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PÁRÁSITOS, HIJOS DE LA ÉPOCA, por Luis Enrique Ibáñez

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"La gente que va en metro huele así", le comenta el padre rico de la chica rica a su esposa tan simple como rica, los tres en el cielo de arriba. Dos frases, sólo dos grupitos de palabras que revelan lo que siempre ha estado ahí, una eterna estructura social que finge metamorfosearse para seguir amparando la injusticia, sí, la injusticia social... me gustaría, sé que es imposible, que esos manifestantes abanderados que vemos ahora por tantas ciudades de este país iniciaran un viaje hacia abajo ... y se acercaran a las colas del hambre...

Todo es una cuestión política, de decisiones, también decidir si queremos evolucionar. Siempre somos hijos de la época..."

Imagen de 'Los parásitos'

PARÁSITOS, HIJOS DE LA ÉPOCA

"Yo no encajo aquí", le dice uno de los protagonistas de la película 'Parásitos', él, de los de abajo, a la chica a la que daba clases, de los de arriba, él, de 'Los olvidados', de Luis Buñuel. "La gente que va en metro huele así", le comenta el padre rico de la chica rica a su esposa tan simple, como rica, los tres en el cielo de arriba. Dos frases, sólo dos grupitos de palabras que revelan, las palabras breves terminan siempre abriendo la visión, lo que siempre ha estado ahí, una eterna estructura social que finge metamorfosearse para seguir amparando la injusticia, sí, la injusticia social.

Por fin pude ver ayer esa película, 'Parásitos'. Hay muchas aristas en ella, por supuesto, pero sólo quiero resaltar una escena que me llamó especialmente la atención. Aquella en en la que tres personajes tienen que huir precipitadamente de la casa de los afortunados y regresar a su madriguera. Lo hacen en medio de una lluvia brutal. Atraviesan barrios de lujo, residenciales, carreteras, barrios normales, barrios pobres, aquí pensé que ya habían llegado, me pasó igual que a Pedro, el protagonista de 'Tiempo de silencio' cuando se dirigía a las chabolas, hubo un momento en el que preguntó a su acompañante, son estas las chabolas, no, esas son casas, le respondió el guía. Tenían que seguir, igual que los personajes de la película.

Era significativo comprobar que todo el rato lo hacían bajando, siempre bajando, parecía una metáfora perfecta del descenso, de la imposibilidad del ascenso social, imposible no acordarse de esa escalera, el símbolo total de esa obra de Buero Vallejo, la escalera sin salida. Cuando por fin llegaron al barrio, si se le podía llamar así, la torrencial lluvia había provocado que estallaran las cañerías, y las casas y las calles estaban inundadas de agua, no la de la lluvia, que también, eran aguas fecales. Alguien comentó no sé qué de una decisión urbanística. Las decisiones urbanísticas son decisiones políticas.

Ningún personaje en 'Historia de una escalera' consigue ascender en la escalera social de la vida, por muchas razones, entre ellas también la de su propia desidia. Pero es cierto, las escaleras siempre están llenas de trampas, se encuentran casi selladas.

En la película sueca, 'The Square', podemos disfrutar de una suculenta sátira, no sólo del arte moderno, sino también la hipocresía de esas altas progresías culturales cómodas en su clase social. Y también en ella vemos el viaje, la infinita distancia entre arriba y abajo, los significantes que deciden. El protagonista, un mánager de un museo de arte contemporáneo prepara una exposición, "The Square', en la que se supone fomentan valores solidarios, humanos. Un día le roban el móvil. Y se ve obligado, por su caprichito, un móvil, a viajar al submundo, lo hace con miedo, pero quiere recuperar su aparatito, cometió un error. Toda su vida, como las de las personas con las que está acostumbrado a reunirse, los asistentes a sus perfomances, son de una falsedad que hasta da vergüenza observarles, pena no, pena nunca, o sí, no sé.

Una cebolla es una cebolla. Si empiezas a pelar, no puedes saber cuándo podrás acabar. La cuestión del viaje, del acenso/descenso me llevó a otra película, 'El hoyo', esa película española, una propuesta a lo Bertolt Brecht para que el espectador se vea obligado a pensar, a situarse. También  en ella tenemos el sufrimiento de abajo, también, como en 'Parásitos', la pelea de los perdedores por las migajas que van dejando los de arriba. Pero también un mandato oblicuo que nos recuerda, si observamos la evolución del personaje protagonista, a Gramsci, cuando decía que la consecuencia más importante que tenían los movimientos revolucionarios podría no residir en los resultados más concretos, sino, tal vez, en el cambio en la conciencia individual de cada ciudadano, en su forma de ver y de estar en el mundo, una consciencia que, sin duda, tendría su recompensa lenta.

Por eso a mí me gustaría, sé que es imposible, que esos manifestantes abanderados que vemos ahora por tantas ciudades de este país iniciaran un viaje hacia abajo, un descenso a los infiernos. Que visitaran esos otros barrios, la vida no sólo es el barrio de Salamanca, y se acercaran a las colas del hambre, a esas filas interminables de seres humanos que esperan, manteniendo la distancia de seguridad, que alguien les dé algo de comer.

Y que cuando regresaran se vieran obligados, como el personaje de 'El hoyo', a terminar de leer el Quijote, "Sancho, hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, que las informaciones del rico".

Todo es una cuestión política, de decisiones, también decidir si queremos evolucionar. Siempre somos hijos de la época, aparece el poema, todo es política. Despedir a profesionales sanitarios que fueron contratados en mitad de la tormenta también es una decisión política.

Aparece el poema, inevitable, de Wisława Szymborska.


HIJOS DE LA ÉPOCA

Somos hijos de nuestra época
y nuestra época es política.

Todos tus, mis, nuestros, vuestros
problemas diurnos, y los nocturnos,
son problemas políticos.
Quieras o no,
tus genes tienen un pasado político,
tu piel un matiz político
y tus ojos una visión política.

Cuanto dices produce una resonancia,
cuanto callas implica una elocuencia
inevitablemente política.

Incluso al caminar por bosques y praderas
das pasos políticos
en terreno político.

Adquirir significado político
ni siquiera requiere ser humano.
Basta ser petróleo,
pienso compuesto o materia reciclada.

Los poemas apolíticos son también políticos,
y en lo alto resplandece la luna,
un cuerpo ya no lunar.
Ser o no ser, ésta es la cuestión.
¿Qué cuestión?, adivina corazón:
una cuestión política.




Traducción de Ana María Moix y Jerzy Wojciech Slawomirski (Fuente: libroenmangunst)















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