"Eran judíos, ladrones, comunistas. O quizá buenas personas. Y qué. Había ya demasiados emigrantes por todas partes... Es fácil mirar hacia otro lado. También es fácil justificarse. ¿Qué puedo hacer yo? Esa frase resulta muy eficaz... No cuesta nada comprender las cosas. Ni entonces, ni ahora. ¿Se ahogan en el Mediterráneo? La culpa es de ellos, por abandonar sus casas y sus países... La ética está hecha de un material muy flexible" (Enric González)
"La palabra contraria, la que nombra las injusticias, ese es el lenguaje común del país de la ausencia"(Manuel Rivas)
"La real para ti no es esa España obscena y deprimente
en la que regentea hoy la canalla..."(Luis Cernuda)
El S.S Saint Louis
ES FÁCIL COMPRENDER
Nos emocionamos con la película La lista de Schindler. Consideramos héroes a diplomáticos como el sueco Raoul Wallenberg y el español Ángel Sanz-Briz, que salvaron la vida a miles de judíos. Admiramos a August Landmesser, que en los astilleros de Hamburgo, rodeado de brazos en alto, se negó a hacer el saludo nazi. Nos estremecemos con la peripecia del Saint Louis, el barco que en 1939 zarpó precisamente de Hamburgo con 937 fugitivos a bordo y destino a La Habana, donde fue rechazado, al igual que en los puertos de Estados Unidos: el buque tuvo que regresar a Europa; poco después, muchos de aquellos viajeros fueron asesinados. No comprendemos por qué el mundo no hizo nada, o casi nada, ante la tragedia colosal de las personas que buscaban refugio, paz, esperanzas de vida.
En realidad, es fácil de comprender. Entre esa gente había delincuentes y tipos muy peligrosos. Bastantes de ellos no habían sufrido siquiera amenazas directas: buscaban simplemente el bienestar del que disfrutaban otros. Cada país tenía suficientes problemas como para agravarlos con esas masas tan inquietantes y difíciles de integrar. Y luego estaba el terrorismo, entonces llamado quintacolumnismo: en un mundo que se aproximaba a un gran conflicto bélico, resultaba absurdo ignorar que entre los fugitivos se ocultaban espías, dispuestos a infiltrarse para sabotear y hacer la guerra desde dentro.
Eran judíos, ladrones, comunistas. O quizá buenas personas. Y qué. Había ya demasiados emigrantes por todas partes.
Nadie ignoraba nada. De vez en cuando se publicaban historias terribles sobre algunas de esas vidas. Unos se enternecían. Otros las descartaban como propaganda de los enemigos, internos o externos. La vida seguía. En 1939 se estrenó la película Lo que el viento se llevó, un espléndido drama sobre la guerra civil estadounidense: en Atlanta, más de 300.000 personas salieron a la calle para aplaudir a los actores. Cuántas lágrimas de emoción hubo ese día, 15 de diciembre de 1939. Nunca hubo nada tan conmovedor como la caída heroica de la Confederación. Europa, por entonces, llevaba tres meses en guerra.
Es fácil mirar hacia otro lado. También es fácil justificarse. ¿Qué puedo hacer yo? Esa frase resulta muy eficaz. O se puede apelar a un criterio de ordinalidad: primero resolvamos nuestros problemas (nos faltan viviendas, nos cuesta financiar los servicios públicos, cosas graves) y luego ya nos ocuparemos de los problemas ajenos. Como recurso definitivo, el cinismo, la agresividad, el odio a los que vienen a perturbar nuestras vidas.
No cuesta nada explicarse lo que ocurrió en los años treinta del siglo XX. El mundo, recuerden, sufría las consecuencias de la crisis devastadora de 1929. El desempleo era masivo. Se había perdido la confianza en el sistema. Se buscaban soluciones a la desesperada. Nacionalismo, banderas, fervor patriótico. Y encima estaban ellos, incordiando. Esos judíos. Esos comunistas. O esos que huían del comunismo. Esos harapientos que solo podían traernos violencia y epidemias.
No cuesta nada comprender las cosas. Ni entonces, ni ahora. ¿Se ahogan en el Mediterráneo? La culpa es de ellos, por abandonar sus casas y sus países. La culpa es de las mafias. La culpa es de nadie: el mundo siempre ha sido así.
La ética está hecha de un material muy flexible.
