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'VERGÜENZA', por Luis Enrique Ibáñez

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Siento vergüenza de vivir a este lado de la valla... Vergüenza de ser asquerosamente europeo, vergüenza de no ser nada, de no hacer nada, de poder ver esas imágenes y después, tranquilamente, seguir con mi vida...

Los ciudadanos españoles que no consideran tan graves estos hechos no se dan cuenta de algún día, esos mismos actos serán cometido con ellos. Y cuando ellos sean los vejados, ya no tendrán nada que decir... La peor valla es la que se ha instalado en nuestro interior"




VERGÜENZA

Siento vergüenza de vivir a este lado de la valla, sí, vergüenza de ser español, ¿eso qué significa?. Vergüenza de ser asquerosamente europeo, vergüenza de no ser nada, de no hacer nada, de poder ver esas imágenes y después, tranquilamente, seguir con mi vida.

Cuando Carlos García Gual, en un congreso sobre "Leer a los clásicos", nos contó, como si fuera nuestro abuelo bonachón, las aventuras de Ulises, hacía hincapié, constantemente, en que una de las características más significativas que impregnaba amable todo el relato era la hospitalidad. La hospitalidad que siempre recibía risueña a Ulises cada vez que llegaba a un territorio extraño. De vez en cuando, el catedrático de Filología Clásica en la Complutense, interrumpía su alucinante historia y nos contaba alguna anécdota real, de ahora. Una de ellas se la regaló un amigo suyo, inmigrante en este amnésico y terrible país. Su amigo le dijo: "Europa ya no es Europa. No se da cuenta de que yo soy Ulises".

Cuando uno visiona varias veces (sí, varias veces, para que nuestro cerebro despierte, y nuestro estómago grite) esas imágenes en las que varios agentes de la Guardia Civil golpean a un ser humano que está encaramado en la valla, hasta hacerlo caer, y luego, como si fuera una res herida, lo transportan de modo tan natural al otro lado, al vacío, cuando uno las ve, las palabras huyen de nuestro lado, tienen miedo de nosotros, de nuestra quietud. ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Qué asco. Lleva razón Juan José Millás, nos faltan las palabras. Soportamos cabizbajos un déficit léxico que nos hace imposible buscar los sonidos que nombren tanta barbarie.

Porque ni la palabra "asco", ni la palabra "barbarie" nos sirven ya para referirnos, con alguna decencia, a todo lo que está ocurriendo.

Cuando le preguntaban a José Hierro que cómo se planteaba su quehacer poético, el hecho de la escritura, él siempre contestaba que lo único que hacía era luchar con las palabras, buscarlas porque no las encontraba, no hallaba las palabras que necesitaba para expresar lo que sentía... "lo que intento expresar no es tristeza, es otra palabra, pero no existe... o yo no la encuentro". Añadía que ese combate, esa búsqueda eterna, constituía una verdadera tortura para él.

Y ahora, ¿qué palabras tenemos? Ya no nos quedan. Cuando lo siniestro se instala cómodo en nuestra amarga cotidianidad, el lenguaje enmudece,  y la indiferencia se corona como indiscutible reina de todos nosotros. Y es entonces cuando nos levantamos y cruzamos los días pensando en ella, viviendo por y para ella, muertos.

Nosotros sin palabras, sin nada, pero, ¿y esos agentes de la Guardia Civil, de qué hablaban mientras golpeaban a su hermano? A lo peor le decían, mientras lo herían más, y no sólo en su cuerpo, "perdónanos, nosotros sólo obedecemos, no tenemos más remedio que tratarte como un animal, peor que si fueras un perro, son órdenes, lo sentimos". O peor aún, puede que mientras lo machacaban, a él y a nuestra conciencia, se fueran animando, y los golpes fueran acompañados de insultos y burlas, ¿adónde crees que vas, negrata de mierda? O, tal vez, no se dirigían a él, para qué, si no es humano, tal vez hablaban de lo que iban a hacer esa tarde, si quedaban a la misma hora para la partida... ¿Con qué tapa se tomaron la caña después de cumplir con su deber? ¿Fueron felicitados por sus superiores por su eficaz labor, por su encomiable entrega al trabajo? ¿Hablaron con sus hijos esa tarde sobre las tareas del colegio? ¿Les dijeron que tenían que ser buenos, que debían respetar a todo el mundo, o les hablaron de monstruos y demonios que venían del otro lado y querían comérselos?

