Lo que más me molesta, no obstante, del enunciado de Podemos es su arrogancia... a desprecio no ya del pueblo bajo... sino de personalidades ilustres como Miguel Hernández, García Lorca, Ernesto Che Guevara, García Márquez, Pablo Picasso o Rafael Alberti, entre otros muchos, que, siendo muchísimo más izquierdistas, comprometidos y progresistas que la mayoría de burguesitos... amaron y defendieron la entraña cultural del toreo con total apasionamiento... Ni un debate ni nada parecido. La tauromaquia desaparece por decreto"
PODEMOS: UNA CASTA DE CENSORES
El mismo domingo en que Podemos votaba sobre los principios éticos, políticos y organizativos que trazarán la línea política a seguir, leía en Público 20 de las propuestas que la formación de Pablo Iglesias presenta como objetivos a llevar a cabo.
Con las 19 primeras estuve de acuerdo y las suscribiría de cabo a rabo –creo que casi todas lo han sido ya a través de mis escritos–, pero al toparme con la última me sentí obligado, sintiéndolo mucho, a posicionarme frontalmente en contra del posible nuevo partido político. La susodicha propuesta decía así:
MEDIOAMBIENTE
20. Prohibición de la tauromaquia y del tráfico de especies exóticas o en peligro de extinción. Regulación de la caza mayor y de especies protegidas.
Ya llama la atención que la prohibición de la Tauromaquia entre en el apartado medioambiental, como si su abolición redundara en defensa del medio ambiente, cuando es radicalmente lo contrario, pues difícilmente podríamos encontrar otra actividad que favoreciera más que el toreo la conservación de ecosistemas en peligro de desaparición, como la dehesa, en los que, además de la cría del toro bravo en régimen extensivo, encuentran un biotopo privilegiado otras especies como el buitre, el corzo, el gamo, el jabalí, etc.
Más correcto hubiese sido alinearla en el epígrafe de Cultura, a la que pertenece hace más de tres siglos y medio y en la que ha tenido especial relevancia a lo largo y ancho de la historia de este país, antes de que su juventud hubiese sido colonizada por las pautas culturales anglosajonas y rematada a través del pensamiento único de la globalización neoliberal (capitalista), que algunos jóvenes dicen combatir. Sin embargo, de hacerlo así, hubiese entrado en colisión con el papanatismo animalista y antitaurino, cuya puerilidad discursiva no ha superado aún la etapa de consignas –“La tortura no es cultura” y otras lindezas–, en la que su desconocimiento taurómaco campa a sus anchas y, claro, Podemos –formación en la que detecto una preocupante tendencia a la avidez por la obtención de votos–, no está en disposición de permitirse ese lujo, bajo la discutible perspectiva de suponer que de ese modo gana más que pierde, sin tener en cuenta los cientos de miles votos que, como el mío, su actitud abolicionista les puede llevar a perder.
Me sorprende también la diferencia de trato que se postula para la Tauromaquia y la caza mayor. La contundencia con que se quiere fulminar la primera –¿no se trasluce tras ella la semilla del odio?– y la regulación que se pretende hacer de la segunda. Claro que si nos detenemos a pensar un momento, veríamos que regular la tauromaquia carece de sentido, pues lleva siglos ateniéndose a sucesivos reglamentos, sancionados por los gobiernos competentes, que la han venido regularizando hasta el mínimo detalle. En cuanto a lo referente a las especies protegidas tampoco tendría sentido aplicárselas al toro de lidia, ya que nunca gozaría de una mayor protección que la que le brinda la propia tauromaquia. Repárese en que el sacrificio en la plaza de un cinco por ciento de individuos –que es el máximo que ha llegado a lidiarse anualmente a lo largo de la historia con datos conocidos–, garantiza la vida y la continuidad del 95% de congéneres, en un régimen de existencia cuya calidad los hace privilegiados en relación a cualquier otra especie. Ateniéndonos a este hecho contrastable y que no ofrece la menor duda –basta indagar un poco en los diversos controles sanitarios, censatarios, alimenticios y legales a que están sometidas las reses de lidia–, Podemos tendría que tomar en cuenta el peligro que supondría para la supervivencia del toro de lidia que la tauromaquia fuera abolida, aunque también podría ocurrir, como ya ha manifestado algún que otro fanático animalista, que prefiriera la extinción del toro a “verlo” –no sé cómo si no van a las corridas– sufrir en la plaza. (Espero que el antihumanismo animalista no aplique esta misma fórmula a la pobreza y no pretenda eliminar a los pobres para no verlos sufrir en la indigencia.)
