"La sangre se hereda y la virtud se conquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale" ("Don Quijote de la Mancha)
"Felipe VI podría ahorrarse discursos de Navidad como el del miércoles. No cuelan, Majestad: vivimos en planetas diferentes.... No sé qué guardamos dentro del armario de la monarquía, pero algo muy oscuro o muy nuestro debe de ser cuando, pese a su historial de escándalos, no nos decidimos a llevarla al trastero. Acabarán con ella las termitas antes que un decreto" (J.J. Millás)
"El rey vuelve a casa preso de su escena... Nos habla de paz, de un unión, de otras leyendas Su voz es un mantra vacío en nuestro hogar..." (Vetusta Morla)
El rey Felipe VI, durante su mensaje a la nación este miércoles. EFE
TERMITAS
Querido diario de la peste: la realidad funciona a vapor, como las locomotoras primitivas. Cuando la presión aumenta, se abre una válvula. Esta semana, la primera del encierro, abrieron la de la renuncia simbólica de Felipe VI a la herencia podrida de su padre. Nuestros maquinistas creen que las noticias morbosas alivian la claustrofobia de la población, aislada por lo general en viviendas con menos metros cuadrados que las banderas de la patria que ondean en las fachadas de los edificios oficiales. Hay inquietud por la pérdida de cientos de miles de puestos de trabajo y el pánico consiguiente de no llegar a fin de mes. El futuro se presenta como un monstruo japonés posnuclear a punto de romper sus ataduras. Los niños, presos entre cuatro paredes, no agotan sus energías y tardan en dormirse.
Pero no sé si han tocado la válvula adecuada. Libera un gas fétido que no disminuye sin embargo la presión de la caldera. La gente ha recibido la noticia como si perteneciera a una realidad paralela. Hemos aceptado para lo bueno y para lo malo que la monarquía esté ahí como el mueble viejo del pasillo con el que siempre tropezamos. ¡Qué pereza moverlo! ¡Qué pereza mover la monarquía! Dejémosla estar, pues, pero Felipe VI podría ahorrarse discursos de Navidad como el del miércoles. No cuelan, Majestad: vivimos en planetas diferentes.
En el mueble del pasillo, comido por la polilla, conservamos la vieja colección de discos de vinilo que en el futuro podría valer algún dinero. No sé qué guardamos dentro del armario de la monarquía, pero algo muy oscuro o muy nuestro debe de ser cuando, pese a su historial de escándalos, no nos decidimos a llevarla al trastero. Acabarán con ella las termitas antes que un decreto.
(Fuente: El País, 20-03-2020)
(Fuente: El País, 20-03-2020)
'EL DISCURSO DEL REY', VETUSTA MORLA
"... Tal vez, si aguantamos despiertos otra vez
Quizás, aparezca de nuevo una fuga de desconcierto
Nuestra rampa de lanzamiento"
LETRA:
Las luces en Navidad son señuelos
Que sirven para tratar la soledad
Indican nuestra salida de emergencia
El rumbo que siempre quisimos tomar
Ya, no sé llegar sin sus destellos
El rey vuelve a casa preso de su escena
Un secundario en el drama familiar
Nos habla de paz, de un unión, de otras leyendas
Su voz es un mantra vacío en nuestro hogar
Y no podrá quedarse hasta mañana
Tal vez, si aguantamos despiertos otra vez
Haré de la cuesta de Enero
Nuestra rampa de lanzamiento.
Fue tan cruel la numerología
Se ríe al vernos marchar a trabajar
Todo encaja en el guión de las noticias
Todo menos tus planes de escapar
Lo sé, si no tocan campanas otra vez
Quizás, se haga nuestro el silencio
Bastará, que aguantemos despiertos sin caer
Y hacer de la cuesta de Enero
Nuestra rampa de lanzamiento
En mitad de este desconcierto
Tal vez, si aguantamos despiertos otra vez
Quizás, aparezca de nuevo una fuga de desconcierto
Nuestra rampa de lanzamiento.