Feliz año.
(Fuente: El País, 30-12-2018)
PATRIAS Y PATRIAS QUE TUVE Y PERDÍ
La globalización, abracadabra del siglo XXI, parece haber sido muy exitosa para el tráfico de dinero, drogas y armas. En cuanto a los seres humanos, ha situado en la agenda política y de forma con frecuencia dramática y perversa la diferencia entre pertenencia a un lugar y la migración. La extrema derecha contagia de inhumanidad al resto conservador e impone un relato que comienza con la contraposición entre nosotros, los de la pertenencia, los de casa, y los otros, los impertinentes, los “nómadas”.
Ese relato, y especialmente en España, es parte de una avería óptica estrepitosa: somos, en el pasado y en el presente, un país de emigrantes. Un país con millones de ausentes y que, en muchos casos, sufren problemas de rechazo e incomprensión por los socios o colegas de “nuestros” cancerberos de fronteras. Por supuesto, la xenofobia que comparten es aporofobia. La raza que no les gusta es la de los pobres.
Así que a estas alturas de siglo podríamos dar un giro positivo a ese dilema peligroso de pertenencia-migración. Podemos encontrarnos en el país de las ausencias. Preguntarnos quiénes faltan y no quiénes sobran.
Hay un poema de Gabriela Mistral que es puro desasosiego a compartir: País de la ausencia. Un país de “patrias y patrias que tuve y perdí”.
Hay otro poema inolvidable y muy próximo. El que escribió Luis Cernuda en el exilio, Bien está que fuera tu tierra, en homenaje a Galdós, y que en una estrofa dice más que mil discursos de mano fantasma:
Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas, / aún en estos libros te es querida y necesaria, / más real y entresoñada que la otra: / no ésa, mas aquélla es hoy tu tierra, / lo que Galdós a conocer te diese, / como él tolerante de lealtad contraria, / según la tradición generosa de Cervantes, / heroica viviendo, heroica luchando / por el futuro que era el suyo, / no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.
Ese es todo un programa. Ser tolerante de lealtad contraria. La tradición generosa de Cervantes.
Leo hoy las declaraciones de un hombre que presume de culto, y siento de golpe la ausencia de la tradición generosa de Cervantes. Como un personaje de apropósito de Carnaval, José María Aznar se erige en aduanero del constitucionalismo, y en su paroxismo deprimente expulsa de España a la mitad de España. Para él, que reconoció no haber votado la Constitución, el Partido Socialista se ha situado fuera de la Constitución. He ahí alguien que se considera ajeno a la ley de la gravedad. Sus ideas cotizan hoy al alza, escoran a la derecha hacia su extremo de la balanza histórica, como un déjà vu de todas las pifias de España. ¿Queríais unidad? Pues ahí tenéis la gran secesión. Los separadores atizando el separatismo. Cataluña como disculpa para reproducir la política del enemigo, la mitad de España señalada con el estigma de anti-España.
El padrino Aznar y sus discípulos reclaman e instan al Gobierno central a una nueva aplicación, más dura, sin contemplaciones, del artículo 155, que supondría, en la práctica, la sustracción de la autonomía catalana, en el marco de la recentralización que desde años defiende la FAES aznarista, ese think tank liberal muy subvencionado por el Estado. En la forma en que se plantea, la presunta solución es un Estado de excepción permanente. Solo el antiguo adoctrinamiento de la intolerancia y el autoengaño puede hacer creer que esa política deconstructivista daría lugar a una normalización incruenta. Es de temer que el siguiente paso, con padrino o sin él, sería dejar el país a merced de los aprendices de brujo.
La “tradición generosa de Cervantes” es el diálogo. La escucha. Casi todos los días hay propuestas para crear nuevas materias en la enseñanza. A mí me parece urgente la implantación de la asignatura de saber escuchar. Sobre todo, escuchar la palabra contraria que se rebela ante la injusticia. Hay un libro en forma de opúsculo de Erri de Luca que lleva ese título: La palabra contraria. Una autodefensa escrita cuando fue procesado por su activa oposición a las obras de un tren de alta velocidad que suponía la perforación de montañas de los Alpes repletas de amianto, y que la compañía constructora denunció como incitación al “sabotaje”. Erri de Luca, autor de maravillas como Los peces no cierran los ojos, descerrajó con palabras el montaje para acallarlo. “Voy a ser procesado por ejercer mi derecho a la palabra contraria”, dijo. Y añadió: “Si mi opinión es un delito, no voy a dejar de cometerlo”. La causa, que al principio pintaba mal por la dureza de la fiscalía, fue finalmente sobreseída.
