"... este hombre había comenzado a sentir un dolor difuso y una insoportable algarabía en el fondo del oído, hasta que una mañana, al despertar, comprobó con terror que no oía nada... Después de analizarla concluyó que esa sustancia pestilente estaba formada por toda la basura mediática, por toda la mierda política que estuvo oyendo este hombre durante años. Sin ese tapón ahora ya volvió a oír de nuevo la lluvia y el viento e incluso el rumor de las abejas libando"
"... hoy estoy duro de oído tras los años que he pasado con los de mala tierra..."
LO QUE OYES
En el intricado laberinto del oído de este hombre de 68 años había quedado el eco de las primeras voces que oyó de niño. Los cuentos que su madre le leía antes de dormir le vibraban todavía en el tímpano y en esa membrana se superponían también las primeras canciones junto con algunos sonidos esfumados del pueblo, la cantinela de la tabla de multiplicar en la escuela, el yunque del herrero, la flauta del afilador, la banda de música los días de fiesta, el pregón de los buhoneros, el silbido desgarrado del tren, las melodías de discos dedicados en la radio. Estas ondas sonoras habían marcado su paso de la niñez a la adolescencia donde ya comenzó a reinar absolutamente el tubo de escape de la moto que le llevaba a los conciertos. Las palabras de amor que le susurró al oído aquella novia un verano ya perdido en la memoria las guardaba muy dentro todavía. Tal vez el cerebro tiene un mecanismo para preservar solo los sonidos que a uno le han hecho feliz, el de la lluvia en las noches de invierno desde la cama, el del viento en los álamos en primavera, el del trueno lejano que precede a la tormenta. Pero de un tiempo a esta parte este hombre había comenzado a sentir un dolor difuso y una insoportable algarabía en el fondo del oído, hasta que una mañana, al despertar, comprobó con terror que no oía nada. Se había quedado completamente sordo. El otorrino le dijo que no era grave y en la consulta le aplicó un chorro de agua caliente en los oídos que en este caso liberaron una pasta negra desconocida. “Nunca he visto nada igual, esto no es cera”, exclamó horrorizado el doctor. Después de analizarla concluyó que esa sustancia pestilente estaba formada por toda la basura mediática, por toda la mierda política que estuvo oyendo este hombre durante años. Sin ese tapón ahora ya volvió a oír de nuevo la lluvia y el viento e incluso el rumor de las abejas libando.
(Fuente: El País, 11-04-2021)
AL RUIDO DEL DUERO
Y como yo veía
que era tan popular entre las calles
pasé el puente y, adiós, dejé atrás todo.
Pero hasta aquí me llega, quitádmelo, estoy siempre
oyendo el ruido aquel y subo y subo,
ando de pueblo en pueblo, pongo el oído
al vuelo del pardal, al sol, al aire,
yo qué sé, al cielo, al pecho de las mozas
y siempre el mismo son, igual mudanza.
¿Qué sitio éste sin tregua? ¿Qué hueste, qué altas lides
entran a saco en mi alma a todas horas,
rinden la torre de la enseña blanca,
abren aquel portillo, el silencioso,
el nunca falso? Y eres
tú, música del río, aliento mío hondo,
llaneza y voz y pulso de mis hombres.
Cuánto mejor sería
esperar. Hoy no puedo, hoy estoy duro
de oído tras los años que he pasado
con los de mala tierra. Pero he vuelto.
Campo de la verdad, ¿qué traición hubo?
¡Oíd cómo tanto tiempo y tanta empresa
hacen un solo ruido!
Oíd cómo hemos tenido día tras día
tanta pureza al lado nuestro,
en casa, y hemos seguido sordos!
¡Ya ni esta tarde más! Sé bienvenida,
mañana. Pronto estoy: sedme testigos
los que aún oís. Oh, río,
fundador de ciudades,
sonando en todo menos en tu lecho,
haz que tu ruido sea nuestro canto,
nuestro taller en vida. Y si algún día
la soledad, el ver al hombre en venta,
el vino, el mal amor o el desaliento
asaltan lo que bien has hecho tuyo,
ponte como hoy en pie de guerra, guarda
todas mis puertas y ventanas como
tú has hecho desde siempre,
tú, a quien estoy oyendo igual que entonces,
tú, río de mi tierra, tú, río Duradero.
De Conjuros (1958)
SOBRE CLAUDIO RODRÍGUEZ:
Poeta nacido en Zamora el 30 de enero de 1934. Estudió primaria en la escuela de Los Bolos y bachillerato en el Instituto Claudio Moyano. En 1952 se traslada a Madrid para cursar Filosofía y Letras en la Universidad Central. Se licenció en la sección de Filología Románica, en 1957. Aunque sus compañeros de instituto le recuerdan por su toque de balón como futbolista, en 1948 escribe sus primeras composiciones poéticas, y en 1949 en el diario El Correo de Zamora, publica su primer poema, Nana de la Virgen María. En 1951 empiezan a nacer los primeros versos de Don de la ebriedad, una obra que impresiona a Vicente Aleixandre, con el que luego Claudio Rodríguez mantendría una estrecha e íntima amistad. Hasta 1958 no publicará su siguiente libro de poemas, Conjuros, y entremedias conoce a Blas de Otero en 1954 (con el que frecuenta el Duero y las tabernas de la ciudad). Con la ayuda inicial de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre viajó a Inglaterra. Allí fue lector de español, primero en Nottingham y luego en Cambridge. Estuvo entre 1958 y 1964, y allí escribió su tercer libro, Alianza y condena. En 1976 publicará su cuarto libro, El vuelo de la celebración, y en 1983 se edita Desde mis poemas, un libro recopilatorio de toda su obra y por el que recibe el Premio Nacional de Literatura. Dos años después en 1985, aparece Reflexiones sobre mi poesía, y en 1986 recibe el premio de las Letras de Castilla y León. En 1987 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua para ocupar el sillón I, sustituyendo a Gerardo Diego. Fue nombrado Hijo Predilecto de la Ciudad de Zamora (1989) y ya en 1991 publica su último libro de poemas, Casi una leyenda. El 28 de mayo de 1993 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Murió en Madrid el 22 de julio de 1999.
(Fuente: epdlp.com)
TAMBIÉN DE DE CLAUDIO RODRÍGUEZ EN ESTE SITIO:
("... mira a lo alto y ve, pone el oído al mundo y oye, anda, y siente subirle entre los pasos el amor de la tierra")