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ENTREVISTA A BELÉN GOPEGUI, por Javier Rodríguez Marcos / Crítica de 'EL COMITÉ DE LA NOCHE', por Carlos Zanón (se incluyen enlaces relacionados)

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"Escribir y leer son un acto imaginativo: transformas una emoción en imaginación a través de la conciencia. Puedes escoger una emoción que tenga que ver con la desesperación y la necesidad de cambiar, pero en función de cómo la coloques narrativamente dices una cosa u otra. Puedes hacer siete novelas de desahucios y no estar hablando con intención política. El tema no garantiza nada"

Belén Gopegui (imagen tomada de mentesfemeninas.com)

ENTREVISTA A BELÉN GOPEGUI

¿Qué tiene que pasar para que el libro de una aguafiestas se convierta en un certero retrato social sin cambiar una coma? Una crisis, eso es lo que tiene que pasar. Podría ser el caso de algunas novelas de Belén Gopegui (Madrid, 1963). Pese a que hablaban de los mundos de Internet y la precariedad laboral, algunos críticos las consideraban anacrónicas porque planteaban soluciones que pasan por el compromiso político y la movilización.

Como en su última novela, El comité de la noche, que parte de una noticia difundida por la agencia Europa Press en 2012 en la que se contaba que una multinacional farmacéutica ofrecía 70 euros semanales a los parados que donasen sangre. En un bar de su barrio, la escritora madrileña critica el glamour del fracaso, duda de la novela como género y defiende algo tan espinoso para un escritor como la bondad.

PREGUNTA. El comité de la noche se ha publicado en un momento en que se ve con buenos ojos la literatura social. ¿Se siente más comprendida que cuando todo era color de rosa?

RESPUESTA. Un vocabulario y unos planteamientos que resultaban llamativos hace años ahora son alimentos cotidianos. Lo común, por ejemplo. En mi caso procedía de aquel filósofo a cuyas clases iba, Juan Blanco. La realidad ha dado la vuelta y un concepto como ese ahora es más cercano.

P. Rafael Chirbes está escamado de la unanimidad en torno a su obra, tan descarnada al contar los desastres recientes. Ahora le sopla el viento a favor, dice, pero en otro momento lo considerarían un radical peligroso.

R. Hay una parte de la narrativa del fracaso a la que no considero radical ni ahora ni antes porque nos hace permanecer donde estamos. Aunque se esté de acuerdo en la crítica, en lo que menos de acuerdo se está es en cómo se aborda la posibilidad de salir de la situación criticada.

P. En Rompiendo algo dice usted que esa narrativa del fracaso le conviene al sistema. ¿Por qué?

R. El fracaso tiene que ver con la frase más reaccionaria que ha habido siempre: “Esto es lo que hay”. Y por lo tanto no se puede hacer nada. Todos los personajes fracasados tienen un halo literario, incluso admirable. A nadie le importa identificarse con un fracasado porque la mayoría de los que aparecen en las narraciones tienen glamour. Y ese glamour no ayuda a intentar cambiar las cosas. Puede ayudar a comprender, pero no sirve para movilizar ningún impulso. Si cualquier intento está condenado al fracaso, mejor no intentar nada, ¿no?

P. ¿Corremos el peligro de que la crisis se convierta en un género literario?

R. Eso son más fenómenos periodísticos. De lo que se trata es de la intención narrativa de cada historia. Escribir y leer son un acto imaginativo: transformas una emoción en imaginación a través de la conciencia. Puedes escoger una emoción que tenga que ver con la desesperación y la necesidad de cambiar, pero en función de cómo la coloques narrativamente dices una cosa u otra. Puedes hacer siete novelas de desahucios y no estar hablando con intención política. El tema no garantiza nada.

P. La novela somete a la protagonista a un dilema entre sus principios teóricos (colectivos) y una urgencia práctica (individual). Pero usted sostiene que la contraposición es interesada. ¿Lo es del todo?

R. Ahí está casi el origen del marxismo, que nace para combatir la ficción de que un trabajador contrata libremente con un empresario. La expresión “negociación colectiva” ha ido desapareciendo. Se ha impuesto la lectura capitalista: la salida es la del trepa, como si se pudiera ascender contra tu clase. O la lotería, que siempre es un sueño individual. No soñamos si llegará el día en que todos y todas vayamos en otra dirección. Aunque eso está cambiando. Se ve en la resistencia a los desahucios: si te echan de tu casa y reaccionas solo, las posibilidades que tienes son muy pocas.

