Para Juan Carlos Rodríguez
"En aquel París, un joven letraherido insolvente podía vivir con muy poco dinero, y disfrutar de una solidaridad amistosa y hospitalaria de la gente nativa, algo inconcebible en la Europa crispada, desconfiada y xenófoba de nuestros días. Había una picaresca de la supervivencia que... permitía a millares de jóvenes extranjeros comer por lo menos una vez al día y dormir bajo techo"
'Barrio Latino', de Tito Lucaveche (1)
NOSTALGIA DE PARÍS
Cada vez que vengo a París siento una curiosa sensación, hecha de reminiscencias y nostalgia. Los recuerdos, que fluyen como una torrentera, van sustituyendo continuamente la ciudad real y actual por la que fue y solo existe ya en mi memoria, como mi juventud. He vivido en muchos lugares y con ningún otro me ocurre nada parecido. Tal vez porque con ninguna ciudad soñé tanto de niño, atizado por las lecturas de Julio Verne, de Alejandro Dumas y de Victor Hugo, y a ninguna otra quise tanto llegar y echar allí raíces, convencido como estaba, de adolescente, que solo viviendo en París llegaría a ser algún día un escritor.
Era una gran ingenuidad, por supuesto, y sin embargo, de algún modo, resultó cierto. En una buhardilla del Wetter Hotel, en el Barrio Latino, terminé mi primera novela y en los casi siete años que viví en París publiqué mis primeros tres libros y empecé a sentirme y funcionar en la vida ni más ni menos que como un escribidor. En el París de fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta vivían todavía Sartre, Mauriac, Malraux, Camus, y un día descubrí a André Breton, de saco y corbata, comprando pescado en el mercadito de la rue de Buci. Una tarde, en la Biblioteca Nacional de entonces, junto a la Bolsa, tuve de vecina a una Simone de Beauvoir que no apartaba un instante la vista de la montaña de libros en la que estaba medio enterrada. Eran los años del teatro del absurdo, de Beckett, Ionesco y Adamov, y a éste y sus ojos enloquecidos se lo veía todas las tardes escribiendo furiosamente en la terraza del Mabillon.
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La ducha en el hotel costaba 100 francos de entonces —uno de ahora—, exactamente lo mismo que un almuerzo en el restaurante universitario y que una entrada a la Comédie-Française en las matinés de los jueves, dedicadas a los escolares. Los debates y mesas redondas de la Mutualité eran gratis y yo no me perdía ninguno. Allí vi una noche la más inteligente, elegante y hechicera confrontación política que he presenciado en mi vida, entre el primer ministro de De Gaulle, Michel Debré, y el líder de la oposición, Pierre Mendès-France. Me parecía imposible que quienes se movían con esa desenvoltura en el mundo de las ideas y de la cultura fueran solo políticos. Ahora las películas de la Nouvelle Vague no parecen tan importantes, pero en esos años teníamos la idea de que François Truffaut, Jean-Luc Godard, Alain Resnais y Louis Malle y su órgano teórico, Cahiers du Cinéma, estaban revolucionando el séptimo arte.
Pero, tal vez, si tengo que elegir el más vivo y fulgurante de mis recuerdos de esos años, sería el de los de los discursos de André Malraux. Siempre he creído que fue un grandísimo escritor y que La condición humana es una de las obras maestras del siglo veinte (el menosprecio literario de que ha sido víctima se debe exclusivamente a los prejuicios de una izquierda sectaria que nunca le perdonó su gaullismo). Era también un orador fuera de serie, capaz de inventar un país fabuloso en pocas frases, como lo vi hacer respondiendo, en una ceremonia callejera, al Presidente Prado, del Perú, en visita oficial a Francia: habló de un “país donde las princesas incas morían en las nieves de los Andes con sus papagayos bajo el brazo”. Nunca olvidaré la noche en que, en un Barrio Latino a oscuras, iluminado solo por las antorchas de los sobrevivientes de los campos nazis de exterminio, evocó al mítico Jean Moulin, cuyas cenizas se depositaban en el Panthéon. Entre los propios periodistas que me rodeaban había algunos que no podían contener las lágrimas. O su homenaje a Le Corbusier, con motivo de su fallecimiento, en el patio del Louvre, enumerando sus obras principales, de la India a Brasil, como si fueran un poema. Y el discurso con el que abrió la campaña electoral, luego de la renuncia de De Gaulle a la presidencia, con esa frase profética: “Qué extraña época, dirán de la nuestra, los historiadores del futuro, en que la derecha no era la derecha, la izquierda no era la izquierda, y el centro no estaba en el medio”.
