“leer, según el retrato de Chardin, es un acto silencioso y solitario”. ¿Y a quién puede interesarle ese recogimiento en una sociedad tan vibrante como la nuestra, tan volcada hacia delante, tan hiperconectada gracias a las nuevas tecnologías? ¿Qué diablos pinta, en verdad, un tipo con sombrero pasando las hojas de un libro cuando con un clic la Red te sirve cualquier tipo de conocimiento de manera instantánea?...
Eso sí... “hay muchos que se creen a sí mismos seres emancipados cuando lo único que han hecho ha sido desabotonarse la ropa”
Fotograma de la película 'El lector', basada en la novela Berhard Schlink
LA MANÍA DE LEER EN TIEMPOS ACELERADOS
En Pasión intacta, George Steiner elige un cuadro de Chardin para reflexionar sobre lo que significa leer. El artista pintó a un caballero elegantemente ataviado, y cubierto con un sombrero, absorto en la página de un libro. Muy cerca de él, un reloj, para que no olvide que la vida es efímera, y un cálamo, para anotar durante su lectura alguna observación, subrayar una frase, marcar algo significativo. La obra se titula Le philosophe lisant, y Steiner explica que si el caballero va tan bien vestido es porque leer es un acto cortés. Hace falta un poco de tiempo para que prenda el juego de la seducción que se establece entre el lector y uno de esosinvitados importantes a los que se pretende atender de la mejor de las maneras posibles.
Esta semana se ha presentado en Madrid el informe La lectura en España 2017, encargado por la Federación de Gremios de Editores. El dato de referencia, recogido en el último barómetro del Centro de Estudios Sociológicos (CIS), es que un 39,4% de los españoles no leyó ni un solo libro en 2015. Es verdad que el llamado “lector frecuente”, el que lee por lo menos una vez por semana, creció hasta el 47,2% en 2012. Hay, pues, una inmensa cantidad de españoles a los que lo de leer les suena a chino, y existe, al mismo tiempo, una considerable cantidad de entusiastas que son amigos de practicar, si volvemos a Steiner, ese “acto cortés”. Lo preocupante es, en cualquier caso, el estancamiento de la lectura en este país. Los editores pidieron, por eso, al Gobierno que pusiera en marcha algún plan de fomento de esta actividad.
Otros datos que se dieron a conocer: las librerías se redujeron hasta 3.650 en 2013 —700 menos que el año anterior— y han hecho falta sólo 10 años para cerrar el 25% de los puestos de venta de prensa, que han pasado de 30.000 en 2006 a 22.300 en 2016. Vaya, también se ha producido un envejecimiento del catálogo de las bibliotecas públicas.
Los hay que se alarman frente a este panorama. Pero si se hace caso a Steiner, que de esto de la lectura sabía mucho —es uno de los más brillantes estudiosos de la cultura europea de las últimas décadas—, “leer, según el retrato de Chardin, es un acto silencioso y solitario”. ¿Y a quién puede interesarle ese recogimiento en una sociedad tan vibrante como la nuestra, tan volcada hacia delante, tan hiperconectada gracias a las nuevas tecnologías? ¿Qué diablos pinta, en verdad, un tipo con sombrero pasando las hojas de un libro cuando con un clic la Red te sirve cualquier tipo de conocimiento de manera instantánea?
'El filósofo leyendo', de Chardin
Fuera los lamentos. Toda esa cortesía, lo reconocía el propio Steiner, es algo de otro tiempo, irrecuperable. “La informalidad es nuestra contraseña”, decía. Ese brío tan moderno. Eso sí, y también lo apuntaba, “hay muchos que se creen a sí mismos seres emancipados cuando lo único que han hecho ha sido desabotonarse la ropa”.
(Fuente: El País)
'EL LECTOR'(fragmento)
Con la Odisea empezó todo. La leí después de separarme de Gertrud. Pasaba muchas noches sin dormir más que unas pocas horas y dando vueltas en la cama. Cuando encendía la luz y le echaba mano a un libro se me cerraban los ojos, y cuando dejaba el libro y apagaba la luz, se me abrían otra vez de par en par. Así que decidí leer en voz alta. De ese modo no se me cerraban los ojos. Pero en mis confusas divagaciones de duermevela, llenas de recuerdos y sueños y de atormentadores círculos viciosos, que giraban en torno a mi matrimonio, mi hija y mi vida, se imponía una y otra vez la figura de Hanna. Así que decidí leer para Hanna. Y empecé a grabarle cintas.
