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'¿PARA QUÉ ESTUDIAMOS?', por Helena Resano / 'LEYENDA EN TORNO AL ORIGEN DEL LIBRO TAO TE KING...', de Bertolt Brecht

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"Estudias porque quieres aprender. Aprendes porque quieres saber. Quieres saber porque quieres hacer las cosas mejor: entender lo que pasa a tu alrededor... Crear personas que sepan pensar, que aprendan a cuestionárselo todo... cuando entro en el aula me reconcilio mucho con esta profesión porque los alumnos suponen el mejor de los retos, cuestionan planteamientos, proponen nuevos razonamientos, te hacen pensar... La universidad no puede ser un espacio en el que unos privilegiados consiguen títulos y otros piden créditos para poder seguir estudiando"


¿PARA QUÉ ESTUDIAMOS?

Estudias porque quieres aprender. Aprendes porque quieres saber. Quieres saber porque quieres hacer las cosas mejor: entender lo que pasa a tu alrededor, ser experto en solucionar tal o cual problema, saber cómo salvar la vida a alguien o cómo calcular la mejor estructura para un puente. La universidad, la formación académica, sirve para esto, éste es su objetivo. Crear talento. Crear personas que sepan pensar, que aprendan a cuestionárselo todo para volver a empezar de nuevo. Y cuando uno decide apuntarse a tal o cual carrera, hacer tal o cual máster, mejorar su formación con un doctorado, es porque busca la excelencia. Busca ser mejor.

Algo tan básico parece que a más de uno se le olvidó por el camino. Simplemente buscaron engordar el currículum y nada más. A muchos el mundo académico nos sigue atrayendo porque formarte y formar a otros es la mejor de las experiencias. Impartir clases a futuros periodistas en mi caso es la mejor forma de volver a recordarme a mí misma por qué quise dedicarme a esto. Siempre digo que cuando entro en el aula me reconcilio mucho con esta profesión porque los alumnos suponen el mejor de los retos, cuestionan planteamientos, proponen nuevos razonamientos, te hacen pensar. Y con mucha pena he tenido que renunciar a poder hacer un doctorado porque simplemente no tenía el tiempo necesario para poder completarlo. Con un informativo diario me es imposible acudir a las clases y poder hacer los trabajos e investigaciones necesarias. No he podido y es la espinita clavada que tengo. Pero fui honesta conmigo misma y admití que tenía que elegir. Lo que puedo ofrecer a los alumnos es mi experiencia y el conocimiento adquirido durante más de 20 años de profesión. Hacer el doctorado tendrá por tanto que esperar. Y me sorprenden mucho todos aquellos que con una carrera profesional en activo decidieran apuntarse a un máster que les requería muchas horas presenciales. Supongo que creyeron que podían hacerlo.

Con los nuevos planes de Bolonia, a nuestros universitarios se les obligó a que, sí o sí, tras la carrera tenían que cursar un máster y quizás asumimos demasiado rápido que con un curso de un año era suficiente para equipararnos a Europa. Se inventaron máster y títulos de todo tipo, unos para profesionalizarse, otros para investigar pero casi siempre con un coste altísimo, postgrados carísimos que daban títulos sobre mil materias diferentes sin quizás exigir lo más mínimo: que ese curso sirviera para lograr la excelencia. Y muchos se hipotecaron para poder acceder a esa formación superior: durante unos años, recuerden, quien tenía un máster lograba mejores puestos de trabajo. Pero aquí también hubo trampas, lo hemos sabido ahora. No todos eran los mejores, no todos habían adquirido ni mejores conocimientos ni mejores capacidades.

El otro día escuchaba a un alumno de la Universidad Rey Juan Carlos decir que cada vez que comentaba dónde estudiaba recibía sonrisas irónicas y burlas sobre si le estaban regalando el título. Un alumno que había pedido a sus padres hacer el esfuerzo de irse a Madrid, apuntarse en una universidad, pagar una matrícula, buscar un piso en el que alojarse y dedicar 4, 5 ó 6 años de su vida a ese proyecto. A ellos les han robado la oportunidad de sentirse orgullosos de lo que estaban haciendo. Ahora han comprobado que la exigencia no fue igual para todos.