La palabra contraria, la que nombra las injusticias, ese es el lenguaje común del país de la ausencia.
(Fuente: El País Semanal, 30-12-2018)
PAÍS DE LA AUSENCIA
A Ribeiro Couto
País de la ausencia
extraño país,
más ligero que ángel
y seña sutil,
color de alga muerta,
color de neblí,
con edad de siempre,
sin edad feliz.
No echa granada,
no cría jazmín,
y no tiene cielos
ni mares de añil.
Nombre suyo, nombre,
nunca se lo oí,
y en país sin nombre
me voy a morir.
Ni puente ni barca
me trajo hasta aquí,
no me lo contaron
por isla o país.
Yo no lo buscaba
ni lo descubrí.
Parece una fábula
que yo me aprendí,
sueño de tomar
y de desasir.
Y es mi patria donde
vivir y morir.
Me nació de cosas
que no son país;
de patrias y patrias
que tuve y perdí;
de las criaturas
que yo vi morir;
de lo que era mío
y se fue de mí.
Perdí cordilleras
en donde dormí;
perdí huertos de oro
dulces de vivir;
perdí yo las islas
de caña y añil,
y las sombras de ellos
me las vi ceñir
y juntas y amantes
hacerse país.
Guedejas de nieblas
sin dorso y cerviz,
alientos dormidos
me los vi seguir,
y en años errantes
volverse país,
y en país sin nombre
me voy a morir.
BIEN ESTÁ QUE FUERA TU TIERRA
Su amigo, ¿desde cuando lo fuiste?
¿Tenías once, diez años al descubrir sus libros?
Niño eras cuando un día
en el estante de los libros paternos
hallaste aquéllos. Abriste uno
y las estampas tu atención fijaron;
las páginas a leer comenzaste
curioso de la historia así ilustrada.
Y cruzaste el umbral de un mundo mágico,
la otra realidad que está tras esta:
Gabriel, Inés, Amaranta,
Soledad, Salvador, Genara,
con tantos personajes creados para siempre
por su genio generoso y poderoso.
Que otra España componen,
entraron en tu vida
para no salir de ella ya sino contigo.
Más vivos que las otras criaturas
junto a ti tan pálidas pasando,
tu amor primero lo despertaron ellos;
héroes amados en un mundo heroico,
la red de tu vivir entretejieron con la suya,
aún más con la de aquellos tus hermanos,
Miss Fly, Santorcaz, Tilín, Lord Gray,
que, insatisfechos siempre, contemplabas
existir en la busca de un imposible sueño vivo.
El destino del niño esos lo provocaron
hasta que deseó ser como ellos,
vivir igual que ellos
y, como a Salvador, que le moviera
idéntica razón, idéntica locura,
el seguir turbulento, devoto a sus propósitos,
en su tierra y afuera de su tierra,
tantas quimeras desoladas
con fe que a decepción nunca cedía.
Y tras el mundo de los Episodios
luego el de las Novelas conociste:
Rosalía, Eloísa, Fortunata,
Mauricia, Federico Viera,
Martín Muriel, Moreno Isla,
tantos que habría de revelarte
el escondido drama de un vivir cotidiano:
la plácida existencia real y, bajo ella,
el humano tormento, la paradoja de estar vivo.
Los bien amados libros, releyéndolos
cuántas veces, de niño, mozo y hombre.
Cada vez más en su secreto te adentrabas
y los hallabas renovados
como tu vida iba renovándose;
con ojos nuevos los veías,
como iban viendo el mundo.
Qué pocos libros pueden
nuevo alimento darnos
a cada estación nueva en nuestra vida.
En tu tierra y afuera de tu tierra
siempre traían fielmente
el encanto de España, en ellos no perdido,
aunque en tu tierra misma no lo hallaras.
El nombre allí leído de un lugar, de una calle
(Portillo de Gilimón o Sal si Puedes),
provocaba en ti la nostalgia
de la patria imposible, que no es de este mundo.
