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'LAS PÁGINAS DE LA VIDA', por Luis Enrique Ibáñez

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 "... León Felipe te sonrió

con la rabia más tierna, 

te llevó a todas las arboledas perdidas...

al deseo de Lorca

y a la idea aliñada en hacha de Machado, 

al sur de Cernuda... 

a lo que sí llegará,

a la plaza de Aleixandre... Y pensaste en eso que llaman

Andalucía..."

Jaén

LAS PÁGINAS DE LA VIDA

A León Felipe

Y las páginas de la vida van pasando,

dijiste en un acto público, las páginas.

No sabías si eran las páginas, o las nubes, o la lluvia,

pero asuntos pasaban por encima de tu ilusa mirada, 

las páginas de la vida, qué expresión más imbécil, pensaste,

mentira, otra más, y escuchaste que ya no estaban

los locos que sostenían la palabra.

Y la buscaste en los cajones

perdidos de tu cautiva memoria,

y sonreíste, sí hay locos.

Y pusiste la vela que tenías

guardada para León Felipe, 

y volviste a sonreír, 

a jugar con las palabras

que sí existían en

la voz de los locos.

Los viste.

Y creíste en ellos.

Salió la luna.

Y se escondió

detrás de una nube,

de un pasado,

buscando sonidos,

significantes ocultos.

Volviste a la poesía, 

a las palabras extrañas,

a la oscilación vital, volviste.

León Felipe te sonrió

con la rabia más tierna, 

te llevó a todas las arboledas perdidas,

al amante sin dueño,

al deseo de Lorca

y a la idea aliñada en hacha de Machado, 

al sur de Cernuda, al porvenir

que no llega, 

a lo que sí llegará,

a la plaza de Aleixandre,

la que une sin hablar

todas las lenguas extraviadas,

las indómitas, las que no se pueden

desdecir.

Y pensaste en eso que llaman

Andalucía, y no te gustó

el manoseo huero

de homenajes y alharacas. 

Tierra, polvo, y el nombre exacto de las cosas

en eso pensabas tú

sin hablar,

sin sentir,

apenas sufrir.

Y volviste a la poesía,

la del hierro,

la que hiere y resucita,

la de todos.

Y la luna no se fue,

se quedó,

mirándote,

como una novia ausente,

una morisca cautiva,

aquella, la del silencio,

la que protege tu lenguaje,

y tu silencio,

te tapa por la noche

y te besa.

Siguen ahí, 

los urgentes locos,

los que nos llaman,

la luna los ve,

viste sus palabras. 

Y soñaste, feliz, que un pupitre,

en mitad de la noche, 

en lo oscuro del bosque,

encendía la luz.

Dormiste,

abrazado a la luna.

Y a Jaén.





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