"... Y para poner el lazo a su afán literario, Felipe VI se acordó de Don Quijote, fue un tremendo error... porque, al recordarnos a Cervantes, otras frases indiscutibles de Don Quijote llaman a la puerta, "La sangre se hereda, y la virtud se conquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale" "Cada cual es hijo de sus obras"...
Felipe VI es rey, sólo por ser hijo de su padre, que a su vez fue rey sólo porque así lo quiso un dictador. Seamos francos, por favor....
No se puede maquillar con el barniz de la falsa juventud un estado que ya huele a podrido. Imposible."
Joven a la que se prohíbe el paso por llevar una chapa republicana "¿Me lo está diciendo en serio?"
LAS PALABRAS Y LA CALLE
Las palabras abstractas es lo que tienen. Por una lado, son portadoras de de una posible belleza que hay que pensar, una belleza que debemos imaginar, que tiene que ser rumiada en el interior de nuestro intelecto, elaborada, y también sentida. Belleza es una palabra abstracta. Las palabras abstractas, es cierto, provocan el pensamiento, despiertan la inteligencia, y también mueven el corazón. Pero, por otro lado, esas palabras, sobre todo en el discurso político, en el discurso oficial, son utilizadas impunemente (inmunidad es en principio otra palabra abstracta, que luego se concreta en la imposibilidad Real de que Alguien que hubiera cometido un delito pudiera ser juzgado por ello), como coartadas cobardes para ocultar la realidad, para no decir nada, para, al no concretar nada, tomar partido por el continuismo paralizante, por el trágico estado de las cosas. Cuando así son utilizadas, como envolviéndonos en una espesa niebla lingüística que impide nuestro movimiento, las palabras abstractas no procuran belleza, al contrario, se constituyen en vehículos en los que viajan, cómodas y risueñas, la mentira y la censura.
En su discurso, Felipe VI, dijo, entre otras naderías,
"Cabemos todos; caben todos los sentimientos y sensibilidades, caben las distintas formas de sentirse español"
Se supone que ese "caber todos" está referido a caber todos en el Estado español, el Estado, vaya palabra, abstracta, intangible, porosa, etérea, ¿qué es el Estado?
El Estado, por un lado, la calle, por otro. La calle, ese mito vivo donde la realidad se puede tocar, se concreta en actos, en voces, en gritos... en prohibiciones.
En la recepción ofrecida por el nuevo jefe del Estado cabían más de 3.000 personas. En la calle, que es mucho más vasta, no cabíamos todos.
Mientras el nuevo monarca pronunciaba sus amplias y vacías palabras, en la calle varios policías prohibían el paso, prohibían su existencia, a una joven que, simplemente, llevaba una chapa republicana en su blusa. Felipe VI, esa joven no cabía. Sin embargo, sí cabía otro transeúnte salido de un película de terror, un joven que iba envuelto en una bandera española con el símbolo franquista.
El fantasma cabía, la joven real, no. Luego aquí no cabemos todos, Felipe VI.
Otra vez viene el montaje en paralelo de la realidad para que podamos apreciar la distancia infinita que existe entre los malditos cuentos de hadas, relatados en el palacio, y las tercas escenas de este sucio neorrealismo español, soportado en las calles.
También dijo el nuevo y antiguo monarca,
“Quiero también transmitir mi cercanía y solidaridad a todos aquellos ciudadanos a los que el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos en su dignidad como personas. Tenemos con ellos el deber moral de trabajar para revertir esta situación y el deber ciudadano de ofrecer protección a las personas y a las familias más vulnerables”
Otra vez palabras hueras, gastadas, perdidas en su abstracción. "Cercanía, solidaridad... heridos en su dignidad... protección... familias más vulnerables, bla, bla, bla".
¿Por qué no dio un paso al frente, Majestad? ¿Por qué no habló del execrable crimen de los desahucios que ha provocado (provoca, y provocará) miles de suicidios entre sus súbditos? Estamos hablando de muertes, señor.
¿Cómo lo iba a hacer? Entre sus dorados invitados se encontraban todos los presidentes de las grandes corporaciones financieras, todos esos magnates que se pasan por el forro el código de buenas prácticas bancarias (ese código que hizo el gobierno para que nada se hiciese), todos los que a diario practican actitudes asesinas que expulsan de la vida a sus súbditos, Majestad Felipe VI.
Es con todos los Botines con los que Su Majestad mostró su cercanía, su solidaridad, su protección... su invulnerabilidad. Queda claro al lado de quién está, y no es precisamente al lado de las familias más vulnerables.
También quiso hace gala de su exquisitez literaria, citando a varios escritores representativos de las lenguas oficiales. Con ese adorno se culminó la antítesis histórica: nombró a Antonio Machado, podría haberse extendido hablando del insobornable ideal republicano del escritor andaluz, un ideal que le llevó a morir, triste y derrotado, fuera del territorio español. Creo que Antonio Machado no habría asistido a esa real recepción, ni habría sido invitado, ni él, por supuesto, habría querido ir.
