"Cámaras por todas partes. Desde hace años. Convivimos con ellas, con la vigilancia total y con un concepto de seguridad que nace cuando acaba el mundo bipolar...
Los papeles difundidos por Assange y Snowden dejan claro que todo se lee, escucha, escruta, graba y archiva. Todos espiados, ¿todos protegidos? ¿O todos culpables?
Ese es el insight: puedo ser yo"
Julian Assange y Edward Snowden
EL TEST DEL MIEDO
Con el agente de la CIA Jason Bourne, Hollywood puso en circulación su versión propia de James Bond. Tan fuerte ha sido el empeño que hasta las iniciales del nombre y el apellido del héroe estadounidense coinciden con las del agente 007. En la tercera entrega de la saga, El ultimátum de Bourne, se asiste a una escena rodada en Londres, en la estación de tren y metro Waterloo.
Se supone que en la estación, Bourne debe contactar con un periodista del periódico The Guardian a quien le entregará una información que, de publicarse, pondría en riesgo la seguridad de Estados Unidos. Bourne tiene sus razones para enojarse con sus mandos y está dispuesto a traicionarles, pero la CIA no es ajena a este movimiento y va detrás de los pasos de su agente rebelde. Tan cerca llega que, sin que medie problema alguno, los servicios ingleses ponen a disposición de la CIA el circuito cerrado de televisión de Waterloo para que dirija la operación desde Nueva York. Por supuesto, el periodista es asesinado en medio de la multitud, un ciudadano es confundido con un contacto de Bourne y por esa razón los agentes estadounidenses –no perder la perspectiva de que estamos en Inglaterra– le persiguen hasta que dentro de un autobús al fin lo reducen y secuestran Todo esto ocurre en un espacio público y los agentes se mueven entre los transeúntes con total soltura.
En el caso de Bourne, el director de escena está al otro lado del Atlántico. Se trata de una ficción, por supuesto, pero ocurre que después de los testimonios hechos públicos por Julian Assange a través de WikiLeaks y los del exanalista de la CIA, Edward Snowden, curiosamente publicados por The Guardian, nada de lo que vemos en la película nos parece ajeno a la realidad.
Cámaras por todas partes. Desde hace años. Convivimos con ellas, con la vigilancia total y con un concepto de seguridad que nace cuando acaba el mundo bipolar. Si hasta 1989 el enemigo estaba del otro lado del muro, en un planeta global está en todas partes. Después del 11 de septiembre de 2001, el enemigo puede ser el pasajero de un avión o alguien sentado junto a nosotros en el metro.
Con la segunda guerra de Irak, la seguridad, vivió una metamorfosis que si bien estaba en parte asumida por la opinión pública se oficializó de una manera cabal: el ejercito privado.
La eficacia del Estado, supuestamente, ya no sirve ni siquiera para armar una defensa idónea: del guardia jurado de una tienda de la calle Mayor de los noventa, hemos pasado al marine, contratado por una empresa privada, que irrumpe en la madriguera de Osama bin Landen.
Hace poco, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, cuando presentó la Ley de Seguridad Privada, aprobada en marzo de este año, no tuvo ningún pudor en admitir públicamente que este instrumento tenía como misión ampliar el nicho de negocio de las empresas del sector.
Si la seguridad es un negocio, el mismo necesita un marketing para difundirlo e imponerlo en el mercado y controlar el insight (creencia, conducta o deseo inconsciente del consumidor) correcto para su venta.
En este caso, no hay insight más común y corriente que el miedo. Tanto a ser atacado como señalado. Si el enemigo está en todas partes, también puedo ser yo mismo el enemigo. No hace demasiado tiempo, el diputado de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares vio como se utilizaba una fotografía suya por parte del FBI para difundir una supuesta imagen de Osama bin Laden envejecido. Los papeles difundidos por Assange y Snowden dejan claro que todo se lee, escucha, escruta, graba y archiva. Todos espiados, ¿todos protegidos? ¿O todos culpables?
Ese es el insight: puedo ser yo.
Ikea se especializa por una alta sensibilidad para analizar todas las tendencias que se van imponiendo en el cuerpo social: salir del armario, la proliferación de los singles, los movimientos independentistas o los estragos de la crisis son traducidos en mensajes que capitaliza para construir su marca y captar consumidores.
La marca de cosméticos Nivea ha hecho lo propio pero con el insight del miedo. En algunas salas de espera de aeropuertos alemanes se alerta a la gente allí reunida, a través de las pantallas de televisión, la megafonía y en las portadas de periódicos, de la búsqueda de una persona altamente peligrosa y se invita a huir de su proximidad y avisar a las autoridades a quien la aviste. Claro, se trata de una cámara oculta que fotografía y filma a la ‘víctima’ que está sentada en esa sala de espera y que de repente ve pasar a personas con periódicos que tienen su foto en la portada al tiempo que oye su descripción física por los altavoces y por supuestas ediciones especiales del telediario. Cuando la persona elegida está absolutamente intimidada, aparecen dos policías que ante ella, al borde del colapso, abren una caja de metal en la que hay una crema Nivea que –según la promesa publicitaria– combate los efectos del estrés en la piel y le muestran un reclamo que dice: DESESTRÉSATE (sic).
El ‘test del estrés’ como le llama Nivea, se hace sobre una buena cantidad de personas que, en su totalidad, rozan el ataque de pánico.
Escritores como Orwell, con 1984, Huxley con Un mundo feliz o Bradbury con Fahrenheit 451, o, con mayor radicalidad aún, Kafka, han alumbrado el lado oscuro de la vida cotidiana. Hoy pareciera que no está en manos del arte la sublimación de los pliegues feroces de al realidad, sino en expresiones artesanales como la publicidad. O tal vez esté en los autores mencionados, en cuyos textos se puede entrever que la pesadilla también llega, sin duda, contada con los beneficios de un producto.
(Fuente: el diario.es)
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("... nos enfrentamos al desvergonzado cinismo de los representantes del orden mundial, que imaginan que creen en sus ideas de democracia, derechos humanos, etcétera. Tras las revelaciones de WikiLeaks, la vergüenza —la suya, y la nuestra por tolerar ese poder— es mayor porque se hace pública. Lo que debería avergonzarnos es la reducción gradual en el mundo del margen para lo que Kant llamaba el “uso público de la razón”)
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("Hoy se conocen todas las preferencias y debilidades: todos nos volvemos de cristal, transparentes... La vulneración de la libertad no duele, no se nota, no se experimenta como una enfermedad, una inundación o una carencia de oportunidades laborales. La libertad muere sin que las personas sean heridas físicamente")
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