Que sirven para tratar la soledad
Indican nuestra salida de emergencia
El rumbo que siempre quisimos tomar
Ya, no sé llegar sin sus destellos
El rey vuelve a casa preso de su escena
Un secundario en el drama familiar
Nos habla de paz, de un unión, de otras leyendas
Su voz es un mantra vacío en nuestro hogar
Y no podrá quedarse hasta mañana
Tal vez, si aguantamos despiertos otra vez
Haré de la cuesta de Enero
Nuestra rampa de lanzamiento.
Fue tan cruel la numerología
Se ríe al vernos marchar a trabajar
Todo encaja en el guión de las noticias
Todo menos tus planes de escapar
Lo sé, si no tocan campanas otra vez
Quizás, se haga nuestro el silencio
Bastará, que aguantemos despiertos sin caer
Y hacer de la cuesta de Enero
Nuestra rampa de lanzamiento
En mitad de este desconcierto
Tal vez, si aguantamos despiertos otra vez
Quizás, aparezca de nuevo una fuga de desconcierto
Nuestra rampa de lanzamiento.
PROPUESTA DE EXAMEN
1ª Indique las ideas del texto y exponga esquemáticamente su organización. En la puntuación de esta pregunta se tendrá en cuenta: a) la identificación de las ideas (hasta 0,5 puntos); b) la exposición de su organización (hasta 0,5 puntos); y c) la indicación razonada de su estructura (hasta 0,5 puntos).
2ª Indique y explique la intención comunicativa del autor (0'5 puntos), y comente dos mecanismos de cohesión que refuercen la coherencia textual. (1 punto)
(Ver 'Apunte sobre la intención comunicativa')
(Ver 'Apunte sobre la intención comunicativa')
3ª ¿Cree usted que la Monarquía desempeña un papel esencial en este país o, por el contrario, piensa que se trata de una institución anacrónica en el siglo XXI? Elabore un texto argumentativo, entre 200 y 250 palabras, respondiendo a la pregunta, eligiendo el tipo de estructura que considere adecuada. Se amplía hasta 250 palabras la extensión del texto argumentativo. (2 puntos)
(Ver 'Elaborar un discurso argumentativo')
(Ver 'Elaborar un discurso argumentativo')
4ªa Identifique la categoría gramatical y la función sintáctica de las palabras señaladas (negrita) (1'5 puntos):
4ªb Señale dos marcas de subjetividad en el texto, y comente su efecto.
5ªa La novela desde 1975 hasta nuestros días: tendencias, autores y obras representativos. Se modifica la calificación de la pregunta 5a, que pasa a tener 1,5 puntos; por el contrario, la pregunta 5b pasa a tener 1 punto.
5ªb Elementos de la narración en 'El cuarto de atrás', de Carmen Martín Gaite (1 punto).
EL TRAJE NUEVO DEL EMPERADOR |
No se interesaba por sus soldados ni por el teatro, ni le gustaba salir de paseo por el campo, a menos que fuera para lucir sus trajes nuevos. Tenía un vestido distinto para cada hora del día, y de la misma manera que se dice de un rey: “Está en el Consejo”, de nuestro hombre se decía: “El Emperador está en el vestuario”.
La ciudad en que vivía el Emperador era muy alegre y bulliciosa. Todos los días llegaban a ella muchísimos extranjeros, y una vez se presentaron dos truhanes que se hacían pasar por tejedores, asegurando que sabían tejer las más maravillosas telas. No solamente los colores y los dibujos eran hermosísimos, sino que las prendas con ellas confeccionadas poseían la milagrosa virtud de ser invisibles a toda persona que no fuera apta para su cargo o que fuera irremediablemente estúpida.
-¡Deben ser vestidos magníficos! -pensó el Emperador-. Si los tuviese, podría averiguar qué funcionarios del reino son ineptos para el cargo que ocupan. Podría distinguir entre los inteligentes y los tontos. Nada, que se pongan enseguida a tejer la tela-. Y mandó abonar a los dos pícaros un buen adelanto en metálico, para que pusieran manos a la obra cuanto antes.
