"Se fueron los destellos de la Navidad. Antes ya se acabaron las elecciones en esta tierra, fue esa convocatoria la que, una vez más, sólo dejó encima de la mesa platos vacíos y un postre demoníaco... la reflexión sobre el quehacer de uno mismo siempre es urgente y, desgraciadamente, yo no la encontré por ningún lado... el lenguaje perdido se escapa por todos los desagües de la ciudad y resulta imposible hablar de un modo distinto en las distintas plazas de la tribu. Las palabras no distinguen de barrios...
Muchos nos repetimos con demasiada frecuencia. Probablemente otros olvidan con demasiada facilidad... "Tal vez si aguantamos despiertos otra vez, haremos de la cuesta de enero nuestra rampa de lanzamiento" Que así sea"
SIGUE FALTANDO LA NECESARIA REFLEXIÓN
Se acaba el carrusel, y vuelve la realidad. Se fueron los destellos, y seguimos sin encontrar el camino para escapar. Para escapar de ahí, de esa inercia que al parecer nos obliga a aceptar las premisas quintacolumnistas del sistema, a molestar sólo lo que nos permiten molestar, y a perder, sobre todo, las palabras reales. Hemos vuelto a escuchar el Discurso del Rey, hemos vuelto a comulgar con malditas y antiguas ruedas de molino, hemos vuelto, por qué empezamos, a hacer manitas con los valedores de la estafa, esos que a sí mismos se llaman gente de izquierda, ¿qué es ser de izquierdas, decirlo o actuar en consecuencia?
El lenguaje está totalmente prostituido, y todos somos responsables de que así sea, algunos más. Resulta tan fácil distraernos, atraernos, asimilarnos, diluirnos, convertirnos, desearía que de modo inconsciente, en bomberos de un sistema (sí utilizo la palabra sistema), que nos está matando, nos están ganando de paliza, todos sabéis quién lo dijo. Pero seguimos intentando ser esos comerciales honestos que pretenden repartir con más honestidad las migajas que la realeza financiera les deja, para que juguemos, o para que creamos que estamos participando en el juego, para que nos sintamos útiles.
Se fueron los destellos de la Navidad. Antes ya se acabaron las elecciones en esta tierra, fue esa convocatoria la que, una vez más, sólo dejó encima de la mesa platos vacíos y un postre demoníaco, ese postre que tanto alarma ahora, como si se tratase de algo repentino, nacido de la nada, como si no llevara ya tiempo dejando señales en el camino hacia el bosque.
A los pocos días de aquel 2-12, pude leer artículos de representantes muy señalados en formaciones políticas amigas. Se daba a entender que en esos textos se provocaría la necesaria autocrítica. Sí, ya sabemos que son muchos los factores, la marginación en los medios, la manipulación de esos voceros, el distinto trato en la financiación, la amnesia de la población... muchos, sí.
Sin embargo, la reflexión sobre el quehacer de uno mismo siempre es urgente y, desgraciadamente, yo no la encontré por ningún lado.
Sólo me topé con frases del tipo "pues nos encontrarán aquí", "no permitiremos nunca que...", "seremos una oposición fuerte..." Pero nada sobre qué hemos hecho mal.
Hace algunos años, el líder de Podemos, en plena efervescencia, afirmó que que Izquierda Unida era necesaria, pero que no se podía estar con ella, porque sostenía al PSOE, aquí en Andalucía. Fue demasiado breve el tiempo que tardó la misma persona en declarar solemnemente que el PSOE era su aliado natural, en flirtear con el guaperas de Pedro Sánchez de manera bochornosa, mientras por el camino las palabras transgresoras caían al suelo, como gotas de lluvia que ni siquiera se oyen.
Todo es demasiado raro o quizá no, la historia se repite tanto.
Alguien podrá pensar que estoy pensando a nivel general, que lo último que ha habido es una contienda autonómica y que lo que se nos viene ahora es una lucha municipal, la más parecida al cuerpo a cuerpo. Sin embargo, no deja de ser cierto que el lenguaje perdido se escapa por todos los desagües de la ciudad y resulta imposible hablar de un modo distinto en las distintas plazas de la tribu. Las palabras no distinguen de barrios.
Somos nosotros los que intentamos disfrazarlas dependiendo de dónde hablamos.
Hace algunos años, también, las fuerzas políticas que se entienden como transformadoras, ay, no perdían ni una sola ocasión para pronunciar todas las expresiones acuñadas, no sólo al calor de la calle, sino también al abrigo del análisis radical, ese que quiere situarse en la raíz del problema. Expresiones como "derogación de la reforma del 135 de la Constitución", "Deuda Ilegítima" o, al menos, "auditoría de la deuda", "renta básica", "nacionalización de los bancos rescatados con el dinero de todos"... y tantas otras. No se trata de nostalgia, se trata constatar la facilidad con la que el sistema nos diluye.
Muchos nos repetimos con demasiada frecuencia. Probablemente otros olvidan con demasiada facilidad.
Se ha demostrado trágicamente como la suavización del discurso para mostrarse más aceptable, no sólo a los ojos de la sociedad, sino sobre todo (y más grave) al permiso del Poder Real, no ha servido para ganar más espacio, más capacidad de transformación, más poder. Al contrario, da la sensación de que en lugar de ganar los votos discretos, se han perdido los votos más dulces, los más canallas.
Si esto fuera así, tal vez sería mejor intentar mantener siempre en pie el idioma real, no permitir que el significante que antes gritaba sea olvidado, asimilado por la estructura, no ser nunca cómplice en el expolio de los significados profundos.
