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CRÍTICA DE 'DUELO ENTRE PALABRAS', por JULIA GARCÍA LÓPEZ-DURÁN

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 Hay palabras que quedan “plegadas”, “escondidas”, e irremediablemente sin más fortuna que su extinción. Por eso, hurga en lo más profundo de mí ser y me hace pensar en lo que con tanta brillantez expresa el autor con las siguientes palabras: “a veces me sorprendía peleando por lo que creía justo”, teniendo siempre la desagradable sensación de que nunca dejaremos de ser “imitadores de seres humanos”.

Es apasionante el planteamiento que el escritor realiza sobre el valor de las palabras con independencia de la “voz de las personas” a la que va asociada y, mucho más si cabe, la independencia de las palabras respecto a “su imagen”


DUELO ENTRE PALABRAS, por Luis Enrique Ibáñez Cepeda. (Editorial Pábilo) abril 2021 

'En el hablar está el pensar y el existir'

Como decía ese tal Ibáñez “solo un mensaje esencialmente ambiguo será capaz de comunicar de forma exacta un sentimiento, un deliro, ya que libera a las palabras de los grilletes que les impedían insinuar. Se trata de un trabajo clandestino, ilegal, realizado a escondidas del lenguaje, paseándonos delante de él para que pueda vernos, pero no permitiendo que averigüe de forma exacta quiénes somos…” 

Estas palabras tan esclarecedoras describen el “trabajo clandestino” entre el SER y el DECIR en la que se desarrolla la trama de esta novela. Sus dos personajes nos producen la misma sensación que cuando nos miramos a un espejo, pues miramos hacia dentro, reconociendo que somos capaces de quitarnos la máscara y acceder al interior, universo desconocido que nos provoca, a veces, una sonrisa nerviosa, otras melancólica. 

Aunque él denomina a su novela “cosa” no desvanece en absoluto el nivel literario de su producción escrita, ya que la palabra RES que tan de moda estuvo durante la Filosofía Escolástica y periodos posteriores de la filosofía, designa a la sustancia y hace referencia a las tres realidades que componen la realidad: Dios, Mundo-Realidad y Hombre-Ser humano. De estas tres realidades, él se ha centrado en el ser humano y en el mundo. La tercera realidad, parece estar más oculta e incluso inexistente, ya sea por innecesaria o por la sinceridad que supone reconocer que ya nos bastamos nosotros mismos para inventar, construir, modificar y destruir nuestra propia realidad para volver a empezar. 

La sensación de desnudez siempre está presente en la novela, ya que retrata de forma muy afinada, tanto la parte física como emocional de los personajes, pues de forma voluntaria o involuntaria, siempre hay algo o mucho del propio escritor. Desnudar el alma es todo un acto de valentía, un acto de liberación personal. 

A lo largo de la novela se emplean “palabras mal sonantes”, eso que antaño desde una moral recalcitrante y añeja, nos inculcaron como picardías, casi cercanas a pecados mortales y, que con el paso del tiempo, pasaron a ser los conocidos “tacos”. De todas las posibles acepciones de esta palabra, me quedo con su significado de ruptura con lo convencional, de transgresión social. Sea como fuere, se llamen como se llamen, esas palabrotas, que para algunos involucionados siguen considerando blasfemias, son empleadas con gran sutileza para desocultar la vulgarización que hacemos del lenguaje, decapitando y lapidando las palabras, sin embargo, es un acto de fuga lingüística que permite emancipar las palabras y dar rienda suelta a nuestros instintos más primitivos. 

El autor hace un llamada de atención al uso de palabras vacías, inútiles y/o políticamente correctas, que tan de moda se ha puesto en nuestra actualidad, cubriendo con ellas espacios de información en todos los ámbitos, desde políticos hasta culturales, pasando por las corralas de cotilleos que a tantos inútiles e ignorantes dan de comer y de bien vivir en esta sociedad. Estas palabras comodines propician la manipulación del pensamiento y dirigen nuestro comportamiento para que sea compatible con determinados sectores de la sociedad a los que el escritor denomina “manos de amos azarosos”. 

Existen, según el autor, las “expresiones imbéciles y dulcemente hipócritas” que usamos como comodines manidos, que creemos que dicen tanto, pero a la vez, no dicen nada. Muestra de ello es la expresión que destaca: “no está nada mal”. Cuando expresiones como esta alcanzan mis oídos, mi mente siempre va como diez pasos por detrás intentando saber qué habrá querido decir mi interlocutor, pues igual no había intención alguna de decir nada y solo intentó llenar un vacío con un sinsentido lingüístico. 

Si seguimos ahondando en el inmenso mundo del lenguaje, nos encontramos con “palabras que vagan tristes, buscando alguna historia en la que poder alojarse”, son quizás palabras que no han tenido la oportunidad de ser acogidas en ningún relato porque la sociedad bien pensante las ha considerado ñoñas o puede que inútiles por su peligrosidad. 

El autor pone el acento también en la necesidad de tener en cuenta que “solemos faltar el respeto a las palabras e incluso despreciamos el lenguaje”. Cómo despreciamos su riqueza sin ningún pudor, despreciamos su variedad e incluso el uso que de este lenguaje hacen pueblos hermanos que tanto enriquecieron nuestra cultura, aunque para ellos fuese la cultura de los invasores. 

Hay palabras que quedan “plegadas”, “escondidas”, e irremediablemente sin más fortuna que su extinción. Por eso, hurga en lo más profundo de mí ser y me hace pensar en lo que con tanta brillantez expresa el autor con las siguientes palabras: “a veces me sorprendía peleando por lo que creía justo”, teniendo siempre la desagradable sensación de que nunca dejaremos de ser “imitadores de seres humanos”.

Es apasionante el planteamiento que el escritor realiza sobre el valor de las palabras con independencia de la “voz de las personas” a la que va asociada y, mucho más si cabe, la independencia de las palabras respecto a “su imagen”. Cuanto prejuicios exterminaríamos si fuésemos fieles al valor de las palabras propiamente dichas. Tema estrechamente relacionado con nuestra “obsesión por encajonar” a las personas haciendo un uso pervertido del lenguaje. 

Es necesario reivindicar la independencia de las palabras de los seres que puedan emitirlas, solo así conseguiríamos limpiar el lenguaje de una contaminación que lo subyuga y lo petrifica, tiranizando y olvidando la pureza de las palabras al margen de los individuos y de los cánones sociales de imagen que se nos ha impuesto. 

Por último, me gustaría resaltar la forma en que el autor trata “el concepto de concepto”. ¿Quién decide cada una de estas acotaciones? ¿Los mismos que ponen la voz y la imagen a las palabras? Por ello, aunque las palabras “nos constituyan”, “siempre terminan abandonándonos”, ya que las hemos encorsetado tanto que las hemos malgastado, a base de “juntar palabras” sin atender al placer que produce escribir atendiendo a la experiencia estética de la creación literaria. Sin nada más que decir, pasen, lean y disfruten de esta novela. 







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