Ellos montaron un telar y simularon que trabajaban; pero no tenían nada en la máquina. A pesar de ello, se hicieron suministrar las sedas más finas y el oro de mejor calidad, que se embolsaron bonitamente, mientras seguían haciendo como que trabajaban en los telares vacíos hasta muy entrada la noche.
«Me gustaría saber si avanzan con la tela»-, pensó el Emperador. Pero había una cuestión que lo tenía un tanto cohibido, a saber, que un hombre que fuera estúpido o inepto para su cargo no podría ver lo que estaban tejiendo. No es que temiera por sí mismo; sobre este punto estaba tranquilo; pero, por si acaso, prefería enviar primero a otro, para cerciorarse de cómo andaban las cosas. Todos los habitantes de la ciudad estaban informados de la particular virtud de aquella tela, y todos estaban impacientes por ver hasta qué punto su vecino era estúpido o incapaz.
«Enviaré a mi viejo ministro a que visite a los tejedores -pensó el Emperador-. Es un hombre honrado y el más indicado para juzgar de las cualidades de la tela, pues tiene talento, y no hay quien desempeñe el cargo como él».
El viejo y digno ministro se presentó, pues, en la sala ocupada por los dos embaucadores, los cuales seguían trabajando en los telares vacíos. «¡Dios nos ampare! -pensó el ministro para sus adentros, abriendo unos ojos como naranjas-. ¡Pero si no veo nada!». Sin embargo, no soltó palabra.
Los dos fulleros le rogaron que se acercase y le preguntaron si no encontraba magníficos el color y el dibujo. Le señalaban el telar vacío, y el pobre hombre seguía con los ojos desencajados, pero sin ver nada, puesto que nada había. «¡Dios santo! -pensó-. ¿Seré tonto acaso? Jamás lo hubiera creído, y nadie tiene que saberlo. ¿Es posible que sea inútil para el cargo? No, desde luego no puedo decir que no he visto la tela».
-¿Qué? ¿No dice Vuecencia nada del tejido? -preguntó uno de los tejedores.
-¡Oh, precioso, maravilloso! -respondió el viejo ministro mirando a través de los lentes-. ¡Qué dibujo y qué colores! Desde luego, diré al Emperador que me ha gustado extraordinariamente.
-Nos da una buena alegría -respondieron los dos tejedores, dándole los nombres de los colores y describiéndole el raro dibujo. El viejo tuvo buen cuidado de quedarse las explicaciones en la memoria para poder repetirlas al Emperador; y así lo hizo.
Los estafadores pidieron entonces más dinero, seda y oro, ya que lo necesitaban para seguir tejiendo. Todo fue a parar a sus bolsillos, pues ni una hebra se empleó en el telar, y ellos continuaron, como antes, trabajando en las máquinas vacías.
Poco después el Emperador envió a otro funcionario de su confianza a inspeccionar el estado de la tela e informarse de si quedaría pronto lista. Al segundo le ocurrió lo que al primero; miró y miró, pero como en el telar no había nada, nada pudo ver.
-¿Verdad que es una tela bonita? -preguntaron los dos tramposos, señalando y explicando el precioso dibujo que no existía.
«Yo no soy tonto -pensó el hombre-, y el empleo que tengo no lo suelto. Sería muy fastidioso. Es preciso que nadie se dé cuenta». Y se deshizo en alabanzas de la tela que no veía, y ponderó su entusiasmo por aquellos hermosos colores y aquel soberbio dibujo.
-¡Es digno de admiración! -dijo al Emperador.
Todos los moradores de la capital hablaban de la magnífica tela, tanto, que el Emperador quiso verla con sus propios ojos antes de que la sacasen del telar. Seguido de una multitud de personajes escogidos, entre los cuales figuraban los dos probos funcionarios de marras, se encaminó a la casa donde paraban los pícaros, los cuales continuaban tejiendo con todas sus fuerzas, aunque sin hebras ni hilados.
-¿Verdad que es admirable? -preguntaron los dos honrados dignatarios-. Fíjese Vuestra Majestad en estos colores y estos dibujos -y señalaban el telar vacío, creyendo que los demás veían la tela.