El nombre de ciudad, de barrio o pueblo,
por todo el español espacio soleado
(Puerta de Tierra, Plaza de Santa Cruz, los Arapiles,
Cádiz, Toledo, Aranjuez, Gerona),
dicho por él, siempre traía,
una doble visión: imaginada y contemplada
conocido por ti el lugar o desconocido,
ambas hermosas, ambas entrañables.
Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas,
aún en estos libros te es querida y necesaria,
más real y entresoñada que la otra:
no ésa, mas aquélla es hoy tu tierra,
la que Galdós a conocer te diese,
como él tolerante de lealtad contraria,
según la tradición generosa de Cervantes,
heroica viviendo, heroica luchando
por el futuro que era el suyo,
no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.
La real para ti no es esa España obscena y deprimente
en la que regentea hoy la canalla,
sino esta España viva y siempre noble
que Galdós en sus libros ha creado.
De aquélla nos consuela y cura ésta.
Su amigo, ¿desde cuando lo fuiste?
¿Tenías once, diez años al descubrir sus libros?
Niño eras cuando un día
en el estante de los libros paternos
hallaste aquéllos. Abriste uno
y las estampas tu atención fijaron;
las páginas a leer comenzaste
curioso de la historia así ilustrada.
Y cruzaste el umbral de un mundo mágico,
la otra realidad que está tras esta:
Gabriel, Inés, Amaranta,
Soledad, Salvador, Genara,
con tantos personajes creados para siempre
por su genio generoso y poderoso.
Que otra España componen,
entraron en tu vida
para no salir de ella ya sino contigo.
Más vivos que las otras criaturas
junto a ti tan pálidas pasando,
tu amor primero lo despertaron ellos;
héroes amados en un mundo heroico,
la red de tu vivir entretejieron con la suya,
aún más con la de aquellos tus hermanos,
Miss Fly, Santorcaz, Tilín, Lord Gray,
que, insatisfechos siempre, contemplabas
existir en la busca de un imposible sueño vivo.
El destino del niño esos lo provocaron
hasta que deseó ser como ellos,
vivir igual que ellos
y, como a Salvador, que le moviera
idéntica razón, idéntica locura,
el seguir turbulento, devoto a sus propósitos,
en su tierra y afuera de su tierra,
tantas quimeras desoladas
con fe que a decepción nunca cedía.
Y tras el mundo de los Episodios
luego el de las Novelas conociste:
Rosalía, Eloísa, Fortunata,
Mauricia, Federico Viera,
Martín Muriel, Moreno Isla,
tantos que habría de revelarte
el escondido drama de un vivir cotidiano:
la plácida existencia real y, bajo ella,
el humano tormento, la paradoja de estar vivo.
Los bien amados libros, releyéndolos
cuántas veces, de niño, mozo y hombre.
Cada vez más en su secreto te adentrabas
y los hallabas renovados
como tu vida iba renovándose;
con ojos nuevos los veías,
como iban viendo el mundo.
Qué pocos libros pueden
nuevo alimento darnos
a cada estación nueva en nuestra vida.
En tu tierra y afuera de tu tierra
siempre traían fielmente
el encanto de España, en ellos no perdido,
aunque en tu tierra misma no lo hallaras.
El nombre allí leído de un lugar, de una calle
(Portillo de Gilimón o Sal si Puedes),
provocaba en ti la nostalgia
de la patria imposible, que no es de este mundo.
El nombre de ciudad, de barrio o pueblo,
por todo el español espacio soleado
(Puerta de Tierra, Plaza de Santa Cruz, los Arapiles,
Cádiz, Toledo, Aranjuez, Gerona),
dicho por él, siempre traía,
una doble visión: imaginada y contemplada
conocido por ti el lugar o desconocido,
ambas hermosas, ambas entrañables.
Hoy, cuando a tu tierra ya no necesitas,
aún en estos libros te es querida y necesaria,
más real y entresoñada que la otra:
no ésa, mas aquélla es hoy tu tierra,
la que Galdós a conocer te diese,
como él tolerante de lealtad contraria,
según la tradición generosa de Cervantes,
heroica viviendo, heroica luchando
por el futuro que era el suyo,
no el siniestro pasado donde a la otra han vuelto.
La real para ti no es esa España obscena y deprimente
en la que regentea hoy la canalla,
sino esta España viva y siempre noble
que Galdós en sus libros ha creado.
De aquélla nos consuela y cura ésta.
('Desolación de la quimera')