"Se fue, pero dejó un paisaje desolado con millones de damnificados bajo su imperio de opresión e injusticia...
En su día, el Tribunal Supremo, en referencia al caso de “cesiones de crédito”, por el que tenía que haber ingresado en prisión, dijo de él que “su actuación transgrede la ética y repugna socialmente”. No pasó nada... Para eso era el jefe... Ojalá Emilio Botín fuera el último de su calaña; pero eso, además de un deseo, no deja de ser una utopía"
UN DEPREDADOR MENOS
Ha muerto Emilio botín. Ha muerto un enemigo del pueblo. Un adversario de la Democracia real. Uno de los oligarcas más poderosos del país, si no el que más. Un ser insaciable de poder y dinero. Una persona que extravió los escrúpulos –él sabrá tras qué esquina de la vida– y se dedicó a engañar, a corromper, a estafar, a transgredir cualquier código ético para satisfacer sus ansias de poderío, sin importarle en absoluto el daño que sembraba a su paso.
Fue un mandarín de las finanzas. El típico lobo para el hombre y, tal vez, el titiritero principal de esta España empobrecida y desesperanzada para que él y otros como él pudieran acopiar riquezas y privilegios. Con férrea mano manejó a su antojo todas las marionetas de la política: las que ponen la cara para que se la partan, las que acceden a ser candidatos en las elecciones y llegan, en el mejor de los casos, hasta ocupar el cargo de presidente del Gobierno, sin que, en el gobierno real de la nación, pasen de ser capataces distinguidos de personajes como este Botín que ya no está entre nosotros.
Se fue, pero dejó un paisaje desolado con millones de damnificados bajo su imperio de opresión e injusticia. Estaba acusado por la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), como presunto organizador y ordenante de la puesta en práctica del sistema comercializador de hipotecas basuras. En su día, el Tribunal Supremo, en referencia al caso de “cesiones de crédito”, por el que tenía que haber ingresado en prisión, dijo de él que “su actuación transgrede la ética y repugna socialmente”. No pasó nada. Como tampoco ocurrió nada en 1996, cuando Botín fue objeto de la acusación de fraude a la Hacienda Pública, por el Abogado del Estado, que pedía para él 170 años de cárcel, más de 42 millones de euros de multa y casi 86 de responsabilidad civil. Sin embargo, la entonces secretaria de Justicia, María Teresa Fernández de la Vega, intervino cursando al Abogado del Estado instrucciones para que no “se dirigiera acción penal alguna por presunto delito contra la Hacienda Pública, contra la citada entidad bancaria (Banco de Santander) o sus representantes.” Con lo cual, una vez retirados los cargos, Botín volvió a salir impune. Para eso era el jefe.
Hasta ahí llegó: hasta la más absoluta impunidad. Después, a pesar de toda su opulencia, de sus escandalosos privilegios, de su red de servidores, ha perdido la última batalla con la Democracia. Porque la Dama de Negro es la más democrática que existe, la auténtica Dama ciega –no la Justicia, que mira, ve y sabe quién es quien–, la que nos iguala a todos, al rico y al pobre, al honrado y al ladrón, al inocente y al criminal, al indigente y plutócrata…
Yo no me conduelo por el fallecimiento del señor Botín. Ni me sumo al coro de plañideras cómplices. Hizo demasiado daño como para pasar página incluso con su muerte. Tampoco me congratulo de ella. Sí me gustaría que no hubiera nacido, como Franco, como tantos otros que pasaron por este mundo para abonar la desdicha y la desesperanza y trataron a sus semejantes como si vinieran a él para servirlos. Ojalá Emilio Botín fuera el último de su calaña; pero eso, además de un deseo, no deja de ser una utopía.
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