Pasaron varios meses hasta que le mandé las cintas. Al principio no quería enviarle nada fragmentario, y esperé hasta haber grabado toda la Odisea. Pero luego empecé a dudar de que la Odisea pudiera interesarle tanto a Hanna, y grabé lo que leí después de la Odisea, varios cuentos de Schnitzler y Chéjov. Luego estuve un tiempo aplazando el momento de llamar al juzgado en el que habían condenado a Hanna para preguntar dónde cumplía la pena. Al final reuní todo lo necesario: la dirección de Hanna , que estaba en una cárcel cercana a la ciudad en la que le habían juzgado y condenado, un aparato a casete, y las cintas, numeradas, de Chéjov a Homero, pasando por Schnitzler. Y por fin acabé enviándole el paquete con el aparato y las cintas.
No hace mucho encontré la libreta en que fui apuntando a lo largo de los años lo que grababa para Hanna. Se ve claramente que los primeros doce títulos están apuntados de una sola vez; seguramente empecé a leer sin orden ni concierto hasta que me di cuenta de que si no tomaba nota no me acordaría de lo que ya había leído. Algunos de los títulos siguientes llevan fecha, y otros no, pero aun sin fechas sé que el primer envío a Hanna lo hice en el octavo año de su condena, y el último en el decimoctavo. Fue cuando le concedieron el indulto que había perdido tiempo atrás.
Seguí leyendo para Hanna todo lo que me apetecía leer. En el caso de la Odisea, a principio se me hizo difícil concentrarme tanto como lo hacía cuando leía sólo para mí. Pero con el tiempo me fui acostumbrando. El otro inconveniente de la lectura en voz alta es que requiere más tiempo. Pero, a cambio de eso, lo que leía se me quedaba más grabado en la memoria. Aún hoy me acuerdo muy claramente de bastantes cosas.
Pero también grabé cosas que ya conocía y me gustaban. Así que Hanna recibió una buena dosis de Keller, Fontane, Heine y Mörike. Tardé mucho en atreverme a leer poemas, pero luego acabó encantándome y me aprendí de memoria una buena parte de los poemas que grabé. Hoy todavía puedo recitarlos.
En conjunto, los títulos anotados en la libreta encajan en el sólido candor de los gustos de la burguesía culta. Tampoco recuerdo haberme planteado nunca ir más allá de Kafka, Max Frisch, Uwe Johnson, Ingeborg Bachmann y Siegfried Lenz; nunca grabé literatura experimental, esa literatura en la que no soy capaz de identifiar una historia y no me gusta ninguno de los personajes. Para mí estaba claro que con lo que experimenta la literatura experimental es con el lector, y eso era algo de lo que Hanna y yo podíamos prescindir perfectamente.
Cuando empecé a escribir yo, le leía también cosas mías. Esperaba hasta haber dictado el manuscrito y revisado la versión escrita a máquina, hasta que tenía la sensación de que aquello ya estaba acabado. Al leer en voz alta sabía si conseguía el efecto deseado. Si no lo conseguía, podía revisarlo todo y volver a grabar encima de lo que ya estaba grabado. Pero no me gustaba hacerlo. Quería cerrar el círculo con la grabación. Hanna se convertía en la entidad para la que ponía en juego todas mis fuerzas, toda mi creatividad, toda mi fantasía crítica. Luego podía enviar el manuscrito a la editorial.
No hacía ningún comentario personal en las cintas; ni le preguntaba a Hanna cómo le iban las cosas, ni le contaba cómo me iban a mí. Leía el título, el nombre del autor y el texto. Cuando se acababa el texto, esperaba un momento, cerraba el libro y pulsaba la tecla de parada.
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'A MÍ, DE ADOLESCENTE, ME PROHIBIERON LAS NOVELAS', por Juan José Millás / 'UN LECTOR', de J.L. Borges
("El libro ha tenido siempre algo de callejón frecuentado por personas huidizas con tendencia, como decíamos, a la clandestinidad... el joven verdaderamente peligroso es aquel que un viernes o un sábado por la noche se queda en casa leyendo Madame Bovary... Ese individuo que se queda a leer Madame Bovary, les aseguro, es una bomba... Porque la realidad está hecha de palabras, de modo que quien domina las palabras domina la realidad... invito siempre a los alumnos a preguntarse hasta qué punto es real la realidad")
CELEBRACIÓN DE LA LECTURA, ELOGIO DE LA LENTITUD
Pasaron varios meses hasta que le mandé las cintas. Al principio no quería enviarle nada fragmentario, y esperé hasta haber grabado toda la Odisea. Pero luego empecé a dudar de que la Odisea pudiera interesarle tanto a Hanna, y grabé lo que leí después de la Odisea, varios cuentos de Schnitzler y Chéjov. Luego estuve un tiempo aplazando el momento de llamar al juzgado en el que habían condenado a Hanna para preguntar dónde cumplía la pena. Al final reuní todo lo necesario: la dirección de Hanna , que estaba en una cárcel cercana a la ciudad en la que le habían juzgado y condenado, un aparato a casete, y las cintas, numeradas, de Chéjov a Homero, pasando por Schnitzler. Y por fin acabé enviándole el paquete con el aparato y las cintas.
