"... emoción que... cuando la caída de la conciencia en lo mágico –como apuntaba Jean Paul Sartre en su teoría de las emociones– es tan brutal que trastoca súbita y radicalmente el modo de existencia de la conciencia ejerciendo sobre ella una acción poderosa, provoca un choque emocional que conduce al éxtasis, al conflicto y la perturbación"
ESCLARECER EL TOREO (II)
Continuando con la labor de ubicar el toreo dentro de la cultura, formulemos de partida esta pregunta: ¿tiene el toreo carácter artístico? O dicho de un modo más contundente: ¿es el toreo un arte?
Responder esta cuestión requiere dividirla en tres pasos: 1º) Establecer qué se entiende por Arte. 2º) Concretar cuáles son los medios de los que se vale el toreo y la finalidad que persigue, y 3º) Comprobar por las conclusiones extraídas en los dos apartados anteriores si el toreo queda dentro o fuera de lo que por Arte ha quedado definido. De este modo, buscaremos con la mayor objetividad dejar al toreo situado dentro o fuera del territorio artístico.
Abordemos el primer punto. Desde la antigüedad hasta llegar a las orillas del propio Renacimiento, la palabra “Arte” significaba “destreza”. Una destreza se basa en el conocimiento de unas reglas, por lo que no existía ningún tipo de arte sin reglas. No obstante, con significado tan amplio, pocas cosas acometidas por el hombre quedaban fuera de él. Así, lo mismo podíamos hablar del arte de la guerra, de la navegación, de convencer a un auditorio o de medir un campo, que de pintar un cuadro, tallar la madera, levantar una casa o escribir un poema. Vistos desde esta perspectiva no habría más que hablar: el toreo, el fútbol, las ciencias y los oficios, entre otras cosas, serían artes.
Cuando un concepto es tan amplio, vale para bien poco. De ahí que, a partir del Renacimiento se acometieran una serie de precisiones buscando transformar el concepto de modo que, no sólo estableciera la categoría genérica a la que el arte pertenece, sino que lograra separarlo de lo que son las ciencias, los oficios manuales y todo lo demás. Se inició así un proceso tan lleno de polémicas y dificultades que sólo un historiador podría valorar en su justa medida. Lo que nuestra época heredó de todo este asunto es la definición que establece que el arte es la producción de belleza, y otra suplementaria que sostiene que el arte imita la naturaleza. Como la primera se queda corta para definir todo tipo de arte y la segunda hoy día no es más que un fósil anticuado, la búsqueda de nuevas y mejores definiciones ha continuado no en cuanto a la categoría genérica del arte, sino a encontrar su diferencia específica con todo lo que queda fuera de él.
En referencia al género, el arte pertenece a la materia culta; esto es: es el fruto de la inteligencia; dicho de otro modo: es una actividad humana consciente. Sin embargo, existen muchas actividades humanas que el hombre acomete conscientemente y no son arte. Buscar lo que diferencia el arte de las demás acciones es el objetivo que se imponen las distintas definiciones que surgen después. Unas lo hacen buscando tal diferencia en los rasgos de las propias obras, otras en la intención del artista o en la reacción producida en el receptor. Para no extenderme demasiado –no sin volver a insistir en la dificultad del proceso–, resumiré las seis definiciones fundamentales que trataban de situar el rasgo distintivo del arte. Una sostenía que éste se hallaba en la producción de belleza; otra que en representar, o reproducir, la realidad; ésta que residía en la creación de formas; esa que en la expresión; aquella que en la producción de experiencia estética, y la última, en producir un choque, una impresión profunda, en el receptor. Todas ellas contenían una parte de verdad, pero, dada la tremenda complejidad y extensión de las cosas a las que cabe aplicar el concepto arte, todas adolecían del mismo problema: eran incapaces de abarcar en su enunciado a todo el campo del quehacer artístico. Con lo cual, ninguna servía.
El desánimo que siguió a tan reiterados fracasos dio lugar a que cierta tendencia se abriera paso sosteniendo lo irrealizable de concretar dicha definición y la imposibilidad lógica de establecer cualquier teoría sobre el arte. No obstante, la necesidad de sortear este obstáculo, llevó a seguir persistiendo en el empeño. De este esfuerzo surgió la definición alternativa y más completa que, en su obra “Historia de seis ideas” ofrece el erudito y esteta polaco W. Tatarkiewicz y que es la que utilizaremos en adelante:
“El Arte es una actividad humana consciente capaz de reproducir cosas, construir formas o expresar una experiencia, si el producto de esta reproducción, construcción o expresión puede deleitar, emocionar o producir un choque.”
