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'MACHADO EN EL CORAZÓN', por José Pallarés

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Seguimos con la serie de artículos dedicados a Antonio Machado en el 75 aniversario de su muerte... y de tantas otras. En esta ocasión agradecemos la colaboración, el regalo, de José Pallarés Moreno, amigo, profesor y poeta.

"El susurro de las voces de tantos exiliados republicanos... se nos va diluyendo con el tiempo. No así la voz de Machado, cada vez más lúcida con el paso de los años. Ella habla, nos habla, por todos ellos. Y lo hace desde donde puede hacerlo, desde el sencillo cementerio del pueblecito francés donde el poeta se reencontró con los días azules y el sol de su infancia"



MACHADO EN EL CORAZÓN

Los cementerios son unos lugares curiosos. Los románticos los pusieron de moda y, desde entonces, quedamos obligados a percibirlos como símbolos, como algo que dice algo más de lo que es. La belleza de algunos cementerios es innegable: ver cómo se derrama desde la loma el de Casabermeja (Málaga) o pasear por las calles del de Prazeres en Lisboa es sobrecogedor. Son estos lugares de muerte lugares de vida, no solo porque en ellos habita con frecuencia la belleza –desde la escultura prodigiosa hasta el cuidado exquisito con el que alguien ha dispuesto unas flores- sino porque en ellos se escucha el susurro íntimo de sus habitantes, susurro que poco a poco va acabándose, pero que, en algunos casos, permanece vivo a lo largo del tiempo.

Hace unos años pude por fin visitar el cementerio de Colliure, en donde reposan los restos de Antonio Machado. Y también los de su madre, muerta pocos días después que nuestro poeta. La tumba de Antonio Machado y de su madre fue costeada mediante una suscripción popular y el ayuntamiento de Colliure cedió el espacio a perpetuidad. Fueron personas anónimas las que sufragaron la tumba y respetaron la memoria de uno de nuestros exiliados más ilustres y de uno de nuestros más grandes poetas. Llegué a Colliure en un coche alquilado a eso del medio día de un día de verano. La luz inundaba las calles y la playa de Colliure, llenas ambas de turistas. Recorrer las calles de este pueblecito, buscando la estación de tren, el hotel Bougnol-Quintana, en el que se alojó Machado, la calle con su nombre… es un ritual íntimo por más que lo hayan realizado miles de personas. El cementerio está ya –no sé si siempre fue así- en la misma ciudad. Es sin embargo un remanso de tranquilidad. Nada más entrar se encuentra uno la tumba del poeta, sencilla y doblemente emotiva: por los restos que conserva y por los testimonios que proclama. Sobre la lápida, además de las flores esparcidas, los versos de un estudiante que fue de excursión con su instituto, un mechón de pelo sin más nada, alguna que otra nota emotiva… y, al fondo, la bandera de la República Española, la misma que el poeta izó un día en la balconada del Ayuntamiento de Segovia, la misma que defendió con la dignidad de quien sabía que su sitio estaba al lado del pueblo.

Emocionado, salí del cementerio para ver si ya había abierto la floristería que se encuentra nada más cruzar la calle. Permanecía cerrada, pero había abundantes macetas a la vista. Estuve esperando unos minutos, a ver si abría, hasta que se me ocurrió cortar (hice mal) un tallito de una de las macetas expuestas –apenas un par de flores- justo en el momento en que la dueña de la floristería, una señora estirada y estúpida como pocas, llegaba. En mi mal francés intenté explicarle lo que pasaba, algo que ella no estaba dispuesta a entender aunque mi francés hubiera sido bueno. Le dije que no tenía inconveniente en pagarle la maceta (lo entendió perfectamente), pero que lo que quería eran solo dos flores. Me pidió un precio a todas luces abusivo. Se lo pagué (hice mal) y le dije que sólo me llevaría el tallito con las dos flores. Cuando vio que se quedaba con la planta que cobraba a un precio tan excesivo quiso compensar colocándole al tallito un lazo con la bandera republicana. La muy arpía sabía lo fácil que era aprovecharse de un romántico emocionado. Las flores quedaron poco después sobre la tumba de Machado, acompañando a las otras muchas también depositadas por corazones anónimos.


El 22 de febrero de 2014 se han cumplido 75 años de la muerte del poeta. Ya han aparecido las voces de los políticos de turno reclamando el traslado de sus restos. Como la florista estúpida pretenden sacar su beneficio. Los restos de Machado no reposan allí por azar. Como muchos españoles salió de la España que amaba cuando no le quedó más remedio. El susurro de las voces de tantos exiliados republicanos –perdidos por los cementerios y las fosas de Europa y América- se nos va diluyendo con el tiempo. No así la voz de Machado, cada vez más lúcida con el paso de los años. Ella habla, nos habla, por todos ellos. Y lo hace desde donde puede hacerlo, desde el sencillo cementerio del pueblecito francés donde el poeta se reencontró con los días azules y el sol de su infancia.




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