"Sobre el silencio se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo mientras el ruido lo llene todo, como sucede... ¿Hay que tenerle miedo al silencio?, sería la pregunta que deberíamos hacernos... La respuesta debería ser no. Al contrario, la conquista del silencio debería ser un objetivo político como el de la calidad del aire o la pureza de nuestros mares y ríos...
“Llego, enciendo la chimenea y me quedo en silencio durante horas sintiendo que mis palabras no están a la altura de mis sentimientos”, escribió el escritor portugués Miguel Torga"
"Las palabras de los profetas están escritas en las paredes del metro... y susurradas en los sonidos del silencio"
ARTE DEL SILENCIO
Dos bellas muestras expositivas, una de libros de ajedrez y otra de pintura, me llevan a pensar en algo tan poco común en los tiempos que corren como necesario para la salud mental de todos: el silencio. Las dos exposiciones de que hablo lo tienen como eje y objetivo hasta el extremo de que las dos han elevado el silencio a sus títulos: Al silencio (la del pintor canario Cristino de Vera en la sede en Madrid de CaixaForum) y Arte del silencio (la de la Biblioteca Nacional sobre el ajedrez), lo que subraya la consideración que para sus organizadores tiene el silencio, no solo en la pintura y en el juego de ajedrez, sino en la creación artística en general. Y, tras esa consideración, la reivindicación que del silencio se debe hacer, según se sugiere, en unos tiempos tan ruidosos como estos que vivimos, especialmente en países en los que el ruido forma parte de la identidad común.
Sobre el silencio se ha escrito mucho y se seguirá escribiendo mientras el ruido lo llene todo, como sucede. Del silencio se ha dicho que es inquietante y balsámico, muestra de sabiduría profunda, pero también signo de ignorancia (“Los ríos más profundos son los más silenciosos”, dijo Curcio; “Mejor es callar y que sospechen tu poca sabiduría a hablar y eliminar cualquier duda sobre ello”, le contradijo Abraham Lincoln), pero en lo que todos los pensadores coinciden es en que forma parte de la vida, pese a que a veces esta no repare en él. En eso pasa como con la muerte, que, siendo el contrapunto de la vida, se la ignora, en este caso por miedo. ¿Hay que tenerle miedo al silencio?, sería la pregunta que deberíamos hacernos en lugar de decir frases ocurrentes, de las que el refranero popular e Internet están llenos, sobre algo que a todos nos desconcierta por poco habitual y nos atrae tanto como nos desasosiega cuando extraordinariamente nos lo encontramos de frente o nos vemos envueltos por él en mitad de la vida.
La respuesta debería ser no. Al contrario, la conquista del silencio debería ser un objetivo político como el de la calidad del aire o la pureza de nuestros mares y ríos. La contaminación acústica que entorpece nuestras conversaciones, no digamos ya nuestro pensamiento, en países como España es cada vez más difícil de soportar, pese a lo cual no parece preocuparles a muchos, a juzgar por los gritos que llenan los establecimientos públicos y los medios de comunicación no escritos. Difícil es —en medio de ese ruido que lo ensordece todo— escuchar a Fellini diciendo que, “si hubiera más silencio, si todos guardáramos un poco de silencio, quizá llegaríamos a entender algo” o al también cineasta Woody Allen afirmar que “Dios es el silencio”, pero más difícil es entender a Miguel Torga, el escritor portugués, cuando escribió en su pueblo de Trás-os-Montes, al que regresaba siempre que podía desde la ciudad: “Llego, enciendo la chimenea y me quedo en silencio durante horas sintiendo que mis palabras no están a la altura de mis sentimientos”. Entregadas al griterío y el ruido (que en muchos bares y restaurantes la televisión o la música contribuyen a amplificar), la mayoría de las personas están lejos hoy de entender siquiera que el silencio es un derecho de todos como el aire y el agua limpios o como cualquiera de los que figuran en la Constitución de cualquier país. Como para entender que el silencio es una forma de conversar con nosotros mismos como la pintura de Cristino de Vera y el ajedrez nos cuentan.
(Fuente: El País, 17-11-2018)
(Fuente: El País, 17-11-2018)
'THE SOUND OF SILENCE', Simon and Garfunkel
LETRA:
Hello darkness, my old friend
I've come to talk with you again
Because a vision softly creeping
Left its seeds while I was sleeping
And the vision that was planted in my brain
Still remains
Within the sound of silence
In restless dreams I walked alone
Narrow streets of cobblestone
'Neath the halo of a street lamp
I turned my collar to the cold and damp
When my eyes were stabbed by the flash of a neon light
That split the night
And touched the sound of silence
And in the naked light I saw
Ten thousand people, maybe more
People talking without speaking
People hearing without listening
People writing songs that voices never share
No one dared
Disturb the sound of silence
"Fools" said I, "You do not know
Silence like a cancer grows
Hear my words that I might teach you
Take my arms that I might reach you"
But my words like silent raindrops fell
And echoed in the wells of silence
And the people bowed and prayed
To the neon god they made
And the sign flashed out its warning
In the words that it was forming
And the sign said, "The words of the prophets
Are written on the subway walls
PROPUESTA DE EXAMEN
(según nuevas directrices)1. Identifique las ideas del texto y exponga esquemáticamente su organización (1,5 puntos).
2. Indique y explique la intención comunicativa del autor (0,5 puntos), y comente dos mecanismos de cohesión distintos que refuercen la coherencia textual (1 punto).
