Queda poco para que algún fondo privado de inversión nos cobre por respirar...
"Un juez acaba de autorizar la venta de la plaza del pueblo de San Fernando de Henares al fondo de inversión Pacifica Capital Gestion por 27,5 millones de euros... El mundo está al revés cuando una isla, una playa o una plaza del pueblo están en manos privadas, o cuando las viviendas protegidas terminan en manos de fondos buitres... si es usted un padre o una madre que va a sacar al niño a pasear... cuidado antes de entrar en la plaza. Tal vez alguien le quiera cobrar"
"... Entra en el hervor, en la plaza. Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo" (Vicente Aleixandre)
Plaza de San Fernando de Henares (El País)
LA PLAZA DEL PUEBLO NO SE PRIVATIZA
Grecia está privatizando playas, islas deshabitadas, sedes olímpicas, edificios históricos y campos de golf además de aerpuertos (14 están ya en manos alemanas), el puerto del Pireo (en manos chinas) o la compañía ferroviaria estatal (hoy italiana). El listado de saldos solo crece a medida que se desinflan las pujas y a pesar de que Tsipras ha tenido que hacer de tripas corazón para ampliar sus particulares rebajas del corte inglés.
Esto no es nuevo. Lo que es nuevo es que si creíamos que era un problema ajeno nos habíamos equivocado. Un juez acaba de autorizar la venta de la plaza del pueblo de San Fernando de Henares al fondo de inversión Pacifica Capital Gestion por 27,5 millones de euros. El actual Ayuntamiento (San Fernando Sí Puede) intentaba revertir una situación heredada de 2008, cuando el municipio entonces gobernado por Izquierda Unida constituyó una sociedad mixta público-privada para remodelar el espacio urbano y aportó la plaza para cubrir su participación. La aventura terminó como han terminado estas cosas en tiempos de excesos ¿les suena?: en concurso de acreedores y en un Juzgado de lo Mercantil, que ha dado por buena la titularidad privada de la Plaza de España. Asombroso. Sorprende que el registrador de la propiedad admitiera el cambio de titularidad en su momento como lo admitió, y sorprende la decisión del juez.
El mundo está al revés cuando una isla, una playa o una plaza del pueblo están en manos privadas, o cuando las viviendas protegidas terminan en manos de fondos buitres que en modo alguno desembarcan para un fin distinto al de hacer caja, como ha ocurrido en Madrid.
Los vecinos de una promoción de viviendas protegidas de Torrejón se encontraron este mismo verano con que sus casas ahora pertenecen al fondo Fidere, a pesar de que el Gobierno de la Comunidad de Madrid se había comprometido a frenar una práctica que ha puesto en manos privadas 30.000 de las 31.000 viviendas protegidas de la región. En tiempos de Ana Botella en el Ayuntamiento de la capital, por ejemplo, la Empresa Municipal de la Vivienda vendió mies de pisos protegidos a fondos de inversión para “equilibrar las cuentas”. Los nuevos dueños no han dudado en desahuciar a familias si no cumplen las nuevas condiciones que imponen, como ha recogido un duro informe de la Cámara de Cuentas de Madrid publicado por el Equipo de Investigación de EL PAÍS. Los casos se acumulan en la prensa y en los tribunales y no hablan de números, sino de personas concretas con problemas concretos obligadas a largarse o a afrontar las condiciones de los nuevos dueños.
Así que, atención: si es usted un jubilado en busca de una partida en la plaza, un padre o una madre que va a sacar al niño a pasear o un chaval con ganas de botellón en el banco que cree gratis, cuidado antes de entrar en la plaza. Tal vez alguien le quiera cobrar.
(Fuente: El País, 26-10-2016)
EN LA PLAZA
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo, sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido, llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también
transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!