÉNEROS INFORMATIVOS / CLASIFICACIÓN DE LOS GÉNEROS PERIODÍSTICOS



'YO SÍ VOY A HACER HUELGA MAÑANA', por Luis Enrique Ibáñez

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"Sí, yo mañana voy a hacer huelga, a pesar de todo, y por culpa de todo. Mañana voy a secundar la huelga, aunque sea sólo para responder ante mí mismo... porque los que nunca la han hecho, tampoco han movido un dedo por tantas cuestiones que, desde hace ya años, están haciendo insoportable la vida en este país, pongamos, por ejemplo, los miles de sangrantes desahucios, los incontables suicidios invisibles"


YO SÍ VOY A HACER HUELGA MAÑANA

Sí, yo mañana voy a hacer huelga, a pesar de todo, y por culpa de todo. Mañana voy a secundar la huelga, aunque sea sólo para responder ante mí mismo.

Voy a hacer huelga, porque es lo único que me dejan hacer, a pesar de todo.

Creo que sobre todo voy a hacer huelga, porque los que dicen que una huelga de un día no vale para nada (y yo estoy de acuerdo... y no digamos una huelga ligerita de paros parciales), son los mismos que casi nunca hacen huelga.

Son los mismos que muchas veces no secundan las movilizaciones porque el bolsillo escuece, aunque luego ellos argumenten llenos de palabras vacías que hay que ser más eficaces, que hay pensar en otras maneras de canalizar nuestra justa protesta.

Y llevan razón. Lo que ocurre es que ellos, cuando alguien propone otro tipo de protesta, como por ejemplo, una huelga salvaje, indefinida, o una propuesta de huelgas sectoriales programadas (tres días Educación, tres días Sanidad, tres días Administración) que paralicen, de verdad, todo el país, que visualicen la rabia infinita que algunos llevamos dentro, y pongan la alfombra roja al necesario estallido social que nunca llega, ellos, decía, salen de la sala, huyen, se evaporan, y empiezan a leer, felizmente abotargados, la programación de televisión.

Voy a hacer huelga, porque los que nunca la han hecho, tampoco han movido un dedo por tantas cuestiones que, desde hace ya años, están haciendo insoportable la vida en este país, pongamos, por ejemplo, los miles de sangrantes desahucios, los incontables suicidios invisibles.

Voy a hacer huelga, porque sé de algunos profesores, y de no pocos equipos directivos que, durante estos días, han intentado disuadir a los alumnos para que no falten a clase. Voy a hacer huelga, porque los que dicen que los alumnos sólo la hacen para no tener que ir a clase, no se dan cuenta de que los motivos de sus actos, o de sus no actos, son los mismos que los de los alumnos que critican, desde su visión adulta, desde su pasividad infinita.

Voy a hacer huelga, porque mis alumnos la han hecho, y no me resulta agradable estar yo tan a gusto, o adelantando trabajo, sin desgastarme, ni en el aula, ni en la calle, y sin perder ni un puto céntimo de euro.

Voy a hacer huelga, a pesar de todas las siglas que me quieran restregar (y llevarán razón), porque mañana por la noche, una de las causas de mi seguro insomnio no será precisamente no haber hecho la huelga.

Voy a hacer huelga aunque ya esté más que harto de convocatorias inútiles, que siempre pienso que deberían ser el principio de algo, y que siempre terminan en nada, en otra bengala más lanzada desde las inercias de la autocomplacencia, de la justificación sin riesgo.

Voy a hacer huelga para discutir conmigo mismo, para eso, únicamente, para responder ante mí mismo. 

Y para poder seguir hablando, aunque sirva de poco.

Voy a hacer huelga, porque la imagen de José Ignacio Wert todavía se presenta, de vez en cuando, en mi mente, y me produce vómitos.

Voy a hacer huelga, porque me siento pillado por cualquier llamada que intente romper la inercia, incluso cuando sé que esas llamadas terminan formando parte de esa inercia, parte de una costumbre institucional, prostituida.

