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'EN DEFENSA DE UNA INNOVACIÓN CRÍTICA', por E. Herrerro-Beaumont y D. S. Garrocho / ' EL PRIMER CORO DE LA ROCA', de T.S. Eliot

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"... Hay palabras que operan como verdaderos fetiches sociales... Innovación, probablemente, sea una de ellas... Si la ciencia y la tecnología nos hacen cada vez más capaces en términos materiales, parece imprescindievble que las disciplinas humanísticas nos ayuden a responder por qué y para qué queremos multiplicar nuestra capacidad de influencia... La obsolescencia programada no afecta sólo a los electrodomésticos sino, también, y esto es lo terrible, a nuestras ideas"

"... infinita invención, experimento infinito..."


EN DEFENSA DE UNA INNOVACIÓN CRÍTICA

Hay palabras que operan como verdaderos fetiches sociales. Son conceptos que gozan de un extraordinario prestigio a pesar de que nadie pueda perfilar de un modo claro y preciso cuál es su significado. A veces son ideas a cuya promoción se destinan generosísimos fondos y su mera invocación parece nutrir de una solemne autoridad a quien las pronuncia. Innovación, probablemente, sea una de ellas. Pocas veces se ha conseguido apuntalar una convicción mesiánica tan potente y fascinada en torno a una única palabra. No importa hacia donde miren, siempre habrá algún gurú advirtiendo delante de una pantalla gigante una urgente necesidad por adelantarnos al mundo que viene. Sospechen de ellos: mueven las manos igual que los magos.

Los desarrollos tecnocientíficos y el efecto multiplicador que ha tenido el conocimiento sobre nuestra capacidad de acción nos han convertido en animales cada vez más capaces a la hora de satisfacer nuestras necesidades y apetitos. Pero no debemos olvidar que en no pocas ocasiones nuestros deseos se han caracterizado por ser desmesurados y terribles. El animal carencial que retratara Platón en su Protágoras se ha convertido en un animal cada vez más hábil, lo que no ha dejado de generar consecuencias aterradoras. Auschwitz o la gran mancha de basura del Pacífico son también, no lo olvidemos nunca, consecuencias de la innovación.

Esta innovación, a pesar de lo que muchos creen, no tiene una valencia moral específica. Ya en el contexto clásico encontramos numerosos precedentes que nos advierten de lo que en términos técnicos se denomina la falacia ad novitatem. La confianza en que una idea sea necesariamente mejor por el mero hecho de ser más reciente es sencillamente absurda. El afán de novedades no sólo atraviesa nuestras costumbres, sino también, y esto es lo peligroso, nuestras políticas, optimizando sin descanso distintos medios para fines inexistentes. Si la ciencia y la tecnología nos hacen cada vez más capaces en términos materiales, parece imprescindible que las disciplinas humanísticas nos ayuden a responder por qué y para qué queremos multiplicar nuestra capacidad de influencia.

La promesa transversal y democratizadora de las redes sociales ha terminado en convertirse, como ya certifican los expertos, en un nuevo Leviatán. No son sólo las fake news el problema, sino que es incluso la ingente sobreexposición a los datos veraces y siempre nuevos lo que aturde nuestra conciencia

Uno de los ámbitos donde la ambición acrítica por la innovación y el desarrollo han demostrado su condición más amenazante y lesiva para nuestra democracia la constatamos en la articulación de los nuevos espacios de deliberación pública. La promesa transversal y democratizadora de las redes sociales ha terminado en convertirse, como ya certifican los expertos, en un nuevo Leviatán. No son sólo las fake news el problema, sino que es incluso la ingente sobreexposición a los datos veraces y siempre nuevos lo que aturde nuestra conciencia. La voracidad informativa por el futuro inmanente nos hace adictos, nos dispersa y nos exalta, anulando el uso del tiempo reflexivo y sobrecargando de reacciones emotivas un debate cada vez menos racional.