En consecuencia, una obra de arte se define de la siguiente forma:
“Una obra de arte es la reproducción de cosas, la construcción de formas, o la expresión de un tipo de experiencias que deleiten, emocionen o produzcan un choque.”
Algo será entonces una obra de arte si y solo si se cumple lo anterior; dicho de otro modo: todo lo que lo cumpla será arte y nada que no lo cumpla lo será.
La pregunta inmediata es la siguiente: ¿cumple el toreo lo prescrito por la definición o, por el contrario, no se ajusta a lo que en ella se exige? Veamos.
Que el toreo es una actividad humana consciente no cabe discutirlo, por lo que obviaremos esta parte de la definición y nos centraremos en los medios y la finalidad o finalidades que el toreo utiliza y persigue, respectivamente.
Para la consecución de sus fines, el toreo recurre a la combinación de tres elementos fundamentales: la técnica, el valor y lo que taurinamente llamamos “arte”, pero que en adelante llamaremos “estética” para no utilizar el mismo significante con doble significado. Estos tres elementos aparecen mezclados –incluso disueltos– en distinto grado en cada torero, de forma que ningún diestro pueda carecer de alguno de ellos. ¿Por qué?... Analicémoslo.
De los dos primeros, la cosa es evidente: sin valor es imposible enfrentarse al toro, y sin técnica es imposible torear. Por lo tanto, un mínimo de valor y un mínimo de técnica necesitará poseer quien quiera desempeñar las labores propias del oficio. La estética no es tan evidente que sea imprescindible, sin embargo, en el estadio actual del toreo, sin unas dosis mínimas de estética, aunque sólo sea de apostura, del donaire que da la bizarría, de gallardía, el público echaría de las plazas al torero que adoleciera de tal carencia. Así que, en mayor o menor proporción, cada torero participa necesariamente de esas tres cualidades.
¿Construye el toreo formas?... Sí, las construye y bellísimas, con el cuerpo del torero y el toro, por intermedio de la capa y muleta que el torero maneja. Son formas que están llenas de elegancia, de armonía, de ritmo y configuran un sistema estructurado
Cuando uno de estos elementos sobresale significativamente por encima del resto, sirve para encuadrar a los toreros en distintas clases. Así, si lo que sobrepuja es la técnica, tendremos al torero calificado de técnico; si el valor, al torero valiente, y si la estética, al denominado torero artista. A partir de esta terna de bases y por las distintas combinaciones que se pueden realizar con las mismas, surgirán los distintos prototipos de toreros que pueden verse en los ruedos. Hago hincapié en ello porque, al igual que el arte en general desempeña funciones diferentes, también el toreo surge de diferentes motivos y satisface necesidades diferentes, aunque siempre coincida en pretender satisfacer alguna categoría estética. Por ejemplo, el torero técnico, que deja admirado al público comprendiendo, desentrañando y corrigiendo las complejidades de un toro difícil, hace valer su agudeza; el torero valiente, capaz de arrostrar el peligro hasta el grado de temeridad, entusiasma y conmociona a los espectadores elevando su obra a lo sublime, y el torero artista compone formas que unen la belleza espiritual de sus sentimientos y la belleza visual que cautiva y deleita a quienes lo contemplan.
La técnica del lidiador, el riesgo asumido por el valiente y la belleza transmitida por el torero artista producen en el receptor intensas emociones de distinto orden; de las cuales unas deleitan, otras conmocionan e incluso llegan a impactar como un choque emocional explosivo.
Dicho esto, apliquémosle al toreo la definición de arte anteriormente dada para ver si la cumple. En primer lugar, como actividad humana consciente, satisface el primer supuesto. Sigamos. ¿Construye el toreo formas?... Sí, las construye y bellísimas, con el cuerpo del torero y el toro, por intermedio de la capa y muleta que el torero maneja. Son formas que están llenas de elegancia, de armonía, de ritmo y configuran un sistema estructurado, donde “estructura” viene a ser un antónimo del “estado desordenado” que el toro trae con él. Desde este punto de vista, el toreo viene a ser una burbuja de orden en medio del caos que la agresiva violencia del toro pretende imponer; una fascinante taumaturgia capaz de convertir el régimen turbulento de la fiereza animal en sosegado discurso laminar dictado por la destreza y voluntad del hombre. El toreo huye de la brusquedad, del salvajismo, de la ferocidad, del atropello. No es ruido, es música. Precisamente, por eso el toreo no es una lucha. Se aparta de la rudeza, de la agresión, de la pendencia y se da a incorporar al toro en una danza hermosa y trágica a la vez.