Y también voy a hacer huelga, porque mi amiga firma con la huella digital de su dedo pulgar sus entradas y salidas del instituto. ¿Que no tiene nada que ver? Y a mí qué me importa.

Voy a hacer huelga, porque, como dicen los chicos de Vetusta Morla, "todas las palabras del lugar se han intoxicado... 'la próxima vez' ya dura demasiado"


'HENRY JAMES, EN LA GRIETA ENTRE EUROPA Y AMÉRICA', por José A.Rojo / 'RETRATO DE UNA DAMA' / Comienzo de la versión cinematográfica

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"Si en una crisis de esas dimensiones todo ocurriera para ganar y no se perdiera nada, la obra de Henry James carecería seguramente de esa hondura que sigue conmoviéndonos hoy, en esta época donde también se están produciendo grandes transformaciones y en la que algo está acabando de forma precipitada y traumática y todavía no termina de imponerse lo nuevo"


HENRY JAMES, EN LA GRIETA ENTRE EUROPA Y AMÉRICA

Ya casi al final de El comienzo de la madurez Henry James se ocupa de un encuentro con Louisa Lady Waterford, una fascinante dama de la vieja aristocracia. Se refiere a ella en términos de una rendida admiración, deslumbrado por el preciso y finísimo conocimiento que tiene de la paleta de los venecianos y de otros maestros como Tiziano y Rubens, y se vanagloria de haber llegado a tiempo para conocer los restos del viejo orden, lo que aún quedaba de ese Ancien Régime que liquidó la Revolución francesa. Lady Waterford es una de las últimas supervivientes de un mundo donde una mujer como ella podía alcanzar “tales alturas en el aliento extático de la sabiduría”.
El comienzo de la madurez reúne en menos de un centenar de páginas los recuerdos que Henry James conserva de sus primeras impresiones en Inglaterra tras desembarcar en Liverpool en 1870 y es, también, una reconstrucción del final de la juventud: estaba a punto de cumplir 26 años. No tarda en instalarse en Londres y se ocupa, página tras página, de describir una “perfecta felicidad”, la que deriva de tener a su disposición toda la inabarcable sofisticación y complejidad de la vieja Europa. Y es por eso por lo que se entienden tan bien las palabras que dedica a aquellos que casi un siglo después han sobrevivido, como Lady Waterford, a los embates de la historia: “Era como si hubieran llegado hasta el borde mismo del terreno que pronto empezaría a desmoronarse bajo sus pies; y aun así, lo hacían mirando más allá, siempre sin dejar de mirar y mirar, con una confianza en la que no se traslucía ningún temor”.
Está viendo cómo, con ese ademán impasible propio de la nobleza, el viejo mundo se está yendo definitivamente al garete, ese refinado mundo que siempre había querido conquistar como el mayor de los tesoros. Y Henry James está ahí para contarlo. En buena medida toda su obra puede leerse apuntando a esa crisis profunda que le toca vivir, la de una sociedad que se derrumba, la de otra que amanece todavía sin unas formas demasiado precisas. En Londres el joven James va recalando en un par de cuartos sombríos, pero celebra ir conociendo a un montón de personas a las que, confiesa, no les llega ni siquiera a los tobillos y que, sin ellas, nunca habría descubierto su inmenso despiste. El de haber tenido que llegar a Londres para enterarse, “en el colmo del absurdo”, que estaban sucediendo cosas interesantes en América. Es ahí donde está surgiendo ese nuevo mundo que, a la larga, va a cambiar de verdad las cosas.
Pandora, una de esas deliciosas nouvelles que parecían salir de la pluma de Henry James como quien sopla por puro capricho una bocanada de aire fresco, da cuenta justamente de lo que se mueve al otro lado de esa vieja Europa que tanto admira. En vez del joven americano de buena familia, él mismo, que queda atrapado en las miles de resonancias que provoca cada una de las piedras de Londres, esta vez el que queda tocado es un joven conde alemán que viaja a Nueva York para ocupar un puesto diplomático y que conoce en el barco a una dama que regresa a casa tras haber recorrido Europa con su familia y que lo deslumbra por la naturalidad y la falta de impostación de su conducta. Otto Vogelstein es “un rígido conservador” que forma parte de la nobleza terrateniente y que viaja a Estados Unidos como servidor del imperio alemán. Así que observa a la señorita Day con esa sobrada distancia del que se encuentra superior y que teme ser asaltado por una descarada cazafortunas: “Le parecía, a su vez, estar también en riesgo permanente de contraer matrimonio con aquella joven americana. Era una amenaza ante la cual uno jamás podía bajar la guardia, como sucedía con el ferrocarril, con el telégrafo, con el descubrimiento de la dinamita, con el rifle Chassepot, con el espíritu socialista… Indudablemente, constituía una más de las muchas complicaciones de la vida moderna”.
El mundo, ciertamente, estaba cambiando y lo que sobre todo obsesionaba al conde, ya instalado en Washington, era cómo diablos colocar a cada americano en su sitio. No entendía su promiscuidad, no daba con un criterio indiscutible que le permitiera distinguir quién formaba parte de la elite y quién no. “En circunstancias así solía pensar que la monarquía tenía el mérito de transmitir por línea sucesoria la facultad del reconocimiento instantáneo”. Así que aquel joven conservador alemán estaba confundido en la nueva América, en la que tan poco contaban los galones del pasado y sólo importaba el futuro. Había hecho amistad con algunas familias importantes y de dinero, y le llamaba la atención el desparpajo con que trataban a las figuras de relieve: “—Maldita sea, solo queda un mes, seamos vulgares y divirtámonos un poco… Invitemos al presidente”, decía uno de sus nuevos amigos cuando preparaba una fiesta.

