"Por primera vez en la Historia, los estudiantes se convierten en principales protagonistas de un hecho revolucionario, aunque no llegara a cuajar como tal... los sucesos de mayo de 1968 se encuadran más dentro del linaje de la rebelión que de la revolución. La diferencia entre ambas categorías radica en que la primera sólo tiene claro aquello contra lo que se va y es preciso abolir, mientras que la segunda cuenta con un modelo alternativo que oponer al poder establecido...
consiguieron meterle el miedo en el cuerpo al Sistema. Después éste reaccionaría y, al cabo de diez años, ya había absorbido... aquel intento de contracultura. Sin embargo, el mundo ya jamás volvería a ser el mismo"
MAYO DEL 68
Tal día como hoy –3 de mayo– de hace cincuenta años, una protesta de universitarios de Nanterre en el patio de la Sorbona, saldada con el enfrentamiento entre estudiantes y policías con una cifra de 400 heridos, sirve de pistoletazo de salida a una concatenación de episodios turbulentos, cuya radicalización y empuje llegó a tambalear las bases del sistema político entonces en vigor.
Por primera vez en la Historia, los estudiantes se convierten en principales protagonistas de un hecho revolucionario, aunque no llegara –después de un mes de conflictos– a cuajar como tal, pero que dejaría su marca de secuelas en el mundo posterior y condicionaría, de algún modo, el devenir de la izquierda.
A mi juicio, los sucesos de mayo de 1968 se encuadran más dentro del linaje de la rebelión que de la revolución. La diferencia entre ambas categorías radica en que la primera sólo tiene claro aquello contra lo que se va y es preciso abolir, mientras que la segunda cuenta con un modelo alternativo que oponer al poder establecido.
Los estudiantes franceses, enmarcados dentro de una juventud que ha pasado a contemplarse como la fase culminante del desarrollo humano, en vez de como estadio preparatorio para la vida adulta, tienen la sensación de estar experimentando un cambio trascendente: sienten que, con su lucha, están cambiando no sólo su vida, sino el propio mundo; ese mundo viejo y caduco en el que no encuentran cabida y en cuyas reglas no se sienten para nada representados. Aspiran a la transformación radical de las estructuras de la Universidad y la Enseñanza, a la revolución sexual y el amor libre, y a crear otro mundo alternativo –otro mundo es posible– que avocará a los jóvenes posteriores a refugiarse en lo oriental, las nuevas religiones y sectas, la apología de la droga, la antipsiquiatría, la parapsicología, las bioenergías, el esoterismo y hasta los ovnis; además del naturismo, las dietas macrobióticas y vegetarianas, el mito del aire libre, el ecologismo y el footing.
Lograr la revolución era más complicado. De eso, fueron conscientes los estudiantes y sus líderes más mediáticos –Daniel Cohn-Bendit, Alain Geismar o Jacques Sauvageot– desde el primer momento. En primer lugar, porque para hacer la revolución era necesario oponer al poder existente un contrapoder, y el único que podía ejercerse con posibilidades de éxito frente al poder represivo de las clases dominantes, del gobierno y del ejército, era el de los trabajadores. El arma del trabajador –única, pero definitiva– es negarse a entregar el fruto de su trabajo a la sociedad. Todo el sistema, entonces, se para. Mas para que tal cosa se produzca, el trabajador ha de entrar en la lucha. Era preciso, pues, involucrar a los trabajadores en el conflicto. Los estudiantes debían ser el detonador y los trabajadores el artefacto explosivo. Y a punto estuvieron de hacerlo estallar a raíz de la huelga general decretada por los sindicatos el 13 de mayo; huelga que paralizó el país y puso en paro a diez millones de personas. Pero una de las peculiaridades de los conflictos de mayo del 68 era que no nacieron de una crisis económica, social o política grave, sino de una reivindicación profunda con cierto matiz libertario (aunque paradójicamente sus banderas se alinearan en el marxismo, bajo las figuras de Marx, Lenin y Mao). Es más, Francia se hallaba entonces en una economía de pleno empleo y después de veinte años de mejoras consecutivas para los asalariados. Era por tanto una situación en que lo último en que pensaban las masas proletarias era en la revolución. A esto cabe añadir que los partidos de izquierda, fieles a su papel tradicional en las democracias burguesas de leal opositor, garantes del pacto básico que permite mantener estables las instituciones, no se sumaron a las reivindicaciones estudiantiles e incluso se les opusieron como freno. Lo mismo que los sindicatos obreros, pese a esos diez millones de huelguistas que consiguieron arrastrar los estudiantes de una manera tan rápida y espontánea que hasta los propios obreros quedaron estupefactos. Se encontraron comprometidos, sin haber acordado nada entre ellos, con un movimiento que se radicalizaba espontáneamente a medida que pasaban los días. Sin embargo, la necesaria fusión estudiantes-obreros no llegó a producirse y la revolución, lejos de consolidarse firmó su finiquito de fracaso –de estar en la cuerda floja, de Gaulle logró cien escaños más en las siguientes elecciones–, dejando, eso sí, secuelas de barricadas, violencia, paredes saturadas de consignas y el desencanto de una derrota que marcaría a fuego el devenir de la política y de la izquierda.
Pese a pedir “imaginación al poder”, esta se quedó en los eslóganes que pintarrajearon las paredes de París, territorio de contradicciones y paradojas –“Prohibido prohibir”, “Ser realistas, pedid lo imposible”…–, no sé si como exponente de la ausencia de propuestas factibles y claras con la que reemplazar lo vigente. No obstante, de lo que no me cabe duda es que los conflictos de mayo del 68 en Francia, insertos en la fascinación de una década y una juventud que creyó posible alcanzar la utopía, plasmados en el movimiento negro contra la segregación racial en Norteamérica, la primavera de Praga, las movilizaciones anti-imperialistas incluidas las de EE.UU., la Unidad Popular en Chile, las triunfales guerras de liberación de Vietnam, Angola, Mozambique y Guinea, la revolución de los claveles en Portugal, el entierro de Franco y del franquismo y los movimientos de la liberación de la mujer, consiguieron meterle el miedo en el cuerpo al Sistema. Después éste reaccionaría y, al cabo de diez años, ya había absorbido, asimilado y banalizado todo aquel intento de contracultura. Sin embargo, el mundo ya jamás volvería a ser el mismo.