"Hemos hablado muchas veces acerca del significado, para nosotros dos, de nuestras respectivas casas de infancia: representan el lugar en el que hemos despertado a los sentidos y a la belleza del mundo, el paisaje que nos ha hecho amar la realidad, nuestro hogar más verdadero. Son el vínculo con nuestros padres y con el amor que nos regalaron... de ese amor vivimos siempre"(Carlos Marzal)
"La luz se ha vuelto negra, la tierra
sólo es polvo, llega un viento
muy frío"(Francisco Brines)
"... Que cada cual acepte su condena: yo puedo oler el miedo en cualquier parte"(Carlos Marzal)
sólo es polvo, llega un viento
muy frío"(Francisco Brines)
"... Que cada cual acepte su condena: yo puedo oler el miedo en cualquier parte"(Carlos Marzal)
Francisco Brines
CARTA A FRANCISCO BRINES
Querido Paco: seguro que ahora estás en Elca, la casa familiar que has elevado a territorio mitológico de la literatura, y que para todos nosotros, tus amigos lectores, constituye un faro desde donde irradia la alegría, porque tú vives allí. Basta con que un amigo esté en un lugar cualquiera para que ese lugar se convierta en un ámbito propio, en nuestra casa por cariño interpuesto.
Te escribo desde Serra, la casa, también, en donde paso los veranos. Hemos hablado muchas veces acerca del significado, para nosotros dos, de nuestras respectivas casas de infancia: representan el lugar en el que hemos despertado a los sentidos y a la belleza del mundo, el paisaje que nos ha hecho amar la realidad, nuestro hogar más verdadero. Son el vínculo con nuestros padres y con el amor que nos regalaron. Y, como me dijiste un día, de ese amor vivimos siempre.
El caso es que esta mañana me he puesto a leer en el jardín, otra vez, poemas tuyos. Cuando me encontraba en el inédito Trastorno en la mañana, en los versos que dicen “He leído el poema de un amigo / y se han puesto a cantar todos los pájaros”, los pájaros de Serra, primos hermanos de los pájaros de Elca, también se han puesto a cantar, en el dialecto ornitológico serrano. Los he traducido enseguida, y se ve que nos conocen y que saben que nos alegraríamos de esa coincidencia cantora. Me han entrado ganas de decírtelo por carta.
Cuando un poema nos emociona –tú lo sabes mejor que nadie–, nos produce una inmediata sensación de plenitud, de conformidad con las cosas del mundo, y cuando ese poema que nos emociona es el de un amigo, la conformidad y la plenitud son absolutas. Así me he sentido, Paco, esta mañana: agradecido a mi suerte, agradecido a las palabras, agradecido, sobre todo, a ti y a tus poemas.
Ya sabes que para mí –como para tantos buenos amigos: para Vicente Gallego, para Felipe Benítez, para Luis García Montero, para Fernando Delgado, para José Saborit, para Antonio Cabrera– tu obra y tu persona significan el mejor ejemplo que he conocido de perfecta y natural correspondencia entre la poesía y la vida. En ti hemos aprendido la obediencia mutua que se deben profesar la literatura y el hombre, y que los dos están al servicio de la felicidad y de la búsqueda de un conocimiento sensual de la existencia.
Hace años, después de la muerte de César Simón, estuvimos juntos en un homenaje que se le hizo en Villar del Arzobispo, donde él tenía un refugio perdido en la montaña. Quisimos conocer su retiro, y nos llevaron hasta allí por pistas forestales. Seguro que lo recuerdas. Allá arriba, asomados a la vega, desde la cresta de un roquedal, hicimos memoria de las descripciones queCésar hacía de los amaneceres. Tú te quedaste ensimismado y teorizaste sobre las diferencias sentimentales de la luz. Nada tiene que ver la luz rota del que se acuesta al amanecer, después de trasnochar, con la luz del que se levanta para ver ese amanecer mismo. Yo he visto muchas veces –dijiste– la luz rota.
Pues bien, Paco, esta mañana en Serra la luz estaba entera, palpable, recién salida de su nuevo día. Tu poema cantaba. Cantaban los pájaros de aquí, y les he dicho que se vayan a cantar a Elca, que te lo cuenten todo y que te digan lo mucho que te quiero.