«¡Cómo! -pensó el Emperador-. ¡Yo no veo nada! ¡Esto es terrible! ¿Seré tan tonto? ¿Acaso no sirvo para emperador? Sería espantoso».
-¡Oh, sí, es muy bonita! -dijo-. Me gusta, la apruebo-. Y con un gesto de agrado miraba el telar vacío; no quería confesar que no veía nada.
Todos los componentes de su séquito miraban y remiraban, pero ninguno sacaba nada en limpio; no obstante, todo era exclamar, como el Emperador: -¡oh, qué bonito!-, y le aconsejaron que estrenase los vestidos confeccionados con aquella tela en la procesión que debía celebrarse próximamente. -¡Es preciosa, elegantísima, estupenda!- corría de boca en boca, y todo el mundo parecía extasiado con ella.
El Emperador concedió una condecoración a cada uno de los dos bribones para que se las prendieran en el ojal, y los nombró tejedores imperiales.
Durante toda la noche que precedió al día de la fiesta, los dos embaucadores estuvieron levantados, con dieciséis lámparas encendidas, para que la gente viese que trabajaban activamente en la confección de los nuevos vestidos del Soberano. Simularon quitar la tela del telar, cortarla con grandes tijeras y coserla con agujas sin hebra; finalmente, dijeron: -¡Por fin, el vestido está listo!
Llegó el Emperador en compañía de sus caballeros principales, y los dos truhanes, levantando los brazos como si sostuviesen algo, dijeron:
-Esto son los pantalones. Ahí está la casaca. -Aquí tienen el manto... Las prendas son ligeras como si fuesen de telaraña; uno creería no llevar nada sobre el cuerpo, mas precisamente esto es lo bueno de la tela.
-¡Sí! -asintieron todos los cortesanos, a pesar de que no veían nada, pues nada había.
-¿Quiere dignarse Vuestra Majestad quitarse el traje que lleva -dijeron los dos bribones- para que podamos vestirle el nuevo delante del espejo?
Quitose el Emperador sus prendas, y los dos simularon ponerle las diversas piezas del vestido nuevo, que pretendían haber terminado poco antes. Y cogiendo al Emperador por la cintura, hicieron como si le atasen algo, la cola seguramente; y el Monarca todo era dar vueltas ante el espejo.
-¡Dios, y qué bien le sienta, le va estupendamente! -exclamaban todos-. ¡Vaya dibujo y vaya colores! ¡Es un traje precioso!
-El palio bajo el cual irá Vuestra Majestad durante la procesión, aguarda ya en la calle - anunció el maestro de Ceremonias.
-Muy bien, estoy a punto -dijo el Emperador-. ¿Verdad que me sienta bien? - y volviose una vez más de cara al espejo, para que todos creyeran que veía el vestido.
Los ayudas de cámara encargados de sostener la cola bajaron las manos al suelo como para levantarla, y avanzaron con ademán de sostener algo en el aire; por nada del mundo hubieran confesado que no veían nada. Y de este modo echó a andar el Emperador bajo el magnífico palio, mientras el gentío, desde la calle y las ventanas, decía:
-¡Qué preciosos son los vestidos nuevos del Emperador! ¡Qué magnífica cola! ¡Qué hermoso es todo!
Nadie permitía que los demás se diesen cuenta de que nada veía, para no ser tenido por incapaz en su cargo o por estúpido. Ningún traje del Monarca había tenido tanto éxito como aquél.
-¡Pero si no lleva nada! -exclamó de pronto un niño.
-¡Dios bendito, escuchen la voz de la inocencia! -dijo su padre; y todo el mundo se fue repitiendo al oído lo que acababa de decir el pequeño.
-¡No lleva nada; es un chiquillo el que dice que no lleva nada!
-¡Pero si no lleva nada! -gritó, al fin, el pueblo entero.
Aquello inquietó al Emperador, pues barruntaba que el pueblo tenía razón; mas pensó: «Hay que aguantar hasta el fin». Y siguió más altivo que antes; y los ayudas de cámara continuaron sosteniendo la inexistente cola.
(Fuente: Ciudad Seva)