P. También critica la dependencia del heroísmo individual. “No hay bondad privada”, dice también en Rompiendo algo. ¿Cómo se puede construir colectivamente?

R. Hay una frase de Lo real que dice: “las luchas, las venganzas para que la bondad nos pertenezca”. Uno de los motivos por los que yo me organizo políticamente es para que la bondad no tenga que ser un lujo ni algo contracorriente ni un esfuerzo descomunal. Los padres se preocupan cuando de un niño o una niña se dice “qué bueno es” porque temes que se lo coman. Si te dicen “qué carácter tiene”, piensas: “Sobrevivirá”.

Para distanciarte tienes que haberte acercado primero. Por otro lado, la verosimilitud es un concepto ideológico, no solo estético. Parece que la verosimilitud es objetiva y no lo es. Es un territorio que hay que disputar

P. ¿El carácter individual no cuenta?

R. Hay cuestiones de carácter, claro, pero cuántas veces una persona sometida a tensiones bestiales en su trabajo llega a casa, le pega un bocinazo a su hijo y carga con la mala conciencia de que no es capaz de tratarlo amablemente. ¿No es una osadía llamar a esto personal? Igual que en general las personas queremos ser felices, en general queremos ser buenos. Con ello no elimino la responsabilidad personal y a veces se puede optar, pero quisiera una vida donde ser bueno no exija avanzar a contracorriente.

P. “La ternura nos parece lógica”, dice un personaje suyo, algo que es literariamente incorrecto. ¿Es una forma de impugnar los mecanismos de distanciamiento? La distancia parece más verosímil, ¿no?

R. Es paradójico que se reivindique la distancia, porque te permite ver algunas cosas pero otras no. Para distanciarte tienes que haberte acercado primero. Por otro lado, la verosimilitud es un concepto ideológico, no solo estético. Parece que la verosimilitud es objetiva y no lo es. Es un territorio que hay que disputar. Si hay relatos que no parecen verosímiles hay que hacer que lo sean, porque el límite de lo verosímil indica el límite de lo posible. Si aceptas ese límite aceptas que hay algo que no se puede construir de otra manera.

P. ¿Sus novelas son ahora más verosímiles que antes de la crisis?

R. Cuando salió El padre de Blancanieves [en 2007], algún crítico dijo que era una novela nostálgica, que hablaba del pasado. Unos meses después empezó el 15-M. En ese momento te alegras, pues no la había escrito desde la nostalgia sino porque conocía a muchos colectivos que estaban trabajando como el de la novela. Un día implosionan y la correlación de fuerzas cambia tanto que nadie puede ya considerarlos inverosímiles.

P. Es imposible leer El comité de la noche sin pensar en el 15-M o en los círculos de Podemos. ¿Los tuvo presentes?

R. Cuando empecé a escribirla Podemos no existía. Al final introduje una alusión porque si no iba a parecer muy extraño. Pero no está escrita con eso en la cabeza sino con la conciencia de que algo se estaba moviendo. Si Flaubert decía “Madame Bovary soy yo”, para mí es al revés. Cuando escribes eres todos. Que tu personaje sea tú o te exprese a ti no me interesa demasiado, lo que me interesa es la posibilidad de ser otros y otras. He intentado respirar con esas personas que estaban viviendo algo que valoro mucho. Eso sí que está: reuniones que he podido ver de cerca.


Para mí leer una novela es un acto, no es solo una reflexión. Imaginas al leer y al escribir. Al imaginar sensaciones, pensamientos y emociones, te haces consciente de ellos

P. En sus novelas se duda más que en sus ensayos.

R. Yo tengo la sensación de que siempre escribo de forma adversativa, incluso en los ensayos, discutiendo cada argumento y discutiendo la discusión.

P. Cuando la intención política es tan clara, ¿por qué recurrir a la novela?

R. Para mí leer una novela es un acto, no es solo una reflexión. Imaginas al leer y al escribir. Al imaginar sensaciones, pensamientos y emociones, te haces consciente de ellos. Por otra parte, yo también tengo la duda de si tiene sentido escribir novelas cuando la gente tiene menos tiempo de leerlas. Yo misma leo menos que antes, aunque al mismo tiempo leamos sin cesar en la Red. ¿Para qué escribir novelas si cada vez se leen menos? Cuando digo esto en algún coloquio, siempre alguien responde que cuando lee novelas se calma y lee de otra forma. Quiero creer que es cierto. No sé si es el medio mejor de narrar.