El toreo utiliza un lenguaje de gestos y actitudes. Los suyos son gestos que curvan líricamente líneas rectas (las de las embestidas) para sortearlas, desplegando en su trazo, en su cadencia, en la efimeridad de su milagro, toda una capacidad cultural afinada, como un buen violín, por espacio de siglos. Sin embargo, tales gestos, lejos de quedarse en meros movimientos o figuras que el cuerpo realiza dirigidos exclusivamente a los ojos de los contempladores, constituyen una ventana abierta en el mundo físico que nos permite asomarnos al alma del torero, a ese otro mundo espiritual donde los gestos se han convertido en actitudes que nos hablan de la intención del artista (del torero) al tiempo que en su significación nos narra una experiencia vital que el observador es capaz de captar como estética. Ya tenemos aquí cumplido otro de los elementos de la definición: la expresión de una experiencia.
Sólo nos queda ver lo que esa creación de formas y esa expresión de experiencia produce en los receptores. La respuesta es inmediata: unas veces –imagínense un toro tan claro y dócil al que el torero lleva y trae con tal tranquilidad y soltura que el peligro de cogida y muerte parecen haber desaparecido de la conciencia del espectador–, produce un apacible deleite; otras –cuando el tábano del riesgo zumba inquietante por la plaza dotando de tensión dramática lo que el torero realiza–, una emoción vivísima; emoción que puede concretarse según las ocasiones en euforia, entusiasmo, fascinación, miedo, incredulidad, asombro, angustia, satisfacción, júbilo, etc.; emoción que, en algunos casos extremos, cuando la caída de la conciencia en lo mágico –como apuntaba Jean Paul Sartre en su teoría de las emociones– es tan brutal que trastoca súbita y radicalmente el modo de existencia de la conciencia ejerciendo sobre ella una acción poderosa, provoca un choque emocional que conduce al éxtasis, al conflicto y la perturbación.
Después de lo expuesto, la conclusión no puede ser otra: si el toreo es una actividad humana consciente que construye y crea formas, mediante las que da expresión a una experiencia captada como estética por el espectador, al cual produce deleite, emoción o choque emocional, el toreo cumple con los requisitos de la definición de arte y es, por tanto, un arte en el sentido más estricto del término; más aún: lo supera y trasciende en su radical singularidad, como intentaremos desarrollar en el siguiente artículo.
ARTÍCULOS ANTERIORES:
("... el toreo es un espectáculo tan único, tan distinto a todo lo demás, que se resiste a ser encorsetado en cualquier cuadrícula previamente establecida, sea ésta la que fuere. Por exceso o por defecto, a ninguna se acomoda. Siempre le sobra o le falta algo. Y se me ocurre que, tal vez el fallo esté en tratar de integrarlo en algo distinto a lo que él es, cuando lo procedente sería reconocer su radical singularidad")
EL TOREO SÍ ES CULTURA
("Defensora del toro de lidia, de la ecología y de una manera humanista de concebir el mundo, la cultura taurina debería ser defendida por quienes la atacan al tiempo que se posicionan en contra del pensamiento único de la globalización. Estar a la vez en contra del toreo y a favor de la biodiversidad cultural de los pueblos, es caer en flagrante contradicción")
("... mientras que la agresividad del toro es un concepto biológico regido por la selección natural, la bravura es un concepto taurómaco determinado por la selección cultural aplicada por los ganaderos...es la bravura el rasgo diferenciador –transmitido genéticamente– cuya funcionalidad permite calificar al bovino de lidia como raza")
TOROS Y TAUROMAQUIA: UN DESTINO COMÚN
("El destino del toro de lidia va indisolublemente ligado a la suerte que corra la Tauromaquia. Todo lo que se diga en contra de esta aseveración son ganas de negar la evidencia buscando soslayar una de las contradicciones más incómodas con que tienen que vérselas los abolicionistas del toreo: poner al toro que dicen defender en peligro de extinción")