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'DUELO ENTRE PALABRAS' (fragmento), de Luis Enrique Ibáñez

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"Esta constatación se abrazaba lúcida con los oportunos ejemplos dolorosos de la actualidad sociopolítica, ya saben, ahora, más que nunca, vivimos enfangados en un lodazal de palabras y expresiones maltratadas, inventadas, ensuciadas, vaciadas, asesinas… austeridad, recuperación, optimización de recursos, cambio, antisistema, asambleario, democracia, globalización, rescate…  este estado permanente que vivimos, un estado alimentado de estafas, de suicidios y de esclavitud asumida. Todo ello hacía que odiara todavía con más fuerza a todos los seres que me rodeaban..."

Fotograma de 'La noche del cazador', de Charles Laughton

'DUELO ENTRE PALABRAS' de Luis Enrique Ibáñez 
(fragmento)

Estaba cansado y no tenía hambre. La única opción que me quedaba era ver una película. Como tampoco tenía ganas de decidir, dejé que mi mano alcanzase al tuntún la primera cinta que quisiese, nada estaba ordenado en mi reino, no había trampa. El azar, que a veces se comporta como un abuelo bonachón (a pesar de la ironía que Bioy Casares hizo sobre él, “el azar, buen recurso para no tener que dar explicaciones demasiado largas”), me ofreció un plato exquisito, 'La noche del cazador', de Charles Laughton.

Gracias a Robert Mitchum y a la tierna música que servía de soporte a la cacería, recuperé gran parte de mi optimismo. Volvía a aprender que la pesadilla es el único camino posible de vuelta a la infancia y que sólo los monstruos y los santos son capaces de comprender el alma de un niño, las demás clases de personas nada tienen que ver con ellos. Yo había elegido el papel del monstruo y es por ello que tenía todo el derecho del mundo a disfrutar con lo siniestro, el hogar y el miedo, la infancia y la muerte. Por esa misma razón, a aquella mujer y al Predicador –a mí– les unía un invisible hilo de complicidad, una extraña solidaridad que iba más allá de sus papeles opuestos. El maravilloso dueto que realizan –Leaning on the everlasting arms– mientras él acecha y ella resiste se ofrece como un punto cercano, furtivo, del Universo en el que el Cielo y el Infierno se retuercen placenteramente, como en un amor que no se quiere reconocer, para poder darse la mano y así mostrarnos la verdadera cara de la Belleza. 

Rebobiné la cinta para buscar un primer plano de Mitchum que fuera lo suficientemente alargado y ambiguo. Cuando di con él, presioné el botón de pause. Decidí que aquella cara dominaría mi sala de estar durante el resto de mis días. Sabía que este nuevo proyecto de decoración religiosa me obligaría a comprar, al menos, otra televisión y otro vídeo, pero no importaba, ya me relamía de gusto imaginándome en el sofá, despertándome y encontrándome de sopetón con aquel careto demoníaco. La intensidad de tanta emoción consiguió sin pedírselo que apareciera un cansancio feliz y sincero. Ahora sí podía irme a dormir, sabiendo además que mi ángel de la guarda velaba mis sueños desde la sala de estar. 

En la mesita de noche me estaban esperando, como tres amantes viciosas, las tres raciones de lectura que últimamente me acompañaban en mis primeras horas de cobijo en la cama. La primera –a la que dedicaba casi dos horas– era 'Palabras e Ideas: el léxico de la ilustración temprana en España (1680-1760)', escrito por un gran empollón no exento de cabeza y con nombre de noble romántico, como si fuera un personaje del mismísimo Duque de Rivas, Pedro Álvarez de Miranda. Este libro, redactado con el encanto de un cuentecito infantil, sirve fundamentalmente para estar atentos a la invasión de los amos en el cuerpo del lenguaje, "(...) Pues, en efecto, no solo nos interesará el uso que los primeros ilustrados hicieron de unas determinadas palabras, sino también el que hicieron de ellas los representantes de la mentalidad antiilustrado, que desde muy pronto dejó oír su voz. Por lo que hoy conocemos puede ya adelantarse que esta facción, más que cultivar un vocabulario propio, practicó una doble estrategia consistente, unas veces, en apropiarse del léxico de sus oponentes, y otras, en someterlo a un proceso de deformación, mistificación o, en ocasiones ridiculización de su sentido.

Esta constatación se abrazaba lúcida con los oportunos ejemplos dolorosos de la actualidad sociopolítica, ya saben, ahora, más que nunca, vivimos enfangados en un lodazal de palabras y expresiones maltratadas, inventadas, ensuciadas, vaciadas, asesinas… austeridad, recuperación, optimización de recursos, cambio, antisistema, asambleario, democracia, globalización, rescate, emprendedores… Esto es, este estado permanente que vivimos, un estado alimentado de estafas, de suicidios y de esclavitud asumida. Todo ello hacía que odiara todavía con más fuerza a todos los seres que me rodeaban.

Pero no odiaba particularmente a los malos, odiaba a los imbéciles que no quieren percatarse de la existencia de los malos. Mi odio no era nada heroico. Era simplemente un paso más hacia la legítima aspiración de ser malo.


MÁS FRAGMENTOS AQUÍ:

FRAGMENTOS DE LA NOVELA 'DUELO ENTRE PALABRAS'

("... dejar que esas letras indiscutibles se introdujeran como un veneno agradable en el interior de mi cuerpo. Tangos y más tangos. Seguían sonando sin parar. Yo mismo me había convertido en materia de tango. Los límites de mi cuerpo se confundían plácidamente con la substancia fonética como si alguien hubiera mezclado células y sonidos para conformar un tejido nuevo de elasticidad imposible; las palabras se habían quedado colgadas en el aire, ocupándolo todo...")






























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