(Fuente: El País Semanal, 23-10-2016)
OTOÑO INGLÉS
No para ver la luz que baja de los cielos,
incierta en estos campos,
sino por ver la luz que, del oscuro centro de la tierra,
a las hojas asciende y las abrasa.
Yo no he salido a ver la luz del cielo
sino la luz que nace de los árboles.
Hoy lo que ven mis ojos
no es un color que a cada instante muda su belleza,
y ahora es antorcha de oro,
voraz incendio, humareda de cobre,
ola apacible de ceniza.
Hoy lo que ven mis ojos
es el profundo cambio de la vida en la muerte.
Este esplendor tranquilo
es el acabamiento digno de una perfecta creación
más si se advierte,
la consunción penosa de los hombres
tan sólo semejantes en su honda soledad,
mas con dolor y sin belleza.
El hombre bien quisiera que su muerte
no careciese de alguna certidumbre,
y así reflejaría en su sonrisa,
como esta tarde el campo,
una tranquila espera.
(Belleza del durmiente
que agita imperceptible el mudo pecho
para alzarse después con mayor vida;
como en la primavera los árboles del campo.)
¿Cómo en la primavera...?
No es lo que veo, entonces, trastorno de la muerte
sino el soñar del árbol, que desnuda,
su frente de hojarasca,
y entra así cristalino en la honda noche
que ha de darle más vida.
Es ley fatal del mundo
que toda vida acabe en podredumbre,
y el árbol morirá, sin ningún esplendor,
ya el rayo, el hacha o la vejez
lo abatan para siempre.
En la fingida muerte que contemplo
todo es belleza:
el estertor cansado de las aves,
la algarabía de unos perros viejos, el agua
de este río que no corre,
mi corazón, más pobre ahora que nunca
pues más ama la vida.
Las rotas alas de la noche caen
sobre este vasto campo de ceniza:
huele a carroña humana.
La luz se ha vuelto negra, la tierra
sólo es polvo, llega un viento
muy frío.
Si fuese muerte verdadera la de este bosque de oro
sólo habría dolor
si un hombre contemplara la caída.
Y he llorado la pérdida del mundo
al sentir en mis hombros, y en las ramas
del bosque duradero,
el peso de una sola oscuridad.
(Fuente: amediavoz.com)
Carlos Marzal
OLOR A MIEDO
Yo puedo oler el miedo en cualquier parte.
Y por saberlo no hay que perder la calma.
No es un hecho asombroso. Es sólo un hecho.
Parece que no hay nada fuera de lo corriente,
y, sin embargo, hay miedo,
hay un rumor obsceno, que es la vida
latiendo por debajo de la vida.
La cuerda del violín se tensa demasiado,
la caldera estallará dentro de unos momentos.
Y todo es como siempre.
La muchacha
baila medio desnuda en mitad de la pista,
y unos tipos babean en la tiniebla espesa.
(Todo en calma. Sin novedad en el frente.
Y el silencio se afila poco a poco.)
Dos novios, embobados,
ella con la cabeza sobre el hombro de él,
escuchan a las sombras hablar en la pantalla:
Arranca y vámonos. Qué mierda de país.
Desde hoy en adelante,
s6lo será mi hogar la carretera.
(No hay nada que objetar. No hay nada que temer .)
Los bañistas
sudan al sol de un verano implacable;
del chiringuito próximo, penosa,
llega la consabida canción de un transistor.
(Y las saetas están a punto de alcanzar su límite,
el agua hirviendo se desborda del mundo,
y aunque nadie lo advierta,
ahora es la vida un hierro al rojo vivo.)
No hay nada que temer, no hay nada que objetar,
todo bajo control y todo en calma,
y, sin embargo,
hay una vida que arde debajo de la vida,
y un clamor insufrible que alimenta el silencio,
y un continuo rumor en mitad de la nada.
Que cada cual acepte su condena:
yo puedo oler el miedo en cualquier parte.
(De 'Los países nocturnos')
(Fuente: amediavoz.com)