"El periodo de entreguerras estuvo abarrotado de conflictos en distintos lugares... la democracia como forma de gobierno perdió todo prestigio frente al empuje de proyectos épicos que prometían cambiar radicalmente las cosas... Ahora que atravesamos una época enmarañada, las palabras de Kafka siguen ahí como instrumentos indispensables para conservar la mirada despejada. Y así no despistarnos"
LA MIRADA DESPEJADA
Entre 1914 y 1945 el mundo pasó largas temporadas en el infierno. Los campos de batalla, pero también las ciudades de la retaguardia, se llenaron de millones de cadáveres durante las dos guerras mundiales, y el horror siguió presente acompañando a los heridos que consiguieron sobrevivir. El periodo de entreguerras estuvo abarrotado de conflictos en distintos lugares, a finales de los años veinte estalló una brutal crisis económica, la polarización fue inmensa, la democracia como forma de gobierno perdió todo prestigio frente al empuje de proyectos épicos que prometían cambiar radicalmente las cosas, y la crisis de valores y expectativas fue profunda, íntima, lacerante. El nivel de barbarie alcanzó con el Holocausto unas cotas hasta entonces inconcebibles. Franz Kafka nació en 1883 y murió en 1924, así que le tocó vivir buena parte de aquel periodo. Muchos consideran que han sido sus escritos los que atrapan con mayor lucidez y finura aquella catástrofe, ese cataclismo que mostró la fragilidad de las criaturas humanas frente a la corriente tempestuosa de la historia.
Hace poco se ha publicado en España el primero de los dos volúmenes de sus cartas completas. Este tomo incluye las que escribió entre 1900 y 1914, y la manera tan particular que tenía Kafka de ver las cosas irrumpe enseguida, en la segunda de ellas, de enero de 1901. Es una nota de pésame que le envía a su amigo Paul Kisch por la muerte de un familiar muy cercano y le expresa un deseo poco corriente en esas circunstancias: “Mantener despejada la mirada”, Sabe que no le va a resultar fácil hacerlo, pero le insiste: “Tienes que intentarlo”.
Kafka era un tipo bastante complicado, y sus cartas enseguida te llevan por los extraños pasadizos que frecuentaba su imaginación. Al rato se sintoniza con su sentido del humor y resulta fascinante esa ligereza y facilidad con la que va introduciendo en sus cartas las consideraciones más diabólicas y peregrinas. Buena parte de este primer volumen recoge las que le envió a Felice Bauer, la mujer con la que estuvo prometido y con la que rompió después de una tortuosa relación, y que cuando se publicaron por primera vez mucho después de la muerte de Kafka provocaron en Elias Canetti la incómoda sensación de que profanaba una intimidad que tenía que haber permanecido inviolable, secreta, sellada frente a cualquier extraño. Luego quedó deslumbrado por la capacidad de Kafka para explorar las galerías más oscuras que recorre un hombre cuando ama a una mujer. O quiere amarla o pretende vivir con ella o debe apartarla de su camino.
Kafka, que escribió de manera compulsiva, hizo muy pocas anotaciones sobre la primera conflagración que tuvo una escala mundial. El 2 de agosto de 1914 apuntó en su diario: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. — Por la tarde, Escuela de Natación”. No hay mucho más. Y ese era el mismo hombre que le había recomendado unos años antes a un amigo que lo importante era mantener la mirada despejada. Los grandes asuntos que sacudían la política y la sociedad de su tiempo le interesaban a Kafka de manera secundaria.
Su literatura está sin embargo cada día más viva. El escritor ibicenco Vicente Valero comentó hace unos días en la presentación en Madrid de su última colección de relatos, Duelo de alfiles, que en todos ellos terminaba al final viajando a Kafka, ya fuera de la mano de Benjamin, de Nietzsche, de Rilke. Para comprender algo. Ahora que atravesamos una época enmarañada, las palabras de Kafka siguen ahí como instrumentos indispensables para conservar la mirada despejada. Y así no despistarnos.
(Fuente: El País, 30-11-2018)
LA CUESTIÓN DE LAS LEYES
(LA MURALLA CHINA)
Por lo general nuestras leyes no son conocidas, sino que constituyen un secreto del pequeño grupo aristocrático que nos gobierna. Aunque estamos convencidos de que estas antiguas leyes se cumplen con exactitud, resulta en extremo mortificante el verse regido por leyes para uno desconocidas. No pienso aquí en las diversas posibilidades de interpretación ni en las desventajas de que sólo algunas personas, y no todo el pueblo, puedan participar de su interpretación. Acaso esas desventajas no sean muy grandes. Las leyes son tan antiguas que los siglos han contribuido a su interpretación, pero las licencias posibles sobre la interpretación, aun cuando subsistan todavía, son muy restringidas. Por lo demás la nobleza no tiene evidentemente ningún motivo para dejarse influir en la interpretación por un interés personal en perjudicarnos ya que las leyes fueron establecidas desde sus orígenes por ella misma; la cual se halla fuera de la ley, que, precisamente por eso, parece haberse puesto exclusivamente en sus manos. Esto, naturalmente, encierra una sabiduría —quién duda de la sabiduría .de las antiguas leyes—, pero al propio tiempo nos resulta mortificante, lo cual es probable que sea inevitable.
