Para Soledad Ibáñez
"... he sustituido el gerundio por una perífrasis verbal de obligación absoluta. Al hacerlo, he convertido mi vida en una condena, es lo que tiene la Gramática. La gente no suele prestarle atención, pero la Gramática tiene el poder de cambiar el mundo. Y lo tiene porque la gente no sabe que lo tiene...
"... he sustituido el gerundio por una perífrasis verbal de obligación absoluta. Al hacerlo, he convertido mi vida en una condena, es lo que tiene la Gramática. La gente no suele prestarle atención, pero la Gramática tiene el poder de cambiar el mundo. Y lo tiene porque la gente no sabe que lo tiene...
corres el peligro de quedarte de forma indefinida en situación gerundia, con cara de imbécil, indefinido. Y entonces el presente de indicativo ya sólo sería una utopía"
ASPECTO VERBAL
Esperando que ocurra algo, esperando.
El gerundio es lo que tiene, expresa el estado máximo de acción continua, inacabada, nunca tiene final, sin solución. Esperando que llame mi amigo y me diga que ya tiene un ordenador para mí, esperando que llame, no recuerdo su nombre, el chico que iba a mirar mi máquina muerta por si. Esperando que un joven encuentre el milagro, mientras yo guardo la fe, o simplemente firme el acta de defunción. Esperando.
Leyendo, volviendo a 'Ordesa' de Manuel Vilas, acojona tanto como atrae. Es como si ese escritor, mientras sonríe, desnudase tu alma. Lo hace con la insolente soltura de quien antes ya ha desnudado la suya. Por eso sonríe, el muy cabrón.
Me dice el torturador que cuando uno es padre, lo es de todos los niños del mundo, que así funciona el negocio de la paternidad, lo demás es política, sentencia. Ya antes, para preparar alevosamente el golpe, había abierto el cajón de mis culpas, de la culpa, la de Kafka. Cuando pronuncia las últimas palabras, se descojona.
Esperando que llegue una hora en la que abrir una cerveza no sea un disparate. Esperando. Ni me llama mi amigo, ni no recuerdo su nombre me llama.
Tendré que esperar. Coño, he sustituido el gerundio por una perífrasis verbal de obligación absoluta. Al hacerlo, he convertido mi vida en una condena, es lo que tiene la Gramática. La gente no suele prestarle atención, pero la Gramática tiene el poder de cambiar el mundo. Y lo tiene porque la gente no sabe que lo tiene.
Y es el precisamente el aspecto verbal su arma poderosa. La denominación es engañosa. En la palabra aspecto se esconde la trampa, parece algo difuso, qué aspecto tiene esa persona. Sin embargo, el aspecto verbal es definitivo, delimita las vida de todas las personas. Te indica si estás inacabado o acabado. Las dos opciones hacen que te tambalees, te conviertes en el protagonista de 'A las puertas de la Ley', aquel cuento de Kafka. Cuando tú cres que estás en una acción inacabada, en desarrollo, hasta con un posible futuro, descubres que ya has llegado. Ahora ya no puedes atravesar esa puerta y contemplar la Ley, antes si habrías podido, condicional perfecto, como un final perfecto, te muestra la condición que sí poseías, pero que no supiste aprovechar.
Si hubiera escrito esperé significaría que sí, que lo hice, esperar, pero que hubo un momento en que dejé de hacerlo. Hubo un chispazo de luz en el que el presente de indicativo era posible, pero tú no lo supiste ver. Los pretéritos perfectos simples son como hachazos temporales que cierran el antes y abren un después. Pero duran muy poco.
Por eso hay que saber aprovecharlos.
Si no, corres el peligro de quedarte de forma indefinida en situación gerundia, con cara de imbécil, indefinido. Y entonces el presente de indicativo ya sólo sería una utopía.
Te convertirías en material gaseoso, subjuntivo. Habitarías el territorio del deseo, no el de la realidad. No estarías facultado para pronunciar las palabras hoy salgo a la calle. Sólo podrías decir ojalá salga a la calle. Vivirías en la esencial ontología de la potencialidad, de lo inmaterial, en el sueño, si quieres. Poco a poco te irías deshaciendo como el personaje de aquel cuento de José María Merino, 'Las palabras del mundo'. Te quedarías atrapado en un pretérito, pasado, imperfecto, claro, de subjuntivo, babeando de forma continua tan sólo dos palabras, si saliera.
Creo que me está subiendo la fiebre, no la corporal, otra.
