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'SUBCOMANDANTE MARCOS: MISIÓN CUMPLIDA', por Santi Ortiz

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"... lo que nos mostró, pese a la buscada teatralidad del personaje, fue la verdad de una insurgencia de nuevo cuño, original en sus planteamientos y discursos, mixtura de ciudad y selva... con una autenticidad esencial: la realidad del indígena y su metáfora de persona globalizada, así como su derecho a la vida, a sus costumbres y a su plena libertad...

la inteligencia indígena, desde la cultura de la resistencia, desafiaba a la globalización en uno de sus teatros de operaciones preferido: el de los medios de comunicación"



SUBCOMANDANTE MARCOS: MISIÓN CUMPLIDA

     A las 2:08 horas de la madrugada mexicana del domingo, 25 de mayo de 2014, mientras en España ya bostezaban los colegios electorales, en las montañas del Sudeste de México, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), declaraba en rueda de prensa que el conocido como Subcomandante Insurgente Marcos dejaba en esos momentos de existir.

     No hubo llantos ni funerales ni coronas de flores ni cantos lastimeros, porque no muere quien jamás ha vivido. No hubo propuestas de levantar estatuas o abrir un museo ni nada de lo que el Sistema fomenta para el culto al individuo y menosprecio del colectivo. Tampoco nadie lo echará de menos, pues no se va quien nunca estuvo. Fue un personaje, una botarga, un holograma, un disfraz utilizado como señuelo en la guerra contra la tiranía, una máscara que oponer a la mascarada del poder en México, a la máscara de la modernidad, encubierta a su vez por submáscaras como las de la “reconversión industrial”, la “racionalización del gasto público”, la “eliminación de los subsidios que impiden la libre competencia y el desarrollo económico”, etc.; una máscara que enfrentar a la máscara de la macroeconomía empobrecedora de pobres y subordinante del poder político al capital financiero. Los zapatistas crearon el personaje allá por enero de 1994 y, ahora, veinte años después, han decidido eliminarlo, destruirlo, borrarlo del mapa.

     Marcos fue el producto del ingenio ante la necesidad. En el precioso e ilustrativo documento firmado, en la susodicha fecha, por el Subcomandante Galeano, titulado “Entre la luz y la sombra”, se dice que, cuando los zapatistas inician su guerra de abajo contra los de arriba, una guerra por la humanidad y contra el neoliberalismo; cuando miles de indígenas rebeldes sin rostro bajan de la selva Lacandona a las ciudades para, a sangre y fuego, conmover al mundo, se dan cuenta de que los de afuera no los ven. Acostumbrados a verlos humillados, no acaban de asimilar su rebeldía. Los tienen delante, pero su prepotencia o su inercia de siglos hacen que miren hacia abajo, cuando ellos están más arriba de su nivel. Entonces acuerdan crear un personaje tan pequeño que sea visible para los otros consiguiendo que, a su través, los demás también se hagan visibles.

     Comenzó así una enrevesada estratagema de distracción y escamoteo, en la que la inteligencia indígena, desde la cultura de la resistencia, desafiaba a la globalización en uno de sus teatros de operaciones preferido: el de los medios de comunicación. En ellos, tanto mexicanos como internacionales, irrumpe Marcos, unos días con los ojos marrones, o azules, o verdes, o color miel, o negros, asomados a la ventana de su inseparable pasamontañas, según quién hiciera la entrevista y tomara la foto. Había un Marco para cada ocasión, alguien que anteriormente había sido cineasta, o taxista, o exhibicionista de sex-shop, o vendedor de ropa usada en las calles, o camarero de un restaurante en San Francisco, de donde fue despedido por gay, o corredor de bolsa en Wall Street, o guarda de seguridad de una sala de masaje, o suplente en equipos de fútbol profesional, o profesor universitario… Cortinas de humo. La inventiva al servicio de la astucia. Era cuestión de dejar pisadas sin huellas y huellas sin pisadas.

