"... ¿quién tiene tiempo hoy para zambullirse en una novela o para liarse en los vericuetos de un ensayo o para andarse con un montón de versos que tratan de vanos amoríos o del desastre de vivir?
leer no es más que eso: apartarse del ruido y entrar en otro mundo habitado por palabras. Siempre toca hacerlo solo y con tiempo, eligiendo la lentitud frente a la velocidad de nuestras circunstancias. Merece la pena. Ese “acto silencioso y solitario” está tan lleno de riquezas y placeres que quizá tenían razón aquellos antiguos cuando se esforzaban en arreglarse para vivir un momento tan especial"
'El filósofo leyendo', de J.B. Chardin
CELEBRACIÓN DE LA LECTURA, ELOGIO DE LA LENTITUD
Tienen razón todos los que se lamentan. El negocio del libro no va bien. Cada vez resulta más difícil agotar las tiradas de las ediciones, y eso que se han reducido considerablemente. En estos tiempos de penurias económicas, además, no está entre las prioridades de nadie acercarse a una librería para gastar unos euros en esos cachivaches de papel que, para tantos, forman ya parte del pasado. También está lo de la piratería y la competencia desleal de las nuevas tecnologías. Más cosas: ¿quién tiene tiempo hoy para zambullirse en una novela o para liarse en los vericuetos de un ensayo o para andarse con un montón de versos que tratan de vanos amoríos o del desastre de vivir? Claro que hay razones para lamentarse. Alguna más: ¿qué pinta un libro si con el móvil se puede recorrer el mundo en un instante, recibir la mejor información, acceder a los análisis más sesudos, encargar las mejores viandas o establecer vínculos con las damas y los caballeros más competentes, guapos e inteligentes?
Ayer se inauguró en Madrid la Feria de Libro. Estará un montón de días, así que vale la pena poner entre paréntesis la catarata de argumentos que sostienen lo mal que van las cosas y guardar para otro momento el arte de la lamentación. Toca acercarse al Retiro y averiguar de nuevo si todavía merece la pena aventurarse en esas páginas que unos editores se molestaron en convertirlas en ese viejo artefacto, el libro.
George Steiner, unos de los maestros de la crítica literaria, se ocupó en su ensayo Pasión intacta de una obra de Chardin, el fínísimo artista francés del siglo XVIII, en la que retrata a un filósofo leyendo. Paso a paso, va reflexionando sobre cada uno de los elementos que aparecen en el cuadro e intenta de ese modo explicar lo que significa la honda felicidad de leer. Es verdad que se refiere a un filósofo y, por tanto, a alguien familiarizado de sobra con los libros.
Sea como sea, hay un detalle que hoy resulta particularmente significativo. Steiner llama la atención sobre lo bien vestido que va el personaje del cuadro y observa que, cuando Chardin pintaba, la lectura se entendía como “un encuentro cortés”. Una oportunidad que no podía dejarse al azar, por tanto, y a la que convenía presentarse de manera impecable. Luego entra en otras consideraciones y apunta que, para Chardin, leer “es un acto silencioso y solitario”.
Y es verdad. Con demasiada frecuencia se pretende disfrazar el acto de leer con la fórmula que pueda estar más de moda: el entretenimiento, el suspense, la utilidad, la excitación, cualquier suerte de refinamiento especial. Pero al final de todo leer no es más que eso: apartarse del ruido y entrar en otro mundo habitado por palabras. Siempre toca hacerlo solo y con tiempo, eligiendo la lentitud frente a la velocidad de nuestras circunstancias.
Merece la pena. Ese “acto silencioso y solitario” está tan lleno de riquezas y placeres que quizá tenían razón aquellos antiguos cuando se esforzaban en arreglarse para vivir un momento tan especial.
(Fuente: El País, 30-05-2015)
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("... Justo en el momento en el que Tolstoi parece haber suspendido ligeramente la intriga, Anna se coloca en las rodillas un almohadón... Después, pide a Aniuska una linterna, que sujeta en el brazo de la butaca, y saca de su bolsita roja un cortapapeles y una novela inglesa... toda lectura activa contiene el gesto más profundamente democrático que conozco. Es el gesto de quien sabe abrirse al mundo y a las verdades relativas del otro... Si se exige talento a un escritor, debe exigírsele también al lector... Los escritores fallan a los lectores, pero también ocurre al revés")
("Los profesores nos quejamos sin cesar, y más ahora que Bolonia nos “obliga” a organizar seminarios y prácticas que suelen requerir lectura. No leen libros, no son capaces de seguir un artículo académico; por no leer muchos ni siquiera se acercan a una novela. Sin embargo, en secundaria y en bachillerato sí lo hacen: es obligatorio... Ahora pretendemos que los alumnos aprendan en cuatro meses lo que antes procesaban en ocho. La primera víctima de esta recorte fue la lectura sosegada, solitaria y fecunda de libros académicos")
ACERCA DE J.B. CHARDIN:
Uno de los pintores franceses más importantes del siglo XVIII, cuya pintura de género y naturalezas muertas reflejan la vida de la burguesía parisina. Chardin nació en París el 2 de noviembre de 1699. Su padre era ebanista. Fue un artista autodidacta que recibió gran influencia de maestros flamencos del siglo XVII como Gabriël Metsu y Pieter de Hooch. Al igual que ellos, se dedicó a pintar temas sencillos y escenas de la vida cotidiana, creó una obra que contrastaba con los temas heroicos y las alegres escenas del rococó que constituyeron la corriente artística principal durante la mitad del siglo XVIII. En 1728 Chardin fue admitido en la Real Academia de Pintura después de presentar dos de sus primeros bodegones, La raya y El buffet (ambos de 1728, Museo del Louvre, París). En la década de 1730 comenzó a pintar escenas de la vida cotidiana de la burguesía parisina, como Dama cerrando una carta (1733, antiguos Museos Estatales, Berlín), La sirvienta (1738, Museo Hunterian, Glasgow) y La bendición (1740, Museo del Louvre). Estas obras, que se caracterizan por la delicadeza del colorido y la luz tenue, son un canto a la belleza de lo corriente y proyectan un aura de humanidad, intimidad y honestidad hogareñas. El dominio de la técnica le permitió a Chardin dotar a sus pinturas de una asombrosa textura realista. Lograba crear formas con juegos de luz, mediante pinceladas superpuestas cargadas de materias y destellos finos y luminosos. Los críticos le denominaron el gran mago y no hubo ningún otro pintor del siglo XVIII que le igualara. Al principio de su carrera, Chardin había conseguido el apoyo de algunos mecenas de la aristocracia y del propio Luis XV pero más adelante obtuvo gran fama con la difusión de numerosas copias de sus grabados. Al final de su vida empleó la técnica del pastel cuando empezó a fallarle la vista y, aunque en su momento estas obras, caracterizadas por una profunda humanidad, no fueron apreciadas, hoy en día están muy bien consideradas. Chardin murió el 6 de diciembre de 1779 en París.
(Fuente: epdlp.com)