Hay mucha alta literatura muy cursi que está protegida por nombres, prestigios y contactos y no se la califica así. También hay literatura llamada popular con una intención que para sí quisiera la alta

P. ¿Y la influencia social? ¿Un libro puede cambiar algo?

R. Todas las narraciones intervienen, para bien o para mal. La novela, tratada con un poco de desconfianza y cuestionando el género, tiene posibilidades porque permite trabajar con un conflicto, con el tiempo, es un concentrado de narración. ¿Influencia? Poca, pero más que nada.

P. Sus dos últimas novelas toman elementos del género negro. ¿Se puede ser popular sin condenarse a la caducidad y el consumismo pop? El gusto individual también es una construcción social.

R. Hay mucha alta literatura muy cursi que está protegida por nombres, prestigios y contactos y no se la califica así. También hay literatura llamada popular con una intención que para sí quisiera la alta. Habría que ir a los textos. Yo a veces querría escribir de forma más neutra, tengo en la cabeza a un amigo que me dijo: “A ver si escribes una novela que lea mi madre”. Pero no siempre puedes elegir el registro en el que trabajas, puedes pelearte con ese registro.

P. Dígame una de esas novelas cursis.

R. [Silencio] Es que se va a malinterpretar tanto que prefiero no hacerlo.

P. ¿Y una popular con intención?

R. La chica del tambor, de John Le Carré. Si la hubiera firmado Philip Roth la hubieran considerado magistral.


P. En El comité de la noche, como a veces en esta entrevista, duplica el género y dice "todos y todas", por ejemplo. Para referirse a su padre y a su madre la protagonista dice en un momento "mis madres", pero eso podría ser una licencia poética. ¿Cree que el lenguaje es sexista?

R. Es curioso, muchas personas me han hablado de la duplicación del género en la novela y eso que esa duplicación es muy leve, un 15% o así. Utilizo muchísimo el masculino genérico. Lo de "las madres" no es poético: la elección de "mis padres" es tan antinatural como "mis madres". Se ha elegido una y no otra por un motivo. Yo creo que, claramente, el lenguaje es fruto de un sistema patriarcal. Hay un artículo buenísimo de Olga Castro –“Rebatiendo lo que otros dicen del lenguaje no sexista”- y ahí están todos los argumentos. Frente al Descartes de "pienso luego existo" está el Wittgenstein de "hablo luego pienso luego existo". Si se acepta en todos los ámbitos por qué no respecto al sexismo.

P. ¿Estuvo alerta mientras escribía la novela?

R. Procuro llamar la atención de vez en cuando porque a mí me ocurre al revés de lo que suele decirse: hay muchos textos que me expulsan cuando durante 300 páginas se usa el nosotros sin un nosotras. A lo mejor si está escrito hace 40 años no, pero si es de ahora... Pero no he tratado de hacer una duplicación simétrica todo el tiempo, no se trata de eso, se trata de dejar un espacio para la imaginación donde se vea a las mujeres. No es lo mismo decir unos desconocidos que unos desconocidos y unas desconocidas. Inevitablemente los ves. No hace falta que lo digas todo el tiempo, hay muchas fórmulas. Siempre se actúa por la vía de ridiculizar el lenguaje no sexista o por la vía del fraude: apelando a la economía del lenguaje, pero el masculino genérico a veces obliga a precisiones que no son nada económicas. Se trata de un terreno de la sociedad que está en tensión y es normal que el lenguaje también lo esté. Y con esa tensión hay que trabajar.


Belén Gopegui. El comité de la noche. Literatura Random House. Barcelona, 2014. 272 páginas. 17,90 euros (digital, 9,99). / Rompiendo algo. Escritos sobre literatura y política. Edición de Ignacio Echevarría. Universidad Diego Portales. Santiago de Chile, 2014. 270 páginas. 26 euros. / El padre de Blancanieves. Debolsillo. Barcelona, 2015. 336 páginas. 10,95 euros.