     Lo cierto es que la prensa domesticada del Sistema entró a fondo en el misterioso personaje –tal vez en busca de construir otra fama a la que luego destruir si no se avenía a los intereses del Mercado– y no perdía ocasión de traer hasta sus páginas sus entrevistas, sus escritos y proclamas. En ellas, se daban la mano el filósofo, el poeta y el irónico humorista en un esfuerzo común para desenmascarar desde su máscara el silencio oficial, para contar lo que estaba pasando y denunciar las crueles tropelías del Gobierno. Y como pretendían, el zapatismo se hizo visible a partir del Subcomandante Marcos. Y lo que nos mostró, pese a la buscada teatralidad del personaje, fue la verdad de una insurgencia de nuevo cuño, original en sus planteamientos y discursos, mixtura de ciudad y selva, sin guiños a otras ideologías revolucionarias, y con una autenticidad esencial: la realidad del indígena y su metáfora de persona globalizada, así como su derecho a la vida, a sus costumbres y a su plena libertad.

     Sabiéndose guerreros, conscientes de su legítimo derecho a utilizar su violencia contra la violencia de los de arriba, que no escatimó medios ni esfuerzos –algunos repugnantemente criminales– tratando infructuosamente de aplastarlos, eligieron el camino de cultivar la vida en vez de adorar a la muerte. Entre optar por construir cuarteles y mejorar su precario armamento, decidieron levantar escuelas, hospitales y centros de salud; en vez de formar guerrilleros y soldados, apostaron por preparar maestros y técnicos sanitarios, para ir levantando la autonomía que hoy gozan. No era cuestión de elegir entre la guerra o los acuerdos, sino entre vivir o morir. Y eligieron lo primero, sabiendo que para vivir, es preciso morir y no bajar la guardia por más que pase el tiempo, pues la guerra de arriba seguirá tratando de imponer su dominio.

     Sin embargo, el paso de estos veinte años que separan el inicio de la lucha armada del presente contiene una innegable evolución que implica un cambio significativo en el seno del EZLN y de las comunidades indígenas a él asociadas. Eso quedó demostrado cuando, el 21 de diciembre de 2012, los edificios donde se celebraba la desaparición del zapatismo fueron tomados sin armas, en silencio –¡qué tremendo retumba el grito del silencio!–, por decenas de miles de zapatistas que, sin disparar un solo tiro, volvieron a hacer claudicar la prepotencia del racismo y el desprecio, demostrando no sólo que el EZLN no había desaparecido, sino que había aumentado la influencia de su dignidad y su crecimiento.

      No sólo es el relevo generacional, que ha conferido la lucha y la dirección de la resistencia a quienes eran niños o aún no nacidos al inicio del alzamiento, sino el que ha trocado el vanguardismo revolucionario en mandato de obediencia; el que conduce de la toma del poder de arriba a la creación del poder de abajo, de la política profesional a la política cotidiana de todos y todas, de la burla del “otro” a la celebración de la diferencia y, sobre todo, de los líderes a los pueblos; esto es: la convicción y la práctica de que para rebelarse, para luchar, no son necesarios ni caudillos ni líderes ni mesiánicos salvadores, sino un poco de vergüenza, otro tanto de dignidad y un mucho de organización. El resto, o sirve al colectivo o no sirve.

     Si se acepta que la historia la hacen los pueblos, no puede uno aterrarse de que sean los pueblos los que manden y no los “especialistas” en ser gobiernos. Y con el transcurso del tiempo, el zapatismo comprendió que ya existía otra generación que podía mirarlos de frente, que podía escuchar y hablar sin necesidad de un guía o un líder carismático.

     El personaje Marcos ya no era necesario. Lo mismo que fue creado por los zapatistas, ahora ellos lo destruyen. Pero nada termina.

     Subcomandante Marcos: ¡Misión cumplida!

     Con más vigor que nunca, la lucha continúa.





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