"Hoy es 14 de Abril. ¡Viva la República! Pero la nuestra, la tricolor, la antifascista, la que hizo suyos los principios de la Revolución francesa, la defensora del humanismo y la civilización... La que yo canto cada año en este día. La de mi padre, la de mi tío, que murió por ella... La de tantas y tantos que todavía yacen en las cunetas. La de los que tal día como hoy, hace ochenta y siete años, llenaron las calles de España de vida, risas, ilusión y esperanza, hablaran en gallego, en andaluz, en vasco o extremeño. Que no se nos olvide. Mientras haya memoria, hay esperanza"
Proclamación de la II República en la Puerta del Sol de Madrid
LA NUESTRA, LA TRICOLOR
Hoy es 14 de Abril. ¡Viva la República! Pero la nuestra, la tricolor, la antifascista, la que hizo suyos los principios de la Revolución francesa, la defensora del humanismo y la civilización, la que postuló la igualdad entre las personas (lo que implícitamente recogía la igualdad de hombres y mujeres), la del Frente Popular, la que intentó poner el pueblo a salvo de un paradigma que amenazaba la idea misma de condición humana, la de la libertad y los derechos sociales, la que encarnó en el pretérito lo mejor de nuestras tradiciones democráticas, la que opuso su capote de balas a las cornadas contrarrevolucionarias de fascistas y nazis, la que sirvió de ejemplo al mundo entero levantando barricadas de sangre contra la barbarie.
¡Viva la República! La nuestra, la tricolor, no la de la Estelada, la que ahora ondean el conservadurismo catalán y el postmodernismo progre transido de un infantilismo sonrojante. No la del nacionalismo independentista, vestido con hábito republicano ante la imposibilidad de hacer de su territorio condado o, mejor aún, reino, erigiendo monarca a Pujol –Jordi I el Andorrano– y reina consorte a Marta Ferrusola, pilares de una nueva dinastía de evasores.
La derecha conservadora catalana, acompañada de ese “republicanismo” separatista que sólo apuesta en su ideario por la ruptura y fragmentación del Estado, han vestido de república su apuesta política porque otra cosa no podían hacer. Por tanto, república de opereta, creada para tergiversar el término y hacer mofa y befa del concepto, dañando de paso, como hacen con todo lo que tocan, la reivindicación de la llegada de la III República española.
Con su utilización partidista, la desacreditan y la manchan. No son principios republicanos los que dimanan del lugar de nacimiento, sino los que derivan de la justicia social, de la igualdad entre los hombres y los pueblos, y no de la superioridad identitaria de los que “hemos nacido aquí”, los que “somos de una etnia superior”, los que “hemos de aparecer como víctimas de todo lo exterior”, aunque sea mentira. Que no se nos olvide: esta república falsaria del independentismo catalán no ha hecho otra cosa que favorecer a los Borbones y un daño irreparable a la República que los antifascistas españoles tenemos en la cabeza y en el corazón. Y una segunda cuestión digna de recordar: la República, la auténtica, la nuestra, llegará, si es que llega, del músculo de las clases populares, fortalecido por la honradez y la decencia de un pueblo capaz de saltar por encima de las crisis y las imposiciones políticas y económicas que hoy nos encadenan y nos subordinan al imperialismo. Nunca lo hará, como pretenden en Cataluña, a partir de las clases privilegiadas, de la oligarquía arribista y xenófoba, aunque le bailen el agua los desnortados de la CUP y ese infantilismo que quiere hacer pasar por presos políticos –otro abuso de lenguaje– a los facinerosos que han venido malversando dinero público para sus intereses partidistas y a los que han osado chulescamente transgredir las leyes para ahora asombrarse de las consecuencias. No ofendan a los verdaderos presos políticos arrogándose el calificativo. Un respeto. Y no nos ofendan a quienes no estamos de acuerdo con su finalidad secesionista, llamándonos “fachas”. Para el “republicanismo” separatista el mundo se divide en dos categorías: los que están con ellos y los “fachas”. Así, en este reduccionismo, se escribe la dictadura del totalitarismo, pero nunca lo que supone una verdadera República.
La verdadera República. La que yo canto cada año en este día. La de mi padre, la de mi tío, que murió por ella, la de Francisco –Quico–, que fue como mi segundo padre, el que me llevaba de niño a su casa a escuchar Radio Moscú y a aprender a jugar al ajedrez. La de tantas y tantos que todavía yacen en las cunetas. La de los que tal día como hoy, hace ochenta y siete años, llenaron las calles de España de vida, risas, ilusión y esperanza, hablaran en gallego, en andaluz, en vasco o extremeño. Que no se nos olvide. Mientras haya memoria, hay esperanza.
¡¡Viva la República!!
La imagen de toda aquella gente en Sol, Madrid, en la proclamación de la República, inspiró a Vicente Aleixandre el siguiente poema.
EN LA PLAZA
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!