No hace mucho encontré la libreta en que fui apuntando a lo largo de los años lo que grababa para Hanna. Se ve claramente que los primeros doce títulos están apuntados de una sola vez; seguramente empecé a leer sin orden ni concierto hasta que me di cuenta de que si no tomaba nota no me acordaría de lo que ya había leído. Algunos de los títulos siguientes llevan fecha, y otros no, pero aun sin fechas sé que el primer envío a Hanna lo hice en el octavo año de su condena, y el último en el decimoctavo. Fue cuando le concedieron el indulto que había perdido tiempo atrás.
Seguí leyendo para Hanna todo lo que me apetecía leer. En el caso de la Odisea, a principio se me hizo difícil concentrarme tanto como lo hacía cuando leía sólo para mí. Pero con el tiempo me fui acostumbrando. El otro inconveniente de la lectura en voz alta es que requiere más tiempo. Pero, a cambio de eso, lo que leía se me quedaba más grabado en la memoria. Aún hoy me acuerdo muy claramente de bastantes cosas.
Pero también grabé cosas que ya conocía y me gustaban. Así que Hanna recibió una buena dosis de Keller, Fontane, Heine y Mörike. Tardé mucho en atreverme a leer poemas, pero luego acabó encantándome y me aprendí de memoria una buena parte de los poemas que grabé. Hoy todavía puedo recitarlos.
En conjunto, los títulos anotados en la libreta encajan en el sólido candor de los gustos de la burguesía culta. Tampoco recuerdo haberme planteado nunca ir más allá de Kafka, Max Frisch, Uwe Johnson, Ingeborg Bachmann y Siegfried Lenz; nunca grabé literatura experimental, esa literatura en la que no soy capaz de identifiar una historia y no me gusta ninguno de los personajes. Para mí estaba claro que con lo que experimenta la literatura experimental es con el lector, y eso era algo de lo que Hanna y yo podíamos prescindir perfectamente.
Cuando empecé a escribir yo, le leía también cosas mías. Esperaba hasta haber dictado el manuscrito y revisado la versión escrita a máquina, hasta que tenía la sensación de que aquello ya estaba acabado. Al leer en voz alta sabía si conseguía el efecto deseado. Si no lo conseguía, podía revisarlo todo y volver a grabar encima de lo que ya estaba grabado. Pero no me gustaba hacerlo. Quería cerrar el círculo con la grabación. Hanna se convertía en la entidad para la que ponía en juego todas mis fuerzas, toda mi creatividad, toda mi fantasía crítica. Luego podía enviar el manuscrito a la editorial.
No hacía ningún comentario personal en las cintas; ni le preguntaba a Hanna cómo le iban las cosas, ni le contaba cómo me iban a mí. Leía el título, el nombre del autor y el texto. Cuando se acababa el texto, esperaba un momento, cerraba el libro y pulsaba la tecla de parada.
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("... ¿quién tiene tiempo hoy para zambullirse en una novela o para liarse en los vericuetos de un ensayo o para andarse con un montón de versos que tratan de vanos amoríos o del desastre de vivir? leer no es más que eso: apartarse del ruido y entrar en otro mundo habitado por palabras. Siempre toca hacerlo solo y con tiempo, eligiendo la lentitud frente a la velocidad de nuestras circunstancias. Merece la pena. Ese “acto silencioso y solitario” está tan lleno de riquezas y placeres que quizá tenían razón aquellos antiguos cuando se esforzaban en arreglarse para vivir un momento tan especial")
("... Justo en el momento en el que Tolstoi parece haber suspendido ligeramente la intriga, Anna se coloca en las rodillas un almohadón... Después, pide a Aniuska una linterna, que sujeta en el brazo de la butaca, y saca de su bolsita roja un cortapapeles y una novela inglesa... toda lectura activa contiene el gesto más profundamente democrático que conozco. Es el gesto de quien sabe abrirse al mundo y a las verdades relativas del otro... Si se exige talento a un escritor, debe exigírsele también al lector... Los escritores fallan a los lectores, pero también ocurre al revés")
("Los profesores nos quejamos sin cesar, y más ahora que Bolonia nos “obliga” a organizar seminarios y prácticas que suelen requerir lectura. No leen libros, no son capaces de seguir un artículo académico; por no leer muchos ni siquiera se acercan a una novela. Sin embargo, en secundaria y en bachillerato sí lo hacen: es obligatorio... Ahora pretendemos que los alumnos aprendan en cuatro meses lo que antes procesaban en ocho. La primera víctima de esta recorte fue la lectura sosegada, solitaria y fecunda de libros académicos")
("No es el aprendizaje de un idioma lo que su padre le otorga. Lo que está ante sus ojos es el extraordinario advenimiento en el lenguaje. No se trata de un conocimiento que necesite ser inventariado. Se trata de dejarse invadir dulcemente por el lenguaje que, a partir de ese momento, hablará a través de ella. Ella será su enviada")