Estar subiendo, menuda perífrasis, desarrollo que, más que continuo, parece eterno. He de aguantar el envite de la Gramática. Voy a aprovechar su propia fuerza. De momento me he montado en una perífrasis distinta, esperanzadora, significa comienzo de acción, voy a aprovechar, y ahora, al escribir, aprieto los dedos con otra energía, se ven muy bien las líneas de la mano, marcan camino, quién ha escrito las líneas de la mano, se preguntaban los chicos de Radio Futura.
Escapo del modo subjuntivo, quiero volver a lo posible, a lo Real. De momento, me armo de presente de indicativo, yo abro la ventana, el aire entra y oigo otra vez el canto de los pájaros. Baja la fiebre. Doy un paso más. Salto al futuro, saldré. No es suficiente. Abandono la primera persona verbal del singular, demasiado engreída, saldremos, mejor así. Falta algo, sí, falta la presencia de ese modo verbal tantas veces mal interpretado, marca voluntad, orden o ruego, también llamada. Sigo en el plural, cómodo en lo común, en la colectividad, salgamos.
Salgamos, saldremos, afuera aguardan todos los futuros, imperfectos, sí, pero futuros. Son los niños y esperan vernos ahí. Al fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de Lenguaje.
Ahora sé que aquel matemático y filósofo, Gottlob Frege, tenía razón, "El lenguaje tiene el mismo significado para el pensamiento que para la navegación tiene el descubrimiento de cómo usar el viento para navegar contra el viento."
Siempre, siempre, en el barco de la Comunidad.
Y es el precisamente el aspecto verbal su arma poderosa. La denominación es engañosa. En la palabra aspecto se esconde la trampa, parece algo difuso, qué aspecto tiene esa persona. Sin embargo, el aspecto verbal es definitivo, delimita las vida de todas las personas. Te indica si estás inacabado o acabado. Las dos opciones hacen que te tambalees, te conviertes en el protagonista de 'A las puertas de la Ley', aquel cuento de Kafka. Cuando tú cres que estás en una acción inacabada, en desarrollo, hasta con un posible futuro, descubres que ya has llegado. Ahora ya no puedes atravesar esa puerta y contemplar la Ley, antes si habrías podido, condicional perfecto, como un final perfecto, te muestra la condición que sí poseías, pero que no supiste aprovechar.
Si hubiera escrito esperé significaría que sí, que lo hice, esperar, pero que hubo un momento en que dejé de hacerlo. Hubo un chispazo de luz en el que el presente de indicativo era posible, pero tú no lo supiste ver. Los pretéritos perfectos simples son como hachazos temporales que cierran el antes y abren un después. Pero duran muy poco.
Por eso hay que saber aprovecharlos.
Si no, corres el peligro de quedarte de forma indefinida en situación gerundia, con cara de imbécil, indefinido. Y entonces el presente de indicativo ya sólo sería una utopía.
Te convertirías en material gaseoso, subjuntivo. Habitarías el territorio del deseo, no el de la realidad. No estarías facultado para pronunciar las palabras hoy salgo a la calle. Sólo podrías decir ojalá salga a la calle. Vivirías en la esencial ontología de la potencialidad, de lo inmaterial, en el sueño, si quieres. Poco a poco te irías deshaciendo como el personaje de aquel cuento de José María Merino, 'Las palabras del mundo'. Te quedarías atrapado en un pretérito, pasado, imperfecto, claro, de subjuntivo, babeando de forma continua tan sólo dos palabras, si saliera.
Creo que me está subiendo la fiebre, no la corporal, otra.
Estar subiendo, menuda perífrasis, desarrollo que, más que continuo, parece eterno. He de aguantar el envite de la Gramática. Voy a aprovechar su propia fuerza. De momento me he montado en una perífrasis distinta, esperanzadora, significa comienzo de acción, voy a aprovechar, y ahora, al escribir, aprieto los dedos con otra energía, se ven muy bien las líneas de la mano, marcan camino, quién ha escrito las líneas de la mano, se preguntaban los chicos de Radio Futura.
Escapo del modo subjuntivo, quiero volver a lo posible, a lo Real. De momento, me armo de presente de indicativo, yo abro la ventana, el aire entra y oigo otra vez el canto de los pájaros. Baja la fiebre. Doy un paso más. Salto al futuro, saldré. No es suficiente. Abandono la primera persona verbal del singular, demasiado engreída, saldremos, mejor así. Falta algo, sí, falta la presencia de ese modo verbal tantas veces mal interpretado, marca voluntad, orden o ruego, también llamada. Sigo en el plural, cómodo en lo común, en la colectividad, salgamos.
Salgamos, saldremos, afuera aguardan todos los futuros, imperfectos, sí, pero futuros. Son los niños y esperan vernos ahí. Al fin y al cabo, todo se reduce a una cuestión de Lenguaje.
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Siempre, siempre, en el barco de la Comunidad.
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