Por otra parte, estas apariencias de leyes sólo pueden ser en realidad sospechadas. Según la tradición existen y han sido confiadas como secreto a la nobleza; de modo que más que una vieja tradición, digna de crédito por su antigüedad, pues la naturaleza de estas leyes exige también mantener en secreto su existencia. Pero si nosotros, el pueblo, seguimos atentamente la conducta de la nobleza desde los tiempos más remotos y poseemos anotaciones de nuestros antepasados referentes a ello, y las hemos proseguido concienzudamente hasta creer discernir en los hechos múltiples ciertas líneas directrices que permiten sacar conclusiones sobre esta o aquella determinación histórica, y si después de estas deducciones finales cuidadosamente tamizadas y ordenadas procuramos adaptarnos en cierta medida al presente y al futuro, todo aparece ser entonces algo inseguro y quizás un simple juego del entendimiento, pues tal vez esas leyes que aquí tratamos de descifrar no existen. Hay un pequeño partido que sostiene esta opinión y que trata de probar que cuando una ley existe sólo puede rezar: lo que la nobleza hace es ley. Ese partido ve solamente actos arbitrarios en los actos de la nobleza y rechaza la tradición popular, la cual, según su parecer, sólo comporta beneficios casuales e insignificantes, provocando en cambio graves perjuicios al dar al pueblo una seguridad falsa, engañosa y superficial con respecto a los acontecimientos por venir. No puede negarse este daño, pero la gran mayoría de nuestro pueblo ve su razón de ser en el hecho de que la tradición no es ni con mucho suficiente aún, ya que hay todavía mucho que investigar en ella y que, sin duda, su material, por enorme que parezca, es aún demasiado pequeño, por que habrán de transcurrir siglos antes de que se revele como suficiente. Lo confuso de esta visión a los ojos del presente sólo está iluminado por la fe de que habrá de venir el tiempo en que la tradición y su investigación consiguiente resurgirán en cierto modo para poner punto final, que todo será puesto en claro, que la ley sólo pertenecerá al pueblo y la nobleza habrá desaparecido. Esto no lo ha dicho nadie, en modo alguno, con odio hacia la nobleza. Antes bien, debemos odiarnos a nosotros mismos, por no ser dignos aún de tener ley. Y por eso, ese partido, en realidad tan atrayente desde cierto punto de vista y que no cree, en verdad, en ley alguna, no ha aumentado su caudal porque él también reconoce a la nobleza y el derecho a su existencia.
En verdad, esto sólo puede ser expresase con una especie de contradicción: un partido que, junto a la creencia en las leyes, repudiara la nobleza, tendría inmediatamente a todo el pueblo a su lado, pero un partido semejante no puede surgir pues nadie osa repudiar a la nobleza. Vivimos sobre el filo de esta cuchilla. Un escritor lo resumió una vez de la siguiente manera: la única ley, visible y exenta de duda, que nos ha sido impuesta, es la nobleza, ¿y de esta única ley habríamos de privarnos nosotros mismos?
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("De modo que el infierno terrenal que nos ofrece Kafka se inspira a menudo en la invasión... Tales son los monstruos que el sueño pervertido de la razón puede llegar a producir...basta sólo con el miedo a que tal cosa pueda ocurrir... no hay nada más terrible que la mirada ceñuda del Estado cuando sale de su abstracción para fijar amenazadoramente los ojos en algún ciudadano...")
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("Si quieres garantías, cómprate un Volvo. La literatura es otra cosa. Los elegidos entramos a la vez en su vida y en su obra. Es el contagio... las palabras abren las lápidas de la realidad y conducen a una ingravidez tan atemorizadora como liberadora... a sitios en los que no has estado nunca. Hay alegría en Kafka. Kafka es una bienvenida a la oscuridad, una oscuridad donde hay risa y hay terror y hay amor y hay mares y hay castillos...")
("... Ya sabes cómo funciona esto;la gente se atropella en las callesexhibiendo sus tarjetas de créditoy los documentos que aseguran su existencia,con sus sacos roídos y gastados detrás de la nuca...")