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'Interior de Les Halles', de Max Berthelin
En aquel París, un joven letraherido insolvente podía vivir con muy poco dinero, y disfrutar de una solidaridad amistosa y hospitalaria de la gente nativa, algo inconcebible en la Europa crispada, desconfiada y xenófoba de nuestros días. Había una picaresca de la supervivencia que, con la ayuda de la Unión Nacional de Estudiantes de Francia, permitía a millares de jóvenes extranjeros comer por lo menos una vez al día y dormir bajo techo, recogiendo periódicos, descargando costales de verduras en Les Halles, cuidando inválidos, lavando y leyendo a ciegos o —los trabajitos mejor pagados— haciendo de extra en las películas que se rodaban en los estudios de Gennevilliers. En uno de los momentos más difíciles de mi primera época en París yo tuve la suerte de que el locutor que narraba en español Les Actualités Françaises perdiera la voz y me tocara reemplazarlo.
París fue siempre una ciudad de librerías y, aunque las estadísticas digan lo contrario y aseguren que se cierran a la misma velocidad que se cierran los viejos bistrots, la verdad es que sigue siéndolo, por lo menos por los alrededores de la Place Saint Sulpice y el Luxemburgo, el barrio donde vivo y donde ayer, en un paseo de menos de una hora, conté, entre nuevas y viejas, más de una veintena. Claro que ninguna de ellas tiene, para mí, el atractivo sentimental de La Joie de Lire, de François Maspero, de la rue Saint Severin, donde, el mismo día que llegué a París, en el verano del año 58, compré el ejemplar de Madame Bovary que cambiaría mi vida. Esa librería, situada en el corazón del Barrio Latino, era la mejor provista de novedades culturales y políticas, la más actual y también la más militante en cuestiones revolucionarias y tercermundistas, razón por la cual los fascistas de la OAS le pusieron una bomba. Todavía recuerdo aquella vez, años más tarde de los que estoy evocando, en que llegué a París, corrí a la La Joie de Lire y descubrí que la había reemplazado una agencia de viajes. Probablemente fue allí cuando sentí por primera vez que el esplendoroso tiempo de mi juventud había comenzado a desaparecer. La muerte de esta maravillosa librería fue, me dicen, obra de los robos. Maspero había hecho saber que no denunciaría a los ladrones a la policía, a ver si con este argumento moral aquellos disminuían. Parece que más bien se multiplicaron, hasta quebrarla. Indicio claro de que París empezaba a modernizarse.
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Algo no ha cambiado, sin embargo; sigue allí, intacta, idéntica a mis recuerdos de hace cincuenta y tantos años: Notre Dame. Yo vivía en París cuando, luego de tempestuosas discusiones, la idea de Malraux, ministro de Cultura, de “limpiar” los viejos monumentos prevaleció. Liberada de la mugre con que los siglos la habían ido recubriendo, apareció entonces, radiante, perfecta, milagrosa, eterna y nuevecita, con sus mil y una maravillas, refulgiendo en el sol, misteriosa entre la niebla, profunda en las noches, fresca y como recién bañada en las aguas del Sena en los amaneceres. Desde que era joven me hacía bien ir a dar un paseo alrededor de Notre Dame cuando tenía un amago de desmoralización, una parálisis en el trabajo, necesidad de una inyección de entusiasmo. Nunca me falló y la receta me sigue funcionando todavía. Contemplar Notre Dame, por dentro y por afuera, por delante, por detrás o por los costados, sigue siendo una experiencia exaltante, que me disipa los malos humores y me devuelve el amor a las gentes y a los libros, las ganas de ponerme a trabajar, y me recuerda que, pese a todo, París es todavía París.