Salirse de ese lenguaje, de ese "pensamiento grumoso" que según Emilio Lledó sostiene esta "dictadura de la indecencia".
Viene otra cita, y la tenemos aquí también, en nuestra ciudad. Habrá que decidir cuál es traje de combate que cada uno quiere llevar, el de el posiblismo infectado de recelos personales, o el del lenguaje primigenio.
La gente, si no gana, quiere que al menos le cuenten la verdad. Y eso debería ser innegociable.
Fue el poeta y político Solón de Atenas el mismo que hace 26.000 años prohibió los préstamos de los ricos a los pobres porque, decía, estos terminaban siendo esclavos, el que también declaró los políticos debían siembre decir la verdad, no sólo la cotidiana, también la más profunda.
Busquemos al pueblo que falta, hablemos de verdad.
Vuelvo al tema de Vetusta Morla al que aludía en las primeras líneas, "Tal vez si aguantamos despiertos otra vez, haremos de la cuesta de enero nuestra rampa de lanzamiento".
Que así sea.
Se fueron los destellos de la Navidad. Antes ya se acabaron las elecciones en esta tierra, fue esa convocatoria la que, una vez más, sólo dejó encima de la mesa platos vacíos y un postre demoníaco, ese postre que tanto alarma ahora, como si se tratase de algo repentino, nacido de la nada, como si no llevara ya tiempo dejando señales en el camino hacia el bosque.
A los pocos días de aquel 2-12, pude leer artículos de representantes muy señalados en formaciones políticas amigas. Se daba a entender que en esos textos se provocaría la necesaria autocrítica. Sí, ya sabemos que son muchos los factores, la marginación en los medios, la manipulación de esos voceros, el distinto trato en la financiación, la amnesia de la población... muchos, sí.
Sin embargo, la reflexión sobre el quehacer de uno mismo siempre es urgente y, desgraciadamente, yo no la encontré por ningún lado.
Sólo me topé con frases del tipo "pues nos encontrarán aquí", "no permitiremos nunca que...", "seremos una oposición fuerte..." Pero nada sobre qué hemos hecho mal.
Hace algunos años, el líder de Podemos, en plena efervescencia, afirmó que que Izquierda Unida era necesaria, pero que no se podía estar con ella, porque sostenía al PSOE, aquí en Andalucía. Fue demasiado breve el tiempo que tardó la misma persona en declarar solemnemente que el PSOE era su aliado natural, en flirtear con el guaperas de Pedro Sánchez de manera bochornosa, mientras por el camino las palabras transgresoras caían al suelo, como gotas de lluvia que ni siquiera se oyen.
Todo es demasiado raro o quizá no, la historia se repite tanto.
Alguien podrá pensar que estoy pensando a nivel general, que lo último que ha habido es una contienda autonómica y que lo que se nos viene ahora es una lucha municipal, la más parecida al cuerpo a cuerpo. Sin embargo, no deja de ser cierto que el lenguaje perdido se escapa por todos los desagües de la ciudad y resulta imposible hablar de un modo distinto en las distintas plazas de la tribu. Las palabras no distinguen de barrios.
Somos nosotros los que intentamos disfrazarlas dependiendo de dónde hablamos.
Hace algunos años, también, las fuerzas políticas que se entienden como transformadoras, ay, no perdían ni una sola ocasión para pronunciar todas las expresiones acuñadas, no sólo al calor de la calle, sino también al abrigo del análisis radical, ese que quiere situarse en la raíz del problema. Expresiones como "derogación de la reforma del 135 de la Constitución", "Deuda Ilegítima" o, al menos, "auditoría de la deuda", "renta básica", "nacionalización de los bancos rescatados con el dinero de todos"... y tantas otras. No se trata de nostalgia, se trata constatar la facilidad con la que el sistema nos diluye.
Muchos nos repetimos con demasiada frecuencia. Probablemente otros olvidan con demasiada facilidad.
Se ha demostrado trágicamente como la suavización del discurso para mostrarse más aceptable, no sólo a los ojos de la sociedad, sino sobre todo (y más grave) al permiso del Poder Real, no ha servido para ganar más espacio, más capacidad de transformación, más poder. Al contrario, da la sensación de que en lugar de ganar los votos discretos, se han perdido los votos más dulces, los más canallas.
Si esto fuera así, tal vez sería mejor intentar mantener siempre en pie el idioma real, no permitir que el significante que antes gritaba sea olvidado, asimilado por la estructura, no ser nunca cómplice en el expolio de los significados profundos.
Salirse de ese lenguaje, de ese "pensamiento grumoso" que según Emilio Lledó sostiene esta "dictadura de la indecencia".
Viene otra cita, y la tenemos aquí también, en nuestra ciudad. Habrá que decidir cuál es traje de combate que cada uno quiere llevar, el de el posiblismo infectado de recelos personales, o el del lenguaje primigenio.
La gente, si no gana, quiere que al menos le cuenten la verdad. Y eso debería ser innegociable.
Fue el poeta y político Solón de Atenas el mismo que hace 26.000 años prohibió los préstamos de los ricos a los pobres porque, decía, estos terminaban siendo esclavos, el que también declaró los políticos debían siembre decir la verdad, no sólo la cotidiana, también la más profunda.
Busquemos al pueblo que falta, hablemos de verdad.
Vuelvo al tema de Vetusta Morla al que aludía en las primeras líneas, "Tal vez si aguantamos despiertos otra vez, haremos de la cuesta de enero nuestra rampa de lanzamiento".
Que así sea.