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PRESENTACIÓN EN SANLÚCAR: 'CÁNTICO DE DEVASTACIÓN Y DE ESPERANZA', de José A. Brieva (fragmentos)

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"Y hay que seguir hablando, no bajar la cabeza, hablar del salvaje poder financiero, de los silenciados, de los desterrados sin sombra, de la aniquilación de planeta. Sí, al menos hablar. Y eso hace José A. Brieva en este Cántico, ilustrado de ese modo que ya se ha hecho tan único por Miguel Brieva. Y acompañados por Pablo Gutiérrez. El compromiso está garantizado.

"... tantos muertos, tanta muerte;

en Lesbos, en Bangladesh, en Turquía, en Lampedusa, en Cádiz, 

en Sonora, en Arizona, en los mares y en los ríos..."


El próximo día 13 de abril tendrá lugar la presentación del libro 'Cántico de devastación y de esperanza', de José A. Brieva. Dicha presentación contará con la presencia del propio autor y de Pablo Gutiérrez. En la presentación de la Plataforma Artería conversamos sobre las relaciones entre la Literatura y las Crisis Sociales. Justo después nos llega este grito de lírica y denuncia ante todo lo que ocurre, ante todo eso que vamos callando, como si nos acostumbráramos, como si apenas pudiéramos ya hablar. 

Y hay que seguir hablando, no bajar la cabeza, hablar del salvaje poder financiero, de los silenciados, de los desterrados sin sombra, de la aniquilación de planeta. Sí, al menos hablar. Y eso hace José A. Brieva en este Cántico, ilustrado de ese modo que ya se ha hecho tan único por Miguel Brieva. Y acompañados por Pablo Gutiérrez. El compromiso está garantizado.

(Luis Enrique Ibáñez)


¡Maldito seas, Milton Friedman!

con tus delirios manchados de sangre de resistentes torturados

y del sudor de los niños esclavos.

¡Maldito seas tú y tu puto premio Nobel;

tú y tu cortejo de académicos culpables!



Hacen templos al Mercado

(los Mercados);

templos sin cristos que expulsen a sus tercos habitantes;

templos para mercaderes de las multinacionales.

Aunque ellos no lo adviertan,

a este diminuto clan lo ha creado un algoritmo para acumular riqueza.

Todo lo que sea extraíble

de la tierra, de la atmósfera y del mar,

y del cosmos, y de la mente del hombre y de su debilidad.

Mercaderes que amontonan sus tesoros con insondable poder.

Aunque se ensucie la brisa. Aunque la casa esté en llamas

Aunque se destruya todo.

Este es un clan maldito, reo de la peor culpa,

la de secesión de la Humanidad. 



Huyendo llegaron a la FRONTERA,

esa línea imaginaria que devora identidades; 

unas rayas arbitrarias, más fuertes que la piedad.

Gentes fieras trazaron líneas fijas sobre la tierra de todos,

cortando campos surcados, ubres de mecidos granos,

partiendo montes en dos, aislando árbol de árbol, flor de flor.

Y marcaron esos trazos incluso sobre las aguas, que se agitan y discurren,

el río Bravo, el río Maritsa y tantos otros;

trazaron las crueles rayas hasta en el mar de Odiseo,

que hasta entonces había sido el de los seres humanos.

Luego usaron los desiertos;

todo para detenerles antes de esa línea indómita.

cualquier cosa que haga falta. Un surco hecho por víboras.

¡Qué horror les da la pobreza,

hasta la que traen los niños, que Por Ley nunca son pobres!



Y esas líneas, esos surcos, rastros de arcaicas víboras, 

borde(r)s de la Humanidad, se han colmado de cadáveres,

de madres y padres muertas, de hijos, de hermanas, de amigos,

y de amantes entrañables muertos, tantos muertos, tanta muerte;

en Lesbos, en Bangladesh, en Turquía, en Lampedusa, en Cádiz, 

en Sonora, en Arizona, en los mares y en los ríos.

Y los que ahí no murieron deambulan por campos de refugiados.

Miradlos, que a pesar de todo, son sanos, fuertes y hermosos,

en Kios y Samos, en Tarento y Brindisi, en Palenque, 

Osmaniye, Tornillo-Texas, Barbate, Nauru, Kutupalong,

y otros sinfín de nombres,

tantos como los que hay que nombrar al diablo.

Andan con sus almas huecas y con todas las lágrimas usadas,

y, a pesar de todo, vivos.

Y todavía hay algunos,

en El Havre, en Huelva, en Lesbos y también otros lugares,

que les queman las chabolas donde duermen.

¡Pareciera que los hombres sólo han sido nacidos

para el miedo y el recelo!

¡Qué pavor da la pobreza del Extraño tan parecida a la propia!

¡Qué fácil se vuelve el odio contra que nadie defiende1

¡Qué buena treta inculcar miedo, desprecio y rencor

entre la gente más débil y la más desesperada,

y de esta forma ocultar los crímenes del poder y del dinero!





Hace tiempo,

el desierto era un recinto discreto, casi doméstico.

Era un sitio donde orar, penar o huir, dado el caso.

El sitio de cavilar, confín de transformaciones,

con sus lugares sagrados,

con coordenadas precisas en los mapas, en la Historia.



Después

el desierto creció sin freno.

Se hizo un espacio incierto, quizá infinito,

donde no había nada ni nadie.

Por no haber ya no había ni distancias.








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