La universidad no puede ser un espacio en el que unos privilegiados consiguen títulos y otros piden créditos para poder seguir estudiando. Eso supondría crear un círculo vicioso del que no se podrá salir nunca, ni siquiera formándote y estudiando. Desde luego no podemos tolerar que la indecencia de unos pocos que creyeron que la universidad era su propio chiringuito empañe el esfuerzo y el trabajo de otros muchos que se dejan horas y vidas enteras en lograr formar al mejor talento de este país.


(Fuente: infolibre, 13-09-2018)

LEYENDA EN TORNO AL ORIGEN DEL LIBRO TAO TE KING, ESCRITO POR LA TSE EN EL CAMINO DE LA EMIGRACIÓN

1. A sus setenta años, ya achacoso, sintió el maestro grandes ansias de paz. En el país, la bondad enflaquecía, y cobraba nuevas fuerzas la maldad. Y decidió marchar.

2. Empaquetó sólo lo imprescindible, lo que sabía iba a necesitar: la pipa en que fumaba cada noche, el libro al que acudía sin cesar, y suficiente pan.

3. Gozó una última vez mirando al valle, mas lo olvidó tan pronto comenzó a ascender. Mientras al anciano llevaba a su lomo, iba rumiando yerba fresca el buey. Su marcha era suficiente para aquél.

4. Cuatro días anduvieron entre peñas, hasta que un aduanero los paró. -¿Alguna cosa de valor? -Ninguna- Y el muchacho que llevaba al buey habló. -Es un maestro -dijo-, y todo se aclaró.

5. Pero el hombre estaba alegre y dirigiéndose al muchacho preguntó: -¿Qué enseña?- -Que el agua blanda en movimiento acaba venciendo a la más dura piedra. ¿Sabes? Hace falta paciencia.


6. Por no desperdiciar la luz del día, aguijó el muchacho luego al animal, y ya detrás de un pino los tres se perdían cuando el aduanero comenzó a gritar: -¡Alto ahí, que os quiero hablar!

7. Dime otra vez eso del agua anciano-. Se detuvo el maestro: ¿Te interesa?- Respodió el hombre: -Soy aduanero, mas saber quién gana siempre me interesa. Si lo sabes, ¡cuenta!.

8. - Anótalo. Díctaselo al chico. No lo reserves sólo para ti. Comida tengo en casa, y papel y tinta: todo lo que hace falta para escribir. ¿Quieres venir?

9. Examinó el anciano al aduanero. Chaqueta zurcida, descalzos los pies. Una profunda arruga cruzaba su frente. No era la estampa de alguien acostumbrado a vencer. Y murmuró el maestro: -¿Tú también?-


10. Había vivido el anciano demasiado para rechazar tan cortés invitación. -Quien pregunta merece ser contestado-. -Y hace frío -el muchacho intercaló-. -Está bien, quedémonos-.

11. Desmontóse entonces el sabio de su buey, y escribió con el chico durante una semana. El aduanero se encargaba de darles de comer (y a los contrabandista maldecía en voz baja). Pero antes o después, todo se acaba.

12. Una mañana, al fin, ochenta y una sentencias entregó el muchacho al aduanero. Y tras agradecerle una pequeña prenda, otra vez en camino se pusieron. ¿Cabe ser más atento?

13. No celebremos, pues, tan sólo al sabio cuyo nombre en el libro resplandece. Al sabio hay que arrancarle su tesoro. El aduanero que supo retenerle gracias también merece.

('Historias del calendario', Bertolt Brecht.Traducción de Joaquín Rábago

(Fuente: ulises-itaca-blogspot)
















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