(Fuente: El País, 19-10-2014)“Quien ha tenido la suerte de vivir en ella cuando es joven, luego París le lleva vaya donde vaya el resto de su vida”
(Enrique Vila-Matas, 'París no se acaba nunca')
LETRA:
Des milliers des milliers et des milliers d'années
Ne sauraient suffire pour dire
La petite seconde d'éternité
Où tu m'as embrassé
Où je t'ai embrassée
Un matin dans le lumière de l'hiver
Au parc Montsouris
À Paris
À Paris sur la Terre
La Terre qui est un astre
À Paris
Quand un amour fleurit
Ça fait pendant des semaines
Deux coeurs qui se sourient
Tout ça parce qu'ils s'aiment
À Paris
Au printemps
Sur les toits les girouettes
Tournent et font les coquettes
Avec le premier vent
Qui passe indifférent
Nonchalant
Car le vent
Quand il vient à Paris
N'a plus qu'un seul soucis
C'est d'aller musarder
Dans tous les beaux quartiers
De Paris
Le soleil
Qui est son vieux copain
Est aussi de la fête
Et comme deux collégiens
Ils s'en vont en goguette
Dans Paris
Et la main dans la main
Ils vont sans se frapper
Regardant en chemin
Si Paris a changé
Y'a toujours
Des taxis en maraude
Qui vous chargent en fraude
Avant le stationnement
Où y'a encore l'agent
Des taxis
Au café
On voit n'importe qui
Qui boit n'importe quoi
Qui parle avec ses mains
Qu'est là depuis le matin
Au café
Y'a la Seine
A n'importe quelle heure
Elle a ses visiteurs
Qui la regardent dans les yeux
Ce sont ses amoureux
À la Seine
Et y'a ceux
Ceux qui ont fait leur nids
Près du lit de la Seine
Et qui se lavent à midi
Tous les jours de la semaine
Dans la Seine
Et les autres
Ceux qui en ont assez
Parce qu'ils en ont vu de trop
Et qui veulent oublier
Alors y se jettent à l'eau
Mais la Seine
Elle préfère
Voir les jolis bateaux
Se promener sur elle
Et au fil de son eau
Jouer aux caravelles
Sur la Seine
Les ennuis
Y'en a pas qu'à Paris
Y'en a dans le monde entier
Oui mais dans le monde entier
Y'a pas partout Paris
Voilà l'ennui
À Paris
Au quatorze juillet
À la lueur des lampions
On danse sans arrêt
Au son de l'accordéon
Dans les rues
Depuis qu'à Paris
On a pris la Bastille
Dans chaque faubourg
Et à chaque carrefour
Il y a des gars
Et il y a des filles
Qui sur les pavés
Sans arrêt nuit et jour
Font des tours et des tours
À Paris
Ahora, voy a contaros
como también yo estuve en París, y fui dichoso
Era en los buenos años de mi juventud,
los años de abundancia
del corazón, cuando dejar atrás padres y patria
es sentirse más libre para siempre, y fue
en verano, aquel verano
de la huelga y las primeras canciones de Brassens,
y de la hermosa historia
de casi amor.
Aún vive en mi memoria aquella noche,
recién llegado. Todavía contemplo,
bajo el Pont de Saint Michel, de la mano, en silencio,
la gran luna de agosto suspensa entre las torres
de Notre Dame, y azul
de un imposible el río tantas veces soñado
-It's too romantic, como tú dijiste
al retirar los labios.
¿En qué sitio perdido
de tu país, en qué rincón de Norteamérica
y en el cuarto de quién, a las horas más feas,
cuando sueñes morir no te importa en que brazos,
te llegará, lo mismo
que ahora a mí me llega, ese calor de gentes
la luz de aquel cielo rumoroso
tranquilo, sobre el Sena?