3. ¿Cree usted que en la sociedad actual las personas llegan a tener miedo al silencio? Elabore un discurso argumentativo, entre 150 y 200 palabras, en respuesta a la pregunta, eligiendo el tipo de estructura que considere adecuado (2 puntos).
4a. Identifique y explique las relaciones sintácticas entre las proposiciones del siguiente fragmento: La contaminación acústica que entorpece nuestras conversaciones en países como España es cada vez más difícil de soportar (1,5 puntos).
4b. Explique el significado de las expresiones señaladas en el texto (1 punto).
5a. Exponga brevemente el siguiente tema: El teatro desde 1940 a nuestros días: tendencias [teatro de humor, realista y vanguardista], autores y obras representativos (1 punto).
5b. Comente la visión que de la Universidad española aparece en 'El árbol de la ciencia' (1,5 punto).
'EL ÁRBOL DE LA CIENCIA': DOS FRAGMENTOS DE LA UNIVERSIDAD
1. Desde el suelo hasta cerca del techo se levantaba una gradería de madera muy empinada con una escalera central, lo que daba a la clase el aspecto del gallinero de un teatro.
Los estudiantes llenaron los bancos casi hasta arriba; no estaba aún el catedrático, y como había mucha gente alborotadora entre los alumnos, alguno comenzó a dar golpecitos en el suelo con el bastón; otros muchos le imitaron, y se produjo una furiosa algarabía.
De pronto se abrió una puertecilla del fondo de la tribuna, y apareció un señor viejo, muy empaquetado, seguido de dos ayudantes jóvenes.
Aquella aparición teatral del profesor y de los ayudantes provocó grandes murmullos; alguno de los alumnos más atrevido comenzó a aplaudir, y viendo que el viejo catedrático no sólo no se incomodaba, sino que saludaba como reconocido, aplaudieron aún más.
—Esto es una ridiculez —dijo Hurtado.
—A él no le debe parecer eso —replicó Aracil riéndose—; pero si es tan majadero que le gusta que le aplaudan, le aplaudiremos.
El profesor era un pobre hombre presuntuoso, ridículo. Había estudiado en París y adquirido los gestos y las posturas amaneradas de un francés petulante.
El buen señor comenzó un discurso de salutación a sus alumnos, muy enfático y altisonante, con algunos toques sentimentales: les habló de su maestro Liebig, de su amigo Pasteur, de su camarada Berthelot, de la Ciencia, del microscopio...
Su melena blanca, su bigote engomado, su perilla puntiaguda, que le temblaba al hablar, su voz hueca y solemne le daban el aspecto de un padre severo de drama, y alguno de los estudiantes que encontró este parecido, recitó en voz alta y cavernosa los versos de Don Diego Tenorio cuando entra en la Hostería del Laurel en el drama de Zorrilla:
Que un hombre de mi linaje Descienda a tan ruin mansión.
Los que estaban al lado del recitador irrespetuoso se echaron a reír, y los demás estudiantes miraron al grupo de los alborotadores.
—¿Qué es eso? ¿Qué pasa? —dijo el profesor poniéndose los lentes y acercándose al barandado de la tribuna—. ¿Es que alguno ha perdido la herradura por ahí? Yo suplico a los que están al lado de ese asno que rebuzna con tal perfección que se alejen de él, porque sus coces deben ser mortales de necesidad.
Rieron los estudiantes con gran entusiasmo, el profesor dio por terminada la clase retirándose, haciendo un saludo ceremonioso y los chicos aplaudieron a rabiar.
2. Esa tendencia natural a la mentira, a la ilusión del país pobre que se aísla, contribuía al estancamiento, a la fosilificación de las ideas.
Aquel ambiente de inmovilidad, de falsedad, se reflejaba en las cátedras. Andrés Hurtado pudo comprobarlo al comenzar a estudiar Medicina. Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando.
Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil.
Sobre todo, aquella clase de Química de la antigua capilla del Instituto de San Isidro era escandalosa. El viejo profesor recordaba las conferencias del Instituto de Francia, de célebres químicos, y creía, sin duda, que explicando la obtención del nitrógeno y del cloro estaba haciendo un descubrimiento, y le gustaba que le aplaudieran. Satisfacía su pueril vanidad dejando los experimentos aparatosos para la conclusión de la clase con el fin de retirarse entre aplausos como un prestidigitador.
Los estudiantes le aplaudían, riendo a carcajadas. A veces, en medio de la clase, a alguno de los alumnos se le ocurría marcharse, se levantaba y se iba. Al bajar por la escalera de la gradería los pasos del fugitivo producían gran estrépito, y los demás muchachos sentados llevaban el compás golpeando con los pies y con los bastones.
En la clase se hablaba, se fumaba, se leían novelas, nadie seguía la explicación; alguno llegó a presentarse con una corneta, y cuando el profesor se disponía a echar en un vaso de agua un trozo de potasio, dio dos toques de atención; otro metió un perro vagabundo, y fue un problema echarlo. Había estudiantes descarados que llegaban a las mayores insolencias; gritaban, rebuznaban, interrumpían al profesor...
Andrés Hurtado los primeros días de clase no salía de su asombro. Todo aquello era demasiado absurdo. Él hubiese querido encontrar una disciplina fuerte y al mismo tiempo afectuosa, y se encontraba con una clase grotesca en que los alumnos se burlaban del profesor. Su preparación para la Ciencia no podía ser más desdichada.