(Fuente: El País)


"... tanto en el caso de Vegas como en el de Gopegui, además de un posicionamiento, hay un riesgo y un acto generoso: renunciar al yo íntimo por un nosotros más áspero, al resorte que funciona en aras de la pertinencia social"

'SANGRE JOVEN, VAMPIROS NUEVOS', CRÍTICA DE 'EL COMITÉ DE LA NOCHE'

Recuerdo el deslumbramiento de la primera novela de Belén Gopegui (Madrid, 1963), La escala de los mapas. Ese bisturí lírico con el que desentrañaba lo íntimo. Ese talento, ese pulso, ese extrañamiento para ver desde fuera lo de dentro, como una científica observando en el microscopio los coágulos de su propia sangre. Nada de eso ha perdido Gopegui desde aquel 1993 hasta el día de hoy a pesar del órdago con el que envidó a su literatura para ella misma y sus lectores.
Leyendo El comité de la noche me ha venido a la mente una y otra vez el último disco de Nacho Vegas, Resituación. Hay un motivo obvio, su posicionamiento político y ético, pero también otros menos evidentes. Se trata de la rebelión ante su arte como mero instrumento de entretenimiento y evasión. La cuestión no es menor. La ficción novelesca ha dado engendros, monstruos y disparates al ponerse el mono de trabajo o el antifaz de señorito de derechas, la esvástica o el camarada de rigor. Sherezade trata de salvar la vida una noche más narrando una historia que sea una alfombra voladora. Pocas noches hubiera durado Sherezade si el objetivo hubiera sido venderte una lavadora o recitarte el manual de instrucciones de cómo montar y desmontar un reloj.

Pero tanto en el caso de Vegas como en el de Gopegui, además de un posicionamiento, hay un riesgo y un acto generoso: renunciar al yo íntimo por un nosotros más áspero, al resorte que funciona en aras de la pertinencia social. El compromiso de Gopegui es el de renunciar a que su obra literaria sea un mundo cerrado, hermoso, radical, inquietante o dócil pero, por encima de todo, inútil. Un objeto sin otra función que entretener, gustar y gustarse, conciliar a autor y lector con la idea de animal pasivo de ambos, pero, eso sí, con la buena conciencia que da el generar uno y embucharse cultura el otro. En mi opinión, eso naufragaba tanto enDeseo de ser punk (2009) y, especialmente, en Acceso no autorizado (2011). Sin embargo, la literatura de la autora madrileña se rearma en El comité de la noche acercándose —es un suponer— a lo que su autora pretende de un libro que sirve para ser leído con intencionalidad como para ser lanzado contra los escaparates del Poder. La novela parte de una noticia extraída de la realidad: la oferta de una multinacional farmacéutica de comprar sangre a los parados que acepten donarla. La paleta de connotaciones morales se mostrará a lo largo de toda la novela, huyendo del maniqueísmo en la medida que lo desea su autora, e insertando el dedo en el enchufe de la privatización de la sanidad pública. Pero el zoom de Gopegui va más allá: el Poder ha de ser fiscalizado y vigilado, combatido y expurgado desde el compromiso social e individual. Por fortuna, la sopa no nos la sirve Gopegui ni helada ni hirviendo.
La novela empieza a ritmo de elegante paseo automovilístico, marca de la casa. En una primera parte, una mujer, Álex nos narra su aquí y ahora. Treintañera, parada, con una hija a cuestas, debiendo regresar a vivir con los padres, seres electrocutados como ella por la realidad y el complejo de culpa que se nos ha inoculado. Surcando esta primera parte, vives el hechizo de que solo con el lirismo de lo íntimo, de las pequeñas cosas, de lo cotidiano puedes entender la magnitud de la tragedia en la que estamos. Siguen siendo necesarios los poetas para desentrañar la realidad, para alzar el velo. Dejen las grandes palabras, los voceros, las estadísticas, el drama terrible está en cómo funciona el mecanismo de destrucción de una clase media, en el remordimiento de tomar o no un café, de regresar al hogar paterno, de escribir desde un banco, ejército de zombis por parques y calles, la importancia de la dignidad que se consigue en la Red al romper el autismo, la individualidad atroz. Pero el coche en el que nos ha montado Gopegui se va quedando sin trama, pero en fin, ésta llegar llega aunque tengamos que hacer el último tramo a pie hasta la gasolinera.
La segunda parte tiene otros personajes, Carla y el escribidor. La primera acude a un escritor para que dé fe de su historia, un thriller bien orquestado por la autora respecto del tema de la sangre comprada, los conflictos éticos, una novela casi de espías en la guerra fría que sucede en Bratislava. En esta segunda parte reaparece el personaje de Álex. Aquí el tono de lo escrito es otro. Gopegui nos castiga y se castiga al privarnos de su fino pinchazo respecto de las relaciones íntimas, el yo más dentro de nosotros mismos. El castigo no es a cambio de nada. La estructura narrativa funciona, la intriga también, el mensaje político no te es endosado con grosería, sino con matices, a blanco o negro. La figura del escribidor es un hallazgo y la novela, notable, necesaria, está más que bien resuelta. En el debe, unos diálogos a veces maquinales, casi instrucciones de uso, que hace que le veas las tripas al libro, a cómo la escritora trata de venderte la lavadora. Aceptarías ir al lado de Sherezade a matar vampiros, pero no a que Pablo Iglesias te explique lo de la auditoría sobre la deuda externa de un país tan extraño como la ciudad de Bratislava.
(Fuente: El País)
El comité de la noche. Belén Gopegui. Literatura Random House. Barcelona, 2014. 272 páginas. 17,90 euros