Pandora era un nuevo espécimen, una mujer hecha a sí misma, capaz de sortear sus orígenes y proyectarse al mundo, de ser diferente, de mandar sobre su vida y gobernarla
Y, justamente en esa fiesta y charlando precisamente con el presidente, Vogelstein volvió a ver a Pandora, la dama del barco, que vuelve a seducirlo con sus maneras y su belleza. No consigue situarla, se le escapa, no logra comprender cómo pudo salir una dama elegante de un pueblo tan cerrado, Utica, y de unos padres tan toscos. “Sin duda, Pandora solo habría sido posible en América. El modo de vida americano le había abonado el terreno. No era disoluta, ni estaba emancipada, no era vulgar, ni indecorosa y no había en ella, al menos de manera ostensible, un solo gramo de la pasta de la que están hechas las cazafortunas”.
Había sospechado cuando la vio de lejos que podía aprovecharse de él, y quiso protegerse de sus encantos, y un tiempo después se daba cuenta de que no tenía nada que temer. Pandora era un nuevo espécimen, una mujer hecha a sí misma, capaz de sortear sus orígenes y proyectarse al mundo, de ser diferente, de mandar sobre su vida y gobernarla. Era una manera bien distinta de reinar sobre las cosas que la que definía la conducta de sus amigas aristócratas de Europa.
Henry James dice en uno de los textos de La locura del arte que lo que hacía en sus libros era presentar casos. Ocuparse de ellos, husmear en sus rincones, procurar sacar a la luz la inmensa complejidad de cada carácter. El caso del americano que descubre Europa, el caso del viejo aristócrata alemán que se ve superando por el vértigo del nuevo mundo. “Coloca el centro del asunto en la propia conciencia de la joven --me dije a mí mismo-- y tendrás la dificultad más interesante y hermosa que puedas desear”, escribió a propósito deRetrato de una dama, una de sus grandes novelas. “No abandones ese centro; coloca el peso mayor en ese platillo, que será en gran medida el platillo de su relación consigo misma”.
Entre 1907 y 1909, en Lamb House, la casa que había comprado en Rye para alejarse del barullo del mundo y poder así practicar mejor esa vida lenta que le permitía sumergirse en sus historias, Henry James escribió una serie de textos sobre sus obras con la idea de reconstruir su mundo literario. En La locura del arte, Andreu Jaume ha reunido una selección de esos prefacios, junto a algunas piezas de crítica literaria y breves ensayos sobre los derroteros de la novela. El libro es una magnífica ventana para asomarse a esa abismal grieta de la que se alimenta la obra entera de Henry James, la que separa dos mundos radicalmente diferentes. Uno de ellos es el que todavía conserva las resonancias de la vieja Europa, y que seguramente moriría definitivamente en los campos de batalla de la I Guerra Mundial, y el otro es el de la democracia emergente, que procede de Estados Unidos y donde se reivindican nuevos derechos y se pretenden borrar los viejos privilegios de la antigua aristocracia. Si en una crisis de esas dimensiones todo ocurriera para ganar y no se perdiera nada, la obra de Henry James carecería seguramente de esa hondura que sigue conmoviéndonos hoy, en esta época donde también se están produciendo grandes transformaciones y en la que algo está acabando de forma precipitada y traumática y todavía no termina de imponerse lo nuevo.