Como sueño vivido hace ya mucho tiempo,
como aquella canción
de entonces, así vuelve al corazón,
en un instante, en una intensidad, la historia
de nuestro amor,
confundiendo los días y sus noches,
los momentos felices,
los reproches
y aquel viaje- camino de la cama-
en un vagón de Metro Étoile Nation.
como también yo estuve en París, y fui dichoso
Era en los buenos años de mi juventud,
los años de abundancia
del corazón, cuando dejar atrás padres y patria
es sentirse más libre para siempre, y fue
en verano, aquel verano
de la huelga y las primeras canciones de Brassens,
y de la hermosa historia
de casi amor.
Aún vive en mi memoria aquella noche,
recién llegado. Todavía contemplo,
bajo el Pont de Saint Michel, de la mano, en silencio,
la gran luna de agosto suspensa entre las torres
de Notre Dame, y azul
de un imposible el río tantas veces soñado
-It's too romantic, como tú dijiste
al retirar los labios.
¿En qué sitio perdido
de tu país, en qué rincón de Norteamérica
y en el cuarto de quién, a las horas más feas,
cuando sueñes morir no te importa en que brazos,
te llegará, lo mismo
que ahora a mí me llega, ese calor de gentes
la luz de aquel cielo rumoroso
tranquilo, sobre el Sena?
Como sueño vivido hace ya mucho tiempo,
como aquella canción
de entonces, así vuelve al corazón,
en un instante, en una intensidad, la historia
de nuestro amor,
confundiendo los días y sus noches,
los momentos felices,
los reproches
y aquel viaje- camino de la cama-
en un vagón de Metro Étoile Nation.
LETRA:
Sous le ciel de Paris s'envol' une chanson
Ell' est née aujourd'hui dans le cœur d'un garçon
Sous le ciel de Paris marchent des amoureux
Leur bonheur se construit sur un air fait pour eux
Sous le pont de Bercy un philosoph' assis
Deux musiciens, quelques badauds, puis les gens par milliers
Sous le ciel de Paris jusqu'au soir vont chanter
L'hymne d'un peuple épris de sa vieille Cité
Près de Notre-Dame parfois couv' un drame
Oui, mais à Paname tout peut s'arranger
Quelques rayons du ciel d'été, l'accordéon d'un marinier
L'espoir fleurit au ciel de Paris
Sous le ciel de Paris coul' un fleuve joyeux
Il endort dans la nuit les clochards et les gueux
Sous le ciel de Paris les oiseaux du Bon Dieu
Viennent du mond' entier pour bavarder entr' eux
Et le ciel de Paris a son secret pour lui
Depuis vingt siècles il est épris de notre île Saint-Louis
Quand elle lui sourit il met son habit bleu
Quand il pleut sur Paris, c'est qu'il est malheureux
Quand il est trop jaloux de ses millions d'amants
Il fait gronder sur eux son tonnerr'éclatant
Mais le ciel de Paris n'est pas longtemps cruel
Pour se fair' pardonner il offr' un arc-en-ciel
Ell' est née aujourd'hui dans le cœur d'un garçon
Sous le ciel de Paris marchent des amoureux
Leur bonheur se construit sur un air fait pour eux
Sous le pont de Bercy un philosoph' assis
Deux musiciens, quelques badauds, puis les gens par milliers
Sous le ciel de Paris jusqu'au soir vont chanter
L'hymne d'un peuple épris de sa vieille Cité
Près de Notre-Dame parfois couv' un drame
Oui, mais à Paname tout peut s'arranger
Quelques rayons du ciel d'été, l'accordéon d'un marinier
L'espoir fleurit au ciel de Paris
Sous le ciel de Paris coul' un fleuve joyeux
Il endort dans la nuit les clochards et les gueux
Sous le ciel de Paris les oiseaux du Bon Dieu
Viennent du mond' entier pour bavarder entr' eux
Et le ciel de Paris a son secret pour lui
Depuis vingt siècles il est épris de notre île Saint-Louis
Quand elle lui sourit il met son habit bleu
Quand il pleut sur Paris, c'est qu'il est malheureux
Quand il est trop jaloux de ses millions d'amants
Il fait gronder sur eux son tonnerr'éclatant
Mais le ciel de Paris n'est pas longtemps cruel
Pour se fair' pardonner il offr' un arc-en-ciel