Sectores próximos a la gestión de la información, la investigación y el dato son quizá los escenarios más tentadores para disponer nuestra ilimitada pulsión innovadora. En términos literales la noticia es siempre deudora de su condición novedosa y toda ciencia aspira a decirse siempre nueva. Si, como pomposamente se advierte a veces, la investigación aspira a ampliar las fronteras del conocimiento, son pocas las ocasiones en las que nos interrogamos por la forma o la silueta con el que queremos roturar el nuevo perímetro de nuestros saberes. Un conocimiento puramente innovativo resulta tan ingenuo como temerario. Tal vez por este motivo los grandes nombres de nuestra ciencia, desde Bernardo de Chartres hasta Isaac Newton, apostaron por conocer más allá, pero subidos siembre a hombros de gigantes.

Es obvio que nuestro reflejo consumista se ha dirigido también al ámbito de la ciencia y el conocimiento. La obsolescencia programada no afecta sólo a los electrodomésticos sino, también, y esto es lo terrible, a nuestras ideas. Más allá del frenesí acelerado y de la adoración tecnofílica, se impone como solución urgente introducir algunos matices en nuestra apuesta por la innovación. La ciencia y el conocimiento cada vez se antojan más urgidos, más acelerados, más productivos, pero no existe una sola región de lo humano donde la crítica, la sospecha y una dosis de quietud no se demuestren efectivas. La innovación no es una excepción y sin una crítica emancipatoria, humanista e ilustrada con la que orientar los fines de nuestra capacidad transformadora estaremos, a cada paso, más cerca de ser devorados por nuestra criatura.

La rentabilidad industrial, ideológica e incluso espiritual de la innovación exigen reconstruir un contrapeso prudencial que permita detener el vigor electrizante de esta falsa promesa encarnada en un ídolo de coltán. Allí donde demasiadas voces nos instan a adelantarnos al futuro alguien debería asumir un papel incómodo para preguntarnos acerca del rumbo de esta gran transformación. Ya lo certificó T. S. Eliot: hemos perdido el conocimiento entre tanta información pero, sobre todo, hemos perdido la capacidad para distinguir el conocimiento de la verdadera sabiduría.

(Fuente: El País, 05-11-2020)


"... la luz que dura con el doble de intensidad dura la mitad de tiempo..."


UNA ESCENA DE BLADE RUNNER



EL PRIMER CORO DE LA ROCA

Se cierne el águila en la cumbre del cielo,
el cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos acerca a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos aproximan al polvo.

(Fuente: Biblioteca Ciudad Seva)


Elena Herrero-Beaumont. Cofundadora y directora de Ethosfera. Elena es abogada e investigadora en ética, transparencia y gobernanza de los medios de comunicación. MSc en periodismo por la Universidad de Columbia. Fulbright Fellow. Carnegie-Knight Initiative Fellow. Visiting scholar en la Kellogg School of Management.

Diego S. Garrocho Salcedo (Madrid, 1984) es Vicedecano de Investigación, Transferencia del Conocimiento y Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Madrid.  Antiguo alumno del I.E.S. Cervantes, es profesor en el Área de Ética y Filosofía Política en el Dpto. de Filosofía. Doctor Internacional en Filosofía, completó su formación en Francia, en la Université de la Sorbonne (Paris-IV) y realizó estancias de investigación en Estados Unidos, en el Boston College, el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y la Johns Hopkins University. En los últimos años ha impartido asignaturas como Ética, Filosofía Política, Políticas de la Diferencia, Identidades Culturales Europeas o Teoría del Conocimiento, y ha adquirido responsabilidades docentes en instituciones como el Centro de Estudios Garrigues, la Escuela de Filosofía, o el Instituto Europeo de Artes y Humanidades entre otros. 