A Henry James, como a muchos de sus personajes, a ratos lo desbordan “las complicaciones de la vida moderna” y asiste, abatido, a esas mareas de nuevos consumidores que con tanta facilidad quedan atrapados por los efectos espectaculares de los nuevos tiempos y desprecian ya la laboriosa trama de claroscuros y ambigüedades que formaba parte del mundo que se está yendo. Por eso, en uno de sus prefacios, señala de manera melancólica que, tal como se están presentando las cosas, “las monstruosas masas son tan impermeables a la vibración que la fuerzas más punzantes del sentimiento, localmente aplicadas, no penetran más de lo que penetraría un alfiler o un cortapapeles en la piel de un elefante”.
Henry James. La locura del arte. Prefacios y ensayos. Edición de Andreu Jaume. Lumen. Barcelona, 2014. 419 páginas. 23,90 euros.
Henry James. Pandora. Traducción e introducción de Lale González-Cotta. Impedimenta. Madrid, 2014. 124 páginas. 16,95 euros.
Henry James. El comienzo de la madurez. Traducción de Juan Sebastián Cárdenas. Periférica. Cáceres, 2014. 110 páginas. 14,50 euros.
(Fuente: babelia.com)
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COMIENZO DE LA VERSIÓN CINEMATOGRÁFICA DE 1996



'IMÁGENES QUE ARAÑAN LA CONCIENCIA', por Luis Enrique Ibáñez

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Mundos dentro de otros mundos, mundos apartados, vetados, tapados, pegados a nuestra indiferencia, agonizando en ella. Restos humanos que pasan a nuestro lado y nos negamos a mirarlos, ellos tampoco lo hacen, saben que ya es inútil, ¿cuando fue que dejamos de ser humanos? Olvidar que aquello que le afecta a uno, nos afecta a todos, puede significar, simplemente, el final... para todos.



Cerca de 400 inmigrantes han protagonizado un nuevo intento de entrada a Melilla, el segundo en 48 horas, y decenas de ellos permanecen encaramados a la valla en las proximidades del cementerio musulmán (Antonio Ruiz) (EL PAÍS)


¿Quién decidió el lugar de nacimiento de cada uno de nosotros? ¿Fue, tal vez, en una partida de póquer ilegal? ¿Y si los de los cascos hubieran nacido al otro lado de la valla? ¿Qué estarían intentado ahora? ¿Es justo que el origen de cada uno decida si tenemos derecho a vivir?

La siguiente imagen es todavía peor. En este lado no hay uniformes. Sólo maniquíes que juegan impolutos al golf. Lo hacen en una alfombra verde que a los encaramados probablemente les parezca una ilusión, algo soñado, irreal. Creerán que se trata de un espejismo, consecuencia del cansancio, de la sed, de la sed de agua, del agua que riega esa alfombra mágica por la que corre libre una linda pelotita. Cuando ese jugador mira hacia arriba para seguir la trayectoria de la pelota que acaba de lanzar, su mirada no tiene más remedio que toparse con la imagen de esos encaramados que, subidos a la desesperación, intentan comprender lo que ven, pero no lo consiguen. 