PINCHAR EN LA IMAGEN PARA LEER LAS PRIMERAS PÁGINAS DE 'EL COMITÉ DE LA NOCHE'



DE NACHO VEGAS EN ESTE SITIO:

'LA VIDA MANCA' Y 'POLVORADO'

(Una valla enorme y en ella la cara sonriente del desagracia'o que permitió que echaran de su casa a Conchita y a Ladislao y a otros 50 vecinos... logré llegar hasta él y le arranqué de cuajo la nariz... y le arranque aquella sonrisa también dije: "¿inspira esto ilusión?)



(En su disco anterior, en la canción 'Como hacer crac', (un tema casi profético, fue escrito poco antes del estallido del 15-M) Nacho Vegas soñaba cosas como Te informan de que han desarticulado a la cúpula de la CEOE... Y una niña susurra a tu oído que han desahuciado a la familia Botín... Es la bomba que va a estallar... Una multitud haciendo crac. En su nuevo trabajo nos dice "Vienen de frente gigantes de azul con las bocas llenas de su democracia, pero el miedo ha dejado de ser la actitud. Suena en cada cabeza un hermoso runrún: "Nos quieren en soledad, nos tendrán en común"... ¿No hace hoy un día precioso para explosionar?")



ENTRADAS RELACIONADAS:


("... la literatura tiene que ser un discurso que intervenga en lo público, que rompa con lo que tradicionalmente ha sido la literatura, una expresión del yo, para que participe en la configuración del nosotros... ...  La imagen de la literatura pura suele servir para potenciar el discurso idealista dominante.")



(“No hay que gratificar al lector como a un cliente. Que la literatura sobre la crisis no se convierta en merchandising... Me temo que la crisis es una cortina de humo para rebajar derechos: sociales, laborales, sanitarios… El otro día una mujer me decía que le parecía increíble que tuviera que volver a manifestarse diciendo: ‘Nosotras parimos, nosotras decidimos’")


("... a mí me interesa la cultura, contestataria y resistente,  que me ayuda a ver mejor y no esa otra que coloca una media sobre el objetivo de la cámara para difuminar o hacer más masticable, digerible y metabolizable la realidad. Los comedores de carne cruda y los caníbales a veces tenemos malas digestiones...)



(
"Marco es un fragmento infinitesimal del gran estallido, una esquirla de intrahistoria en el mitológico combate entre Economía y Humanidad" 
(Democracia) "La crisis repta, no vuela; muerde a ras de suelo y nunca en los despachos más altos" (Benjamín Prado, en Pura Lógica, 500 aforismos)



(“Si haces una literatura no complaciente no pasas de ese lector dispuesto a que los libros le abran los ojos y no le anestesien, y al que no le importa mancharse y sufrir porque sabe que el dolor del conocimiento ayuda a reparar el daño" (Marta Sanz) "La creencia de que el mundo puede ser cambiado desde los libros es una arrogancia. Mejor creer que el mundo debe ser interrogado desde los libros” (Sergio Ramírez)


("Me acuesto y pienso que me ahogo y me incorporo dando manotazos y gritando... Cómo se van a ir al colegio sin nada. Se me parte el alma cuando los oigo decirle a mi mujer: mamá no hay galletas... Salgo de casa de puntillas, cierro la puerta procurando que no cruja, me meto en el coche..., me voy al primer descampado, y me echo a llorar. Lloro yo solito.")


("... desde la literatura y el arte concebidos como instrumentos de cambio real; desde la urgente necesidad de una respuesta contra la amputación de la democracia y la conversión de todo en mercancía, en esta fase postmoderna del capitalismo avanzado...")









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