No compren alianzas con los pobres muertos.
Y para poner el lazo a su afán literario, Felipe VI se acordó de Don Quijote, fue un tremendo error,
Decía Cervantes en boca de Don Quijote: "no es un hombre más que otro si no hace más que otro"
Fue un tremendo horror porque, al recordarnos a Cervantes, otras frases indiscutibles de Don Quijote llaman a la puerta,
"La sangre se hereda, y la virtud se conquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale" (Capítulo XLII, Segunda parte)
"Cada cual es hijo de sus obras" (Capítulo IV, Primera Parte)
Felipe VI es rey, sólo por ser hijo de su padre, que a su vez fue rey sólo porque así lo quiso un dictador. Seamos francos, por favor.
Y otro asunto que nos dice mucho. En la ceremonia de la proclamación los símbolos religiosos fueron ocultados... temporalmente. No obstante, el segundo acto de Felipe VI consistió en una misa privada en palacio oficiada por el arzobispo castrense Juan del Río, y por ese extraordinario dechado de bondad que es Rouco Varela.
Rouco Varela, el piadoso, el santo que pasa horas y horas, días, entre los hambrientos, entre los sin techo, parando desahucios, amparando siempre a los perseguidos por la justicia. Rouco Varela, el mártir de esta España laica y descreída, Rouco, el desprendido, el que jamás se mancha las manos con el dinero de los poderosos, con el dinero de los banqueros. Rouco, la encarnación de la palabra hecha bondad.
Rouco Varela, el que sabe escuchar, el que no quiso abrir la puerta de su palacio arzobispado a aquellos yayoflautas, creyentes, cristianos de base, que querían entregarle un escrito en el que demandaban otra postura de la Iglesia Católica ante ante el sufrimiento del pueblo por esta estafa de los demonios. Esas dignas personas mayores gritaban proclamas del tipo,
Y Rouco se negó a recibirles. Permaneció oculto, en su palacete.
No se ocultó en la proclamación de Felipe VI, y al día siguiente, triunfante, ofició la misa privada del nuevo Rey de la Modernidad, en este Reino de España laico y aconfesional, ¿a que dan risa estas palabras?
Y digo yo que el nuevo y joven rey, en lugar de preparar una misa con el general, perdón, con el cardenal Rouco, podría haber visitado (o recibido, si estaba cansado) a esos ancianos luchadores, los de la periferia de Madrid, los de los barrios pobres, los que viven la vida de rabia y abandono, allí, cerca de esas parroquias proscritas que, con toda seguridad, ni siquiera Rouco conoce. Ah, ya, esto es demagogia, ¿verdad? Acabáramos. Llegó la famosa palabrita y mandó parar. Cuando ella se vaya, aparecerá seguro su palabra amiga para tomar el relevo: populismo.
Es imposible.
No se puede maquillar con el barniz de la falsa juventud un estado que ya huele a podrido.
Imposible.
Y otro asunto que nos dice mucho. En la ceremonia de la proclamación los símbolos religiosos fueron ocultados... temporalmente. No obstante, el segundo acto de Felipe VI consistió en una misa privada en palacio oficiada por el arzobispo castrense Juan del Río, y por ese extraordinario dechado de bondad que es Rouco Varela.
Rouco Varela, el que sabe escuchar, el que no quiso abrir la puerta de su palacio arzobispado a aquellos yayoflautas, creyentes, cristianos de base, que querían entregarle un escrito en el que demandaban otra postura de la Iglesia Católica ante ante el sufrimiento del pueblo por esta estafa de los demonios. Esas dignas personas mayores gritaban proclamas del tipo,
"¡Vergüenza!", "Somos mayores y no tenemos prisa"
"Los capos que nos rodean, mantillas y rosarios llevan"
"El pueblo masacrado y el clero callado"
Y Rouco se negó a recibirles. Permaneció oculto, en su palacete.
Grupo de yayoflautas que no fueron recibidos por Rouco, a las puertas del arzobispado. Criticaban la pasividad de la Iglesia Católica ante la crisis
No se ocultó en la proclamación de Felipe VI, y al día siguiente, triunfante, ofició la misa privada del nuevo Rey de la Modernidad, en este Reino de España laico y aconfesional, ¿a que dan risa estas palabras?
Y digo yo que el nuevo y joven rey, en lugar de preparar una misa con el general, perdón, con el cardenal Rouco, podría haber visitado (o recibido, si estaba cansado) a esos ancianos luchadores, los de la periferia de Madrid, los de los barrios pobres, los que viven la vida de rabia y abandono, allí, cerca de esas parroquias proscritas que, con toda seguridad, ni siquiera Rouco conoce. Ah, ya, esto es demagogia, ¿verdad? Acabáramos. Llegó la famosa palabrita y mandó parar. Cuando ella se vaya, aparecerá seguro su palabra amiga para tomar el relevo: populismo.
Es imposible.
No se puede maquillar con el barniz de la falsa juventud un estado que ya huele a podrido.
Imposible.