Lo que más me molesta, no obstante, del enunciado de Podemos es su arrogancia. La altanería de quienes se creen con el derecho de borrar de un plumazo un espectáculo de siglos, al que ni siquiera conocen mínimamente, a desprecio no ya del pueblo bajo, de la chusma, del populacho aficionado, al que dicen defender, pero no en este caso, sino de personalidades ilustres como Miguel Hernández, García Lorca, Ernesto Che Guevara, García Márquez, Pablo Picasso o Rafael Alberti, entre otros muchos, que, siendo muchísimo más izquierdistas, comprometidos y progresistas que la mayoría de burguesitos que pululan en el esnobismo animalista al uso, amaron y defendieron la entraña cultural del toreo con total apasionamiento. Un poco de respeto, al menos para ellos, por favor.
Ese respeto que pido se traduce por preguntarse al menos qué tiene el toreo para que apasione a gentes tan distintas y haya inspirado tantos objetos culturales. Respeto es tratar de entender, no el condenar sin conocer. Pero Podemos actúa en ese aspecto con el mismo autoritarismo de un dictador o un mandarín. Ni un debate ni nada parecido. La tauromaquia desaparece por decreto. Lo que no lograron papas, reyes, invasores, etc., aspira a hacerlo Podemos en un visto y no visto. Porque lo dicen ellos, los de Podemos, la nueva “casta” que decide lo que se puede ver y lo que no. Los brahmanes ilustrados de “todo para el pueblo, pero sin el pueblo… taurino”. Los que abominan de la censura, menos cuando son ellos los censores, como en este caso pretenden serlo del toreo.
Mal asunto. Tengo ya muchos años y he visto demasiadas cosas como para desconfiar de quienes irrumpen en la política con esa prepotencia, pasando sin despeinarse por encima de los sentimientos, la profesión, el modo de vida y la cultura de mucha gente que, por más que ladre el fanatismo, nada tienen de psicópatas ni son inferiores en nada a los que han emprendido esta censura y se han propuesto su objetivo abolicionista. Además, lo sueltan así como si tal cosa, cuando tengo casi la certeza de que, enfrascados como están en asuntos muchísimo más trascendentes para ellos y para la vida del país, no le habrán dedicado el mínimo debate. Como todos bogan a favor de corriente, se aprueba por unanimidad. ¡Ea!
Así no se hacen las cosas. Y dejándose guiar por los descerebrados del perrito “Excalibur”, menos. Me da rabia también porque la llegada de Podemos me parecía ilusionante, sobre todo por el aire de honradez que desprendía su discurso, pero me temo que van a ser otro intento fallido para salir del pozo de desfachatez política y opresión donde estamos metidos. Con la honradez no basta, se requiere además mucha más seriedad, inteligencia y sensibilidad para tratar cualquier tipo de asuntos desde una tribuna con pretensiones de gobierno; incluida esta cuestión del toreo, cuya historia social y profundo calado en el acervo cultural y sentimental de muchos españoles, revela su delicada naturaleza y el tacto con que debería ser tratada.
Como no quiero caer en los mismos errores de Podemos, me emplazo desde esta tribuna para desarrollar y explicar en sucesivos artículos los puntos más importantes que han quedado esbozados en este escrito. Mi postura sí ha quedado clara: No rotundo a la prohibición de la Tauromaquia. En coherencia, me pongo en contra de Podemos, quien, por culpa de sus socios animalistas, se ha metido en un avispero del que le va a costar trabajo salir. Y lo podía haber evitado sin ningún problema. Ahora, la rectificación comienza a ser tardía, aunque aún está a tiempo. Si conocieran un mínimo de historia del toreo, se darían cuenta de lo difícil que les va a resultar erradicar la Tauromaquia de esta vieja y sabia Piel de Toro. Otros más poderosos lo intentaron y no lo consiguieron. De hecho, aquí estamos todavía… Y aquí seguiremos. Con Podemos o sin él.
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("Conozco a muchos comunistas, anarquistas, del 15-M, a muchos “rojos” y a gentes progresistas y liberales en el mejor sentido de la palabra, que son aficionados y amantes del arte taurino... desde la concepción neoliberal globalizadora, los objetos y manifestaciones culturales son meras mercancías... motivo añadido para que la cultura siga acentuando su secular horror vacui ...el vacío dejado por la cultura cesante es ocupado de inmediato por la que viene a sustituirla y a apropiarse de su mercado... la prohibición de la tauromaquia motivaría la desaparición de 190.000 reses, pérdida a la que habría que sumar unas 380.000 hectáreas de dehesa dedicadas hoy al toro bravo; terreno ecológico que sería reconvertido...")