TAMBIÉN DE T.S. ELIOT EN ESTE SITIO:

'EL ENTIERRO DE LOS MUERTOS'

("... Sólo hay sombra bajo esta roca roja 

(ven a cobijarte bajo la sombra de esta roca roja),
y te enseñaré algo que no es
ni la sombra tuya que te sigue por la mañana
ni tu sombra que al atardecer sale a tu encuentro;
te mostraré el miedo en un puñado de polvo... 
bajo la parda niebla del amanecer invernal,
una muchedumbre fluía sobre el puente de Londres, ¡eran tantos!
Nunca hubiera yo creído que la muerte se llevara a tantos")


SOBRE T.S. ELIOT:
Poeta, crítico literario y dramaturgo inglés nacido en Estados Unidos. Premio Nobel de Literatura y autor del famoso poema Tierra Baldía, una de las obras más discutidas e importantes de comienzos del siglo XX. Sus obras de teatro, basadas en el empleo coloquial del verso sin rima, intentan revivir el drama poético para el público contemporáneo. Sus métodos de análisis literario han tenido una influencia muy importante en la crítica inglesa y estadounidense. Eliot nació en St Louis (Missouri) en una distinguida familia de Nueva Inglaterra. Hijo de un hombre de negocios y de una poetisa, estudió en las universidades de Harvard, la Sorbona y Oxford. En 1915 se hizo residente en Londres y adquirió la nacionalidad inglesa en 1927. Entre 1915 y 1919 trabajó en varios oficios, incluyendo los de profesor, empleado de banca y subdirector de la revista literaria Egoist. En 1915 se casó con Vivien Haigh-Wood, pero el matrimonio se rompió en 1932-1933 tras el deterioro físico y mental de su esposa. En 1993 apareció una película, Tom y Viv, basada en este primer matrimonio de Eliot.

Su primer poema importante fue Canción de amor de J. Alfred Prufrock (1915). En su primer libro de poemas, Prufrock y otras observaciones (1917), empleó imágenes de la vida urbana en un contexto de intensidad poética. Los poemas carecen de forma fija o de un patrón regular, y la rima sólo aparece ocasionalmente. Durante los años veinte Eliot desarrolló opiniones muy decididas sobre temas literarios, religiosos y sociales. Su largo poema de cinco partes, Tierra Baldía (1922), una obra erudita que expresa vivamente su idea de la esterilidad de la sociedad moderna en contraste con las sociedades del pasado, se convirtió en un hito de la modernidad. Eliot influyó profundamente en los principios de la crítica literaria escribiendo ensayos sobre los dramaturgos isabelinos, los poetas metafísicos ingleses y el poeta italiano Dante. En su libro El bosque sagrado (1920) sostuvo que el crítico debe poseer un hondo sentido histórico para juzgar la literatura desde una perspectiva rigurosa, y que el poeta debe ser impersonal en el ejercicio creativo de su oficio. Como fundador y director de The Criterion entre 1922 y 1939, proporcionó un foro para muchos escritores importantes contemporáneos. Desde 1925 fue también director de la editorial Faber and Faber, donde reunió una lista de poetas que representaron el movimiento moderno de la poesía británica. En su libro de ensayos Para Lancelot Andrewes (1928) expuso su posición como la de un clasicista en literatura, un monárquico en la política y un anglocatólico en religión.

En los años treinta, la serenidad y la humildad religiosa empezaron a ser primordiales en su poesía, sobre todo en Miércoles de ceniza (1930), La roca (1934) y su larga obra en verso, Asesinato en la catedral (1935), basada en el martirio de santo Tomás Becket en el siglo XII. Cuatro cuartetos (1943), considerado por muchos críticos como su mejor obra, expresa un transcendental sentido del tiempo en versos emotivos. Recibió el Premio Nobel de Literatura y la Orden del Mérito en 1948, así como la medalla presidencial de la libertad de Estados Unidos en 1964. Su fama como dramaturgo data del éxito del estreno de El cóctel (1949), comedia moderna de salón que analiza el tema de la salvación. Otras obras dramáticas de tema religioso y moral son El secretario particular (1954) y El viejo estadista (1958). Destacan también El libro práctico de los gatos (1939), libro de poesía para niños que fue adaptada al teatro musical; las obras Sweeney Agonistes (1932) y Reunión de familia (1939), y los ensayos La idea de una sociedad cristiana (1940) y Notas para la definición de la cultura (1948).
(Fuente: epdlp.com)








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