¿Sigue el ministro de Interior, Fernández Díaz, rezándole a Santa Teresa? ¿Qué opina Santa Teresa de las órdenes que este insoportable sujeto manda ejecutar? Los ciudadanos españoles que no consideran tan graves estos hechos no se dan cuenta de algún día, esos mismos actos serán cometido con ellos. Y cuando ellos sean los vejados, ya no tendrán nada que decir.

Señor devoto Fernández Díaz, ¿ha comentado ya con Santa Teresa la nueva Ley Seguridad Ciudadana, parida por usted, y que va a servir para molernos a palos, para multarnos, para encarcelarnos, cuando decidamos protestar por tanta injusticia? ¿Suele usted confesarse?

De todas formas, hablaremos de esto dos o tres días. Luego, como si nada, pasaremos a otra cosa. ¿Qué pasó en Lampedusa? ¿Cómo fue eso de las balas de goma en la playa de Ceuta? ¿Cuántos disparos se hicieron? ¿Cuántas personas murieron ¿Qué ha pasado con los responsables?

Déjame ya, que va empezar Sálvame. Y, además, ya está aquí el clásico, el Real Madrid-Barcelona, qué importa lo demás.

La peor valla es la que se ha instalado en nuestro interior, esa que nos separa de nosotros mismos, haciéndonos perder nuestra condición de seres humanos. Una valla que ni siquiera necesita policías que la vigilen, ya se encarga de ello nuestra indolente pasividad, nuestro miserable egoísmo, nuestro eterno vaciamiento. Y es que, antes de la llegada del ébola, ya habitaba aquí, entre nosotros, otro virus mucho más mortal, el virus de nuestra callada complicidad con el Mal. Querer creer que, al menos nosotros, estamos a salvo en mitad de la tormenta. No darnos cuenta de que nosotros somos la tormenta, y morimos en ella. Cuando observen las imágenes, no se pierdan el siniestro contraste que supone ver a un grupo de personas, de este lado del mundo, practicar ejercicio físico, como si nada estuviera pasando, allí, en el centro de la pesadilla (min. 4:06). Van a por otros, no van a por mí, pensarán. No saben lo equivocados que están.

Hoy, en clase de tutoría, iba a realizar con mis alumnos algunas actividades sobre la ética en la vida cotidiana, sobre la convivencia... qué estupidez. No voy a hacer esas actividades. Voy a guardar silencio, y poner, una y otra vez, el siguiente vídeo, hasta que suene el timbre.

Que hablen las imágenes, que callen las palabras... ya no sirven para nada.





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CUCHILLAS EN LA FRONTERA

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("Pero nuestra curiosa vergüenza es pasajera y apenas de tanto en tanto oímos los gritos de dolor. Cuando se apacigüe esta tragedia se apaciguará también nuestra conciencia, a la espera de otra nueva que nos impulse, otra vez, a indagar en la neblinosa cadena de las responsabilidades... ... nos decimos, tranquilizadoramente, que nada podemos hacer. Mientras se oye el grito de los que vindican justicia, la cadena de responsabilidades no tiene fin.")




(En estos países, el hombre que se atreve a vivir sin un techo ha de ser detenido y condenado, para que no desencadene el fin del mundo. Y no son los únicos. Hay un montón de países donde no tener una casa donde vivir y carecer de recursos económicos es un delito. Casualmente son los mismos donde un ladrón de guante blanco no es un delincuente”)

EL MENSAJE, por Juan José Millás / 'VENDRÁ LA MUERTE Y TENDRÁ TUS OJOS'

("A lo mejor resulta que nos conmueve más un grito de socorro escrito en un papel que salido de la propia garganta del desventurado... ... ¿Qué diríamos de alguien que frente a una catástrofe natural se pusiera a legislar la catástrofe en vez de acudir en ayuda de los damnificados? Pues eso es lo que están haciendo los políticos")







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