Ya sé lo que tengo que hacer cuando en mis clases de Literatura tenga que explicar el concepto de contraste. Miren qué mona se ve esa señorita que golpea la bola, de espaldas a ellos, de espaldas a la realidad, de espaldas a todo. Le importa una mierda lo que a esos desdichados les pueda pasar. Ella puede seguir tranquila, a este lado, en su Matrix particular. 

Lo que no sé es por cuánto tiempo.

golf
JOSÉ PALAZÓN (PRODEIN) (PUBLICO.ES)


Esta imagen es aún más siniestra. El sufrimiento, la agonía, el dolor, pasan justo a su lado, pero la señora del bañador, tan bien comida como el consejero de Salud de la Comunidad de Madrid, Javier Rodríguez, le indica a su señor adónde debe dirigir la mirada: hacia el limpio horizonte, hacia el mar, hacia esos barquitos de postal, hacia la nada. Lo demás no interesa. Total, si parece que ese infeliz todavía se mueve... ya se las apañará. Nosotros a lo nuestro, si es que, además, no podemos hacer nada... anda, anda, saca las cervezas y la tortilla, que ya empiezo a tener hambre.

medina
JUAN MEDINA (REUTERS) (PUBLICO.ES)


Lo malo es que ahora ese cuerpo humano que nos está pidiendo ayuda, en silencio, parece que no se mueve. Espero, deseo, que estos jóvenes no mantuvieran una conversación como la que sigue. Quizá necesite ayuda, no sé, deberíamos llamar a alguien, pero es que no sé, probablemente sea un delincuente, un ilegal, mejor no nos buscamos problemas, no vaya a ser que al final... ¿y si está muerto? Anda déjalo ya, para unos días que estamos de vacaciones, no vamos a joderla ahora, seguro que dentro de poco viene alguien y se lo lleva, el caso es que nos está jodiendo el día... en fin, ¿nos bañamos, o qué? Vale, pero sólo un poco, tengo ganas de probar ese chiringuito de ahí.

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JAVIER BAULUZ (PUBLICO.ES)


En la siguiente escena también se encuentran, no se les ve porque están fuera de campo (fuera del alcance de nosotros, los mortales), Ramón Blesa y Rodrigo Rato. Según me cuentan, cuando vieron lo que estaba ocurriendo, sintieron lo mismo que los anteriores golfistas y bañistas: nada. Pero, además, antes de irse, escoltados por miles de policías (también con cascos) regalaron a todos los presentes una estruendosa carcajada. 

Sus risas se han quedado como únicos huéspedes en la casa desahuciada.


Verónica Labradas, sentada en una silla, mira como activistas y familiares retiran sus pertenencias de la calle tras ser desahuciada en Madrid (Andrés Kudacki) (EL PAIS)



Y es que esto es lo que hay, mundos humanos que niegan la existencia de otros mundos humanos, aunque vivan también de su riqueza, de su miseria, de su invisibilidad.

Seres humanos que niegan la vida de todos los Otros.

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Vista general del muro que separa Estados Unidos de México, en el área San Isydro-Tijuana.- HECTOR MATA (AFP) (PUBLICO.ES)


ENTRADAS RELACIONADAS:


("Siento vergüenza de vivir a este lado de la valla... Vergüenza de ser asquerosamente europeo, vergüenza de no ser nada, de no hacer nada, de poder ver esas imágenes y después, tranquilamente, seguir con mi vida... Los ciudadanos españoles que no consideran tan graves estos hechos no se dan cuenta de algún día, esos mismos actos serán cometido con ellos. Y cuando ellos sean los vejados, ya no tendrán nada que decir... La peor valla es la que se ha instalado en nuestro interior")



("... culpable de haber nacido, de haber nacido al otro lado, en la cara mala del mundo, en la otra orilla. Eres culpable de no soportar tu hambre amarilla, eres culpable de asomarte sin permiso al otro lado, a este lugar prohibido y mentiroso. Eres culpable de creer en los sueños azules, de pensar que una valla es sólo una valla...")


