"... Fue entonces cuando llegó ella. Era una chica, una mujer. Rápidamente, y con una sonrisa, entabló una conversación sobre la cosa que yo había escrito. Lo hacía mostrando una lectura detenida, concienzuda, deteniéndose en aquellos aspectos que más le habían llamado la atención, y hasta en algunos que le provocaron la risa. Creo que también estaba enganchada al hechizo ancestral que las palabras consiguen con aquellos que las miran de frente..."
DE MOMENTOS MÁGICOS
Qué locura, pensaba al caminar hacia aquel lugar acompañado de mi hija. Cuando llegamos a la caseta asignada, la vimos cerrada a cal y canto, al igual que el resto de las casetas, creí entonces que eso de firmar libros en aquella Feria era como un chiste malo soñado hace tiempo, adónde crees que vas, ingenuo. La caseta, se abrió, todas alzaron sus pestañas como una orquesta desacompasada. Me acerqué a la mía, y señalando un cartel en el que aparecía mi criatura le dije a la amable chica yo soy ese. Le hizo gracia mi presentación, pase, por favor. Cuando ya estaba en el interior, recordé lo que hace años contó Gustavo Martín Garzo. Fue la primera vez que el exquisito escritor firmaba ejemplares en una Feria muy importante.
Se acercó un hombre, Vargas Llosa creo recordar, miró a la cara al autor de 'El lenguaje de las fuentes', oiga puede acercarme ese libro. Sí, claro, ahora mismo. Después de echarle un vistazo, el afamado autor, siguió, gracias, y ahora aquel, si no le importa. Claro, claro, ahí lo tiene usted. Otro par de libros, otros vistazos paralelos y adiós, muchas gracias, ha sido usted muy amable. En ningún momento Martín Garzo pensó en decirle oiga yo soy el autor de este libro que aparece en este pedazo de cartel. No, no lo hizo, para qué.
Y yo seguía preguntándome qué hacía yo allí.
Poco a poco empezaron a llegar el resto de mis familiares y amigos, me sentí arropado, muy arropado, el calor de los míos, créanme, es mucho calor. También se fueron acercando por mi rincón algunos extraños, que preguntaban sobre el libro y mostraban su interés. Varios incluso compraron ejemplares. Ya dejaba de sentirme como un pingüino en la fiesta de Chicote, estaba a gusto, firma humilde, algunas risas, complicidades y casualidades por venir.
Fue entonces cuando llegó ella. Era una chica, una mujer. Rápidamente, y con una sonrisa, entabló una conversación sobre la cosa que yo había escrito. Lo hacía mostrando una lectura detenida, concienzuda, deteniéndose en aquellos aspectos que más le habían llamado la atención, y hasta en algunos que le provocaron la risa. Creo que también estaba enganchada al hechizo ancestral que las palabras consiguen con aquellos que las miran de frente. Y yo, claro, comencé a pensar que todo tenía un sentido, eso por lo que me preguntaba cuando llegué a ese lugar.
Y deteniendo el tiempo y el comentario literario, va ella y me dice, bueno Quique, soy África. Yo no sabía qué decir, no conseguía cazar ninguna relación. Ante mi silencio blanco y asombrado, añadió, África Torrejón, fui alumna tuya en aquel curso del 1989, en la extensión de aquel instituto de Sanlúcar, la tierra comenzó a temblar bajo mis pies. Todavía me acuerdo de tus clases, ahora soy profesora de Lengua y Literatura en un instituto, aquí en Granada, y la piel de gallina cubrió dulce toda la superficie de mi cuerpo. Nos reímos, recordamos aquellos años lejanos y nos sentimos cómplices de algo difícil de explicar, cómo yo me sentí, particularmente, era simplemente imposible de explicar. Se creó un murmullo al escuchar la conversación, la gente se acercaba y ponía el oído, no sólo los míos.
Cuando se despidió yo me quedé pensando que, compadecida por nuestros torpes intentos de ofrecerle cosas, ella, la vida, a veces nos regala instantes, viajes, nos lleva en volandas al pasado para devolvernos felices a un presente abrigado por todos los futuros que abrazan.
La sonrisa se quedó conmigo todo lo que quedaba del día, mientras las palabras, las que son de verdad, se quedaron con nosotros, dibujando todo en el aire de esos recuerdos, la vereda está ahí, no sabes cuándo, pero ahí está.
Gracias, África Torrejón.