("La indiferencia a cuanto ocurre en las avanzadillas de la Casa Común Europea por parte de unas sociedades adormecidas... no es fruto del desconocimiento...ahora todo se ve en directo y nadie puede alegar ignorancia. El silencio es complicidad... La indignación me sobrecoge: es la de la impotencia ante estas imágenes reiteradas que abruman la conciencia... ¿Puede una persona ser ilegal, me pregunto, por nacer donde ha nacido?")

CUCHILLAS EN LA FRONTERA

("Ahí están las cuchillas, alertando de lo que les aguarda a quienes pretenden saltar la valla de Melilla. ¿Cómo estará Africa para que quieran venir a la Europa de Merkel, a la España de Wert... ... Lo peor es que no nos damos cuenta de que esas mismas cuchillas apuntan también hacia todos nosotros")

LA ISLA DE LOS ESPÍRITUS DOLIENTES

("Pero nuestra curiosa vergüenza es pasajera y apenas de tanto en tanto oímos los gritos de dolor. Cuando se apacigüe esta tragedia se apaciguará también nuestra conciencia, a la espera de otra nueva que nos impulse, otra vez, a indagar en la neblinosa cadena de las responsabilidades... ... nos decimos, tranquilizadoramente, que nada podemos hacer. Mientras se oye el grito de los que vindican justicia, la cadena de responsabilidades no tiene fin.")




(En estos países, el hombre que se atreve a vivir sin un techo ha de ser detenido y condenado, para que no desencadene el fin del mundo. Y no son los únicos. Hay un montón de países donde no tener una casa donde vivir y carecer de recursos económicos es un delito. Casualmente son los mismos donde un ladrón de guante blanco no es un delincuente”)

EL MENSAJE, por Juan José Millás / 'VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS'

("A lo mejor resulta que nos conmueve más un grito de socorro escrito en un papel que salido de la propia garganta del desventurado... ... ¿Qué diríamos de alguien que frente a una catástrofe natural se pusiera a legislar la catástrofe en vez de acudir en ayuda de los damnificados? Pues eso es lo que están haciendo los políticos")


(No duermo. He visto en televisión una vez más las imágenes de un desahucio... La policía vence la protesta de unos vecinos, entra en casa de dos ancianos estafados, cumple una orden judicial y les arrebata su casa, una casa de toda la vida... "Culpabilizo uno por uno al banquero que busca negocio sin escrúpulos, al político subvencionado por el banquero para aprobar una ley hipotecaria injusta, al juez que dicta sentencia, al policía que cumple con su trabajo… y me culpabilizo a mí por ser parte de este mundo")



'LA RABIA', por Luis Matías López

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"¿Hasta dónde estará dispuesta a llegar una joven camarera, con la complicidad de la cocinera, cuando entra en su modesto restaurante el empresario y político corrupto que arruinó a su familia, acosó a su madre y llevó a su padre al suicidio?...

Se trata de esa misma rabia que acumulan la injusticia institucionalizada, la difícil lucha por la supervivencia, las duras circunstancias de la vida en una sociedad fracturada, la corrupción generalizada..."


LA RABIA

Si Relatos salvajes, dirigida por Damián Szifrón y coproducida por los hermanos Almodóvar, se ha convertido en la película más taquillera de la historia del cine argentino es porque constituye una válvula de escape para el sentimiento que, cada vez más, domina a millones de ciudadanos: la rabia.
Se trata de esa misma rabia que acumulan la injusticia institucionalizada, la difícil lucha por la supervivencia, las duras circunstancias de la vida en una sociedad fracturada, la corrupción generalizada y el hecho de que tanta gente no mire más allá de su egoísmo. La misma rabia que puede llevar a tanta y tanta gente en situación límite a tomar decisiones desesperadas.
Szifrón ha puesto con maestría en imágenes, con ayuda de un puñado de intérpretes en estado de gracia (Ricardo Darín, Rita Cortese, Erica Rivas, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia…), lo que mucha gente ha pensado pero nunca se ha atrevido a hacer, quizás más por miedo y prudencia que por considerarlo inmoral.
A través de seis historias, puestas en escena con un trepidante dominio del oficio, ilustra situaciones extremas que enfrentan a sus protagonistas a su yo real y más oculto, deja aflorar su ruindad o su capacidad de dejarse llevar por una violencia salvaje, y les hace expresar en hechos una rabia teñida de sentido justiciero. Les saca fuera, en fin, esa rabia que les ahogaba.
¿Qué hará un pobre desgraciado, castigado por la vida, maltratado y despreciado por cuantos le han tratado, si consigue reunir en un avión a todos quienes le han hecho daño y él se pone a los mandos del aparato?
¿Hasta dónde estará dispuesta a llegar una joven camarera, con la complicidad de la cocinera, cuando entra en su modesto restaurante el empresario y político corrupto que arruinó a su familia, acosó a su madre y llevó a su padre al suicidio?
¿Cómo reaccionará el satisfecho conductor de un automóvil de lujo cuando, tras un absurdo incidente en la carretera, un cafre sin dos dedos de frente le lleva al límite de humillación?
¿Cuál será la decisión desesperada de un ingeniero experto en explosivos al que la grúa retira el coche sin motivo, es ignorado por el podrido aparato burocrático cuando intenta reclamar, pierde su trabajo por dejarse llevar por los nervios o su sentido de la justicia y, como consecuencia de todo ello, ve fracasar su matrimonio y está a punto de perder la custodia de su hija?
¿Qué fronteras legales y morales cruzará un padre cuyo hijo ha atropellado mortalmente a una mujer embarazada cuando, por salvarle, intenta comprar un cabeza de turco y se convierte en víctima de la codicia del fiscal y el abogado? Un caso en el que es difícil no pensar: se lo tiene merecido, que le den por donde le quepa.
Y, por fin: ¿será capaz de aguantar una novia radiante y enamorada el impacto de enterarse en el banquete de boda de que el marido no solo la engaña con una compañera de trabajo, sino que su amante se sienta sonriente a una mesa y quizás se burla de ella junto a varios amigos que están al cabo de la calle?
En la vida real, puede que estas situaciones marcadas por la rabia no hubiesen derivado en una explosión. Por unos motivos o por otros, la contención habría primado sobre el desahogo. La gente está acostumbrada a tragárselo todo, y en situaciones críticas como la actual, este castrante autodominio no hace sino extenderse, mutilando la capacidad de respuesta. La rabia se oculta, se almacena, carcome, destruye, pero la sociedad, la misma sociedad responsable de esos traumas, queda aparentemente a salvo, acumulando podredumbre e injusticia.
Relatos salvajes ofrece la oportunidad de dejar escapar la rabia durante un par de horas. A la salida del cine, se puede volver a cerrar la espita y a tragar con lo que haga falta. Porque en la calle espera la vida real. Pero por un rato se produjo el milagro, solo posible si hay buen cine de por medio. Y la película de Szifrón es del mejor. No hay que perdérsela.
(Fuente: publico.es)




OTROS ARTÍCULOS DE LUIS MATÍAS LÓPEZ EN ESTE SITIO:


(“Vivís unas vidas pobres y serviles, siempre al límite, tratando de salir de deudas, prometiendo pagar mañana y muriendo hoy insolventes...  ... El lujo que disfruta una clase se compensa con la indigencia que sufre la otra”, Thoreau -1817-1862-, en Walden)


("... El destino de Lino, el protagonista de Absolución, se encierra en una frase de Pascal que escuchó por primera vez de labios de un profesor: “Todos los infortunios del hombre vienen de no saber estarse quieto en un lugar”. Ahí radicaba “el secreto de su carácter, su más recóndito modo de ser”...")

("... una meditación sobre cómo los pobres buscan el amor y el sentido en un mundo corrupto donde los ricos han perdido toda brújula moral”. Pero quizás sea Steinbeck quien mejor le honró: “Es una voz y una guitarra. Canta las canciones de un pueblo, es en cierto modo ese pueblo”. Y representa “la voluntad de resistir y luchar contra la opresión”)




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